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La insignia
4 de diciembre del 2006


Las costas de delirio:
«El entenado», de Juan José Saer


Lilian Elphick L. (*)
La Insignia. Chile, diciembre del 2006.


«Entre el blanco y el negro
que cesan en el negro y funden en el blanco
el blanco es el no color, lleno de todos ellos
el nacimiento, y el negro
la muerte que borra el arcoiris
y libera a los que toca de
armonizar y mezclar.»
-«Diario de muerte». Enrique Lihn


"El entenado" (1) abre sus posibilidades a través del tema del viaje o entrada a un espacio desconocido, dentro del marco de las NHLC (2) de conquista. Quien cuenta la historia de un "encuentro casual [… ] con las estrellas" (189) es el mismo personaje desde un presente en blanco, vacío, a punto de extinguirse, como las velas que alumbran ya débilmente su escritura balbuceante. La memoria y la nostalgia por el espacio que poco a poco se conoce y aprehende, aunque nunca del todo, llenan ese vacío. El entenado que, al principio es un adolescente huérfano y analfabeto (figura histórica de Francisco del Puerto) deviene Def-ghi, articulación que puede ser nombre propio y/o modo de ser, actitud. También esta articulación puede significar el "no-ser" de este "ante-natus" que llega a tener una imprenta, pero que, sin embargo, no tendrá nada que ver con la impresión y publicación de la historia que él escribe. El acto de escritura se instaura, entonces, como algo íntimo, privado, en contraste con la esfera de lo público. El entenado, como dice Cristina Pons (3), representa a los " socialmente desclasados, lumpen, aventureros, outsiders".

[…] "Se trata de recoger la historia "de abajo", si se piensa en lo representado, y "desde abajo", si se piensa en el punto de vista de quien narra. Esta inflexión de la escritura supone una ética: implica la opción de no otorgarle un lugar de privilegio a los artífices de los cambios y las acciones que "hicieron historia" y de reivindicar, en cambio, a los que sufrieron las consecuencias o actuaron desde los márgenes sin dejar rastro." (Pons.1999:155-156).

Al decir de González Echevarría (4) en "Mito y archivo", se trataría de un personaje picaresco (un huérfano con varios maestros), que cuenta su propia historia muchos años después y desde otro status social.

El estudioso cubano establece un entrecruce de la escritura y la ley, con más precisión, de la imprenta y el castigo, basándose principalmente en los estudios de Foulcault, "La arqueología del saber" y "Vigilar y castigar". El origen del Archivo es el arche, el primer principio, y lo arcano, lo misterioso o secreto:

"El Archivo guarda, recoge, retiene, acumula y clasifica, como su contrapartida institucional. Monta tanto como la ley, como la ley de la ficción. Las ficciones se encuentran contenidas en un recinto o receptáculo [(arca)], en una prisión de relatos que es, al mismo tiempo el origen de la novela". (González Echevarría. 2000:45).

Siguiendo estas coordenadas, "El Entenado" reuniría tres discursos: es un relato de viaje, es un pastiche de descripciones antropológicas y etnográficas y está narrado por un personaje de índole picaresca.

"…Fui dejando atrás, poco a poco, mi infancia, hasta que un día una de las putas pagó mis servicios con un acoplamiento gratuito -el primero, en mi caso- y un marino, de vuelta de un mandado, premió mi diligencia con un trago de alcohol, y de ese modo me hice, como se dice, hombre." (12).

Sin embargo, este 'hombre' nace de nuevo cuando entra en contacto con los colastiné. "Entenado y todo, yo nacía sin saberlo…" (41). Un entenado es un hijastro, por lo tanto, su condición de huérfano cambia. Rebautizado Def-ghi y adoptado por los indios, él adopta, a su vez, otra identidad. Pero se trata de una identidad que oscila entre el ser y el parecer: " … me despertaba, día tras día, sin saber si era bestia o gusano…" (103). El esfuerzo de rememorización va dejando cicatrices arriba de las antiguas cicatrices de duda y confusión en las "costas de delirio". El acto de escritura, el mismo hecho de escribir al modo occidental (de izquierda a derecha) provoca en él un extrañamiento: "reguero negro a la luz de la lámpara" (41). A partir de esta experiencia de extrañamiento, reconstruye una realidad fracturada con elementos que, a su vez, están fracturados: la memoria y el lenguaje. Memoria y lenguaje que dificultan la historia misma. La descripción del universo de los colastiné surge desde el sueño y se reconstruye desde el sueño, la noche, la luz de las velas, la proximidad de la muerte. El entenado "vive" con ellos durante diez años hasta que es "rescatado" por una nueva expedición: "…salí de ese sueño para siempre…" (108). Lo reconocen porque tiene barba, pero para el entenado las barbas de los españoles son "máscaras rígidas " (110). Él ya no habla español y las palabras del oficial que lo interroga son "puro ruido" (110). "La ropa me raspaba la piel, me hacía sentir extraño" (114), aunque poco a poco vuelve a acostumbrarse a ella. Se marcha en la nave río abajo, "escoltada por una muchedumbre de cadáveres" (115), imagen de enfrentamiento entre dominadores y dominados que incluye una contemporaneidad: el régimen de terror de la dictadura argentina.

Viviendo en el convento situado en el "pueblito blanco" (117), es nuevamente adoptado y educado por el padre Quesada que escribe la Relación de abandonado, historia del entenado y la tribu colastiné. Al morir el cura-padre, él vuelve a su destino de pícaro, ahora letrado, deambulando y merodeando en los tarros de basura, hasta que se 'ahuacha' con unos actores. Al actor más viejo le cuenta su historia para luego re-escribirla y representarla como comedia y posteriormente en pantomima para que todo el continente europeo la entienda. En este periplo de la fábula mundana y trivializada van naciendo otros entenados, hijos de muchos padres de las actrices que se suman al 'grupo teatral' y que él mismo adopta. Con ellos se marcha luego que la madre es "cosida a puñaladas" (134) para terminar en una casa blanca e instalando una imprenta que sus hijos adoptivos, nietos y bisnietos manejarán. El negocio atendido por otros genera el ocio y abre las puertas a la rememoración y la escritura. Pero, ¿por qué contar una historia que ya se ha contado tanto y de diferentes formas, que ha adquirido las alas aceitosas de la leyenda? ¿Por qué rememorar lo ininteligible?

Saer, a nivel de historia profunda, nos dice que si se pierde la memoria histórica se pierde el sentido social, por tanto se pierde el discurso, o más bien hay una pérdida de sentido en este discurso, característica de la subjetividad en el sujeto postmoderno. Hay una discontinuidad en el discurso del sujeto. Entonces, una vez más, la historia se cuenta oblicuamente. El Estado propicia el olvido; el escritor da cuenta de ese olvido, utilizando la primera historia genocida del descubrimiento y la conquista.

"El entenado […] se articula no sólo desde el fracaso del nacionalismo cultural, sino desde el fracaso concreto de los proyectos nacionales de las últimas décadas del siglo. Escrita durante los últimos años de la dictadura argentina, El entenado trabaja con la historia colonial, pero también registra el impacto de la opresión en el lenguaje y en la función social de la literatura dentro de un contexto radicalmente alterado por el autoritarismo y las presiones políticas del neoliberalismo." (Gollnick.2003:108) (5).

La dificultad de decir el pasado se asocia a esa blancura española: todo es blanco, el pueblo, la casa, el dormitorio, los platos, la vida misma, en comparación con esas costas de delirio, zona de intersticio en el tiempo y en el espacio, con habitantes profundamente rituales: "Al fin podíamos percibir el color justo de nuestra patria" (188). Se trata de una negrura sin nombre, indiscernible. Se trata de un saber eclipsado.

"El silencio, que cubre como un manto la violencia de nuestra historia, es en parte como dice Nelly Richard "una resistencia a la ley que nos obliga a la articulación fonética del sentido". Es también una resistencia al destino fatal de la palabra en el mercado: convertirse en "una verdad entre otras". Pero es además producto del pudor y del bloqueo, de la incapacidad para nombrar y de la introyección de una norma muda. La falta de lugar para el recuerdo es el resultado de un proceso de retroalimentación del silencio entre los espacios públicos y privados." (6)

¿Qué mundo le pertenece a este personaje: ¿El viejo o el nuevo mundo? Lo más probable que ninguno. De ahí el vacío ontológico. ¿Dónde está la realidad del entenado? No hay realidad para él, es pura memoria alambrada; no ha salido del sueño, el delirio o alucinación, metáfora de la problemática de la identidad en América Latina, condenada a otros cien años de soledad.


Notas

(1) Saer, Juan José. "El entenado". 2004. Buenos Aires: Seix Barral.
(2) Novelas Históricas Latinoamericanas Contemporáneas.
(3) Pons, Cristina. "La nueva novela histórica del siglo XX". 1999. En: Perfiles Latinoamericanos Nº 15, diciembre. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, México. Documento PDF, facilitado por el Prof. Leandro Urbina.
(4) González Echevarría, Roberto. "Mito y archivo. Una teoría de la narrativa latinoamericana". 2000. México D.F., Fondo de Cultura Económica.
(5) Gollnick, Brian. " El color justo de la patria. Agencias discursivas en 'El entenado' de J.J. Saer". 2003. Revista crítica Literaria Latinoamericana. Año XXIX, Nº57. Lima-Hanover.
(6) Ruiz-Tagle, Josefa. "La imaginación herida". En: http://www.flacso.cl/flacso/areas/ford/articulo.html


(*) Lilian Elphick (Santiago de Chile, 1959) es escritora y editora de Letras de Chile.



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