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La insignia
24 de julio del 2007


Los sobrinos del Pato Donald


Sergio Ramírez
La Insignia. Perú, julio del 2007.


La historia tiene una extravagante tendencia de parir personajes hechos a la medida de la novela; y siendo hermanas de leche las dos, historia y novela, no deja de parecer esto un asunto de favor entre quienes, más allá de su vínculo consanguíneo, se aman a veces, y otras se repelen, como ocurre tantas veces entre mujeres apasionadas. Cuando la historia, que se mueve sobre el piso de la realidad terrena da a luz a una de estas criaturas, los mortales, que padecemos de la debilidad de la admiración por lo singular, o por lo anormal, solemos siempre decir que esa criatura parece "un personaje de novela".

De estas criaturas nacidas de la historia para reinar en la novela, y que son a veces verdaderos fenómenos, como los terneros de dos cabezas, o los potrillos de seis patas, y que causan nuestra admiración, hemos tenido muchas en América Latina, y nos gusta asociar su aparición al subdesarrollo, como si la pobreza y el atraso fueran su mejor caldo de cultivo.

Isabel Perón, la cabaretera que tras la muerte de su marido llegó a ceñirse la banda presidencial, auxiliada en su poder por José López Rega, un brujo quiromante que echaba cada mañana el destino público a suertes de Tarot en la Casa Rosada, y manejaba, además, su propio escuadrón de la muerte, la Triple A, como si se trata de un club de fútbol. Vladimiro Montesinos, el todopoderoso jefe de los servicios secretos con aire de cantante de vodevil que guardaba miles de cintas de video donde aparecía él mismo corrompiendo jueces, magistrados, diputados, empresarios, periodistas, militares, siempre un sobre lleno de dinero en su mano mientras las cámaras secretas trabajaban, una mano que también firmaba sentencias secretas de muerte.

El general Miguel Idígoras Fuentes, presidente de Guatemala, que ya anciano, para probar su energía y vitalidad se ponía cada mañana a saltar en la cuerda frente a las cámaras de la televisión, vestido con calzones cortos, mientras tanto la represión ordenada por él afligía las montañas. El viejo Somoza, que mandaba rellenar de votos falsos la urnas para salir siempre electo, pero también se robaba las elecciones de Miss Nicaragua a favor de la candidata favorita suya, y metía a los presos políticos en jaulas contiguas a las de las fieras de su jardín zoológico. Carne de novela, con el riesgo de que un novelista poco hábil puede dejar a estos personajes en figuras de historieta cómica.

La historia, que pare mientras inventa, trabaja sin embargo en cualquier latitud. Lejos de América Latina, en Polonia, se ha sacado del vientre a los hermanos gemelos Kaczynski, que al mismo tiempo han llegado a ser el uno presidente de la república, Jaroslaw, y el otro primer ministro, Lech. Gorditos, sonrosados e idénticos en pensamiento, voz y ademanes, parecen gnomos de un cuento de hadas tenebroso. O recuerdan a los sobrinos del Pato Donald, entre otras cosas porque la frase iniciada por uno es siempre terminada por otro.

Si la novela necesita de personajes salidos de las cavernas más oscuras, aquí están estos hermanos que le entrega la historia a ritmo de polca circense, aún chorreando sombras. Los Kaczynski fueron electos gracias a una alianza de la extrema derecha que incluye a su propio partido, Ley y Justicia, a la Liga de las Familias Polacas, y a la Autodefensa de la República de Polonia, oigan sino resuenen en esos nombres ecos del viejo fascismo que siempre está levantando la tapa del sepulcro. Personajes que recorren la pista con sus volantines y cabriolas, pálidos frente a ellos los presidentes que saltan en la cuerda, las gobernantas cabareteras, los brujos consejeros, los jefes de la policía secreta con sus mazos de billetes en la mano.

Los hermanitos polacos, con mansedumbre de graciosos osos de peluche, han reclamado el restablecimiento de la pena de muerte en toda Europa, y han puesto bajo investigación el programa de televisión Teletubbies bajo el cargo de que ayuda a provocar la homosexualidad. Alientan un discurso antisemita, en un país donde el antisemitismo costó millones de vidas, e intentaron prohibir el estudio de las obras de Kakfa, Flaubert y Dostoyeviski en los colegios, para sustituirlos por "autores polacos nacionalistas y patriotas". Hicieron pasar en el parlamento una ley mediante la que se obliga a más de 600.000 ciudadanos a entregar una declaración sobre sus actos políticos en tiempos del régimen comunista, un streap-tease de sus vidas de veinte años atrás, los buenos separados de los malos, como en el juicio final.

De semejantes partos de la historia, como el de los gemelos Kaczynski, nos alegremos los novelistas, pero se afligen los ciudadanos, porque mientras más alto vuela la imaginación, más rastrero es el peso terrenal de estas criaturas. A la historia, madre sin sentimientos, le gusta jugar con fuego, sin acordarse de que, cuando entromete el vínculo familiar en palacio, y da el poder a hermanos gemelos, a padres e hijos, a esposos y esposas, crea el ridículo con todos sus acentos de risa, pero también la tragedia, con todos sus acentos de llanto.

Pero se arrepiente a veces de sus desaciertos, no puede negarse, y arrebata a la novela la carne del asador. Porque los hermanos Kaczynski no tardarán en salir por donde entraron, la engañosa y caprichosa puerta de los votos. Tras una denuncia de corrupción han perdido la mayoría parlamentaria, y las encuestas los reducen ahora, de cara a las elecciones anticipadas que ya han sido convocadas, a su mínima expresión. Que el ejemplo se repita.


Lima, julio del 2007.



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