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La insignia
15 de mayo del 2007


Una muerte dulce


Jesús Gómez Gutiérrez
La Insignia. España, mayo del 2007.


Tengo dos deseos para las próximas elecciones municipales y autonómicas de Madrid. Prácticamente imposibles, por supuesto. El primero y fundamental, que las gane la izquierda. El segundo, que si no las gana, ni el Partido Socialista ni Izquierda Unida reciban un solo voto; dado que los causantes de la situación son ellos y solamente ellos sería justo que se quedaran sin sueldos y sin cargos. Fin del paripé.

No insinúo que los ciudadanos sean políticamente irresponsables de sus actos u omisones. No insinúo que la responsabilidad de las dos organizaciones citadas sea la misma. No propongo que se vote a otra opción, que ni hay ni podrá haber, me temo, porque el único espacio que se debería ocupar, el republicanismo bien entendido, es el que no ocupa nadie. Sólo digo lo que he dicho. Como ciudadano que le tiene aprecio a su pellejo, no me queda más opción que taparme la nariz, votar y contribuir al fraude de esos individuos con la esperanza, seguramente inútil, de evitarme la estafa de otros peores.

Lo primero que se hará en la hora de las lamentaciones, lo que ya se está haciendo, es culpar al graderío: esto es así porque la sociedad es más conservadora. Falso. Esto es así porque la izquierda política es incapaz de movilizar fuerzas y voluntades en los sectores más activos, desde luego progresistas y desde luego -de un tiempo a esta parte- abstencionistas en más de un sentido. He puesto el ejemplo de Madrid no precisamente por amor a la tierra chica, sino porque Madrid es, no lo duden, un aviso diario para navegantes; como toda gran capital en sus circunstancias, hay muy pocas tendencias culturales, sociológicas, políticas, etc., que no pasen por ella antes de llegar al resto.

Joseph Sheridan Le Fanu, apodado El príncipe invisible, escribió uno de los relatos más bellos de la saga literaria de los vampiros, Carmilla. No tan encantador como el clásico de Francis Marion Crawford, Porque la sangre es vida, con su Cristina y su Antonio en Calabria, pero bastante más inquietante: la pasión por la languidez, una muerte dulce, casi fácil, que avoca al desastre desde dentro y con caricias, como el mito del gran Stoker lo hace desde fuera. No sé por qué me ha venido a la cabeza. Tal vez por recomendar lecturas ya que no puedo recomendar votos.

Pero hay bastante de eso, infierno de lo lánguido y riesgo, obvio excepto para la víctima, obvio salvo para el verdugo, obvio para especialistas en la materia o simplemente para personas bien informadas sobre las cosas de centroeuropa, en el problema que nos ocupa. En todo caso, y en la espera de aire nuevo que devuelva contenido y color a nuestras banderías, añado: durante los últimos días de su vida, Le Fanu soñó que la casa en la que había crecido, en Dublín, se derrumbaba sobre él.



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