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La insignia
29 de marzo del 2007


Mirada atrás, después de la derrota (VI)


Félix Ovejero Lucas
La Insignia. España, marzo del 2006.


Geoff Eley
«Un mundo que ganar. Historia de la izquierda en Europa, 1850-2000»
Traducción de Jordi Beltrán.
Ed Crítica. Barcelona (España)


4. La dinámica de los partidos y el dilema de la eficacia. La competencia política requiere partidos con una fuerte organización permanente, en condiciones de proporcionar respuestas rápidas, con una división del trabajo y altamente profesionalizados. La aparición de un cuerpo de dirigentes estables, conscientes de su propio poder, de una oligarquía con intereses propios, acaba por enturbiar la preocupación por mantener el norte de los ideales democráticos que dieron origen a la propia organización.

Es la famosa ley de hierro de los partidos políticos de Robert Michels, pensada precisamente en 1910 desde su experiencia con el SPD, un partido que, en su perspectiva, no echaba otras cuentas que las ventajas parlamentarias, que se había olvidado de toda vocación transformadora y, más en particular, en el que se producía una esquizofrenia entre las declaraciones radicales y una política real que le llevaba a oponerse al pacifismo y a la huelga general como medios de lucha frente a la guerra (18). Como Michels no se cansó de repetir, ese proceso es resultado de la dinámica impuesta por el escenario democrático al propio funcionamiento de los partidos. Resulta completamente independiente de la buena o mala disposición de los políticos o de su particular psique, aun si, claro está, favorece a aquellos individuos mejor dotados para sobrevivir en ese ecosistema, a aquellos más apegados a la supervivencia política, menos proclives a cambios radicales (19). La ciencia política contemporánea ha refinado estos resultados y hasta dispone de una teoría al respecto sobre la "selección adversa" de los dirigentes, pero, en lo esencial, el mecanismo opera en los términos descritos y, para lo que aquí interesa, su consecuencia, por la vía de la selección de las élites partidistas, es el dilema entre el funcionamiento eficaz del partido en el mercado político y el mantenimiento de una identidad política comprometida con propuestas radicales.

Las tensiones anteriores no resultan incompatibles con la historia que Eley nos cuenta. Pero es cierto que ni siquiera se acomete el intento de buscar explicaciones de esta naturaleza. Hay en su obra una cierta resistencia a echar mano de la teoría social que no sé si es la mejor disposición, sobre todo cuando se están estudiando procesos históricos del alcance del que le ocupa, entre otras razones porque, por lo general, esa disposición acaba por recalar en una suerte de teorización a bote pronto que no resiste el análisis. Desde Braudel, por lo menos, sabemos que la teoría social es de mucha ayuda para entender la longue durée (20). Sería injusto reprochar a Eley que no atienda a los desarrollos sobre los subproductos sociales, sobre aquellas cosas que se consiguen mientras se persiguen otras y precisamente porque se persiguen otras, por más que en ese camino se habría encontrado en la agradable compañía de la consejista Rosa Luxemburg, una revolucionaria con tesis muy queridas por Eley, pero no lo sería tanto pedirle una mayor atención a la fecunda teoría sobre las revoluciones (21) que seguramente habría ayudado a mejorar la anatomía de muchas de sus explicaciones, de muchas de sus apelaciones a los fervores revolucionarios "del pueblo" o a la falta de espíritu de los dirigentes políticos.

Creo que la historia que nos cuenta Eley, sin muchas modificaciones, tampoco de sensibilidad, podría vertebrarse mejor atendiendo a las coordenadas que dibujan las cuatro tensiones anteriores, tensiones, no se olvide, relacionadas con la biografía de la izquierda y con la consolidación de la democracia. En lo esencial, aunque sin énfasis, sus avales empíricos están en Un mundo que ganar; porque lo cierto es que sus diagnósticos, aunque toscos, y aunque la tosquedad es vicio grave en las tareas de reflexión, me parecen, en lo esencial, atinados.

La propia lucha política en una democracia de representantes cimentada en el Estado-nación parecía abocar a los socialistas a la paradoja de que sus avances los alejaban de sus objetivos. En su disculpa quizá se puede invocar la propia "inconsciencia" de los protagonistas acerca de los procesos que desencadenaron y protagonizaron. Por lo demás, no estaban en la mejor disposición para percibir esa dinámica.

Durante mucho tiempo, mientras creyeron que el capitalismo, en virtud de sus propias fuerzas endógenas, estaba condenado a desaparecer en dirección al socialismo, estos dilemas resultaban irrelevantes. Se trataba de esperar, en la mejor posición, a que el fruto maduro cayera. Pero cuando se empezó a ver que las cosas no eran de ese modo, y Bernstein lo vio bien pronto, la retórica de la revolución, la de Kautsky, confundía más que aclaraba y, a medio plazo, resultaba insostenible. Al final, de un modo u otro, la socialdemocracia tuvo que "igualar con la vida el pensamiento", por decirlo con Fernández de Andrada.

Desde el otro lado, precisamente allí donde la ausencia de conquistas democráticas no daba ocasión a la aparición de los dilemas, en Rusia, se podía constatar lo mismo: que no cabía sentarse y esperar. La Europa socialista se quebró durante no pocas décadas, para acabar por disolverse en diversas versiones de la socialdemocracia hasta acabar, en el pesimista diagnóstico de Eley, por desaparecer. Su confianza en la nueva izquierda, la que emerge de los movimientos de derechos civiles, el pacifismo, el feminismo o los activistas antiglobalización, ya no es tesis historiográfica y, de momento, no es asunto resoluble desde la empiria, ni siquiera conjeturalmente sino, por utilizar ahora la fórmula de Gramsci, optimismo de la voluntad, apenas embridada por la inteligencia.


Notas

(18) Robert Michels, Political Parties, Nueva York, Free Press, 1964 (1ª ed., 1911).
(19) Randall Calvert, Models of Imperfect Information in Politics, Nueva York, Harwood Academic Publishers, 1986; John Ferejohn y James Kuklinski (eds.), Information and Democratic Processes, Urban, University of Illinois Press, 1999 (1ª ed., 1990).
(20) Fernand Braudel, "L'histoire et sciences sociales: la longue durée", Annales, 4, octubre de 1958.

(21) Al modo de las investigaciones de Charles Tilly sobre los procesos revolucionarios: Grandes estructuras, procesos amplios, comparaciones enormes, Madrid, Alianza, 1991.



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