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La insignia
18 de marzo del 2007


China

La ley de propiedad cambia poco


Rafael Poch de Feliu
La Insignia*. España, marzo del 2007.


Pekín.- Tras trece años de debate, siete lecturas, innumerables enmiendas de 47 organismos y hasta de 11.500 ciudadanos, la ley de la propiedad se ha aprobado en China. ¿Cual es la novedad? Desde luego, no que la "China comunista" haya consagrado la propiedad privada, porque eso ocurrió hace la friolera de 27 años y por que China no es "comunista". Hace más de un cuarto de siglo, que es una "economía de mercado" -muy libre y controlada por el Estado- con propiedad privada, un escenario de desigualdades, de millonarios (el principal mercado asiático de "Ferrari"), un país consolidado de propietarios en el que el sector privado responde del 65% del PIB.

La propiedad privada ya existía desde hace años, e incluso estaba recogida por la Constitución. Ahora lo estará por ley. Ese es el segundo espejismo, porque la Constitución pinta muy poco y porque China no es un estado de derecho, regido por la ley, sino otra cosa. El valor de las leyes es relativo aquí. Con ley o sin ella, quien manda es el estado. Y la propiedad no está en absoluto amenazada. De ahí la general indiferencia, más allá de círculos académicos y empresariales chinos minoritarios, y de los medios de comunicación occidentales, hacia esta ley. ¿Es entonces algo "simbólico", que evidencia la voluntad de los dirigentes de "profundizar" la reforma de mercado?. No exactamente; el momento chino se caracteriza más bien por la corrección de los excesos de 27 años de capitalismo salvaje.

En la conferencia de prensa anual del primer ministro Wen Jiabao, que cerró ayer la sesión de la Asamblea Nacional Popular, casi dos horas de preguntas y respuestas, se habló de todo; del Dalai Lama, de los campesinos, las finanzas, la administración de las enormes reservas de divisas ("los cambios no afectarán al dólar", dijo Wen), de Japón, de Hong Kong, y de Taiwán. De todo menos de la ley de la propiedad. El primer ministro ni siquiera la mencionó. Eso no quiere decir que sea intrascendente.

Más que una victoria de la nueva burguesía china, lo que la ley retrata es un equilibrio moderado. De entrada no es una "ley de propiedad privada", sino una "ley de propiedad", de todas las propiedades. El campo, ese 60% de la población, que se rige por una fórmula entre colectiva y familiar, ni pública, ni privada, muy china y muy adecuada a las características del país, se mantiene fuera de la compra-venta. La minoría de ricos nerviosa por el nuevo discurso social, quería más seguridades, patrimoniales, de herencia, de legitimidad, y las ha recibido. Sus adversarios que descafeinaron el proyecto de ley, también han recibido lo suyo. Detrás del proyecto asomaba un pulso entre diferentes sectores e intereses sociales, que las autoridades han resuelto mediante un sabio equilibrio. La ley es un cajón de sastre, que incluye de todo, desde la defensa universal de la propiedad, incluida la estatal y los patrimonios privados, hasta la penalización de "privatizaciones" ilegítimas. ¿Un paso hacia el "socialismo"? ¿hacia el "capitalismo"?.

"No somos un país "ismo", somos "Zhong Guo", China, el "país del centro", dice el profesor Wen Tiejun. En cualquier caso, sean cuales sean los titulares en Occidente, China sigue su propio curso y las preocupaciones de Wen Jiabao van por otro lado.

El primer ministro resumió ayer cuatro grupos de "problemas", "tensiones estructurales" y defectos del sistema chino, que es el arte de gobernar uno de los países más complicados del mundo, basado en sus propias recetas y guiones para desesperación de los guardianes de la "línea correcta". Problemas, dijo Wen, de; inestabilidad, desequilibrio, descoordinación e insostenibilidad.

"Lo inestable es que China tiene una excesiva tasa de crecimiento de inversiones, una desmesurada extensión de crédito, exceso de liquidez monetaria, y un comercio exterior y unos pagos internacionales impropios". El desarrollo desequilibrado se constata entre ciudad y campo, entre diferentes regiones, y entre "expansión económica y progreso social". La descoordinación se manifiesta entre industrias primarias, secundarias y terciarias, entre inversión y consumo, y en que, "el crecimiento de China depende demasiado del comercio exterior y de las inversiones", que pueden derrumbarse como un castillo de naipes a la menor "crisis global". "Y lo insostenible es que hemos fallado en los asuntos relacionados con ahorro de energía, reducción de emisiones y protección medioambiental". Al lado de eso, la ley de propiedad parece pura calderilla.

Por lo demás, lo admirable del sistema chino es que su presupuesto básico es un reconocimiento de su profunda imperfección. Que, aunque su Asamblea Nacional Popular sea un foro con poca discusión y enormemente tedioso, de discursos soporíferos, mucha pérdida de tiempo y poca discusión real, el sistema coloca cada año en el centro de las resoluciones precocinadas por el partido, los principales y más candentes problemas del país: corrupción, contaminación, riesgo financiero, desigualdad, propiedad y un largo etcétera, todo ello determinado por la búsqueda de la estabilidad, la famosa "armonía", piedra angular del desarrollo. Y sin embargo.

Toda esa genialidad china se viene abajo cuando se constata lo ocurrido esta misma semana en Zhushan, provincia de Hunan, a 1300 kilómetros al sur de Pekín: 20.000 manifestantes furiosos, coches y autobuses incendiados, miles de antidisturbios para aplacarlos, un muerto, sesenta heridos, decenas de detenidos en una protesta por el aumento del precio del autobús. Una subida del 80%, de un día para otro, con la compañía de transportes apostando matones en los autobuses para que la gente pagase y la policía de parte de los matones. Un país en el que, para dirimir un asunto tan nimio, el pacifico y honrado ciudadano tiene que enloquecer e incendiar autobuses y el chiringuito de la policía, es un país con graves problemas de representación, con una peligrosa falta de canales de comunicación entre poder y pueblo, un país de caciquismo y de corrupción amparada y enquistada en el poder. En un contexto así, la propiedad privada sólo puede ser, como decía un clásico, un robo, y precisamente por eso, no le han levantado un altar, sino que la han dejado en unas prudentes medias tintas chinas.


Publicado originalmente en el diario La Vanguardia, de España.



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