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La insignia
22 de julio del 2007


Arte e ideología


Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan
La Insignia. España, julio del 2007.


El Centro Británico para la Igualdad Racial ha acusado a Tintín en el Congo de racista. No es algo nuevo para el dibujante, que ya había sido tildado de fascista por varias razones. La línea clara que caracteriza las aventuras de Tintín se unía a la supuesta pulcritud ideológica imperante en los años treinta en Bélgica y en el resto de Europa. Hergé dibujó gran parte de las aventuras en una época propicia para el establecimiento y expansión de los totalitarismos.

A ello hay que añadir la peculiar relación que podía mantener un belga con el Congo, propiedad personal del rey Leopoldo y donde se cometieron atrocidades sin cuento. El comercio de las riquezas naturales justificó la explotación y el trato brutal que sufrieron los congoleños. Esto puede explicar también que Hergé utilizara determinados estereotipos y que los británicos hayan saltado ahora cuando Hergé ya se había disculpado públicamente años atrás.

No hace muchos años, algunos se escandalizaron porque en los capiteles de algunas columnas de una nueva construcción aparecían los rostros de Stalin y de Hitler, al igual que en la Edad Media aparecía Satanás. Nos escandaliza el racismo de Tintín, de igual manera que debería escandalizarnos el de tantísimos escritores colonialistas de la Inglaterra decimonónica o de los albores de siglo XX. Isak Dinesen dejó dicho que prefería a su perro si tuviera que elegir entre él y un africano; Rudyard Kipling es probablemente el mejor ejemplo del imperialismo británico envuelto en la extraordinaria perfección de unos cuentos modélicos; Ezra Pound deja constancia de sus ideas fascistas, en algunos de sus Cantares al menos; T.S. Eliot es antisemita aunque sea de manera muy disimulada, y hubo otros que apoyaron ideas parecidas y dejaron una obra literaria o artística de cierto valor. Aunque el mejor ejemplo es la iglesia de Roma, que ha conseguido reclutar a infinidad de artistas a lo largo de los siglos para inmortalizar un mensaje que en bastantes casos choca con la dignidad humana. Nadie, hasta ahora, ha levantado la voz por ello, ni ha pedido el boicot o la destrucción; tampoco que en las reproducciones aparezca una advertencia a los padres de que sus hijos podrían estar viendo material denigrante para las personas.

Al final surge la pregunta de la utilidad del arte o de las artes y de los límites de la expresión. ¿Hasta dónde son aceptables ciertas cosas? ¿en qué contextos podemos decirlas? ¿Es necesaria una visión histórica o hemos de ver todo en un presente intemporal? ¿Los modos artísticos permiten una mayor laxitud en la expresión?

No quiero acabar sin señalar que con tantos ejemplos como hay, han escogido un cómic y han dejado de lado a los pesos pesados de la tradición artística.



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