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28 de abril del 2007 |
Edición de Salvador López Arnal
Coloquio
1ª pregunta: Se plantean diversas cuestiones a la vez. Entre ellas: a) ¿cómo situar la informática en la metáfora arquitectónica marxista sobre las sociedades humanas?¿Acaso sería una fuerza productiva?, y b) Si los conocimientos en este campo podían hacer cambiar nuestras consideraciones sobre planificación, gestión y control de los recursos naturales y las actividades humanas. Yo no puedo decir más que mi modesta opinión al respecto. Se trata sólo de opinar. El problema de pura clasificación me parece que hay que contestarlo afirmativamente. Desde el punto de vista del juego de conceptos de Marx, todo el complejo de la informática sería fuerza productiva. ¿Por qué? Porque lo era la ciencia para Marx. Para Marx, la ciencia es, en una línea que luego ha tenido mucho desarrollo fuera del marxismo -por ejemplo, en un economista tan destacado como Boulding-, la ciencia, el conocimiento es la fuerza productiva privilegiada, la que expresa, dice Marx, el estado de todas las demás fuerzas productivas de una época. Consiguientemente creo que, como problema clasificatorio, está claro: para Marx, si él hubiera conocido la informática, la habría considerado parte de la fuerza productiva conocimiento, de la fuerza productiva ciencia. En cuanto a las perspectivas para la planificación, se ha discutido ya, hace años que se está discutiendo, acerca de si la informática puede cambiar más o menos radicalmente las técnicas de planificación. Yo no soy un técnico en eso y, por tanto, la verdad es que mi opinión es de muy poco peso al respecto. Como cualquiera no técnico, tiendo a pensar que sí, que seguramente ahí va a haber un cambio importante en las técnicas de planificación, pero sinceramente debo reconocer que yo no he estudiado ese campo. En cuanto al problema de fondo: no se trata tanto de disponer de una o varias técnicas hoy día, cuanto del problema nuevo, que realmente no ha existido en otras épocas de verdad, de si es correcto hacer todo lo factible, por así decirlo. Nuestro problema nuevo en cuestión de técnicas es ético. Hasta ahora, o hasta la Segunda Guerra Mundial, nunca se ha planteado la cuestión de si algo que resultaba técnicamente posible era políticamente admisible o no, mientras que ahora sí que tenemos esa preocupación nueva y en eso interviene poco cual sea la técnica con que elaboramos el problema, da igual que dispongamos o no de una informática potente para la cuestión de si algo que es realizable técnicamente lo es al mismo tiempo políticamente. Y en eso también hay un consenso muy general. No sólo entre gente propiamente de izquierdas, sino entre gente tan comedida ideológicamente, tan timorata, como el antiguo canciller alemán, Schmidt, que en un célebre discurso propuso el problema. Ésta es la verdadera novedad. 2ª: Se le preguntó a Sacristán sobre el tema del marxismo y los nacionalismos. El interlocutor inició su intervención señalando "si lo había esquivado o es que no pertenecía a ese capítulo de nuevos problemas, de nuevos horizontes". He pensado que estaba dentro de la economía de una exposición limitarme a los tres, a tres que fueran muy universales, que realmente no tuvieran ningún contexto nacional en particular, sino en un plano muy general. Por eso también he prescindido de algunos otros que son importantes. Pues, por ejemplo, la consideración de la homosexualidad, la consideración cultural de la homosexualidad, que sin duda tiene importancia en sí. Pero me pareció que para administrar una hora, o una hora y cuarto, podía tocar los tres. Por otra parte, a lo mejor es una ilusión o una petulancia, pero a mí me parece que en el problema nacional la herencia marxista no es mala. Lo que pasa es que el punto esencial se menciona poco. El punto esencial es el principio de autodeterminación, y ahora resulta que se le menciona poquísimo porque suena a muy subversivo, pero, desde un punto de vista, inspirado en la tradición marxista, es obvio que ningún problema nacional tiene solución si no parte de una situación de autodeterminación. Entonces, si no, no hay nada que hacer: todo lo demás es dar palos de ciego, matarse, golpearse, sin despejar nunca la situación, ni siquiera intelectualmente. Me puedes decir que es una concepción muy breve y demasiado abrupta, pero sinceramente creo en ella, creo que, por más que se especule sobre problemas de nacionalidades, si no es sobre la base de una articulación seria, de una práctica sincera del principio de autodeterminación, no hay nunca solución clara como saben los presentes. Yo creo que en eso no ha cambiado nada. Pueden olvidarse estos problemas durante ciertas épocas históricas. A lo mejor dentro de mil años ya no nos acordamos de las nacionalidades hoy existentes. Es posible. Pero por lo que hace al planteamiento propiamente político de los problemas, es decir, el planteamiento que permita una intervención, yo sigo creyendo que esa vulgata marxista clásica es correcta.
La tradición marxista en este punto...
Ambigua.
En la práctica de la tradición de Marx. 3ª: Se plantean diversas cuestiones sobre el movimiento obrero y la finalidad de la paz. Sostiene el interlocutor que existen aportaciones interesantes: se ha pensado la guerra como conflicto entre potencias capitalistas, se han impulsado huelgas generales de las ramas de fabricación de armas, sin olvidar que una de las consignas fundamentales de la revolución bolchevique fue la detención de la guerra, la firma de la paz. En cuanto a la ecología, y refiriéndose a la aportación de Marx en El Capital, destaca el interlocutor el énfasis marxiano en el proceso de degeneración física del trabajador, sin olvidar que el ser humano también es naturaleza, valor. Ecológicamente, Marx observa que el hombre, por el proceso productivo, está siendo dañado no sólo psíquica sino también físicamente, como nosotros somos ahora conscientes que la producción alocada daña al resto de la Naturaleza; pone el ejemplo de las hilanderas. En tiempos de Marx, además, el deterioro de la Naturaleza no era tan constatable. Pero él vio el deterioro y la alienación de los valores humanos por los valores mercantiles. Ahí el ejemplo por excelencia es el estudio de la disminución de estatura de los mozos en Inglaterra y en la Europa Central. Pero eso es lo más conocido. A mí me interesaba mucho subrayar que también en otro aspecto, en la relación entre la especie y la naturaleza, está muy esencialmente captados en El Capital, aunque, no sé, por falta de sensibilidad por los problemas, se diga pocas veces 4ª: Se pregunta a Sacristán por el papel de las organizaciones de la clase obrera en la luchas de los nuevos movimientos. ¿Ha perdido importancia el movimiento obrero? ¿Su papel es menor? Es obvio que la persona que interviene no mantiene esa posición: sostiene que hay que recuperar el papel central, acaso perdido, y que, de hecho, ya está ocurriendo así aunque no se suela tener en cuenta siempre. Parece claro que sin una convergencia del movimiento obrero organizado con estos grandes movimientos sociales no se encontrará una salida eficaz. Eso parece claro. Estoy de acuerdo. Sin embargo, hay problemas nuevos. Desde luego que la lucha dentro de las fábricas por las condiciones de higiene y de trabajo es una lucha que tiene que ver con estos grandes movimientos sociales nuevos a los que nos estamos refiriendo, pero la clase obrera situada en condiciones tradicionales, en líneas de producción que vienen desde principios de siglo [XX] o del siglo pasado [XIX], está muchas veces necesitada de un, podríamos llamar, repensamiento de su situación. A este respecto más de una vez he citado un ejemplo que voy a repetir ahora porque me parece que no lo he hecho aquí; lo habrán oído otros, no todos los que están presentes: el problema de la industria del amianto en Alemania Occidental. Hará unos cinco o seis años, el anterior gobierno alemán reconoció finalmente, ante la presión del movimiento ecologista, que el amianto es una de las industrias más cancerígenas que existen (la silicosis de amianto es más frecuente y más cancerígena que la de un minero del carbón). Prepararon entonces un proyecto de ley por el cual la industria del amianto sería abolida en cuatro años, durante los cuales darían un subsidio, equivalente aproximadamente al salario mínimo, a los obreros de la industria y se dotaba de un premio para inventores, para ingenieros, que desarrollaran sucedáneos del amianto como aislante término. Entonces hubo un movimiento en contra que derribó la ley y en ese movimiento estaba la patronal y el sindicato. Ahí había un sector de clase obrera cogido entre la espada y la pared, entre la espada de los nuevos problemas y la pared de la conservación del puesto de trabajo tradicional. La clase obrera está ante problemas muy serios, que son nuevos también en este caso, porque, por ejemplo, ese grupo, ese sector de la clase obrera es claro que prefirió su alto salario, su coche y su nevera a su salud, fenómeno que en otras épocas no se producía así, en otras épocas se producían situaciones de mucha mayor esclavitud, y se requiere, por tanto, en esta época una elaboración bastante cuidadosa de los problemas sindicales. Hay que hacer un balance en ese sentido. El Comité Antinuclear de Cataluña tiene un folletito bastante bueno para distribuir entre los trabajadores de la industria nuclear, y lo mismo habría que hacer en otras muchas industrias características de ese tipo de producción y que sólo representan una esclavización del país y de su clase obrera. Nosotros somos, por ejemplo, grandes productores de aluminio, desproporcionadamente para nuestra entidad estatal. ¿Cómo es que producimos tanto aluminio un país de 36 millones de habitantes? Pues, simplemente, porque es demasiado malo para los países adelantados, y entonces prefieren que intoxiquemos a nuestros obreros que intoxicar a los de ellos, pero si ahora se plantea esa cuestión en serio, desde un punto de vista moderno, de acuerdo con la problemática de política ecológica correcta y se dice "eso hay que reducirlo", ya veríamos como reaccionaría, si no está suficientemente preparada por una propaganda adecuada, por un trabajo adecuado, la clase obrera del sector. Hay problemas nuevos inevitablemente. No todo se reduce a la verdad, con la que yo estoy de acuerdo, de que el punto básico es conseguir que estos problemas sean protagonizados por la lucha o que la solución de estos problemas sean protagonizados por la clase obrera industrial y por otras capas trabajadoras. 5ª: Empieza ahora el segundo turno de preguntas con la siguiente cuestión: en este final de siglo, donde el capitalismo ha mostrado ya su incompleta racionalidad, ¿puede dar hoy el pensamiento marxista una alternativa dialéctica, globalizadora, a los problemas nuevos sin olvidar los clásicos? Después de la crisis actual del marxismo, ¿puede seguir una nueva oleada política revolucionaria? Si no hubieras repetido la pregunta, con eso de coger otra vez el intento revolucionario, creo que la respuesta sería clara: sólo una manera de pensar dialéctica, totalizadora, es capaz de enfrentarse en serio con un complejo de problemas como el que tenemos. Antes daba el ejemplo de la revolución verde y del uso de insecticidas, fungicidas, herbicidas y todas estas cosas ya seleccionadas en la agricultura, que este técnico de la discusión de Madrid defendía ahora, después de tantos años de pensamiento de izquierda, con el argumento de que es necesario una alta producción, un alto rendimiento agrícola, para alimentar a una Humanidad tan extensa. Pero, como Marx le habría contestado cien años antes, por este procedimiento se agotan los suelos, se agota con la variación la capacidad de resistencia de las semillas. El día que aparezca una plaga capaz de aniquilar las semillas extra, ultraproductivas, del maíz o de los trigos duros norteamericanos, no se va a saber qué hacer porque no habrá repuesto, no habrá variedad de semillas en los países que hayan adoptado ciegamente estas técnicas. Los problemas, por tanto, tienen ramificaciones y consecuencias y sólo pueden ser comprendidos dialécticamente, cosa hoy posible en el fondo, mucho más exacta que en otras épocas, porque se dispone de técnicas matemáticas que precisan bastante las viejas intuiciones dialécticas. Por ejemplo, la teoría de sistemas o la teoría de catástrofes, que son ya teorías matemáticas e incorporan muchas intuiciones dialécticas: la de totalidad, la de cambio, etc. En cambio, la coletilla que has puesto a la cuestión, eso ya tendría más de profecía. Ninguno podemos saber con seguridad en qué momento puede haber un replanteamiento de la aptitud revolucionaria en la población de la Europa capitalista occidental que es de la que estamos hablando. Por el momento, más bien tendríamos que registrar lo contrario. Es un período en el que la aptitud revolucionaria se encuentra mucho más en países del Tercer Mundo que en la Europa Occidental. Los mismos éxitos electorales temporales aparentes de una supuesta izquierda, en mi opinión, lo indican así. Pero no se trata de profecía. Lo que hay que hacer, en vez de profetizar, es trabajar, es hacer algo, desde la simple propaganda hasta las manifestaciones. No es una cuestión de profecía sino de tarea. 6ª: Admite confusión el siguiente interlocutor por algunos planteamientos de la conferencia. Interviene en forma de preguntas porque, dice, seguramente la confusión es efecto de su ignorancia: 1) no sabe qué consecuencias saca Sacristán de la comparación entre Gandhi y Lenin. ¿Qué pensar respecto a los métodos de lucha? ¿No es algo arbitraria esa comparación? 2) Respecto al tema de la consigna "Lluita armada per la pau", ¿no hay una visión demasiado europea de la cuestión? Quizá esas consignas en Latinoamérica sean menos extrañas, menos paradójicas. ¿No ha reflexionado Sacristán sobre este tema de forma algo aislada, al margen del objetivo de la revolución social? 3) ¿Es incompatible la idea de una cultura política no-violenta con una perspectiva revolucionaria violenta? 4) ¿No sería bueno conservar la valoración de la tradición sobre la lucha entre Estados presente ya en la historia del movimiento comunista? La referencia a Gandhi era puramente incidental y ya me doy cuenta de que lo he enunciado brevemente. Quería decir que el argumento, o pseudoargumento, de que las utopías pacifistas son inútiles, que no producen ningún resultado, tiene la réplica de que no está nada claro que las revoluciones armadas hayan tenido los resultados a que aspiraban. Eran sólo un inciso sobre la supuesta mayor eficacia. Sobre si la visión del problema es muy europea: lo es en cierto sentido, en el sentido de que Europa, que está en una situación tal que resultaría la primera aniquilada en el caso de una guerra, ofrece una perspectiva bastante más lúcida que el resto de los continentes. Si tú a un norteamericano le preguntas por los riesgos de su intervención en Granada, dirá que ninguno. Le cae demasiado lejos. Si se lo preguntas a un berlinés, dirá que es una acción de un loco, pensando que puede ser el principio del fin. Claro que en ese sentido es europea, pero es que, la verdad, aquí no hay otra y que conste que vengo ahora de Latinoamérica donde tengo muchas relaciones. Aquí lo vemos mejor porque de verdad el ciudadano medio berlinés sabe que la invasión de Granada podría significar su muerte a las pocas horas, y eso no lo sabe un norteamericano ni lo sabe un chileno ni tampoco un mexicano. En ese sentido sí que era europeo, pero en otro sentido no, porque el riesgo nuevo de destrucción no es sólo nuestro. Los europeos seríamos los primeros pero seguirían los demás. En ese sentido no es etnocéntrico. Como ha dicho el historiador inglés Thompson: si alguien se salvaba iba a estar, por otra parte, tan asqueado de sí mismo y de la Humanidad que no volvería a pensar en mucho tiempo en problemas políticos esenciales. Que una cultura no violenta se pueda conseguir a través de la violencia eso es una apuesta, más o menos, como la de Pascal. No tenemos datos para decidir. Sabemos que hasta ahora no ha sido así, no conocemos una sola sociedad realmente pacifica, una vez que en la cultura europea occidental destruyó algunas que parecían serlo en otras épocas, pero, en fin, como cultura moderna no conocemos ninguna sociedad que no sea, en mayor o menor medida, represiva y violenta en algún sentido. Lo que pasa es que no está en la mano de nadie evitar el desarrollo violento en un cambio social. Lo más que se puede hacer, en mi modesta opinión, es apostar a que una cultura no violenta sea posible cualquiera que sea el camino por el que se alcance, pero no porque tengamos demostrado a priori que hay un camino violento que desemboca en una cultura no violenta o, viceversa, que tengamos demostrado terminantemente hoy que todo camino violento desembocará siempre en una cultura violenta. Yo creo que es una pura cuestión de apuesta una vez que se han hundido ciertas maneras muy gratuitas de demostrar, que alguien era capaz de creer en otras épocas pero que cada vez cree menos gente. Estas cuestiones no son cuestiones de demostración, son, en mi opinión, cuestiones de experimentación. 7ª: Larga, larguísima pregunta-intervención que cabe resumir del modo siguiente: se señala la insuficiencia de la explicación de Sacristán en lo que respecta a la separación de las fuerzas que se reclaman de la tradición marxista y el movimiento feminista. Las dos causas apuntadas -la necesidad de autoconfirmación de las elaboraciones feministas y la crisis del marxismo como visión global del cambio social- son, según la interviniente, incompletas. Hay otra más. A saber: en el marxismo, en esta tradición, la problemática de la mujer, su origen, su especificidad, su articulación social con la problemática clase, ha sido poco estudiada y, en todo caso, ha sido reducida a un problema ideológico, a un problema de reivindicaciones igualitarias en el derecho político y a un problema, todo lo más, de reincorporación de la mujer a la sociedad, de salida de la marginación. Esta falta de estudio y de investigación, esta reducción es la que ha generado esta separación entre el feminismo y la tradición marxista. La elaboración de los partidos marxistas tampoco es uniforme y en todas ellas falta estudio propio y creativo. Yo estoy de acuerdo en que tiene más causas. Una, que no has mencionado pero que es de importancia, es la persistencia cultural de muchísimos marxistas en la sensibilidad pre-revolucionaria, en la sensibilidad patriarcal. Cuando yo era un joven comunista recién ingresado, estuve una vez, en Alemania, en casa de un comunista turco que me alojó. Entonces, llegué a la puerta, llamé, me habían dado la dirección, le encontré abajo, subimos al piso juntos, él llamó, salió su mujer, se arrodilló, le descalzó, se metió dentro con los zapatos, salió con una capucha, le calzó la capucha y entramos. Nos sirvió té, estuve tres días en la casa de este compañero turco, que era un cuadro comunista, y no volví a ver a la mujer en tres días. Ella se limitó simplemente a calzar y descalzar. Esto cuenta mucho. Es obvio que incluso en los sectores más adelantados de la clase obrera -incluso nuestra, no ya turca- esas reacciones son frecuentes. Y es otra causa. Lo que pasa es que a mí me parecía más fundamental la dificultad de satisfacer, por un día, transitoriamente, en lo que dure todo este confuso período en el que estamos, mediante la colocación del problema en una perspectiva social general. Y luego, en cambio, no estoy muy de acuerdo en que se critique a los partidos marxistas por falta de elaboración del problema del feminismo. Un partido político, si hablamos de partidos políticos, no es una academia ni un instituto de investigación. Eso debería haberlo reprochado más bien a la cultura marxista, a los intelectuales, que a los partidos. Los partidos no son, fundamentalmente, novísimos centros de investigación, en mi opinión, ni se puede esperar tanto de ellos. Eso es pedir peras al olmo. Digo yo. 8ª: Más allá de los aspectos económico-sociales, se le pregunta a Sacristán sobre el tema de los sentimientos, del intimismo: las revoluciones existentes se han centrado en la socialización de las fuerzas productivas, olvidándose en otros aspectos cruciales para construir una nueva sociedad. El pesimismo de algunos intelectuales acaso provenga de la mala dirección de algunas críticas vertidas contra las revoluciones existentes. Esos intelectuales deberían aceptar el carácter imprescindible de la socialización de los medios de producción, pero defendiendo, al mismo tiempo, que no basta con esa socialización ni que haya que dejar las transformaciones culturales para otro tiempo histórico. La simultaneidad, en este caso, es posible y necesaria. Me parece tan cargado de razón y tan bien dicho que podría limitarme a decir "de acuerdo". De todas maneras, por cubrir el expediente, digamos alguna cosa. La cuestión del intimismo es un poco ambigua por culpa mía, porque yo he calificado de intimista a Illich y habría tenido que decir privatista. No se ve que Illich sea más capaz de exploraciones íntimas que cualquier otro psicólogo o poeta. Más bien el tipo de ideología que Illich o Gorz están produciendo y difundiendo es más un privatismo, aunque tiene la gracia literaria del intimismo. Esto hay que reconocerlo. Antes he dado un ejemplo de Gorz, pero tomemos uno de Illich. Por ejemplo, su campaña contra la escuela pública, que empezó en Cuerno Alta, en México, en un país en el que la escuela es un privilegio muy considerable, incluso la escuela pública, y no digamos ya las escuelas privadas. En México, en el Distrito Federal, hay catorce universidades, tres públicas y once privadas. En las tres públicas está lo más, si no rico, los que están en mejor posición económica de las clases populares, los más afortunados: 300.000 en una, 180.000 en otra, etc. y en las once universidades privadas, algunas de ellas de la Iglesia, otras norteamericanas, a todo lujo, está la pequeña minoría de los ricos. Pues bien, en un país así formuló Illich por primera vez su tesis de que hay que abolir la escuela pública sustituyéndola por bolsas de conocimiento, dicen él y sus partidarios (es decir, por una red telefónica, dicho materialmente), pero, en fin, en cuanto a su contenido por una red de información y de informantes que privadamente se suministran los ciudadanos. Entonces, uno no va a la escuela sino que cuando quiere informarse acerca, pues, de biología, llama a un teléfono y paga el servicio de esa información. Este ejemplo es de Illich, no de Gorz, pero el resultado es el mismo. En seguida se ve quién va a tener ese banco de información. Eso salta a la vista. Intimismo ninguno, lo que hay es privatismo, además con todos los rasgos característicos de la economía centralizada, porque se va a producir una concentración de conocimientos como la de capital. Es evidente. Pero en fin, yo he sido el culpable de usar la palabra "intimismo" que podía haber evitado. El asunto más digno de un poco de comentario, porque todo lo demás, todo, principalmente acerca de la simultaneidad entre medidas económicas y conversión que he dicho antes, en cuanto a la revolución de la vida cotidiana, estoy totalmente de acuerdo, pero el asunto que tal vez requiere todavía mucha búsqueda es por qué, el por qué de esta extensión del pesimismo entre intelectuales que fueron de izquierda. Yo he hecho mis pequeñas calas que no tienen el valor de un estudio, sino simplemente de calas. En algunos casos te contestan que ya es evidente la impotencia de cualquier movimiento para la destrucción del grave mal que nos amenaza. Este argumento ha sido cínicamente usado por el Ministerio del Interior alemán después de las manifestaciones de hace dos semanas con la frase siguiente de su portavoz: "Ellos se manifiestan y nosotros gobernamos", que es la versión prepotente de la sensación de impotencia de bastantes intelectuales que abdican. En otros casos, juega mucho el descrédito de la Unión Soviética como foco revolucionario. Eso, la pérdida de confianza en el modelo soviético que alimentó durante muchas décadas la moral y el pensamiento y la práctica revolucionarias en Occidente, juega tanto o más entre intelectuales que entre las clases trabajadoras de la Europa capitalista. Luego vienen racionalizaciones; es decir, argumentaciones ya a posteriori, después, para justificar el cambio de posición con criterios aparentemente científicos. El caso más destacado en estos intelectuales europeos es Colletti, porque es un caso muy respetable. Otro mucho menos respetable es Castoriadis. Castoriadis empezó con una crítica supuestamente de izquierdas a los movimientos obreros de inspiración marxista, pero ha cerrado llamando a la guerra contra la Unión Soviética, por ejemplo, en revistas como Vuelta que dirige Octavio Paz. El caso de Colletti, con más dignidad, pero es bastante parecido: se pasa años practicando un marxismo muy estricto, muy estrecho, bastante dogmático, según el cual Marx se creía un científico puro y no tendría ningún rasgo de especulación ambigua. Luego descubre que no, que Marx era un autor bastante complejo, en el que lo científico es sólo una parte y hay otra que no es de naturaleza científica sino más bien filosófica y moral. Han empezado por la crítica científica para acabar con conclusiones políticas, pero por vía de racionalización. En suma, los caminos son muchos pero el fenómeno creo que lo registramos. Yo, al menos, no soy capaz de dar un abanico de causas suficiente pero sí de constatar la sensación de impotencia, descrédito de modelos revolucionarios previos y, en fin, la oferta de una tercera vía. Esto como descripción de la menos consciente. Es muy cierto. Muchísimos de esos intelectuales que fueron marxistas radicales son presa de una teoría que ocupe, con palabras nuevas y conceptos nuevos, el terreno clásico de la socialdemocracia. Pero lo hacen en una situación sumamente difícil que yo no sé mucho como se aguanta, porque los resortes clásicos de la socialdemocracia, una administración social, etc., no están hoy al alcance de las políticas de posibilidad que se practican. De modo que eso ocurre en una situación sumamente confusa y, por lo tanto, más bien pienso que es una retirada ideológica más que una confirmación auténtica. Eso, sin pasar por alto, sin olvidar, lo mucho que hay de confusión intelectual. Yo no he olvidado nunca el detalle, por la impresión que me produjo, que en que la primera vez que se habló de terceras vías en Barcelona fue en boca de gente que nutría la izquierda, lo cual quiere decir que la confusión mental es total. 9ª: Afirma este asistente que, hasta la fecha, es Sacristán el primer marxista que ha oído que se plantea la vía pacífica como vía de transformación social, equiparándola con la violencia revolucionaria, sosteniendo que ambas son senderos a experimentar. Le ha sorprendido también su última alusión al concepto de conversión, con el que está de acuerdo, pero se plantea el interrogante de si esa categoría que ha usado no cuestiona las formas tradicionales de lucha, de organización e incluso algunos objetivos planteados por los partidos marxistas. Por ejemplo, la organización centralizada y jerarquizada que ha caracterizado a los partidos marxistas; la historia del sindicalismo en el mundo occidental, sobre todo en el siglo XX, sindicalismo que según la teoría debía otorgar mayor consciencia de clase y que, en cambio, lo que parece conseguir la lucha sindical es una forma de participar mejor en el reparto del "pastel", al menos en los países capitalistas desarrollados, con lo que el círculo vicioso del consumismo, del desarrollismo, de la alienación mercantil, se agiganta. Se pregunta hasta qué punto, una vez más, se puede separar los procedimientos de los fines. Al primer punto tengo que objetar. El primer marxista que habló de revolución pacífica fue Engels, o sea, que no es reciente. Y segunda objeción: yo no he dicho eso, quiero decir, no he hecho ninguna afirmación categórica al respecto, sino que he declarado más abiertamente, aunque con cierta captación de juicio, porque eso los conferenciantes lo deben hacer, mi indecisión al respecto. Otra cosa es que me perezca de enorme importancia la lucha por la paz dadas las circunstancias de armamento, de estrategia, en que nos encontramos, porque sin ella, en el supuesto de una guerra mundial, se habrían acabado absolutamente todas las luchas, revolucionarias o contrarrevolucionarias. Personalmente, una de las cosas a la que más tiempo dedico es ésta, la lucha por la paz, y la otra es al trabajo para una de las organizaciones salvadoreñas. Tengo muchos amigos en el FLMN [Frente de Liberación Farabundo Martí]. Por supuesto. Lo que he hecho es reconocer lo contradictorio, lo problemático de la situación. Y no hay más remedio que aceptarlo como es. Es así. No se puede tomar alegremente el riesgo en una guerra ahora, pero tampoco se puede decir, en vista de que no se puede tomar alegremente una guerra, hay que dejar que los gorilas salvadoreños aplasten y se acabó. A mí me parece que tenemos que navegar, como siempre, en una situación de suma complejidad. Ahora bien, tanto esa complejidad como la cuestión suscitada por otro aspecto de la intervención, lo que se refiere a la idea de conversión, lo que sí está sugiriendo es un plano todavía más profundo de la complejidad. A saber, la evidencia de que la política, tal como se practica hoy, es algo ya incoherente con las condiciones del mundo contemporáneo, de las políticas de zonas de influencias, de desarrollo de armamentos. Rebasado cierto umbral de calidad de esos armamentos han llegado ya a lo sumo, de tal modo que lo que parece realismo y sentido común de los políticos revela ser una insensatez suicida, mientras que el aparente utopismo de los pacifistas resulta ser la única vía realista de salida. Cuando el movimiento de desarme nuclear europeo, fundado por Thompson en Inglaterra, o la Fundación Russell, o los Verdes alemanes, se dedican a predicar el desarme unilateral en cualquier país existente, eso desde el punto de vista del político tradicional es un absurdo: cómo voy a desarmarme unilateralmente, el otro entonces podría atacarme. Pero, desde el punto de vista de la eficacia del armamento contemporáneo y su destructividad, a mí me parece ya el único camino realista. Que alguien de verdad dijera "yo me salgo", provocando una dinámica que no sabríamos qué resultados iba a tener. Thompson, el historiador, ha hecho una vez la siguiente reflexión: supongamos que la Gran Bretaña se sale y que los rusos en vez de ser de esas personas más bien gordas, concienzudas y reflexivas que son, se vuelven locos y nos invaden. Pues en dos generaciones la cultura británica reaparece y absorbe la invasión. En cambio, si nos resistimos, lanzamos una bomba y ellos lanzan otras, no reaparecemos nunca. Es, naturalmente, una formulación paradójica, pero que genera el irrealismo radical del supuesto realismo político y, en cambio, el sentido de la realidad de la aparente utopía. Y tiene que ver con la conversión. Claro que hace falta una conversión mental para que lo que era realismo es ya una utopía y lo que parecía pensamiento utópico es ahora realismo. Claro que hay que desarrollar un cierto volver del revés el cerebro tradicional. Hay de todas maneras escépticos de hacer esta conversión de mentalidad y de punto de vista, que sea menos drástica. Uno muy interesante es el un general alemán, un ex-general. Igual que hay que intelectuales ex- marxistas que se vuelven de derechas, cada vez hay más generales que se vuelven de izquierda. No sé si lo han observado. Hay unos cuantos. Éste al que me refiero es Afheldt, un general alemán que ha desarrollado una estrategia de defensa popular, moderna, para eliminar los grandes ejércitos y los grandes armamentos, una estrategia puramente defensiva, sobre la base de núcleos móviles muy tecnificados. Supone una cultura militar y de armamento alto, pero con armamento de tipo clásico -fusil, ametralladora, arma corta de repetición, arma corta automática, granada-, una alta educación militar de pequeños grupos que tendrían, en tiempos de paz, repartido el territorio nacional mediante una red de autodefensa en la que cada grupo tiene asignado un núcleo de defensa y no tiene más función que la de defender. Se ha discutido mucho entre técnicos militares la eficacia de esta estrategia de Afheldt, y muchos técnicos competentes -yo no lo soy como es obvio- sostienen que con cierto grado de tecnicismo en el armamento esos grupos de defensa pueden ser de suma eficacia frente a grandes ejércitos de tipo convencional. Pero, en fin, ya sea como con fórmulas intermedias que desarrollan tecnologías nuevas, ya sea simplemente con la estimación abrupta de lo que antes era utopía, es claro que el proceso supone de un modo u otro una reducción de armamento. En relación con eso está el problema de los medios y los fines. Este es un problema que he tocado muy superficialmente al referirme a la cuestión de sociedades pacíficas obtenidas por vías violentas y viceversa. Mientras que un marxista clásico, sobre todo de la III Internacional, de los primeros días de la III Internacional, o de la IV, habría tendido a una cierta separación entre fines y medios, me parece a mí que cada vez gana terreno en la sensibilidad contemporánea la idea de la si no inseparabilidad por lo menos enorme repercusión de los medios y de los fines. La idea de que no es tan fácil distinguir entre medios y fines, por lo menos en cuanto al resultado final. Pero no son tendencias de la época y me limitaría a registrarlas sin hacer ninguna afirmación de orden teórico sobre esto. 10ª: ¿Existe alguna relación, se le pregunta a Sacristán, entre su propuesta y el tema de la austeridad? Es una lástima lo que le ha ocurrido a la pobre palabra porque la palabra "austeridad" sería muy expresiva de lo que hay qué hacer, pero está siendo usada para políticas restrictivas de los ingresos de las clases trabajadoras y populares como técnica tradicional, convencional, para salir de la crisis, y es una curiosa austeridad que consiste en que se limite el consumo de pan, de carne o de fruta del pueblo, pero al mismo tiempo intentando promover la fabricación de vídeos para la exportación. Para nada es una austeridad en serio. Es simplemente una represión del consumo popular. Mientras que la palabra merecía mejor destino, porque hoy es evidente que una sociedad que consiga frenar, o al menos paliar, el daño ambiental que produce ésta tiene que ser una sociedad más austera que ésta. De eso no hay ninguna duda. Por lo menos, en el campo material, aunque en cambio pueda ser más lujosa en el plano de la satisfacción de las necesidades espirituales, pero en el plano de las necesidades materiales sin duda tiene que tener más austeridad que ésta. Ésta es una observación muy pertinente, eso que ha pasado con la palabra "austeridad". Cuando Berlinguer la usó por primera vez en la izquierda, en un célebre discurso, hará, no sé, seis o siete años, por un momento se pudo generar la ilusión de que hubiera una elaboración de izquierda de la idea de austeridad, pero luego la palabra ha sido recogida por gobiernos conservadores y socialdemócratas y ya significa otra cosa. Ya no vamos a poder usarla. Habrá que decir, pues, austeridad estoica o algo así. O epicúrea. Notas de Salvador López Arnal
1) Se produce aquí una breve interrupción por parte de Sacristán ante la presencia de José Mª Valverde en la sala.
A manera de epílogo
Manuel Monereo
Querido Salvador: Me pides un epílogo para un libro que recoge diversos materiales de y sobre Manolo Sacristán. Te confieso que la tarea me parece excesiva para mis capacidades y mis tiempos. No se trata de falsa modestia, basta ver las cosas que han publicado Paco, Jorge, Juan Ramón (su último libro es una buena muestra de trabajo bien hecho) o, para no ir mucho más lejos, tus propias elaboraciones llenas de rigor, minuciosidad y afecto a una persona que marcó para siempre a todos los que tuvimos la inmensa suerte de conocerlo y amarlo. La primera reflexión que me suscitan estos textos, auténtico laboratorio de una específica metódica intelectual, es la ejemplaridad política y moral de Sacristán. Manolo "iba en serio" cuando hablaba de emancipación, de justicia, de igualdad; nunca se quedó sólo en las palabras y fue siempre hasta el final. Los muchos odios y desprecios que sufrió en vida y después de muerto, tenían que ver con esto: su enorme coherencia entre el decir y el hacer. Su sola existencia era ya una crítica implícita, muchas veces duramente explicitada, a tanta cobardía moral, a tanto desprecio a la verdad de aquellos que terminaron por colocarse del lado del poder, sirviendo intereses mezquinos a cambio de prebendas varias y lo que era más grave, denunciando y calumniando a los que simplemente se negaron a venderse. La lección que nos dejó Manolo, la principal para mí, fue esa: sin radicalidad moral no hay emancipación, sin ejemplo no hay política socialista. Este asunto lleva a otro. Me refiero a ese modo específico de combinar lucidez intelectual con pasión moral en torno a una idea fuerte de emancipación social, de revolución. En Manolo había creencias sólidas e ideas, una acción político moral que intentaba fundamentarse racionalmente a partir de los datos de la realidad. Este era su marxismo: argumentación sensata de la posibilidad del comunismo. Lo que aprendimos de él, lo que admiramos y seguimos admirando, era ese modo específico de combinar análisis materialista, crítica ético-política y voluntad socialista desde un punto de vista explícitamente volcado hacia las víctimas, se podría decir, si se me permite la licencia, desde el punto de vista de los vencidos en esa milenaria historia de rebelión de los "de abajo" frente a "los de arriba", frente a los vencedores de toda la narrativa oficializada que llamamos Historia. El carácter productivo de su marxismo tenía que ver con una propuesta que anudaba contenido moral con pasión emancipatoria y rabia justiciera en un análisis esforzado de la realidad, veracidad sobre lo que hay con voluntad revolucionaria, en definitiva, anclarse en lo existente para transformarlo. En estos escritos sorprende la capacidad analítica y la autoconciencia que Sacristán tenía de la fase histórica que estaba viviendo la izquierda y el movimiento obrero de tradición marxista. Lo primero el descrédito de eso que se terminó llamando "socialismo real". En su entrevista con Mohedano -qué cosas hacen las personas con el tiempo- sobre los acontecimientos de Checoslovaquia advirtió ya que la crisis no había hecho más que empezar y que vendrían aún tiempos peores. No se equivocaba. Aparece aquí una de las leyendas que dentro y fuera del Partido Comunista acompañó un tramo importante de su vida: su pesimismo. Muchos se quejaban, con más o menos verdad, de cómo Manolo "perdía el tiempo" dedicándose a estudiar a un indio apache como Gerónimo o a una extremista política como Meinhof o sus preocupaciones -esto duró solo un tiempo- en torno "a las flores" y a "los verdes" campos de la ecología. En definitiva estas "cosas" eran percibidas como abandono de lo importante y un quedarse en lo secundario, en lo marginal. Nunca entendieron que la reflexión sobre los derrotados, sobre los restos que iban quedando a los lados de la marcha triunfal del movimiento obrero y de la izquierda, alumbraban las carencias y advertía de los peligros de un caminar excesivamente optimista sobre las venturas del futuro. Gerónimo iluminaba la insoluble contradicción entre tradición y modernidad en el capitalismo imperialista realmente existente y el choque cada vez más profundo entre culturas que la plétora miserable del presente marco civilizatorio acentuaba hasta el genocidio y el etnocidio. La Meinhof en su lucidez autodestructiva señalaba los límites del "modelo alemán" y de los conflictos políticoculturales de un tipo de Estado que integraba al núcleo básico de las clases trabajadores y ocultaba un autoritarismo social extremadamente profundo. Lo de la ecología política y demás "juegos florales" lo dejaremos para más adelante, baste señalar solo, que también en esto, Manolo fue un pionero al integrar en un análisis totalizador de raíz marxista la problemática ecológico-social. Otro aspecto del análisis tenía mucho que ver con lo que para él era un elemento relevante: la ofensiva política y cultural de las clases dominantes en eso que con el tiempo terminaría denominándose "pensamiento único" en torno al predominio del neoliberalismo, es decir, señalar con precisión el cambio hacia un capitalismo no reformista con una socialdemocracia cada vez más escorada a la derecha (la crítica al Gobierno de Felipe González no admitía ninguna duda) junto a una clase obrera social y culturalmente cada vez más desintegrada. Lo paradójico era que, en un momento donde se hacían evidentes las contradicciones del capitalismo y los enormes costes sociales y morales de este específico modo de vivir y producir, el marxismo entraba en crisis, las fuerzas más radicales perdían peso social y electoral y una parte sustancial de la intelectualidad pasaba abiertamente a posiciones neoliberales, cuando no apostaban claramente por el retorno a la privacidad o la autosalvación intelectual o gastronómica. Lo que vino después fue, seguramente, mucho peor de lo que Manolo fue capaz de intuir. La llamada crisis del "socialismo real" provocó una segunda oleada de retrocesos y derrotas que situaron al movimiento obrero y a la izquierda europea en una de sus etapas más dramáticas y a la consciencia socialista en uno de sus momentos más bajos. Desde luego, la crisis solo acababa de comenzar y vinieron -¡y como vinieron!- tiempos aún peores. Como casi siempre, los optimismos del pasado terminaron por ser la derrota del presente. A la desesperanza de la emancipación se le ha añadido un fenómeno aún más radical: la práctica desaparición del imaginario colectivo de las clases subalternas la idea de la revolución, de la posibilidad y deseabilidad de un modo de producir, consumir y vivir alternativo al capitalismo. Un asunto nos llamó y nos sigue llamando la atención, nos referimos a sus opiniones sobre Gandhi y las complejas relaciones entre emancipación y pacifismo, entre revolución social y cultura no violenta. Manolo enfoca la cuestión con su peculiar metódica: primero, constata las relaciones existentes entre transformación socialista y violencia en la tradición marxista; segundo, con una dosis bastante calculada de provocación, señala los fracasos históricos de las estrategias políticas que, directa o indirectamente, cabe referenciar en Lenin y Gandhi, añadiendo que no carecen de fundamento la crítica pacifista a los resultados de las convulsiones revolucionarias en casi todas partes; tercero, en el carácter descomunalmente destructivo de las armas modernas -no solo de las nucleares- así como de las profundas relaciones existentes entre ciencia, tecnología e imperialismo en eso que se ha venido denominando complejo militar industrial y sus conexiones con la crisis ecológico social del Planeta; cuarta, reconociendo con veracidad los problemas no resueltos, constatando que el pacifismo ha tenido, en la tradición socialista, una connotación reformista y subrayando que una conciencia socialista culturalmente no violenta estaba obligada a enfrentarse a dilemas difíciles de eludir como la lucha armada (defensiva) contra la opresión violenta de las clases dominantes. La "lucha armada por la paz" era una paradoja intelectual pero un problema real que surge en las luchas concretas de las gentes con la que los revolucionarios tienen necesariamente que medirse. Hay un paso que nos llamó mucho la atención y que Manolo desarrolla en algunos de los textos recogidos en este libro. Me refiero a aquello del "desarrollo de actividades innovadoras en la vida cotidiana". La cosa tiene que ver con el intento de relacionar cuestión ecológica, federalismo y democratización de las relaciones sociales en una estrategia de construcción de una sociedad alternativa. Para Manolo el socialismo era, fundamentalmente, un modo de producir, consumir y vivir alternativo al capitalismo, donde lo decisivo era la construcción de una cotidianeidad más libre y rica y el objetivo "sin mitos", un cambio sustancial de las personas mismas y sus relaciones con la naturaleza. El acento lo situaba ahora en la necesidad de ir construyendo marcos sociales de relación, prácticas y modos de agregación que fortaleciesen la identidad, la capacidad de propuesta y de organización de lo que podríamos llamar la izquierda alternativa. El cambio de perspectiva tenía que ver, en primer lugar, con la hondura y la gravedad de la crisis ecológico social que amenazaba al planeta. En segundo lugar con el tipo de disgregación social que el capitalismo incorporaba en la presente fase. Y en tercer lugar, con las dificultades de la fuerza anticapitalista y con voluntad socialista. Hablar en este contexto de conversión hay que relacionarlo con el final de una etapa histórica del movimiento obrero, que además, se hacía desde la derrota y con la necesidad de un cambio fundamental, de una discontinuidad radical con la forma y modo de organizar e intervenir en la política así como con la exigencia impostergable de una refundación del entero proyecto emancipatorio.
Tu camarada y amigo,
Epílogo del editor
1. Creíamos que algo era bueno, tratamos de lograrlo y produjimos un desastre. ¿Deberíamos concluir, por ello, que lo que creíamos que era bueno, la igualdad y la comunidad, en realidad no era bueno? Tal conclusión, aunque es una a la cual se llega frecuentemente, es una locura. Las uvas pueden estar realmente verdes, pero el hecho de que la zorra no las alcance no nos demuestra que lo estén. ¿Deberíamos concluir, en cambio, que cualquier intento de producir este bien particular debe fracasar? Sólo si pensamos que sabemos que ésta era la única forma de hacerlo posible, o que lo que hizo fracasar este intento hará fracasar cualquier otro, o que, por alguna (s) otra (s) razón (es), cualquier intento fracasará. Creo, en cambio, que no sabemos ninguna de estas cosas. Desde mi punto de vista, la solución correcta es que lo hagamos de un modo diferente y mucho más cauteloso (G. A. Cohen (2002), Razones para el socialismo).
2. Cuando a Einstein le preguntaban por qué, en su opinión, había sido posible descubrir los átomos, pero no la forma de controlarlos, respondía: "Muy sencillo, amigo mío: porque la política es más difícil que la física" (Peter Galison, "La ecuación del sextante E=mc2", Fórmulas elegantes. Grandes ecuaciones de la ciencia moderna, pp. 78-79.
3. Dijo que había que fijarse en cada palabra, propagarla en su país, que no debía de desistir de ello aunque no se le quisiera oír, aunque se riesen de él por estas historias, que debía de gritar mientras le sea dado tener voz, que lo que aquí, en la ciudad, se puede ver, no es nada comparado con lo que al otro lado (...), está teniendo lugar, que no son historias, es real, es una realidad, cuyas reglas tenemos aún que aprender. Al lado de la organización técnica de la empresa, la burocracia, que incumbía al registro y contabilidad de alrededor de seis millones de personas, había objetivos político-económicos. Krupp, IG Farben, muchas de las más grandes industrias habían instalado fábricas junto a los campos en las que los prisioneros que tenían todavía fuerzas suficientes habían de ser aprovechados hasta el final. Al quitárseles todo lo que poseían, incluido el cabello y los empastes de oro, y lo último que se podía hacer con ellos tenía lugar sin grandes gastos, entraron en la planificación de una economía nacional en la que se puso en relación la tarea de la limpieza de la nación de otras razas con inversiones que tenían que llevar beneficios considerables... (Peter Weiss, La estética de la resistencia, pp. 913-914).
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