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La insignia
13 de octubre del 2006


Orhan Pamuk, el Nobel esperado


Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan
La Insignia. España, octubre del 2006.



Hace pocos días concedieron para mi sorpresa y alegría el premio Federico García Lorca a Blanca Varela, extraordinaria poeta peruana. Este jueves se anunciaba el esperado Nobel a Orhan Pamuk, no por ello menos interesante. Para mí, además, oportunísimo, pues acabo de terminar la lectura de su libro de memorias Estambul. Libro, todo sea dicho, temprano a mi entender, pues a los cincuenta y tantos años a todos nos queda aún tiempo de vida e intenso a nada que nos lo propongamos.

Pamuk, como suele ser lo corriente entre los premios Nobel, es más conocido por sus ideas y posicionamientos políticos que por sus obras. Antinacionalista, enfrentado al gobierno y a la justicia turca porque se niega a mantener silencio con respecto al genocidio armenio -que se une a toda una serie de homogeneizaciones en Turquía, Armenia, Grecia, Chipre, etc.-, Pamuk, decía, sin embargo es un escritor de raza aunque nada más que sea por dos razones. La primera es que a pesar de estar amenazado, él continúa con su labor literaria y social. La segunda son sus libros.

Si nos ceñimos a las memorias recientes, sorprende su interés por Estambul, el hecho de haber vivido durante cincuenta años en la misma casa, la indagación en el pasado de las representaciones, pictóricas y literarias, de Estambul, el juicio a cuatro escritores estambulíes, su búsqueda de una mirada con la que pueda representar la complejidad turca, dividida entre Oriente y Occidente, las dificultades para ser escritor en una sociedad que negaba la existencia a los artistas.

No es un libro aislado ni ajeno a determinado contexto geográfico y cultural. Ahora mismo me vienen a la memoria el de Edward Said, Fuera de lugar. Ambos libros son el repaso de una vida de dos árabes integrados en Occidente, el uno más en rebeldía; el otro, bastante a gusto. Pero lo que más me sorprende es que los dos retratan la caída de un mundo, aquel que perteneció al imperio británico y a Francia. A principios del siglo XX, Turquía y todo el Magreb eran lugares cosmopolitas, abiertos al mundo europeo sin negar el pasado árabe. A partir de los años cincuenta, el proceso en todos los países ha llevado el sentido de la exaltación de las esencias árabes y la progresiva eliminación de lo europeo. Ha sido un proceso lento, casi imperceptible, pero ahora podemos ver que no ha sido exclusivo de ellos, que en Europa, en Estados Unidos, en Hispanoamérica, hay corrientes fuertes, demasiado fuertes, que abogan por una intensificación de los supuestos rasgos nacionales. Supuestos porque, por mucho que lo intenten negar, todo tiene un origen cultural que, desde luego, no es neutral.

Un Nobel es casi siempre una bocanada de aire fresco, a veces muy fresco porque así llegan a conocer al escritor personas que de otra forma no repararían en él. Suele ser común que todos ellos, sin perder su singularidad humana, y por tanto literaria, sí que compartan rasgos con otros escritores destacados, tengan o carezcan del premio. Hay comunidades que no cierran el paso a otros, ni constriñen la vida de los demás. Por el contrario, piden con firmeza un aumento constante en el número de miembros.



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