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La insignia
3 de julio de 2007


Agostino, de Alberto Moravia


Miguel de Loyola
La Insignia. Chile, julio del 2007.


En Agostino (1944), Alberto Moravia recrea el despertar sexual de un joven adolescente mientras veranea con su madre viuda en un balneario del Mediterráneo. Como en la mayoría de sus novelas, destaca la fineza de la pluma del escritor italiano para abordar los conflictos psicológicos de sus personajes, sin caer en la vulgaridad en las descripciones de la novela actual. El narrador nos sumerge así en la intimidad del joven protagonista, acotando uno a uno los pasos y pormenores que lo llevan al descubrimiento de la sexualidad oculta de los adultos y la suya propia. Un encuentro fortuito en la playa con un chico de muy distinta condición social a la suya (Berto), y movido por la curiosidad y el amor propio, lo induce a conocer un mundo opuesto, a pesar de ser tratado por la pandilla de Berto como un niño estúpido, ya por su riqueza o ingenuidad.

La relación madre e hijo en Agostino contiene todos los elementos vivos del llamado complejo de Edipo, pero tratado con una moralidad muy distinta a esa exacerbación de la voluptuosidad de los sentidos a que llega la tragedia griega. La madre destaca en la playa por su belleza y Agostino comienza a advertirlo con sus trece años, hasta que hacia final del veraneo terminará mirándola con otros ojos, una vez traspasado el umbral de la infancia donde el niño adquiere conciencia de la existencia individual, advierte también la diferencia entre objeto y sujeto, y comienza el devaneo del yo.

Hay indudable maestría en la pluma de Moravia para recrear los sentimientos que agitan el corazón de Agostino, contrastando su pureza e inocencia con las crueldades y vulgaridades propias en los niños mayores como los del grupo de Berto. Y a pesar de un final tal vez un poco forzado, dada la ternura natural del personaje, la novela convence y se lee con el placer de los grandes libros.

La relación de esta obra de iniciación, con otras del mismo tenor, resulta inevitable. Estoy pensando en Las muchachas de Sanfrediano, de Vasco Pratolini (1913-1991), escritor italiano de su misma generación. También en El señor de las moscas (1954), del Nóbel inglés William Golding (1911-1993), cuya temática se acerca; en El cazador oculto (1951), de J.D. Salinger, cuyo protagonista anda por pasos semejantes; en El Graduado (1963) de Charles Webb y en muchas otras que se podrían nombrar, sin más propósito que plantear la siguiente tesis: los argumentos de la novela suelen ser comunes a los escritores de una misma generación, y no por casualidad ni por mera imitación. De ahí tal vez la advertencia de T. S. Eliot en su célebre ensayo Tradición y talento individual donde el poeta advierte, entre otras cosas importantes del plano creador, la necesidad que tiene el artista de conocer lo que están escribiendo sus pares contemporáneos.



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