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La insignia
19 de enero del 2007


Sobre el cinismo de la juventud


Bertrand Russell (1872-1970)
De Elogio de la ociosidad.


(...) El cinismo moderno no se puede curar con la simple prédica, ni poniendo ante los jóvenes ideales mejores que aquellos que sus pastores y maestros pescan en la herrumbrada armadura de las supersticiones gastadas. La cura se producirá solamente cuando los intelectuales logren dar con una ocupación que dé cuerpo a sus impulsos creadores. No veo otra prescripción sino la antigua que preconizaba Disraeli: "Educar a nuestros maestros". Pero ha de haber para ello una educación más real que la que por lo común se da en nuestros días a los proletarios o a los plutócratas, y ha de haber una educación que tenga en cuenta los verdaderos valores culturales y no sólo el deseo utilitario de producir tantos artículos que nadie tenga tiempo de disfrutarlos.

No se consiente a un hombre que practique la medicina a menos que sepa algo del cuerpo humano, pero se consiente a un financiero que opere libremente sin el menor conocimiento de los múltiples efectos de sus actividades, con la única excepción del efecto que tengan sobre su cuenta bancaria. ¡Qué agradable sería un mundo en el que no se permitiera a nadie operar en la bolsa a menos que hubiese pasado un examen de economía y poesía griega, y en el que los políticos estuviesen obligados a tener un sólido conocimiento de la historia y de la novela moderna! Imagínense a un magnate enfrentado a la siguiente pregunta: "Si estableciera un monopolio triguero, ¿qué efectos tendría sobre la poesía alemana?". La causalidad en el mundo moderno es más compleja y remota en sus ramificaciones que nunca debido al crecimiento de las grandes organizaciones, pero los que controlan estas organizaciones son hombres ignorantes que no conocen la centésima parte de las consecuencias de sus actos.

Rabelais publicó su libro anónimamente por miedo a perder su puesto en la universidad. Un Rabelais moderno no escribiría jamás el libro, consciente de que su anonimato sería violado por los perfeccionados métodos de la publicidad. Los gobernantes del mundo siempre han sido estúpidos, pero nunca fueron tan poderosos como lo son ahora. Por tanto, es más importante que nunca dar con algún sistema para asegurarnos de que sean más inteligentes. ¿Es insoluble este problema? No lo creo así, pero sería el último en sostener que la solución es fácil.


1935



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