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La insignia
2 de mayo del 2007


Alianzas


David Iwasaki
La Insignia. España, mayo del 2007.


Nos quejamos de que la distancia entre políticos y ciudadanos aumenta sin parar. En el escenario internacional, este síndrome de la clase política autista se manifiesta en las más diversas iniciativas que nadie entiende para qué sirven. Aún es reciente la idea de la Alianza de Civilizaciones que patrocinaron los primeros ministros de España y Turquía y que adoptó la ONU, con comité de expertos incluido. Un proyecto encomiable de esos que la gente aplaude porque persigue valores importantes, como la paz, pero al que pocos le encuentran utilidad. Una alianza entre occidente y el mundo árabe e islámico no tendría otro objetivo que combatir el problema común que actualmente amenaza su seguridad: el terrorismo. Pero se duda acerca de qué herramientas puede proporcionar una iniciativa de este tipo que no ofrezcan las leyes y el derecho internacional. El problema es que gustan las palabras "alianza" y "pacto" para unir cosas que en otros ámbitos no son muy diferentes pero que son separadas intencionadamente por el pretexto cultural. Una alianza entre cristianos y musulmanes suena bien, pero más lógico sería buscar puntos de unión entre creyentes y no creyentes, pues los monoteístas no suelen ser muy diferentes entre sí. Quizás en vez de una alianza entre civilizaciones, que es un término con demasiadas connotaciones históricas, sería mejor formular una alianza entre oferentes y demandantes de petróleo, o un pacto entre países que disponen de armas nucleares y países que aspiran a tenerlas. La claridad en el lenguaje sería muy beneficiosa para la salud mental de los políticos y, colateralmente, acercaría sus iniciativas a las ideas que tienen los ciudadanos sobre la actividad de sus dirigentes.

Resulta curiosa la costumbre que tienen los políticos de etiquetar los problemas para después afrontarlos como un conjunto al que aplicar una solución mágica. Un ejemplo de esta propensión a simplificar la realidad, bajo la óptica de que las soluciones complejas no suelen funcionar en el terreno electoral, es el de la inmigración. La inmigración es un fenómeno reciente en la sociedad española y sirve también como etiqueta multiusos en el campo de la política. En este caso, el pretexto cultural actúa como en la alianza de civilizaciones para diferenciar y colocar en distintas balanzas los problemas de la sociedad española y los problemas de los inmigrantes, como si éstos últimos no formaran ya parte de la primera. Se tilda de problemas ligados a la inmigración, por ejemplo, a la presión sobre los salarios del constante crecimiento de la población activa, a la necesidad de incrementar los servicios sociales por el aumento del número de habitantes y a las dificultades de integración a causa del idioma. Y siendo cierto que de la inmigración se derivan problemas que hay que afrontar desde una perspectiva específica, resulta que no todos son consustanciales a este fenómeno, algunos se deben a falsas creencias de la población autóctona contra los inmigrantes y la mayoría, además, poco tienen que ver con la dimensión cultural que tan repetidamente se subraya con episodios, ciertamente anecdóticos, como el del velo islámico en las escuelas. De modo que, una vez etiquetados buena parte de los problemas de esta sociedad con la palabra inmigración, los políticos se sacan de la manga la necesidad de un pacto por la inmigración que actúa como bálsamo de Fierabrás.

Pero la pregunta sigue siendo qué medidas se proponen para paliar los problemas de los ciudadanos. Con un pacto puede definirse un nuevo marco institucional y adaptar las leyes a los cambios de la sociedad. Sin embargo, nada se conseguirá con un pacto si aumenta el desempleo en una zona donde se contrata impunemente a "sin papeles" por la mitad del salario mínimo. El pacto será inútil si las carencias de la sanidad pública siguen alimentando el prejuicio de que la llegada de extranjeros está deteriorando la calidad de los servicios que pagamos todos. Y además la idea de pacto nos lleva a la separación mental entre esos dos sectores que aparentemente tienen tanta necesidad de pactar o terminarán a palos: los nativos y los inmigrantes. Idea falsa que hace imposible cualquier otra adscripción de las personas a los grupos de interés que actúan en una sociedad, elevando al altar de la identidad el origen geográfico como único carácter definitorio del individuo. Sería estúpido pensar que los inmigrantes llegan a la sociedad de acogida con la esperanza de que se les ofrecerá un pacto entre culturas diferentes. Como cualquiera, lo que pretenden es tener trabajo, una vivienda y una vida digna. Las alianzas que proporciona la sociedad actual no son entre civilizaciones, más bien se producen entre trabajadores que persiguen un mismo interés, entre empresarios de distinto o del mismo sector, entre contribuyentes de un estado de bienestar, entre ciudadanos de un mismo municipio, entre usuarios de los servicios públicos, entre compradores de vivienda o entre ciudadanos que comparten unas mismas ideas o creencias. En definitiva, entre individuos que se unen a otros diferentes por un mismo objetivo, frente a los que no están por la labor de facilitar ese objetivo.

La máquina de las diferencias culturales, sin embargo, no descansa. Y se nos recuerda continuamente los enfrentamientos que surgen por el contacto entre culturas diferentes, como si los seres humanos estuviéramos especialmente motivados en nuestra vida diaria por la defensa de nuestras creencias religiosas, de nuestra tradición artística y de las costumbres de nuestra etnia. Aceptado el juego de la confrontación por razones culturales, tendríamos que llegar a la conclusión de que esas culturas diferentes que conviven en nuestra sociedad no se distinguen por los gustos estéticos o gastronómicos. El conflicto cultural de verdad se produce entre quienes defienden unos medios u otros para garantizar la seguridad, entre los que defienden un determinado modelo social y los que prefieren que no haya modelo social, entre los partidarios de proteger el medio ambiente y los que se benefician de la falta de protección, entre quienes quieren vivir en una sociedad abierta y quienes no se acostumbran al fin del antiguo régimen y la aparición del estado moderno. En resumen, hablamos de la cultura que nos da buena cuenta de la idea de justicia que cada cual defiende para la sociedad.



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