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La insignia
14 de marzo del 2007


Manuel Sacristán Luzón: Conferencias (II)


Edición de Salvador López Arnal
La Insignia. España, marzo del 2007.


Nota previa: "Cultivando una tradición renovada"

Se recogen en este volumen la trascripción y los esquemas de seis conferencias de Manuel Sacristán impartidas entre 1978 y 1985: "Sobre el estalinismo" (1978), "Reflexión sobre una política socialista de la ciencia" (1979), "Centrales nucleares y desarrollo capitalista (1981)", "Sobre la situación del movimiento obrero en Europa Occidental" (1983), "Tradición marxista y nuevos problemas" (1983) y "Sobre Lukács" (1985). La heterogeneidad de los temas tratados no debería ocultar un probable hilo conductor: la mirada crítica (y equilibrada) de Sacristán sobre determinados aspectos de la tradición marxista y, al mismo tiempo, la sentida consideración de que la tradición socialista, con vocación real de transformación social, debía abrirse con sinceridad, estudio y modestia a los nuevos movimientos, a las nuevas problemáticas de aquellos años, destacadamente, al feminismo, al pacifismo y al ecologismo.

Los nuevos asuntos exigían, además, cambios sustanciales en el ideario; si se quiere, una nueva cosmovisión: ya no se trataba de aspirar a "liberar" el desarrollo de las fuerzas productivas esperando, con mayor o menor actividad social, su choque frontal con las relaciones mercantiles imperantes. No era ésa la tarea de la hora, acaso nunca debió ser la finalidad de una tradición que tenía en su mochila teórica una caracterización de la sociedad a la que aspiraba en la que la libertad de cada uno no era obstáculo sino condición para la libertad de los demás, y a la que se concebía, por otra parte, como sociedad regulada, como comunidad humana que reconocía como tarea propia la construcción de unas relaciones armónicas con la Naturaleza, a la que ya no consideraba como Ser distante, extraño, disjunto y opuesto a un mundo estrictamente humano. Los nuevos problemas exigían nuevas formas de pensar, obligaban a girar más de un cuadrante nuestro cerebro y a abandonar los fáciles y gastados esquemas clásicos que llevaba incorporados.

"Sobre el estalinismo", "Sobre la situación del movimiento obrero en Europa Occidental" y "Sobre Lukács" responden a la primera problemática, a la mirada no complaciente con aspectos de la historia socialista; las tres restantes, abren la tradición a los nuevos y cruciales problemas de la paz y del papel de la violencia en los cambios revolucionarios, por una parte; a las relaciones de no-dominación entre géneros y a la necesidad de una concepción económica amplia, no meramente contable, anclada en conocimientos físicos y biológicos, en las limitaciones de la especie y de su entorno natural.

Estos son los temas básicos y la palabra fue, en este caso, el medio originario de transmisión de ideas y argumentos. Es conocida la fuerza del decir de Sacristán. Pocas personas han tenido su brillantez y pocas, muy pocas, la discuten. Quien pudo asistir a sus clases de metodología de las ciencias sociales o de Fundamentos de Filosofía, a sus conferencias y seminarios, puede corroborar lo señalado. No hay motivos para la duda o la potencial falsación en este caso. Por ello, cualquier trascripción no puede evitar que el texto generado pierda la fuerza de su voz, la convicción de su estilo, su capacidad para captar la atención de los oyentes, sus penetrantes comentarios sobre los textos que solían acompañar su exposición, sin olvidar su magnífico castellano. Manuel Cruz, que sin duda es persona con conocimiento de causa y con virtud compartida, ha señalado que las dos hablas castellanas más hermosas que él ha escuchado nunca han sido la de Emilio Lledó y la de Manuel Sacristán. Ergo: si toda traducción es traición, toda trascripción es, en casos como éste, merma sustantiva (En un caso, además, en la conferencia sobre "Centrales nucleares y desarrollo capitalista", no he podido conseguir la grabación de la intervención de Sacristán, y he tenido que limitarme a presentar el meritorio trabajo de Tomás Román, un ciudadano colomense, militante del PSUC en aquellos años, que tuvo el acierto de grabar y transcribir las palabras de Sacristán y de otros conferenciantes).

El lector no debería olvidar, por tanto, que el texto que tiene delante suyo no es propiamente un trabajo escrito de Sacristán sino la puesta en papel de una intervención oral. Si el castellano hablado de Sacristán era excelente, no lo es menos, en mi opinión, su castellano escrito. Y no sólo el del Sacristán maduro. Tengo para mí que su escrito de homenaje al que fuera su maestro en Münster -"Lógica formal y filosofía en la obra de Heinrich Scholz", 1957- es uno de los artículos filosóficos mejor escritos, y no peor argumentados, que se han publicado en territorios hispánicos (y afines) en las últimas décadas.

Hay pérdida, pues, pero también hay ganancias: la de poder saborear y estudiar unos textos en los que siempre hay ideas y tesis nuevas, en los que nunca se abusa de la retórica insustancial, en los que siempre podemos buscar (y encontrar) modelos de argumentación y de claridad. No es poco. Y, además, sobre temas que eran esenciales en aquellos años y que lo siguen siendo en la actualidad porque, como ha señalado Enric Tello, Sacristán vio y pensó mucho antes que la mayoría de intelectuales y políticos de la propia tradición o de otras corrientes de pensamiento.

En las transcripciones he intentado ser lo más fiel que me ha sido posible al decir de Sacristán. Tan sólo he evitado incluir lo que me han parecido giros lingüísticos, inevitables al hablar pero acaso innecesarios en la escritura, y en algunos casos he reordenado la frase y he evitado alguna repetición. Lo demás, todo lo demás, es estrictamente su voz escrita. Parece imposible pero la verdad, dígala en este caso Agamenón o el porquero, es ésta, sin exageración alguna.

He añadido los esquemas de algunas conferencias y las fichas que acompañaban la mayoría de sus intervenciones. Todo estos papeles pueden consultarse hoy en Reserva de la Universidad de Barcelona, fondo Manuel Sacristán Luzón. Jordi Mir García me ha ayudado en la búsqueda de estos y otros documentos. Agradecer su permanente disponibilidad y su meritoria labor es menos, mucho menos, de lo que debería hacer.

Las notas que acompañan a las conferencias, y que he situado al final del volumen, intentan ofrecer al lector información complementaria de algunas referencias, basándome para ello, en la mayoría de los casos, de otros escritos y documentos del propio Sacristán.

Los coloquios en algunos casos incompletos que acompañan a las conferencias no deberían pasar desapercibidos al lector/a. En mi opinión, en ellos está Sacristán en estado puro y con admirable (y cortés) coraje político e intelectual.

Debo las cintas de las grabaciones que he usado a la gentileza y generosidad de Pere de la Fuente, Albert Domingo Curto, Vera Sacristán y Juan-Ramón Capella. A todos ellos, mi sincero agradecimiento. Además, Juan-Ramón Capella es autor de una transcripción de "Sobre el estalinismo" que fue publicada en el número 40 de mientras tanto, y Pere de la Fuente transcribió igualmente "Reflexión sobre una política socialista de la ciencia", publicada en realitat nº 24, 1991. No es necesario señalar que ambas me han sido enormemente útiles en mi trabajo.

En 1983, en el primer centenario del fallecimiento de Marx, Sacristán impartió una recordada conferencia en Madrid con el título: "Los últimos años de Marx en su correspondencia". Se conserva el guión de su intervención y las numerosas fichas anotadas que la acompañaron. El punto final de su esquema era el siguiente: "13. El viejo Marx vive intensamente la frustración final: 13.1. La irresolución teórica del complejo obschina lo revela. 13.2. Igual que el testimonio de Tussy. "Hacer algo". 13.3. Para honra suya. Y fecundidad posterior de alumnos, no de discípulos (Alfons Barceló)".

La referencia a Alfons Barceló remitía a una intervención de éste en la Universidad de Alcalá, en octubre de ese mismo año, sobre "Marx y Sraffa". El borrador de la conferencia de Barceló, que Sacristán estudió y conservó, se iniciaba con una cita de Joan Robinson: "La diferencia entre un científico y un profeta no radica en lo que un gran hombre dice, sino en cómo es recibido. La obligación de los alumnos de un científico es contrastar sus hipótesis mediante la búsqueda de pruebas para refutarlas, mientras que la obligación de los discípulos de un profeta es repetir sus palabras verdaderas". Barceló, en su intervención, quiso probar o argumentar persuasivamente que si bien Marx había tenido muchos discípulos, habían "escaseado los alumnos y que su alumno más aplicado en el campo de la economía política" había sido Piero Sraffa.

El autor de "Karl Marx como sociólogo de la ciencia" tuvo mejor suerte. Sacristán ha tenido muchos amigos y alumnos, no meramente discípulos, y dos de ellos han tenido la gentileza de escribir el prólogo y el epílogo del volumen. Gracias por ello a Francisco Fernández Buey y a Manuel Monereo. En este año einsteiniano no será extraño que sugiera al lector un sencillo experimento mental: trátese de concebir una mejor compañía para los escritos de Sacristán que la que le otorgan los textos de ambos. Tarea imposible: prueben, insistan, vuelvan a intentarlo. No podrán conseguirlo.

Para ellos, por su generosidad y disponibilidad permanente, y a la memoria de aquel maestro de alumnos que gustaba de "Cien poemas apátridas", cabe aquí citar este magnífico poema dialéctico de Erich Fried dedicado a "Karl Marx, 1983", en el primer centenario de su nacimiento, y que doy en la magnífica versión de otro poeta alumno de Sacristán, de Jorge Riechmann:

Cuando dudo
de quien dijo
que su dicho favorito era
"Hay que dudar de todo"
estoy siguiéndole.
¿Y cómo podría quedar anticuada su frase
según la cual "el libre desarrollo
de cada uno
es la condición
del libre desarrollo de todos"?
Lo que queda anticuado
son aquellos de sus discípulos
que olvidan tales palabras
una y otra vez
De sus conocimientos
están anticuados menos
de los que él mismo hubiese esperado
después de tanto tiempo
Los que declaran muerta su obra
así como silencian sus motivos
para declararla muerta
prueban sólo
lo viva que está
Y los beatos ortodoxos
que quieren probar
la vigencia de cada palabra y de cada coma
prueban cuánta razón tenía
(y con ello cuánta no tenía)
cuando su burlaba:
"Je ne suis pas un marxiste"

PS: Si el balance de méritos y deméritos del trabajo de edición de estas conferencias resultara positivo -aun lejano, muy lejano, de cualquier Álef-, me gustaría dedicar su saldo a la memoria de Maria Pau y al amigo, filósofo, traductor, amor de María, profesor de griego, maestro admirado y compañero -del alma y de combates- Miguel Candel: "El más pródigo amor le fue otorgado/ El amor que no espera ser amado" (J. L. Borges, "Baruch Spinoza").


1. Sobre el estalinismo

Aunque se publicó por vez primera en 1990 en la revista barcelonesa mientras tanto, esta conferencia de Sacristán sobre el estalinismo data de 1978. Diez años antes, pocos días después de la invasión de Praga por las tropas del Pacto de Varsovia, en carta de 25 de agosto de 1968 dirigida a su amigo Xavier Folch, Sacristán comentada:

"Tal vez porque yo, a diferencia de lo que dices de ti, no esperaba los acontecimientos, la palabra "indignación" me dice poco. El asunto me parece lo más grave ocurrido en muchos años, tanto por su significación hacia el futuro cuanto por la que tiene respecto de cosas pasadas. Por lo que hace al futuro, me parece síntoma de incapacidad de aprender. Por lo que hace al pasado, me parece confirmación de las peores hipótesis acerca de esa gentuza, confirmación de las hipótesis que siempre me resistí a considerar./ La cosa, en suma, me parece final de acto, si no ya final de tragedia. Hasta el jueves" .

La lectora o el lector que lea treinta años después esta intervención de Sacristán, teniendo en cuenta lo mucho que ha llovido y granizado desde entonces, no debería olvidar una serie de consideraciones para poder valorar mejor las informaciones, argumentos y posiciones defendidos por Sacristán:

En primer lugar, y como es sabido, la URSS existía como estado, como segunda gran potencia mundial se decía entonces. No había entonces síntomas detectados que hicieran pensar que su desintegración como "unión de repúblicas de soviets" estuviera en un horizonte cercano o lejano. El gigante tal vez tuviera pies de barro pero aparentaba tener una salud aceptable, adecuada a su edad y al intento de asaltar cielos europeos y asiáticos.

En términos parecidos podría hablarse respecto a su modo de producción económico, respecto al socialismo en construcción. Nada hacía pensar entonces en el triunfo del capitalismo salvaje en tierras de Lenin, Gorki y Bujarin. Se hablaba desde la izquierda de capitalismo de Estado o de un "Estado obrero degenerado" pero esas caracterizaciones eran cosa muy distinta, una forma de indicar que lo allí se había construido, lo que allí se estaba construyendo, quedaba lejos de lo que en teoría, en la simple fácil, pura y manejable teoría, se consideraba una sociedad socialista. La acuñación del pragmático y nefasto termino "socialismo real", sin duda pensado desde alguna instancia publicística del sistema, respondía a esa política de corto alcance: nosotros no teorizamos, obramos, nos esforzamos en una praxis humana, demasiada humana, eso sí, con imperfecciones, alejados de modelos puramente ideales. Nuestro mejor decir, decían, era nuestro imperfecto hacer. Prueben ustedes, háganlo mejor, retaban.

En la memoria de los pueblos europeos aún estaba muy presente la decisiva contribución de la URSS en la segunda guerra mundial, en la casi imposible guerra contra el nazismo. A pesar de lo llovido, no hay muchas dudas históricas de la veracidad de esa apreciación ni del esfuerzo del pueblo, de la ciudadanía soviéticas. ¿Cuántos muertos soviéticos, cuántas ciudadanos de la URSS perdieron su vida en esa guerra? ¿Más de 20 millones? ¿La mitad de la población española actual? Aproximadamente, unas sesenta veces más (y acaso me quedo corto) que los muertos de los ejércitos de Estados Unidos en esa contienda, por no hablar de la destrucción de inmensos territorios del espacio y las infraestructuras soviéticas.

Esa contribución, ese cruel pero exitoso esfuerzo, era leído por muchos militantes de izquierda, y por no pocas organizaciones comunistas, como un gran triunfo que había que situar en el haber de Stalin: sólo bajo su dirección había sido posible una victoria así. Es cierto, se aceptaba a regañadientes, la represión había sido cruel pero el éxito había sido innegable. Malos procedimientos para grandes finalidades, señalándonos además que la prensa burguesa (creencia sin lugar a dudas no errónea o no totalmente errónea) añadía salsa y pimienta a lo que le convenía, deformando ad nauseam todas las informaciones que tuvieran que ver con el mundo socialista y la construcción del hombre nuevo. Stalin era duro, malo, un hombre de Estado, un hombre de mármol y de hierro combinados, pero mucho menos cruel y sanguinario de lo que afirmaban The New York Times y The Economist, o incluso Encounter.

De este modo, en algunas fuerzas comunistas de la época, en organizaciones comunistas de los años sesenta y setenta el siglo XX -no en el caso con matices de los grandes partidos occidentales de aquella época como el PCI, el PCF o el PCE, aunque sí tal vez en el PCP-, Stalin era uno de los grandes iconos. No sólo Marx, Engels, Lenin, y en algunos casos Mao, sino Stalin, el autor de las Cuestiones del leninismo, estaba también entre los líderes que eran vitoreados al inicio y final de congresos y encuentros, e incluso durante la celebración (El autor de esta presentación, por ejemplo, militó en una de estas organizaciones; durante cierto tiempo defendió, sin apenas argumentos, tesis indefendibles y poco informadas y tardó algunos años en darse cuenta de lo que había significado para el movimiento comunista Stalin y el estalinismo).

Por otra parte, la política exterior de la URSS -aún no se había producido la intervención en Afganistán ni las directas presiones del caso polaco- representaba para muchos ciudadanos de izquierda una esperanza en la panorama internacional. La URSS había ayudado a Allende, la URSS no parecía tener una política militar tan agresiva como Estados Unidos, la URSS hablaba de paz y de desarmamento, la URSS apoyaba los auténticos movimientos de liberación en África contra colonialismos varios, la URSS era amiga del movimiento palestino y del movimiento panarabista no fundamentalista, la consolidación de la Cuba revolucionaria no hubiera sido posible sin el apoyo soviético, muchos movimientos guerrilleros latinoamericanos gozaban del generoso apoyo del pueblo soviético… Sí, era cierto, la URSS había intervenido en Hungría y en Checoslovaquia pero, se decía, aquellas invasiones habían sido dos grandes errores y errar era humano, o bien, se apuntaba, aunque los medios no fueron los más prudentes, el peligro de restauración capitalista era real, no era una ilusión infundada, tanto en Praga como en Budapest. El Imperio seguía actuando con eficacia, consciente y sabedor que la Tercera Guerra Mundial, no siempre fría, se había iniciado al día siguiente -o incluso antes- de finalizar la Segunda Guerra Mundial. ¿No había intervenido descarada y abiertamente la CIA en la Italia de postguerra impidiendo el triunfo del PCI de Palmiro Togliatti? La real guerra de las galaxias no permitía el lujo académico de la neutralidad.

En las intervenciones de algunos asistentes a la conferencia de Sacristán están implícitas algunas de estas consideraciones. El estalinismo fue una barbaridad pero acaso fue la única versión posible, aunque degenerada, del poder obrero, de lo que entonces llamábamos "dictadura del proletariado", la máxima democracia, decíamos, para las clases trabajadoras. La URSS no era una sociedad perfecta pero había conseguido desde prácticamente una situación nula de partida grandes éxitos culturales, sanitarios, científicos, sociales. La URSS había sido imprescindible para vencer al nazismo, al fascismo mundial. Todo eso, además, defendido por personas admirables, por grandes luchadores contra el franquismo, con años de persecución y de cárcel. Sin olvidar, por otra parte, la decisiva ayuda de la URSS al movimiento comunista antifranquista español y que, por otra parte, durante nuestra civil guerra, durante el combate popular español contra el fascismo español y europeo, el apoyo real que tuvo la II República española provenía básicamente de tierras del Este, del Estado soviético entonces dirigido por el "camarada" Stalin En las intervenciones de los asistentes hay referencias a los asesinatos de Nin y Troski pero entonces, admitámoslo, tampoco éramos conscientes de estas dos grandes tragedias del comunismo internacional y español. Los trotskistas exageraban, pensábamos, eran militantes izquierdistas insistentes.

Había un paso de los Principios de Política Económica de J. Stuart Mill, del "liberal" Stuart Mill, que era entonces muy transitado por nosotros: "Confirmo que no me gusta el ideal de vida que defienden aquellos que creen que el estado normal de los seres humanos es una lucha incesante por avanzar y que aplastar, dar codazos y pisar los talones al que va delante, característicos del tipo de sociedad actual, constituyen el género de vida más deseable para la especie humana […] No veo que haya motivo para congratularse de que personas que son ya más ricas de lo que nadie necesita ser hayan doblado sus medios de consumir cosas que producen poco o ningún placer, excepto como representativas de riqueza". Cuando muchos leíamos en aquellos años esta reflexión de Mill, pensábamos, ingenua, errónea o indocumentadamente, como se prefiera, que en la URSS esa situación ya se había superado. No era una sociedad perfecta, es cierto, pero era una versión del socialismo, un socialismo realmente existente, no un mundo de buitres carroñeros, satisfechos de su iniquidad.

Tal como éramos, tal como pensábamos.


El 23 de febrero de 1978 Sacristán participó, junto con Manuel Vázquez Montalbán, en una mesa redonda en torno al estalinismo. El encuentro se celebró en el salón de actos del convento de los padres Capuchinos de Sarrià (Barcelona), en el mismo lugar en el que años antes se había constituido el Sindicato Democrático de Estudiantes de Barcelona.

Se presentan aquí el guión que Sacristán escribió para su conferencia, que puede consultarse en Reserva, fondo Sacristán, de la Universidad de Barcelona, y la trascripción de su intervención inicial y de una parte sustancial del coloquio posterior. No se han incluido las diversas e interesantes intervenciones de Manuel Vázquez Montalbán.

La trascripción de la intervención central de Sacristán que fue realizada por Juan-Ramón Capella se publicó en mientras tanto, nº 40, 1990, pp. 147-157.


Esquema

1. Leninismo y estalinismo. A: rasgos comunes
1.1. A menudo se oye hablar de estalinismo como de algo distinguible sin dificultad y situado en un tiempo bien delimitado.
1.2. Pero quienes se interesan por la cuestión saben que no es así.
1.2.1. Por ejemplo, el primer día de este ciclo alguien recordó hechos despóticos bajo Lenin: Majno, Kronstadt, X Congreso, todo en 1920, hasta la primavera de 1921.
1.2.2. Por lo demás, si se quiere buscar más lejos se encuentra la célebre frase de Engels y, sobre todo, los hechos históricos que ella recoge.
1.2.2.1. Claro que se puede decir que Lenin no habría seguido así mucho tiempo.
1.3. Pero, de todos modos, todo eso debe impedir contentarse con el cuadro ingenuo de un leninismo bueno y un estalinismo malo.

2. Leninismo y estalinismo. B: diferencias muy visibles
2.1. Por otro lado, no faltan diferencias muy visibles.
2.2. La cantidad de poder acumulada en el centro del sistema estalinista: economía estatalizada fundida con poder estatal centralizado y con poder de partido único.
2.2.1. Lenin no tuvo nunca tanto poder.
2.3. La orientación fundamental del terror contra la vieja guardia bolchevique y
2.4. El apoyo en el nacionalismo ruso. Todo relacionado con
2.5. El cinismo ideológico.

3. Leninismo y estalinismo. C. la diferencia principal.
3.1. Hay que decir que también esos rasgos nuevos del período de Stalin tienen raíces, y hasta precedentes, anteriores.
3.2. No sólo ruso-zaristas, ''orientales" (Lenin).
3.3. Sino también aparecidos bajo Lenin, p. e.:
3.3.1. Concentración de poder por el militarismo subsiguiente a las guerras.
3.3.2. Incluso la tendencia a la deformación ideológica, porque aquello no era lo que entendían por socialismo ni revolución socialista.
3.3.2.1. Es verdad que en Marx había otra concepción posible, pero los leninistas lo ignoraban.
3.3.2.2. Lo dijeron muchos, y con tres tendencias: Kautsky, Gramsci, Pannekoek.
3.4. Pero éste es precisamente el punto de la diferencia
3.4.1. Lenin espera la revolución mundial, ve la novedad como desfase e incluso tal vez fracaso (después de error gordo). Al final:
3.4.1.1. Intenta una nueva concepción (¿Bujarin?)
3.4.1.2. Y se hunde en una enfermedad (muda)
3.4.2. Stalin canoniza el estado de necesidad forzándolo en las viejas palabras, que quedan violadas
3.4.2.1. "Comunismo en un solo país" (chiste Zinoviev); el socialfascismo; el pan no-mercancía; reducción de "socialismo".
3.4.2.2. En suma, pragmatismo, falsedad como teoría.
3.4.2.3. Falta de principios que explica también la diferencia de crueldad.

4. Sobre las raíces del estalinismo.
4.1. El viejo tema del atraso: verdad sustancial que se puede precisar.
4.2. La acumulación originaria "socialista" (Preobrashenski) no es socialista en el sentido de Marx ni tradicional.
4.21. En esto llevaba razón la vieja izquierda de los veinte.
4.3. Sin embargo, la acumulación originaria no se producía bajo la vieja clase dominante, sino bajo un nuevo grupo dominante que se va constituyendo.
4.3.1. En esto se equivocaba la vieja izquierda de los veinte, y aciertan críticos contemporáneos: Bettelheim, Martinet.

5. Sobre actualidad del estalinismo.
5.1. El análisis de Martinet para países tercermundistas.
5.1.1. Somalia es un ejemplo estupendo.
5.1.2. Tiene algo débil: la estatalización.
5.2. En Occidente, sus restos son ideológicos, de dos tipos:
5.2.1. Alucinados
5.2.2. Pragmatistas. Pues el socialismo sin destrucción del poder del capital y del estado es tan ideológico como el comunismo en un solo país.
5.3. La esperanza es que la revisión crítica del estalinismo haya sido el punto de partida de una revisión crítica de toda la tradición obrera marxista, recordando el dicho de Marx y el último Lenin.*



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