Luis Peraza Parga: Naciones desunidas

Ban Ki Moon, flamante secretario general de Naciones Unidas, cabeza visible de la organización internacional más importante del mundo, estrenó el cargo con una gravísima omisión. Para evitar herir susceptibilidades y en pos de la "alianza de civilizaciones" evito condenar la ejecución del sátrapa iraquí cuando la tradición onusiana y la dirección del mundo, civilizado o no, así lo demanda. El mundo es abolicionista. Ningún Estado, en cumplimiento de la violencia legítima de la que puede hacer uso, está facultado para quitar la vida. Mucho menos después de un juicio y en el marco de un proceso legal. Por graves que hayan sido los delitos, la ejecución de la pena capital debe ser excluida. Para las grandes organizaciones regionales, ser abolicionista de hecho y de derecho es un requisito de admisión sine qua non.

Quienes conocen al secretario surcoreano, afirman que carece del don de palabra que tenía Annan. Cometió ese error garrafal y no pasó nada. Quedará como una mancha en su expediente, puesto que la posibilidad de que pierda el cargo por responsabilidades políticas es un precio es imposible de pagar: la elección de un secretario general es tan difícil en el equilibrio de cuotas de poder que se convierten en figuras inamovibles, exceptuado el momento de renovación y siempre que se haya opuesto al poder unipolar que nos gobierna y afecta. Él no se ha puesto; más bien su silencio ha apoyado una maniobra estratégicamente planeada por los EEUU. Por lo tanto, ya tiene un punto en su haber para la reelección.

En este contexto se ha producido una noticia aparentemente positiva en la relación de los EEUU con los relatores de Naciones Unidas. Por fin, el gobierno federal estadounidense ha aceptado la visita del relator especial en la promoción y protección de los derechos humanos y libertades fundamentales cuando se combate el terrorismo. En principio está programada para la próxima primavera. La presión ha ejercido sus frutos. Una vez disipada la euforia inicial, ahora se trata de que la visita se realice en las condiciones de respeto y de independencia a la figura del relator. Una vez solicitada, cursada y aceptada la invitación, el país anfitrión debe garantizar la completa libertad de acción del relator finlandés, permitiéndole el acceso a todas las cárceles, centros de detención, etcétera, donde se encuentren personas privadas de libertad acusadas de acciones terroristas, con los que se le deberá garantizar una entrevista en condiciones de privacidad y sin vigilancia. Eso incluye, por supuesto, Guantánamo y los buques de guerra.

Lamentablemente, el comunicado en que el relator da a conocer que los EEUU han aceptado su visita no contempla el respeto a esa tarea fundamental. Dice textualmente que espera tener un dialogo abierto y constructivo con el gobierno, los jueces, abogados, policía, organizaciones no gubernamentales, sociedad civil y todos los demás elementos relevantes. Es posible que el relator incluya a los detenidos entre los últimos; seguro que el gobierno estadounidense, no. Realizar una visita de inspección en nombre de la comunidad internacional, de cualquier tipo y más en uno tan delicado como los derechos humanos y el terrorismo, amerita un respeto exquisito del que la encarna y de quien la acoge. Cualquier otra alternativa supondría un intento de lavado de imagen sin ningún convencimiento interno por parte del Estado anfitrión y una victoria pírrica de una comunidad internacional que acepta de rodillas las condiciones del poder unipolar.

La diplomacia utilitarista a largo plazo puede revertirse en contra de los valores de la comunidad internacional, aunque en el corto pueda significar un puente tambaleante y frágil entre quienes rechazan la tortura en cualquier circunstancia y los que la admiten para conseguir un supuesto bien mayor.