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La insignia
26 de mayo del 2007


Gustos e incoherencias


Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan
La Insignia. España, mayo del 2007.


Las distintas caras de las personas me intrigan y me fascinan. Una misma persona puede reunir en sí misma dos o más aspectos contrarios, no ya a lo largo de su vida sino en un mismo momento sin por ello caer en la contradicción ni en el ridículo, y tampoco hacerlo por intereses poco claros. Sabemos que lo normal, e incluso lo conveniente en cualquier inteligencia medianamente avispada, es ir variando los puntos de vista y los gustos. Esto no impide que haya gente que viva aferrada a ideas que conoció allá en los albores de su adolescencia y se niega, no ya a cambiarlas, sino ni siquiera a matizarlas. Para colmo, hacen gala de su inamovible pensamiento, cuando sería más exacto decir que viven atados por sus fosilizados prejuicios.

En general, no obstante, vamos cambiando conforme la vida va pasando por nosotros y vemos los desastres de nuestras ilusiones. La identidad de cada uno es, como ya habían señalado algunos filósofos, inestable. Por más que algunos clérigos empeñen sus muchos esfuerzos y escaso caletre, la identidad no nos viene dada para siempre desde el momento en que nacemos. Reconocer esto no es más que situarse en un punto coherente con una cosmovisión materialista. De la otra manera caemos en el idealismo por el que tantos y tantos llevan deslizándose varias décadas. La identidad puede definirse como el conjunto de mitologías que aceptamos como válidas y verdaderas, nuestras ilusiones y aspiraciones, las ideas y representaciones culturales con que nos identificamos. Así que si tuviéramos que hacer caso en todo momento a nuestra identidad y tenerla contenta en todo momento, deberíamos ir cambiando no solo en el ámbito individual, que lo solemos hacer, sino en el ámbito social y obligando a los demás a que lo hicieran para no perjudicarnos. Si consideramos que todas las personas han de sentirse realizadas en su identidad, tendremos que aceptar que en la mayoría de los casos son necesarios cambios en los demás, cambios que se refieren a su situación social y política, así como al modo en que nos los representamos culturalmente. Si estos cambios vienen precedidos de algún tipo de acuerdo, bienvenidos sean. En caso contrario, que desgraciadamente suele ser el más común, lo que revelan es el caprichoso egoísmo de quien considera que los demás deben actuar como a él más le plazca. Aunque vaya a contracorriente y desagrade a muchos, soy de la opinión de que no es posible una correspondencia entre la identidad subjetiva y la social en todo momento porque eso supone invadir la libertad de nuestros conciudadanos, que lo son aunque vivan a varios miles de kilómetros de distancia.

Pero no quería hablar de la identidad social sino de las distintas caras que ofrece la individual. Como consecuencia de haber ido formando la nuestra sucesivamente, aceptando unas cosas y rechazando otras en distintas épocas de la vida, el resultado es una mezcla heterogénea que no deja de tener su gracia y que revela más acerca de cada uno que cualquier análisis racional. Esto se ve sobre todo en el terreno estético (entendido en un sentido muy amplio para que quepan manifestaciones como la música clásica y la popular, el cine y la literatura, la escultura y los tebeos.)

Si repaso mi colección de discos, observo que por un lado tengo a The Clash, modelo de rock combativo, pero que a su lado están The Allman Brothers Band, banda de rock sureño, con todo lo que eso significa. Normalmente el rock sureño, o el blues tejano cantado por blancos, suele estar impregnado de una política conservadora y reaccionaria propia de los pueblos pequeños del sur de los Estados Unidos. Al lado de The Beatles, grupo complaciente con la sociedad, a pesar de Lennon, tengo a The Rolling Stones, cuya imagen es la de chicos rebeldes (ya avejentados y más caprichosos que otra cosa.)

Podemos pasar al capítulo de la poesía y junto con Pablo Neruda, César Vallejo o Roque Dalton están T.S. Eliot S.T. Coleridge o William Wordsworth, escritores en mayor o menor medida conservadores. Los dos últimos son, además, ejemplos muy iluminadores del viraje que se dio en Gran Bretaña desde el inicial apoyo a la Revolución Francesa hasta su final desencanto y apostasía de cualquier veleidad revolucionaria. (Como podrá darse cuenta el lector, el fenómeno no es de este final de siglo e inicio de otro, sino que ya contaba con precedentes.)

Los gustos artísticos, al igual que las costumbres y las casas, son el resultado de un proceso de acumulación inconsciente. Nadie empieza reflexionando cuáles son sus gustos y a partir de ahí se dedica a llenar de contenidos su vida. Más bien, tropieza con esto y con lo otro con el paso de los años y hace suyos algunos mientras que descarta otros. Lo repito, los gustos dicen muchísimo de la vida de una persona, son los estratos superpuestos que aparecen en cada uno cuando hacemos una mínima introspección. Al haber sido aceptados de manera inconsciente, es bien difícil deshacerse de ellos, y solo en casos contados logramos sustituirlos por otros de manera completa. Por no decir que casi nunca llegamos a ser coherentes con nuestras ideas y nuestros gustos cuando los ponemos cara a cara.



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