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La insignia
20 de junio del 2007


Ciertas cosas europeas (desforestando derechos)


José Luis López Bulla
Metiendo Bulla / La Insignia. España, junio del 2007.


Los trajines que se llevan algunos mandatarios en torno a la Constitución Europea parecen concretarse, de momento, en la elaboración de un proyecto de mini tratado para que la Unión siga siendo un tropel de cosas y no un patio de vecinos. Y para colmo, se dice que don Tony Blair podría ostentar el cargo de presidente, según las nuevas funciones que el mencionado mini tratado estipulara. No es aventurado pensar que los marmitones que están redactando el texto hayan pensado que, con Blair a la cabeza, se matan dos pajarillos de un tiro: a) se coloca al monosabio de los americanos, b) sabiendo que sus ideas sobre Europa son las que todos conocemos. Así las cosas, no tengo más remedio que decirle a los franceses: ¡qué poco ojo clínico tuvisteis cuando el referéndum sobre el Tratado de la Unión! E improvisando desparpajadamente, no me resisto a decirle a los capitanes de las diversas behetrías socialistas francesas: caballeros, ustedes son unos lechuguinos.

Las cosas no parece que pinten aproximadamente bien: de un lado, la Carta de Derechos fundamentales en materia social corre el peligro de no ser jurídicamente vinculante; de otro lado, como elemento de acompañamiento ahí está el libreto que, sobre una pretendida modernización del Derecho del trabajo europeo, ha elaborado un grupo de esa flora llamada `expertos´. Y como no hay dos sin tres, ahí está la a siguiente noticia: una sentencia del Tribunal de Justicia de la UE "acepta que las obligaciones de salud y seguridad de los empresarios puedan reducirse por consideraciones económicas". Así las cosas, es hora de ir pensando en que el llamado modelo social europeo está siendo sometido a una serie de graves interferencias. Con la intención de desforestar las tutelas sociales que, a lo largo, de muchos años han ido creando el sindicalismo confederal, el iuslaboralismo y la izquierda política: un triángulo escaleno con dos catetos que, gradualmente, se van empequeñeciendo, al tiempo que la hipotenusa (el sindicalismo europeo) sigue siendo un conjunto de retales que no acaba de conformar un traje adecuado.

¿Estamos alarmando en demasía al personal con estas reflexiones? No lo creo. Sobre las intenciones del Libro Verde no insistiremos porque de ello, en este cuaderno, se ha hablado largo y tendido. Vale la pena añadir que la reciente sentencia del Tribunal (establece que los empresarios deberán asegurar las condiciones de salud y seguridad de los trabajadores, "cuando sea razonablemente viable") viene a ser un considerable golpe de timón contra el objeto y el sujeto del iuslaboralismo europeo. De donde se desprende que la apreciación de lo "razonablemente viable", según la mencionada sentencia, queda en manos de la unilateral discrecionalidad del dador de trabajo. Naturalmente, esa viabilidad razonable no se refiere a las posibilidades de humanizar la organización del trabajo y, así, ir empequeñeciendo la nocividad del centro y del puesto de trabajo sino sólamente al beneficio empresarial, que se escapa gradualmente (también en la literatura jurídica) de las protecciones iuslaboralistas. ¿Una venganza contra Weimar?

El otro cateto del triángulo escaleno (las izquierdas políticas) parecen empeñadas en un estético toreo de salón: las continuadas refundaciones y los trasiegos en busca de la personalidad, perdida y no hallada en el templo, hacen que la cuestión social sea considerada de poco o nulo interés en su quehacer cotidiano. ¿El Libro Verde del Derecho laboral europeo? Eso, según esas distracciones políticas, sería cosa de los sindicatos y los profesores universitarios. ¿Que se tire por la ventana la Carta de Derechos fundamentales en el tratado europeo? Algunos contestarían castizamente: hay que salvar los muebles, señores. Y, así, como el viejo Sísifo, suben y bajan la pendiente, refundándose de manera permanente, ignorando que, como dijo Amalia Rodrígues, una casa portuguesa es con certeza, es con certeza, una casa portuguesa.

Punto final: mañana y pasado los sindicalistas europeos acuden a Bruselas. Allí recordarán a los mandatarios europeos que la Carta de derechos fundamentales no puede marginarse del texto del tratado europeo. Bien está, pues, esa euromanifestación. Aunque, pedir por pedir, no estaría de más que, sobre todo, los sindicatos de aquellos países cuyos mandatarios están empecinados en que la Carta decaiga, podrían hacer un gesto añadido llenando de gente sus calles. Podrían empezar los aguerridos sindicalistas franceses. Pero tal vez sea pedir en demasía preguntarles si han caído en la cuenta. Porque siempre tuve la impresión que cada cual está más preocupado porque el otro no crezca que en el incremento de fuerza y proyecto de todos ellos. No se trata de que sigáis la cita bíblica de "amaos los unos a los otros". Bastaría, para empezar, con una pequeña dosis de conllevancia. S'il vous plait.



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