Mapa del sitio Portada Redacción Colabora Enlaces Buscador Correo
La insignia
10 de febrero del 2007


Espías como nosotros


Marta Peirano
La petite Claudine / La Insignia. España, febrero del 2007.


Hasta hace poco, cuando conocía a alguien interesante, me entregaba furiosamente a mi afición favorita: escribir. Mi diario era un laboratorio en constante ebullición: allí acumulaba anécdotas, detalles, citas, aficiones, tics y toda la información que me pareciera relevante sobre el objeto de mi entusiasmo hasta construir algo parecido a una personalidad que yo pudiera analizar, predecir y, de una manera retorcida y autista, disfrutar sin ser molestada. Desde mi punto de vista, el proceso era impecable: había tablas comparativas, nubes de categorías, árboles genealógicos de conocidos comunes, conjuntos y semiconjuntos que establecían relaciones en su contexto temporal y social. En algún momento de mi vida, alguien señaló que mi manera de relacionarme con la gente que me gustaba era convertirlos en un personaje ficticio para poder prescindir del original. No sólo tenía razón. Hojeando algunos de esos cuadernos antes de meterlos en cajas cuando me fuí de Madrid, me di cuenta de que el parecido entre el personaje y su original era prácticamente inexistente.

Hoy, por supuesto, está Google. Cuando conozco a alguien interesante en una fiesta, cena o conferencia, me voy a casa y peino la Red con dedicación patológica hasta encontrar el último chicle que haya quedado pegado bajo la esquina mugrienta de una mesa perdida en el rincón oscuro de un bar de carretera en el que nadie recuerda haber estado. No hay foto, colectivo, festival, fanzine, seudónimo, cuenta de flickr, comentario o grupo maquetero que escape a mi radar. Mi peine es muy fino. Si un día me conocen en una fiesta y me seducen con su animada, inteligente e inspiradora conversación, sepan que antes de que llegue el lunes les conoceré mejor que su propia madre.

Las ventajas son claras. Hace unos años, nuestro acceso a información sobre un fascinante recién llegado estaba limitada al ememento en cuestión y a nuestros puntos de contacto con él (el anfitrión de la fiesta, la organización del evento, la hermana de un amigo...). Y nuestros puntos de contacto son jodidos, se cobran la información con sangre. Preguntar casualmente a alguien por un tercero que has conocido en su mesa es el principio de una larga lista de humillaciones que incluyen una animada discusión acerca de nuestras vicisitudes sentimentales, la ristra de ex, el suculento anecdotario de un pasado de insconsciencia carnal y todo para qué, para saber lo que ellos saben que, normalmente, es muy poco. La investigación pública está necesariamente paralizada por el pudor social y el instinto de supervivencia. Google nos da la oportunidad de recibir información de fuentes que nos son felizmente ajenas y seguir todas las pistas intrépidamente, sin que nadie nos pregunte nada. Sin que nos toqueteen.

Pero no todo son ventajas. Como explicaba Malcolm Gladwell hace unas semanas, la cantidad inabarcable de datos que produce la Red ya no exige investigación sino un proceso que requiere mucho tiempo, mucho esfuerzo, conocimiento y capacidad crítica, no sólo con la información sino con uno mismo. La mentira estadística de que, a más información, más posiblidad de acierto es más mentira que nunca, porque la naturaleza misma de la información que buscamos es mucho más compleja que eso. Cada nuevo dato modifica en mayor o menor medida el peso de los anteriores, transformando o desestabilizando nuestro objeto de interés de maneras impredecibles. Hay que saber detectar los campos de distorsión de la realidad y hacer los ajustes pertinentes. Es trabajo de profesionales.

Además, la búsqueda misma sufre de una enfermedad inevitable. Cuando el objeto de mi pasión es académico, la información más relevante -la que tiene más poder de modificación sobre el resto- son las conexiones inesperadas y las contradicciones injustificables. Si es artístico, me interesa la complejidad de su evolución a lo largo del tiempo. Si es amistoso, el proceso es más amable, más suave, y tiene que ver con la ilusión de encontrar lugares comunes con el objeto de mi atención, proyectos compatibles y objetivos paralelos. Las contradicciones cuentan menos, los aciertos, más. Si hay lujuria, la finalidad es incierta y el proceso es compulsivo, una bulimia nerviosa de información que es como un hambre de besos, de arañazos y de habitaciones de hotel destrozadas.

Ayer me preguntaba hasta qué punto Google es más fiable que mi diario como laboratorio de información. Yo creo que no mucho, pero el viaje es tan emocionante que me da completamente igual.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto