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La insignia
24 de julio del 2007


En los círculos revisitados
de Juan Francisco Yoc


Rafael Gutiérrez
La Insignia. Guatemala, julio del 2007.

Imágen: «El vuelo de las tortugas», de Juan Francisco Yoc.


El vuelo de las tortugas

La obra de Juan Francisco Yoc ha ido discurriendo con el tiempo por una serie de rutas e indagaciones que desde su primera etapa expresionista -intensa y significativa a mi juicio-, ha ganado en términos de refinamiento instrumental, depurado cromatismo y una visión integral que hoy hace de su figurativismo uno de los lenguajes más logrados de las artes visuales guatemaltecas. Además de avanzar en el dominio cabal y certero del color, ha consolidado asimismo el trazo que lo ha situado como un dibujante excepcionalmente dotado.

Su universo pictórico ha crecido y alcanzado otras dimensiones que dotan a sus personajes de una contención y donosura que, en algunas obras, colisiona con la dislocación formal deliberadamente perversa, paranoica y provocadora. Permanece, desde luego, el vigor creativo, la imaginación que estalla haciendo añicos la forma, la fantasía como un procedimiento alucinado de internarse sobre la realidad recreada.

Yoc radica desde hace varios años en Madrid y desde allá ha ido fortaleciendo unas herramientas que de cualquier modo estaban ya afianzadas desde mucho antes. Allá vive, allá pinta, allá expone. De extracción indígena, Juan Francisco Yoc Cotzajay no usa traje, no toca marimba ni baila al son que le tocan. Brilla con luz propia y en su ascensión no ha apelado al filoso fémur ni a la cómoda espalda del prójimo.

Ciertamente el color ha permeado esta nueva etapa creativa, atemperando, en algunos casos, la brutalidad e intensidad de las formas. En otros, adiciona un voltaje mayor a un clima poblado de seres contrahechos y esperpénticos: la atmósfera que define una de las notas dominantes de este singular pintor. Descendiente en línea directa de la mejor estirpe goyesca, la de los Caprichos y Desastres, Juan Francisco es asimismo un ceñido retratista académico. De esta vertiente hay un invaluable catálogo de personajes, declaradamente realistas y miméticos, tentativa y consumación de un aprendizaje canónico e institucional cuya formalización expresiva es visible no sólo en la reproducción de la figura sino también en la deformación deliberada del referente real. Poseedor de la premisa del dominio de la norma para luego conducirla voluntariamente a la demolición, la obra de Yoc entraña una suerte de paradoja encarnada, otra vez, en el perenne rito de la construcción-destrucción, en lo que Octavio Paz llamó, en su momento, el ejercicio de la tradición de la ruptura. Esta transgresión, conscientemente ejercida, constituye una suerte de ajuste de cuentas contra el modelo, alcanzando elevadas cuotas de virulencia y exacerbación, una suerte de inclinación a hurgar en los páramos del cuerpo y la psique y exponerlos flagrantemente a las claridades de la mirada pública como un manojo de vísceras frente a las brasas.

El erotismo constituye asimismo un territorio habitualmente frecuentado por Juan Yoc. Vulvante y fálica, su propuesta visual se inscribe y penetra en la piel del lienzo a través del cual, de manera delirante pero controlada, opera un proceso de liberación de los sentidos mediante la exploración recurrente en el cuerpo gozoso (o acaso sufriente).

Ubérrimo y amante de las formas mórbidas y móviles, su exposición carnal suscita las más diversas, soterradas y perturbadoras imágenes del deseo. Así, este artista apela a un ámbito oscuro, surreal y pesadillesco donde tiene lugar una sexualidad que una vez más emerge como una expresión, ciertamente literaturizada en algunos casos (Yoc es un lector pertinaz), enraizada en el imaginario amatorio o en obsesiones individuales. Sus referencias temáticas, de una rica diversidad, apuntan tanto a la esfera de la intimidad como al mundo de lo visible. En ambas, Yoc exhibe una práctica artística ya dilatada cuyas preferencias personales, más allá de la apropiación cognoscitiva y técnica de las actuales tendencias formales del arte, lo remiten y sitúan fielmente en la hasta hoy así llamada pintura de caballete.

De modo que las formas, sean éstas seres u objetos, gimen y revientan de tan incontenible y rebalsante vida (o acaso muerte). Todo por dentro (o por fuera) bulle por exponer su humanidad jubilosa o estrujada. Hay, pues-en armónica correspondencia con la habilidad artística-, una visceralidad cuya fuente generatriz, más que del color, procede de la crispación de la línea, de la pasión del trazo.

Yoc: un artista no apto para acomodamientos visuales ni coartadas morales.



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