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La insignia
12 de marzo del 2007


Manuel Sacristán Luzón: Conferencias (I)


Edición de Salvador López Arnal
La Insignia. España, marzo del 2007.


«Creo que el peor daño que ocasiona el capitalismo es el deterioro de los individuos. Todo nuestro sistema educativo se ve perjudicado por ello. Se inculca en los estudiantes una actitud competitiva exagerada; se los entrena en el culto al éxito adquisitivo como preparación para su futura carrera.
»Estoy convencido de que existe un único camino para eliminar estos graves males, que pasa por el establecimiento de una economía socialista, acompañada por un sistema educativo que esté orientado hacia objetivos sociales. Dentro de ese sistema económico, los medios de producción serán propiedad del grupo social y se utilizarán según un plan. Una economía planificada que regule la producción de acuerdo con las necesidades de la comunidad, distribuirá el trabajo que deba realizarse entre todos aquellos capaces de ejecutarlo y garantizará la subsistencia a toda persona, ya sea hombre, mujer o niño. La educación de los individuos, además de promover sus propias habilidades innatas, tratará de desarrollar en ellos un sentido de responsabilidad ante sus congéneres, en lugar de preconizar la glorificación del poder y del éxito, como ocurre en nuestra actual sociedad.
»De todas maneras, hay que recordar que una economía planificada no es todavía el socialismo. Una economía planificada podría ir unida a la esclavización completa de la persona. La realización del socialismo exige resolver unos problemas socio-políticos de gran dificultad: dada la centralización fundamental del poder político y económico ¿cómo se podrá impedir que la burocracia se convierta en una entidad omnipotente y arrogante? ¿Cómo se pueden proteger los derechos del individuo para así asegurar un contrapeso democrático que equilibre el poder de la burocracia?»
-Albert Einstein (1949), «¿Por qué el socialismo?», Monthly Review-


«El capitalismo no ha necesitado grandes ideólogos para imponer la lógica contable de la partida doble. El capitalismo trata de convertir a la naturaleza en capital monetario. Es la más terrible, la más insultante de las reducciones, con ello se olvida que en última instancia la riqueza de las naciones no viene del mercado, sino de los recursos naturales, las materias primas que, una vez elaboradas, ponemos en él. Sin embargo, somos tan arrogantes que olvidamos que todo el inmenso poder de las finanzas actuales que es capaz de enriquecer o arruinar a los países no es suficiente ni para reconstruir la complejidad de una ameba.»
-Antonio, V. y Naredo, J.M. (1999), «Desarrollo económico y deterioro ecológico»-


Manuel Sacristán Luzón: un apunte

Manuel Sacristán Luzón (Madrid,1925-Barcelona,1985) estudió Derecho y Filosofía en la Universidad de Barcelona y, posteriormente, cursó estudios de lógica y filosofía de la lógica en el Instituto de Lógica Matemática e Investigación de Fundamentos de la Universidad de Münster (Westfalia, Alemania) entre 1954 y 1956. En 1957 contrajo matrimonio en Italia con la hispanista napolitana Giulia Adinolfi, fallecida prematuramente en 1980.

Se doctoró Sacristán en 1959 con una tesis sobre la gnoseología de Heidegger, reeditada en 1995 por Crítica con prólogo de Francisco Fernández Buey, y en 1964 publicó "Introducción a la lógica y al análisis formal", un manual que ha resultado esencial para la reintroducción y desarrollo de la lógica formal en nuestro país.

Fue profesor de Fundamentos de la Filosofía y de Metodología de las Ciencias Sociales en la Universidad de Barcelona, de la que fue expulsado en 1965 por motivos políticos. Este nuevo atropello, que se suma a lo sucedido durante las oposiciones a la cátedra de lógica de la Universidad de Valencia celebradas en 1962, no impidió que Sacristán estuviera vinculado al mundo universitario a través de su participación en las reivindicaciones democráticas e igualitaristas de estudiantes, ciudadanos y profesores no numerarios y numerarios, y a través de su activa y requerida participación en conferencias y en seminarios sobre diversos temas de historia socialista, lógica, ciencias sociales, marxismo y filosofía de la ciencia. Algunos de sus textos más celebrados -"El trabajo científico de Marx y su noción de ciencia", por ejemplo- tienen su origen en estas esperadas intervenciones públicas.

Durante el curso 1982-1983, impartió dos cursos de postgrado sobre "Inducción y dialéctica" y sobre "Karl Marx como sociólogo de la ciencia" en la Universidad Nacional Autónoma de México. En México, se casó en segunda nupcias con Mª Ángeles Lizón.

Sacristán fue igualmente miembro del consejo de redacción -y, en algunos casos, director- de revistas tan decisivas para la cultura española (y catalana) como Qvadrante, Laye, Nuestras ideas, Materiales, Theoria, Nuestra Bandera y mientras tanto.

El editor y traductor de la Antología de Gramsci fue miembro del comité central del PCE y, entre 1965 y 1970, formó parte del comité ejecutivo del PSUC. Una parte importante de sus ensayos e introducciones sobre la obra de Marx -y sobre diversos autores de la tradición marxista- están recogidos en los volúmenes I y III de "Panfletos y materiales" ("Sobre Marx y marxismo, Intervenciones políticas"), en "Pacifismo, ecologismo y política alternativa" (edición de Juan-Ramón Capella) y en "El orden y el tiempo" (edición de Albert Domingo Curto).

Sacristán fue director de la edición castellana de las obras de Marx y Engels (OME) y tradujo, presentó y anotó los libros I y II de "El Capital" (OME 40, 41 y 42), así como la primera mitad del libro III. La mayor parte de sus estudios, aproximaciones y anotaciones al gran clásico marxiano se encuentran recogidos en "Escritos sobre El Capital (y textos afines)", Libros de El Viejo Topo, Barcelona, 2004. Obras de intelectuales tan decisivos en la tradición marxista como Gramsci, Labriola, Marcuse o Lukács también fueron vertidas por él al castellano.

Desde inicios de los setenta, Sacristán estuvo fuertemente interesado por los entonces llamados "nuevos movimientos sociales" (feminismo, ecologismo, pacifismo, antimilitarismo) y por las consecuencias que para el ideario socialista significaba la decisiva problemática ecologista. Pruebas de ese interés pueden hallarse en una gran parte de sus contribuciones a las revistas Materiales y mientras tanto, así como en las conferencias que se recogen en este volumen.


Presentación de esta edición

«Ningún individuo ni pueblo tiene más sentido que el de vivir, incluyendo en el vivir la muerte. Todo lo demás, todas las vestimentas patriotas, son ideología encubridora de dominio.»
-Manuel Sacristán Luzón-

Se recogen en este volumen la trascripción de tres conferencias de Manuel Sacristán impartidas en 1978, 1979 y 1983. Son una excelente demostración de esta faceta de su hacer público e intelectual, sobre cuya excelencia e importancia formativa se han manifestado personas tan diversas como Andreu Mas-Colell, Jesús Mosterín, Xavier Folch, Emilio Lledó, Juan-Ramón Capella o Javier Muguerza.

Estas tres intervenciones del Sacristán tardío responden a una decisiva cuestión teórica y política analizada y sentida por el autor desde mediados de los años setenta: la necesidad de revisar (auto)críticamente, y sin límites previos, aspectos básicos de las diversas tradiciones socialistas transformadoras, sin que tal reflexión implicara la limpieza irresponsable de la bañera y, con ella, el ahogo de seres inocentes y grupos de resistencia que habían nadado con admirable esfuerzo en su seno.

La tarea, por lo demás, no consistía sólo en mirar, sin complacencia pero ecuánimemente, determinados aspectos de la historia de la tradición sino en abrir puertas, ventanas y el máximo espacio posible a los nuevos movimientos, a las entonces nuevas problemáticas sociales, al ecologismo, al pacifismo, al feminismo y al antimilitarismo. Dos de las tres conferencias que aquí se incorporan responden a esta orientación: "Reflexión socialista sobre política de la ciencia" (1979) y "Tradición marxista y nuevos problemas" (1983). "Sobre el estalinismo", una conferencia de 1978, es una profunda y crítica mirada sobre uno de los pasajes más hirientes de la tradición comunista en el siglo XX.

Fueron éstas preocupaciones teórico-políticas básicas del último Sacristán, sobre cuya decisiva importancia Enric Tello o Joaquim Sempere, entre otros, no han dejado de insistir atinadamente. Es innecesario recordar la actualidad, la urgente actualidad de estas inquietudes.

Los tres textos aquí recogidos forman parte de un libro póstumo de Manuel Sacristán, Seis conferencias, editado por El Viejo Topo en 2005. En la publicación se incluían también las siguientes conferencias: "Las centrales nucleares y el desarrollo capitalista", una conferencia de 1981 impartida en Santa Coloma de Gramenet (Barcelona) cuyo tema sigue siendo de preocupante actualidad; una conferencia impartida en México en 1983 sobre la historia reciente del movimiento obrero en Europa Occidental, y, finamente, la que fue una de sus últimas intervenciones públicas, "Sobre Lukács", dictada en abril de 1985, en la que Sacristán dialogaba, con admiración y reconocimiento pero con alguna arista crítica, con el Lukács de las "Conversaciones" con Kofler, Holz y Abendroth de 1966.

Los textos de Francisco Fernández Buey, Manuel Monereo y mi nota previa fueron escritos para la edición del volumen en los Libros de el Viejo Topo. En algún caso hacen referencia a conferencias que aquí no se incorporan pero, en mi opinión, son escritos autónomos que pueden leerse sin pérdida de sentido ni de comprensión.

Para Sacristán, vista la situación en aquel entonces, una consecuencia se imponía: la dimensión y urgencia de los problemas exigía la conversión en el ser y hacer del sujeto transformador. No era posible vivir ya del modo en que habíamos estado viviendo. No se trataba de perseguir una alternancia en la política sino que debían buscarse nuevas formas de practicarla, una política realmente alternativa que no se quedaran en consignas publicísticas, ya que en el horizonte y en la práctica de los movimientos de transformación social debía situarse una norma que fue para Sacristán finalidad básica: "No se debe ser marxista (Marx); lo único que tiene interés es decidir si se mueve uno, o no, dentro de una tradición que intenta avanzar, por la cresta, entre el valle del deseo y el de la realidad, en busca de un mar en el que ambos confluyan".


Prólogo de Francisco Fernández Buey

Salvador López Arnal ha recogido en este volumen seis conferencias pronunciadas por Manolo Sacristán entre 1978 y 1985. La edición tiene la particularidad de que, además de proporcionar una nueva trascripción de algunas de las conferencias que ya habían sido publicadas anteriormente, incluye, cuando han quedado, el esquema preparatorio de las mismas y los coloquios que siguieron en cada caso a las intervenciones del filósofo. Para preparar esta edición Salvador López Arnal se ha servido de los papeles y cintas magnetofónicas hoy conservados en el Fondo de Reserva de la Universidad de Barcelona. Las características de la edición permiten al lector de hoy hacerse una idea precisa de dos circunstancias muy apreciadas por las personas que conocimos personalmente a Sacristán. En primer lugar, la atención y la dedicación con que preparaba sus intervenciones políticas o de política cultural. Y en segundo lugar, su dimensión de polemista.

Desde la muerte de Manolo Sacristán, hace ahora veinte años, varias de las personas que le trataron en diferentes momentos de su vida o que compartieron con él proyectos políticos han escrito que el hombre valía más que la obra publicada. Podría dar aquí un nuevo testimonio de ese tópico. Pero me parece preferible añadir a lo que yo mismo he dicho en otras ocasiones que esta edición de sus conferencias permitirá entender, a quien no tuvo trato con el filósofo, el por qué de ese tópico tantas veces repetido. Pues aquí, gracias al trabajo benemérito del editor, que ha dedicado muchísimas horas a descifrar manuscritos y a escuchar cintas cuya calidad no es precisamente buena, encontrará a Sacristán en acción. Ya la trascripción del coloquio que sigue a la primera de las conferencias (1978), dedicada a la crítica del estalinismo, documenta bien esto: el conferenciante impresionó a quienes escuchamos aquellas palabras en vivo; e impresionará, creo, a quienes lean por primera vez lo que se dijo en aquel debate.

Manolo Sacristán tuvo una gran pasión política desde su juventud. Y esta pasión le acompañó hasta la muerte. En varios momentos de su vida tuvo dudas, y dudas serias, sobre si el tiempo que había dedicado y seguía dedicando a las intervenciones políticas había sido tiempo perdido o no. Hubo momentos en su vida en los que pensó y comunicó a otros que, visto lo visto, él no servía para la política. Algunos de sus diálogos y discusiones con el viejo Lukács se pueden leer con esta clave autobiográfica. Y es muy sintomático, y hasta sorprendente para un lector de hoy, que sea precisamente en la conferencia y en el coloquio sobre Lukács, que cierran este volumen, donde Sacristán se deja ir a las confesiones, donde más habla en primera persona, cosa inhabitual en él cuando intervenía en público. Por lo general, en esos casos, cuando estaba tratando de tal o cual tema filosófico o de otros pensadores, siempre decía que le parecía "indecente" hablar de sí mismo. Pero no en este caso, en el que, como se verá, comunica a los oyentes un consejo que él mismo dio a Lukács sobre la obra de Hartmann y dedica varios minutos a discutir con el público que le escuchaba si Lukács era sincero o no cuando dijo, ya en los años treinta, que él tampoco servía para la política.

Traigo aquí a colación esta circunstancia porque para mí, que no estuve presente en aquella conferencia, una de las últimas que pronunció, en abril de 1985, pero que tuve la ocasión de comentar con él, mucho antes y poco después de la conferencia, aquel juicio de Lukács sobre sí mismo y otras palabras parecidas del interlocutor, ese paso de aquel coloquio, leído ahora, al cabo de tantos años, viene a ser como el hilo del ovillo que lleva a la comprensión de lo que fue el pensador amigo en el ámbito de la filosofía política. Lo subrayo, al acompañar aquí a Salvador López Arnal en su trabajo, porque esta observación tal vez pueda facilitar también la lectura de las conferencias que puedan hacer otros.

Más que en ningún otro momento de su vida Manolo Sacristán anduvo en sus últimos años, a los que corresponden estas conferencias, persiguiendo un ideal: compaginar la vocación científica y la pasión política revolucionaria. Hacia fuera, es decir, como mensaje para las gentes con quienes quería comunicarse (científicos y rojos; científicos y ecologistas; científicos y pacifistas, científicas y feministas) la construcción de un discurso que compaginara la vocación científica y la pasión política revolucionaria, para poner ambas a la altura de los nuevos tiempos, no era una tarea particularmente problemática para él. Sabía lo que había que hacer y estaba mucho mejor preparado para ello que quienes le acompañábamos y que la mayoría de quienes entonces compartían aquel ideal.

Muestras de que esto era así, o sea, de que por su cultura, por su formación, por sus lecturas atentas a las novedades en el ámbito científico y por su experiencia política Manolo Sacristán estaba más que capacitado para construir un discurso renovador de la forma marxista de entender la vieja alianza entre ciencia y proletariado, hay varias en los escritos publicados inmediatamente después de su muerte con el título de "Pacifismo, ecologismo y política alternativa". Y varias muestras más hay de eso en las conferencias aquí recogidas ahora, particularmente en las dedicadas a la política socialista de la ciencia, a las centrales nucleares y a los nuevos problemas con los que tenía que enfrentarse entonces la tradición marxista.

Visto retrospectivamente, con el paso del tiempo, se puede decir sin exageración que, desde la perspectiva de la renovación de aquella vieja aspiración a complementar vocación científica y pasión política revolucionaria, hay muy pocas cosas comparables a lo Manolo Sacristán hizo en la revista mientras tanto durante los años que van de 1979 a 1985. Lo recordaba no hace mucho Michael Löwy al hacer repaso de lo que en Europa acabó llamándose eco-socialismo; y con razón. Si se quiere precisar un poco más sobre esta aspiración se puede añadir aún que en aquellos años de construcción de un discurso renovador de la pasión comunista razonada Manolo Sacristán no se sentía del todo satisfecho con lo que se producía en mientras tanto. Opinaba que allí nos faltaba ciencia en serio y su principal preocupación era que en la revista hubiera una presencia más amplia de científicos de la naturaleza. También el eco de esta preocupación se escucha en el coloquio de alguna de las conferencias que aquí se publican, sobre todo al abordar el tema de las centrales nucleares y en su discusión con las tendencias más románticas y anticientíficas del movimiento ecologista en sus inicios.

Pero siendo ésta una preocupación, y una preocupación reiterada, Manolo Sacristán creía que se podía contribuir al menos a paliar el defecto reorientando sus propias lecturas y las de los próximos hacia aquellos productos de la comunicación científico-natural contemporánea que más implicaciones podían tener para replantear aquella complementación que los clásicos del marxismo habían llamado "alianza": la ecología, por supuesto; pero también la biología, la genética de poblaciones, la etnología, la antropología, la etología, la psicología y la economía ecológicamente fundamentada. Hubo un momento por entonces en que Manolo Sacristán reordenó su biblioteca y, pensando en lo que había que leer para contribuir a dar concreción a aquel ideal, reservó un montón de estanterías bajo el rótulo humorístico de "el lío padre".

De esas lecturas, y de su reflexión de filósofo sobre ellas, se beneficiarían las personas activas de las que en aquellos años se sentía más próximo el propio Manolo Sacristán: los activistas (varios de ellos científicos) del Comité Antinuclear de Catalunya y los asiduos (la mayoría de ellos historiadores y científicos sociales) a las reuniones que se celebraban en el Centre de Treball i Documentaciò, alma del cual fue el inolvidable Octavi Pellissa, el rojo con más serio humor que en muchos años dio la ciudad de Barcelona. Con aquellas lecturas y con las actividades del CANC y del CTD tienen que ver, directa o indirectamente, tres de las conferencias que ha trascrito López Arnal: "Sobre una política socialista de la ciencia" (1979), "Sobre las centrales nucleares y el desarrollo capitalista" (1981) y "Sobre Lukács" (1985). Y no es casualidad el que Manolo Sacristán haga en una de ellas propaganda (que no "publicidad", dice) para que los oyentes se afilien al Comité Antinuclear de Catalunya y al Centre de Treball i Documentaciò. Él mismo intervino varias veces en el local del CTD, entonces en Gran de Gracia. Una de ellas (importante por lo que representó para la evolución de Sacristán en los últimos años) en diálogo con Wolfgang Harich, con el que además de la pasión comunista, compartía Manolo otra pasión de germanista: Goethe; y también el interés en la explicación de lo que parecía un misterio: el cambio de Lukács, no sólo político sino también en la forma de expresarse, desde "Historia y conciencia de clase" a la "Ontología del ser social".

Lo que más llama la atención en aquel recurrente esfuerzo de Manolo Sacristán por compaginar la vocación científica y la pasión política revolucionaria es que, habiendo sufrido como había sufrido el desgaste personal que aquella tentativa implicaba, no sólo haya persistido en ella sino que además, justamente en los últimos años, tensara tanto los extremos del lazo que pretendía anudar. Quiero decir: que se hiciera al mismo tiempo más rojo, más revolucionario, y más amigo de la ciencia, de una ciencia cuyos potenciales riesgos socio-morales, para la especie humana y su entorno, conocía muy bien. Esto es algo que se aprecia igualmente en el conjunto de las conferencias. Ya esta observación incita a considerar el hacia dentro de aquel esfuerzo. Añadiré todavía unas palabras para complementar lo que López Arnal dice aquí en atinadas notas contextualizadoras.

Desde poco después de su regreso de Alemania Manolo Sacristán sabía que no iba a poder ser un científico (un lógico, un teórico de la ciencia) y un activista político revolucionario a la vez. A pesar de lo cual lo intentó. Y en cierto modo, visto de fuera, o sea, teniendo en cuenta lo que produjo en el campo de la lógica formal y lo que hizo como dirigente del PSUC y del PCE entre 1956 y 1967, lo logró. Muy pocas personas de las que vivieron en la España de la tenebrosa dictadura franquista de aquellos años habrán sido tan productivas e innovadoras en los dos campos. Así lo han visto, cada cual en el suyo, y a pesar de las diferencias que en otras cosas tuvieran con Manolo Sacristán, lógicos y activistas políticos importantes de la época. Pero, como suele decirse, la procesión iba por dentro. Sabemos, por una nota autobiográfica conservada en los archivos y recientemente publicada también por López Arnal, que ya en la década de los sesenta Manolo Sacristán no sólo se sentía insatisfecho con lo que estaba haciendo sino que tenía incluso una sensación patente de fracaso vital acerca de la cual no dejó de reflexionar con tanta lucidez como equilibrio.

Cuando en1968, después de los acontecimientos de París y Praga, llegó a la conclusión de que la estrategia comunista de entonces estaba equivocada y presentó la dimisión de sus cargos en la dirección del PCE y del PSUC, Manolo Sacristán pudo haber resuelto su dilema interior dedicándose preferentemente a la producción científica (a la lógica y/o a la filosofía de intención científica) y limitando su actividad política a lo que solían hacer otros: firmar manifiestos y dar testimonio de antifranquismo en los momentos particularmente malos. Varias veces sintió esta tentación. Y en ese contexto, varias veces también, recordó la frase de Lukács sobre su invalidez para la política.

Aquella reordenación de la propia actividad habría estado tanto más justificada moralmente por el hecho de que, también a diferencia de otros, Manolo Sacristán no había vivido nunca de la política como permanente. Pero, aunque estuvo nepantla, indefinido, más de una vez, y, a consecuencia de ello tuvo que cargar con estados depresivos también más de una vez, no abandonó la actividad política para dedicarse exclusivamente a lo otro. Dada su situación en los años que van de 1968 a 1975 (expulsado como estaba de la Universidad y sin otros ingresos que las traducciones y los trabajos editoriales) es probable que, aun queriendo, tampoco hubiera podido hacerlo. Pero lo importante, sobre todo para entender bien la dimensión de la persona que hay detrás de estas conferencias, es que no quiso, que prefirió seguir con el ideal de la conciliación de las dos cosas.

Ahora bien: en los años en que pronuncia las conferencias aquí recogidas la situación de Manolo Sacristán había cambiado respecto de la de diez años antes. En algunos aspectos para mejor: desde el final de la dictadura de Franco volvía a ser profesor de la universidad y, además, podía expresarse con libertad; tenía un programa de estudios, varios proyectos editoriales en curso y una revista en la que manifestar sus ideas; y disponía de más tiempo para dedicarse al estudio científico de los problemas nuevos. En cambio, en otros aspectos, personales e íntimos, tan determinantes para que un proyecto pueda hacerse realidad, más allá de la voluntad del individuo, la situación había cambiado para peor: Giulia Adinolfi, su compañera, murió en 1980 después de varios años de lucha contra el cáncer y, paralelamente, la salud de Manolo Sacristán fue empeorando. A finales de 1982 su estado de salud empezaba a ser grave de verdad. Él tenía entonces cincuenta y siete años. Y tenía la conciencia clara, porque había estudiado con mucho detenimiento el caso de Antonio Gramsci, de lo que significa el choque entre la voluntad de proyecto y los límites que impone la enfermedad.

En una carta que me escribió desde México el 7 de noviembre de 1982, en un momento en que los problemas renales se le habían complicado con problemas cardíacos, después de pedirme que redactara una nota para mientras tanto sobre el resultado de las elecciones en España, decía: "Yo no estoy todavía en forma para escribir, y hasta, si te he de ser sincero, empiezo a temer que no vuelva a encontrar mi verdadera cabeza, la que estaba acostumbrado a tener, mientras no se tomen medidas más enérgicas contra mi insuficiencia renal. Vivo como rodeado de cierta nube de la que cada vez más pienso que puede ser debida al exceso de nitrógeno en el riego cerebral. A lo mejor son sólo malos presentimientos, pero el hecho es que las tasas de uremia y de creatinina en sangre me siguen subiendo rápidamente. Pero también puede ser, por el momento, sólo falta de aclimatación".

No era falta de aclimatación, desde luego. Pero sólo unos meses después se incorporaba a su trabajo docente en México, aceptaba intervenir activamente en el debate político allí, como se ve por la conferencia que impartió, en abril de 1983, sobre la situación del movimiento obrero en Europa occidental, y volvía a escribir regularmente. Fuera porque, efectivamente, a partir de entonces los médicos tomaron medidas más enérgicas contra su insuficiencia renal, porque la relación sentimental que estableció en México con Ángeles Lizón le dio nuevos ánimos, porque no quería rendirse, es decir, reconciliarse con un mundo de desigualdades y pactos sociales que despreciaba, o por las tres cosas a la vez, lo cierto es que Manolo Sacristán conservó hasta el final la cabeza que estuvo acostumbrado a tener.

Cuando regresó a Barcelona su estado anímico había mejorado sensiblemente y, a pesar de la medicación, de los continuos análisis, de las constantes visitas a nefrólogos, cardiólogos y neurólogos, y, al final, a pesar incluso de las deprimentes sesiones de diálisis, siguió leyendo, estudiando y trabajando en las dos patas del proyecto: la científica y la política revolucionaria. Algo de eso, aunque no todo, se aprecia en la conferencia que pronunció en Sabadell, en noviembre de 1983, sobre tradición marxista y nuevos problemas. Cuando pronunció la última de las conferencias aquí recogidas, la dedicada a Lukács, Manolo Sacristán estaba ya en fase de diálisis. No obstante lo cual, fue a la librería Leviatán. Y todavía tres meses después, uno antes de la muerte, viajó a Asturias para hablar allí de la evolución de los principales movimientos sociales de la época.

Hay varias cosas que conviene tener en cuenta para leer hoy con provecho estas conferencias de 1978-1985 que, por el tema, la forma, la intensidad de los debates y, claro está, el cambio de época, a no pocos parecerán insólitas.

La primera de esas cosas se refiere al lenguaje, a la mezcla de precisión científica, conocimiento histórico, argumentación lógica, contundencia en la expresión de las ideas políticas y tono cuasiprofético que caracterizaba al Manolo Sacristán de la última época. Los lectores jóvenes de hoy dirán seguramente que ya nadie, en los ambientes políticos, habla así; que ya nadie pone tanto énfasis en la veracidad y en la discusión precisa de los matices que hacen que la palabra dicha corresponda al concepto. Y lo dirán con razón. Ya casi no hay políticos que hablen así: es verdad.

Para valorar la diferencia, y para seguir con el libro, tú que lo tienes entre manos y te preguntarás tal vez por qué se hablaba así, y con tanta pasión, de cosas que juzgarás lejanas, hay que tener en cuenta una cosa sencilla pero grande: en estas conferencias no se trata de política en el sentido que hoy es habitual; se trata de política revolucionaria. Y eso es otra cosa. Se está dando por supuesto aquí algo entonces compartido en los ambientes a los que Manolo Sacristán se dirigía: una crítica radical de la política, de la forma imperante de hacer política. A lo que habría que añadir aún otra cosa por lo general olvidada: ya entonces, sobre todo en la década de los ochenta, casi nadie de los que destacaban en lo que empezó a llamarse "la clase política" hablaba así. El realismo de los pactos, el posibilismo de los acuerdos por arriba y el entreguismo en los negocios propiciados a espaldas de los de abajo empezaban a hacer estragos. Por eso (y porque siguió siendo comunista hasta el final) Manolo Sacristán apenas aparece en la mayoría de las crónicas que hablan de la transición. Ni en Cataluña ni en España. ¿Dónde meterlo en esa reconstrucción que mezcla el realismo de hoy con la idealización del ayer para seguir mandando en el mañana?

Esta observación lleva a una segunda cosa, muy patente para las personas que habían conocido la actividad de Manolo Sacristán en la Barcelona antifranquista pero que no debería pasar desapercibida a quienes le lean ahora por primera vez. En estas conferencias sus interlocutores han cambiado: no eran ya, o no eran ya sólo, los que tuvo mayormente durante las intervenciones políticas de las décadas anteriores, cuadros del PSUC y dirigentes sindicales. En 1979 Manolo Sacristán había dejado el PSUC. Y eso se nota. Desde entonces dialoga y discute sobre todo con personas jóvenes que militaban en la extrema izquierda: comunistas, ecologistas, feministas y pacifistas que no habían aceptado la imposición monárquica, que seguían siendo republicanos, que habían rechazado los Pactos de la Moncloa, que estaban a favor de la autodeterminación de los pueblos, que denunciaban el mantenimiento de los aparatos represivos de la dictadura franquista y que daban más importancia a lo social, a la lucha de clases, que a la política institucional y a los pactos entre partidos.

Todavía en 1978-1979, cuando Manolo Sacristán discutía con lo que el historiador Giaime Pala ha llamado recientemente "el archipiélago PSUC", como, por ejemplo, en el coloquio sobre estalinismo, o cuando aborda la orientación principal de la política sindical del momento, se aprecia que el debate sube de tono y que precisamente los tonos cambian. Tanto que hay un momento, en el coloquio que sigue a la primera de estas conferencias, en que él mismo tiene que precisar dos veces lo que está diciendo y hasta pedir perdón por la forma concreta que ha dado a aquella convicción suya de que "no se puede superar la división del movimiento obrero sin un baño de todo el mundo en la verdad y en la autocrítica".

Al denunciar el estalinismo histórico, al que califica de "tiranía asesina sobre el proletariado soviético", Manolo Sacristán deja apuntada una cuestión que ha seguido discutiéndose en términos historiográficos: la cuestión de la continuidad y discontinuidad existente entre leninismo y estalinismo. Aborda ese asunto con prudencia y ecuanimidad, declarando que él no es historiador pero ateniéndose a los datos que hasta entonces había proporcionado la historiografía disponible y resaltando los aspectos atendibles de una crítica que la izquierda de la III Internacional había empezado a hacer al bolchevismo ya en los años veinte. De esta ecuanimidad da cuenta el hecho de que, en ese contexto, no deje de ensalzar al mismo tiempo el valor moral y político de los asesinados por el estalinismo y el de los militantes comunistas que, sin saber realmente todo lo que había ocurrido en la Unión Soviética durante la época de Stalin, mantuvieron el ideal y siguieron luchando por la libertad en sus países.

Esbozaba ahí Manolo Sacristán una concepción del comunismo en la que el aprecio por la libertad es clave. Lo dice también de forma polémica pero muy explícita: identificar el recorte de libertades con izquierda es una falsedad histórica en el movimiento comunista y emplear despectivamente la palabra libertad es algo monstruoso, es como llamar mal al bien. Ya sólo por eso, y en un contexto en el que el valor y la convicción ético-política se resistían a veces a aceptar la evidencia, el comunismo crítico y libertario de Manolo Sacristán habría sido apreciable. Aunque también -hay que decirlo sin vacilar- de difícil realización, dada la correlación de fuerzas entonces existente. Impulsar este proyecto comunista renovado no sólo pedía inteligencia sino también prudencia en la consideración de los interesados.

Hay un paso de la carta de la redacción del primer número de la revista mientras tanto (enero de 1979), redactada por él, que quiero subrayar a este respecto porque lo que ahí se dice fue dicho precisamente en ese sentido: "mantener sosegada la casa de la izquierda". A esto se atuvo Manolo Sacristán en los años que siguieron. Recuerdo que una de las palabras que él solía emplear más a menudo en esos años, sobre todo en conversaciones entre compañeros, en las que dominaba el escándalo moral ante lo que estaba ocurriendo en el mundo de entonces, era esta: paciencia. Y tiene mérito el que no la perdiera, la paciencia, y hasta que recurriera al humor, cuando sabía, porque lo sabía, que a él le quedaba poco de vida y considerando, como él consideraba, que la actuación de las dos principales fuerzas políticas de la izquierda de entonces, el PSOE y el PCE, eran, respectivamente, "sublevante" y "autodestructiva".

Sublevarse, pues, con paciencia manteniendo el ideal revolucionario sin dejarse llevar por la pasión autodestructiva. Así se podría caracterizar la actitud de Manolo Sacristán en los años en que pronunciaba estas conferencias. Pero hay más. El lector que se sienta a disgusto ante pasos de un debate comunista que tal vez juzgue arqueológicos o que haya llegado a la conclusión de que tan importante como conservar la memoria histórica es mirar hacia delante, hacia el futuro, encontrará aquí atisbos, sugerencias y reflexiones que son propias del abridor de ojos que sabe anticipar asuntos aún hoy controvertidos. Para terminar mencionaré tres de esas propuestas constructivas que, en mi opinión, sigue siendo relevante atender en el momento actual.

La primera se refiere a las consecuencias de la consideración crítica del complejo tecno-científico para una política socialista de la ciencia. Partiendo de Marx, dialogando con Marx y con Goethe, Manolo Sacristán propone incorporar la moderación aristotélica, recuperar al Bacon de la "Nueva Atlántida" y el espíritu galileano para acabar dando prioridad a la educación sobre la investigación, a la investigación básica sobre la aplicada y, en ésta, a la investigación de tecnologías ligeras, intensivas en fuerza de trabajo y poco intensivas en capital. Todo esto supondría priorizar los aspectos contemplativos de la ciencia sobre los aspectos instrumentales, fomentar moratorias en lo concerniente a algunos aspectos de la investigación punta y aplicar el principio de precaución en aquellos ámbitos (el de la energía nuclear y el de la ingeniería genética, principalmente) en que más patente está siendo la excesividad de la especie humana, la manifestación de la hybris. Aunque hoy sabemos mucho más acerca de los riesgos implicados en el complejo tecno-científico y aunque la bioética ha cuajado como disciplina académica, hay que reconocer que, en cambio, se ha avanzado poco en el camino de una política socialista de la ciencia. La tarea sigue abierta.

La segunda de esas sugerencias se refiere al tipo de austeridad que corresponde, como alternativa, a la época de la crisis ecológica en que vivimos. Ahí Manolo Sacristán estaba prospectando un asunto que es fundamental para el ecologismo social y político, para lo que haya que entender adecuadamente por sostenibilidad. Por eso, en el debate que entonces se iniciaba, no propone cualquier forma de austeridad, sino una austeridad que llama, tentativamente, estoica o epicúrea. Se apunta así a una conversión del individuo, a una reconsideración de la intimidad que, partiendo de la conciencia de la agudización de la siempre terrible dialéctica hombre-naturaleza, conduce a la convicción de la importancia que va a tener la transformación de la vida cotidiana para el cambio real de las relaciones sociales. Ahí, en esta reconsideración de la intimidad y de la vida cotidiana, el lector encontrará una buena base para profundizar en uno de los asuntos más fascinantes actualmente: el de las condiciones de posibilidad para un diálogo entre tradiciones de emancipación que, respetando lo que está en el origen de lo que se ha llamado religación, trate de ampliar y desarrollar el programa moral, laico, de la Ilustración.

La tercera sugerencia se refiere a lo que en uno de los coloquios Manolo Sacristán llama "la apuesta pascaliana sobre violencia y no-violencia" en el mundo contemporáneo; una apuesta que en otros momentos ha concretado en la propuesta de diálogo entre leninismo y gandhismo, sugerida por la comparación entre los principales puntos de vista del siglo XX acerca de la guerra y de la paz. Esta propuesta, que aparece varias veces en los escritos de Sacristán entre 1978 y 1985, era tan poco habitual entonces en el ámbito del marxismo como la consideración ecologista. Por lo general, los marxismos de entonces subrayaban las aporías del gandhismo, pero no siempre se mostraban dispuestos a aceptar las contradicciones del leninismo. En el caso de Manolo Sacristán aquella propuesta de diálogo viene motivada, de una parte, por su intención de perfilar el tipo de pacifismo que corresponde a la época de las armas de destrucción masiva, pero también, de otra parte, por la comparación entre dos formas de enfrentarse a la estrategia de liberación social. Sólo ahora, veinte años después, esta propuesta parece empezar a tomar cuerpo en el debate sobre desobediencia civil y no-violencia, como se puede ver por las aportaciones recientes de Balibar, Bertinotti e Ingrao, entre otros, en el marco del movimiento alterglobalizador.



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