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La insignia
21 de abril del 2006


El señor B y la anomalía italiana


Israel Covarrubias (*)
La Insignia. México, abril del 2006.


En Italia, cuando la política muestra signos claros de agotamiento y clausura siempre sobreviene lo impredecible. Es decir, en el momento más crítico y de más álgida afirmación-polarización de las posiciones y las instituciones políticas, sucede un cambio repentino, un viraje de la sociedad, una transformación de la élite política. Así sucedió con el tránsito de la experiencia del fascismo a la Primera República (dominada principalmente por los demócratas cristianos por más de cuarenta años) y de esta última hacia la Segunda República, cuyo eje articulador fue, sin duda alguna, la gran cruzada anti-corrupción que llevo en ese entonces (principios de los años noventa del siglo pasado) al país casi al borde del colapso político y desde donde surgirían, en forma por demás inédita e interesante, actores a-típicos para las formas tradicionales de gobernar una democracia: la nueva derecha populista y los jueces (1).

Por ello, Silvio Berlusconi resulta ser un caso paradigmático y enigmático de la política italiana y quizá, al mismo tiempo, representa uno de los puntos más altos de las transformaciones recientes en los regímenes democráticos europeos, comenzando con la ola de neopopulismos, el fenómeno de la antipolítica, la claudicación de las clases trabajadoras para organizarse políticamente, la intervención del lobby en los partidos políticos y en los Congresos, la creciente migración africana, asiática y, recientemente, latinoamericana, entre otras. Y todo ello, en medio de la efervescencia que ha provocado a las élites políticas europeas la integración regional, a pesar de sus reveses más recientes.

En un breve ensayo más o menos reciente, el historiador inglés avecindado en Florencia Paul Ginsborg decía que la percepción común, un poco exagerada pero cierta, es que Berlusconi puede ser mirado, por una parte, como el arquetipo del italiano medio, es decir, "cordial y generoso pero al mismo tiempo superficial y poco fiable" (2); y, por otra parte, como un hombre hecho a sí mismo: un personaje creado con sus propias manos y con sus propias capacidades, y que se puede incluirse rápidamente y sin ningún problema en las mitologías del triunfo que tanto gustan a las sociedades de consumo opulento. En este sentido, Berlusconi es, al parecer de Ginsborg, "un pequeño hombre con grandes apetitos" (3).

De hecho, la victoria del cavaliere en las elecciones del año 2001, ya había provocado en aquel entonces ciertas reacciones contrarias tanto en la opinión pública italiana como en la del resto de Europa (4). En primer lugar, porque la llamada Casa della Libertà, su coalición de gobierno, ha estado formada por personajes que si bien su reputación cuesta trabajo calificar negativamente, su presencia política no resulta ser la más adecuada para dirigir un régimen democrático. Subrayo democrático porque la novedad de la política italiana es la de una democracia gobernada por neofascistas como Gianfranco Fini, líder de Alianza Nazionale, altamente eficiente, pero moralmente sujeto de imputabilidad si se introduce la memoria histórica en la arena política. O bien, Umberto Bossi, que nuevamente regresa al gobierno de Berlusconi, y que tiene entre sus "triunfos" ser el líder indiscutible de la llamada comunidad padana, cosa que lo dinamitará con un poder exagerado al punto de volverlo un personaje político medianamente peligroso, ya que a estas alturas su frágil estado de salud lo ha jubilado (parcialmente) de la escena política italiana mucho tiempo antes de lo previsto.

Por su parte, en algunos sectores de Italia aún se puede encontrar a flor de piel la sensibilidad de hace una década, cuando el centro de la tormenta estaba constituido por una clase política corrupta, con independencia del partido al cual se perteneciera, y un grupo de jueces milaneses que iniciaron una serie de indagatorias por delitos en contra de la administración pública, hasta el punto de constituir uno de los fenómenos de limpieza gubernamental más importantes de la historia contemporánea. El fenómeno de Mani pulite, llevaría a proceso judicial a más de 500 políticos, así como alrededor de 2000 miembros de la élite política que permanecieron bajo sospecha, provocando un terremoto cuyas consecuencias siguen presentes, ya que del final de la llamada Prima Repubblica, ¡salieron personajes como Berlusconi y Bossi!

Un hecho que viene a corroborar lo anterior es el de las elecciones europeas del 2004, donde el principal derrotado fue el partido de Berlusconi. Y ello en virtud de las promesas imcuplidas con su electorado (por ejemplo, el control de la inflación y la pendiente reforma al mercado del trabajo que parece afectar a grandes sectores de la sociedad italiana). De hecho, el propio cavaliere declaró a la mañana siguiente de su derrota parcial que existía una "señal de descontento" (5). Sin embargo, su autoestima y su cinismo resultaron ser colosales, pues poco después agregó que no había nada de qué preocuparse, ya que su gobierno es el que más tiempo ha permanecido en el poder en toda la historia republicana italiana. Cosa cierta, y más cuando dicha "perdurabilidad" ha sido ocasionada en gran medida por los conflictos de la izquierda italiana, irrenunciable a sus posiciones, completamente desvinculada de los sectores más sensibles a las agresiones políticas de Berlusconi, como lo son los intelectuales, profesores universitarios, estudiantes, girotondi, antiglobalizadores, inmigrantes legales y demás componentes de una clase media por momentos excesivamente contradictoria o gratamente solidaria.

De igual modo, el caso de este singular personaje encendió en su momento algunos focos rojos al advertir una de las principales transformaciones de la política contemporánea: el enorme peso y el efecto demoledor del dinero en política. Los síntomas ya eran palpables desde 1994, cuando Berlusconi cabalgaba fallidamente al poder por primera vez. Incluso alguien se atrevió a insinuar la hipótesis de que el ascenso de Berlusconi significaba el primer caso posmoderno de un golpe de Estado mediático, en el sentido de haber sido organizado por el uso discrecional de la maquinaria de la comunicación y no con las bayonetas (6). Sin embargo, en aquel entonces tuvo que renunciar cuando no pudo sostener la mayoría en el Parlamento, causada por la pérdida del voto de confianza de la coalición que siete meses antes lo había llevado al gobierno. Quien mejor que el secesionista obstinado, Umberto Bossi, líder de la Lega Nord, para obligarlo a renunciar.

Por otra parte, el caso de Silvio Berlusconi debe ser leído tomando como referencia las preocupaciones sobre el presente y el futuro de la democracia. En función de ellos, se explicaría el nacimiento del mismo. En particular, se debe estar atento a dos macrotendencias de la política contemporánea: la primera, lo que llamaría la caída del concepto de esperanza política; la segunda, el problema de la insatisfacción con las instituciones democráticas o déficit democrático.

Me explico mejor. En la actualidad, existe un signo negativo con el declive de la esperanza política. Sobre todo porque esta acepción resultó ser el elemento que por mucho tiempo indujo a la gente a pensar que el Estado y la política podían ayudar a la transformación y el mejoramiento de la sociedad (7). Lo peculiar de esta noción, a pesar de que su mayor extensión y desarrollo histórico lo tendría paralelamente al desarrollo del Estado providencia, es que resulta una idea político-social muy vieja, anterior incluso a la formación de las democracias modernas. Es decir, nacerá bajo la concepción de una particular libertad, como fue la libertad religiosa. Sintéticamente, quería decir la posibilidad de ser convertido sin necesidad de pasar por los dominios el poder político y del Estado, porque era un fenómeno que se dirigía antes que nada a los otros; de ahí la suposición de que el propio pasado podía ser puesto en entredicho desde el momento en que se tenía la posibilidad de devenir en otra persona. Cabe subrayar que el concepto de esperanza política nacía como efecto del fenómeno de la reforma religiosa del protestantismo. De igual modo, el pluralismo precisamente nacía en este fenómeno religioso como parte del conjunto de relaciones privadas que no tenían como horizonte a una entidad por encima de los hombres sino al prójimo. De hecho, la idea misma de lucha política ?necesaria para la existencia del pluralismo político moderno? puede tener una mejor comprensión desde estas coordenadas, ya que su fin es intentar convencer y convertir a los otros al credo o bandera propias. Al mismo tiempo, permitió construir una de las organizaciones más consistentes para la vida moderna: el partido político (8). Por lo tanto, la caída de la esperanza política en las democracias contemporáneas pudiera encontrar su cuerpo en el seno de la crisis de los partidos políticos, ya que, en última instancia, el partido fue por mucho tiempo una agencia de conversión de la sociedad, una escuela de integración y un creador de socialización política (9).

Esta caída es, por consiguiente, una de las claves para entender la crisis de la democracia representativa de la actualidad. Algunos de los fenómenos clave por destacar de esta declinación del "espíritu" democrático pueden ser el faccionalismo que permite ganar ventajas y privilegios políticos, cuya expresión en Italia es precisamente la construcción de partidos personales, tal y como ha sucedido con Forza Italia, el partido fundado y tutelado por Berlusconi (10). La particularidad de este partido ha radicado en que el líder crea a la organización y no viceversa, como sucedía antaño con el partido tradicional (11). Igualmente, indica un signo preocupante y no exclusivo de la anomalía italiana: un empresario que se ve obligado a saltar literalmente al negocio de la política con el objetivo de legitimar sus propias distorsiones. En él, la distinción entre lo público y lo privado dejarán de tener su razón de ser. La paradoja es que Silvio Berlusconi es un político que dirige un Estado que al mismo tiempo lo busca, investiga y acosa, por sus acciones no públicas, por sus secretos, por sus crímenes sin sangre, que en algunos casos, como bien sabe Italia con la experiencia de la logia masónica P2 ?a la cual pertenecía Berlusconi?, resultan ser más difíciles de gestionar y controlar. En este sentido, han sido reiteradas las voces que en distintos medios de comunicación, sobre todo extranjeros, han señalado una y otra vez las anomalías que Berlusconi representa y que encontrarán en su corrupción el eje principal de sus patologías. A todos ellos, Berlusconi los ha bautizado como prensa perversa, comunista, complotista, comenzando con el respetable semanario inglés The Economist. En efecto, de diez años a la fecha, Berlusconi ha sido llevado en varias ocasiones a proceso por el sistema judicial italiano, en particular, en los aguerridos y durísimos tribunales de Milán. Sin embargo, a día de hoy ninguna de esas causas ha podido concluirse, sea por insuficiencia de pruebas, como sucede en cualquier democracia con un Estado de derecho respetable o por la modificación sustancial de las leyes para su propio beneficio, como es evidente con el señor B y el caso italiano.

Se especula que el hombre de la eterna sonrisa, formado en el negocio de las telecomunicaciones, ha concentrado una fortuna calculada en 10 mil millones de dólares, hecho que lo covierte en uno de los hombres más ricos de Europa. No es difícil imaginar que de su propia bolsa salieron grandees sumas de dinero para financiar a su partido, al punto de volverse su motor esencial. Lo interesante del caso, en términos politológicos, es que el mecanismo de agregación de las preferencias que construyó junto con su partido está basado en una presencia capilar a lo largo del territorio italiano. Ahora bien, parte de su éxito como político se debe a su plataforma de gobierno: "menos impuestos, menos burocracia, trabajo público para los desocupados y subempleados del sur, ciudades más seguras, alto a la inmigración clandestina y a la delincuencia que se relaciona a la primera, reforma al sistema judicial y bloqueo de la actividad inquisitorial y punitiva de los magistrados demasiado independientes" (12). Por ello mismo, no es gratuito que la tendencia del voto a Berlusconi provenga de sectores letárgicos como las amas de casa (corroborando el efecto televisión en la democracia italiana, tanto en Mediaset ?la cadena berlusconiana? como en la RAI, televisión pública, ahora también indirectamente en sus manos), o los ancianos; no obstante, sectores tales como los trabajadores independientes, organizados en negocios familiares ?y que encontramos diseminados por toda la península?, se revelaron como bolsas fundamentales de votos para il cavaliere.

Sin embargo, el punto que debería llamar poderosamente la atención del caso italiano es la desorganización de la izquierda y menos las maquinaciones de Silvio. Ya un extraordinario escritor como Antonio Tabucchi, enemigo público de Berlusconi, había expresado que "la actual izquierda italiana, para tener la identidad que le falta, tiene necesidad de Berlusconi. Como si el blanco, para definirse a sí mismo, tuviera necesidad de decir que no es negro. Cuando para decir aquello que se es, se dice què cosa no se es, significa que no se sabe qué cosa se es" (13).

Con algunos tintes de populismo (14), pero lejos de un Le Pen o un Haider, el proyecto de Berlusconi está basado en una ambiciosa concepción personal de desmontaje de la fuerza real que tiene el Parlamento italiano para conferirle una dosis importante de poder a la figura del Ejecutivo que, hasta el momento, es una figura más bien discreta, pues su objetivo -se ha especulado en más de una ocasión- es llegar a fungir como presidente de Italia en un futuro próximo. Tal vez demasiado próximo.

De aquí, si Berlusconi ha podido transformarse en gobierno con una "relativa" facilidad o por lo menos eso expresaría la perplejidad que ha provocado en algunos sectores de la opinión publica, algún problema debe tener la democracia como valor institucionalizado, ya que no ha cubierto las expectativas de los ciudadanos (por lo menos en las confrontaciones del caso italiano), y de ello deriva la obligación más que necesidad por profundizar su calidad. Es decir, si el sistema de expectativas es superior al resultado obtenido, es porque las necesidades y deseos de los ciudadanos crecen con mayor velocidad que las instancias que pudieran satisfacerlos. Y no debemos pensar únicamente en aquellas vinculadas al Estado. También es necesario incluir la caída de algunos modos organizacionales de la sociedad civil. En la punta del conflicto entre expectativas y sistemas de provisión, se encuentra un problema de base fundamental para las democracias actuales: la erosión de la confianza. Para ser más preciso, la asimetría entre las velocidades de la ciudadanía y sus necesidades y las respuestas a ellas, puede llegar a corromper la confianza entre sistema y biografía, entendiendo por corrupción su significado original de putrefacción. En este sentido, el caso de Berlusconi es representativo para abrir la discusión sobre la cuestión de la reputación en la política. Es decir, ¿cómo es posible detectar en una sociedad y en un determinado momento a una persona en la cual podemos depositar nuestra confianza? ¿cómo se transforma en alguien capaz de ser respetable al punto de convertirse en nuestro confidente? Y en plena caída de la esperanza política, ¿cómo puede el Estado construir la confianza suficiente para que los ciudadanos se identifiquen con él?

Es muy probable que parte de la insatisfacción democrática se deba a que aún el sistema democrático trae un déficit de reputación al nivel sistémico y biográfico. Es decir, se asiste a un peligroso problema de confianza (nivel sistémico) y confidencia (nivel individual). Para no ir muy lejos, la escandalosa presencia de Berlusconi en Italia, con independencia de su alérgica personalidad al canon político medio europeo, es una síntesis bien lograda de un momento definible tentativamente como posdemocrático, entendiendo con esta expresión un movimiento de declinación que le sucede a un ciclo de democracia fuerte y extensamente consolidada. Es decir, cuando la democracia pierde su centralidad en la actividad autónoma de la sociedad civil y de la ciudadanía en general (15). Ni más ni menos, el escándalo vuelve al centro de la política italiana al confirmar su todavía salvaje anomalía, pero que, por otra parte, corrobora un síntoma fehaciente de nuestro tiempo: la falta de imaginación para poder reinventar todo aquello que ahora esta resultando más que podrido.


Notas

(*) Catedrático-Investigador del Centro de Estudios de Política Comparada, A. C.
(1) Véase, César Cansino, "Italia: una democracia escandalosa", La Jornada Semanal, núm. 249, 20 de marzo de 1994, p. 40.
(2) Berlusconi, ambizioni patrimoniali di una democrazia mediatica, Turín, Einaudi, 2003, p. 24.
(3) Idem.
(4) Sin olvidar que en el primer trimestre del 2005, Berlusconi disolvería los poderes del Parlamento italiano para poder reelegirse bajo una nueva arquitectura institucional dadas las dificultades que estaba teniendo para gobernar (literalmente) al país.
(5) La Repubblica, 14 de junio de 2004.
(6) La idea de golpe de Estado mediático se le debe a Paul Virilio. Citado en Michelangelo Bovero, Los desafíos actuales de la democracia, México, IFE, 1996, pp. 11-12.
(7) En el particular caso de Europa, quedaría la noción quedaría incrustada en el interior del llamado pacto de medio siglo (años cincuenta del siglo XX) en pleno desarrollo de las economías de bienestar.
(8) No es gratuito que el primer partido del cual se tenga conocimiento haya sido el New Model Army, es decir, un partido organizado bajo la disciplina militar, donde la conversión casi total era un elemento fundamental
(9) Cfr., A. Pizzorno, Le radici della politica absoluta e altri saggi, Milán, Feltrinelli, 1992.
(10) Un caso ejemplar y muy cercano a nosotros es la estructura aparentemente "impersonal" (pero altamente personalizada alrededor de la llamada pareja presidencial) de la llamada fundación Vamos México, comandada por la actual Primera Dama de México, Martha Sahagún de Fox.
(11) Cfr., N. Bobbio y M. Viroli, Diálogo en torno a la república, Barcelona, Tusquets, 2003. Sobre el caso de Forza Italia, el mejor trabajo de investigación disponible es Emanuela Poli, Forza Italia. Strutture, leadership e radicamento territoriale, Boloña, Il Mulino, 2001.
(12) Ginsborg, op. Cit., p. 12.
(13) Micromega, núm. 4, octubre/diciembre del 2003.
(14) Son famosas sus declaraciones en este sentido. Así pues, por ejemplo, "Los jueces son golpeadores; los comunistas jamás podrán gobernar. Y por lo que a mí se refiere, no puedo ser juzgado por jueces "que han ganado un concurso" porque "yo respondo sólo al pueblo que me ha elegido". Citado en Diario, año VIII, núm. 19, 16-19 mayo de 2003, p. 14.
(15) Véase Colin Crouch, Postdemocrazia, Roma-Bari, Laterza, 2003.



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