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La insignia
23 de mayo del 2007


Los ofendidos


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, mayo del 2007.


Por virtud de la political correctness, la acusación de racista está a la orden del día. Para poder proferirla basta que nos victimicemos como pertenecientes a grupos marginados o subalternos, de modo que basta ser mujer, negro, gay, indígena o anciano para estar en la necesaria altura moral (ilusoria pero efectiva) para acusar a cualquiera de racista.

Esta situación se origina en Estados Unidos, en donde el multiculturalismo es la política que se les ha recetado a las minorías étnicas para relacionarse con el dominante y hegemónico sujeto anglosajón. El multiculturalismo -que consiste en magnificar las diferencias etnoculturales y en exigir para ellas un respeto pater(mater)nalista- es un moralismo como la political correctness, que es también su máscara porque consiste en fingir que no se tienen prejuicios raciales, étnicos y culturales, y en la prohibición de expresar lo que pueda ofender a otros grupos, aunque en el fuero interno los prejuicios vivan saludables. Este binomio es el producto lógico de una mentalidad puritana para la que la doble moral es algo natural: sentir una cosa y expresar lo contrario, sentir odio racial y sonreírle al negro, al chino, al hispano y solidarizarse con ellos es una y la misma cosa. Lindos modales por fuera, feas ideas y sentimientos por dentro; esto es el puritanismo políticamente correcto (anglo).

Es con este moralismo puritano que ciertos académicos anglosajones se han lanzado a la cruzada de la solidaridad con los grupos subalternos en América Latina, cooptando a individuos de estos grupos a los que se llevan a sus universidades en donde les enseñan inglés y las teorías de moda para que empiecen a ver su realidad personal y social con los lentes de quienes padecen estas torturantes contradicciones. Así los aculturan. Y es por eso que ahí tenemos a esa legión de esencialistas y fundamentalistas indígenas que desde Estados Unidos (o habiendo vuelto de allá) se "ofenden" sistemáticamente, haciendo del victimismo una profesión mediante la cual hacen valer una "diferencia cultural" esencializada, magnificada y "ofendida" constantemente, todo lo cual procura financiamientos para proyectos que no solucionan nada de lo que pretenden solucionar, y sólo permiten a estas elites subalternas y políticamente correctas, vivir y medrar hablando y "ofendiéndose" en nombre de un conglomerado que no representan y del que están cotidianamente cada vez más desligados. Estos son los que vociferan: "¡racistas, racistas, racistas!", cada vez que alguien osa criticar esencialismos y fundamentalismos etnocentristas, porque es más fácil condenar a alguien, descalificándolo desde una ilusoria altura moral, que rebatir sus argumentos con otros argumentos. Fue el mismo procedimiento que envió a la hoguera a Giordano Bruno y a millones de libros durante el estalinismo, el nazismo y el pinochetismo. Acusar de racista al otro implica, además de incapacidad argumentativa, una cómoda posición cobarde que obedece al axioma: "si me victimizo, tengo la razón y la altura moral para acusar a otros, con lo que elevo mi exigua estatura humana". Los acusadores son, pues, enanos intelectuales y morales. Por eso necesitan acusar, para sentirse grandes.

Resulta lastimoso observar a jóvenes latinoamericanos recién graduados de universidades estadounidenses, "ofenderse" cuando escuchan un chiste que la "corrección política" considera racista o sexista, y exigir al "ofensor" disculparse ante una subalternidad idealizada de la que ellos pueden o no formar parte. Si forman parte de ella, se victimizan, y si no, se solidarizan con quienes ellos consideran víctimas. En inglés, esto se llama trendy politics, es decir, posturas políticas de moda. Cuando la moda pase (y ya está pasando) veremos a los "ofendidos" convertirse en cualquier otra cosa. Porque una postura política es algo mucho más profundo que, por serlo, los trendy nunca comprenderán.


Cedar Falls (EEUU), 11 de septiembre del 2000.



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