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La insignia
1 de octubre del 2005


A fuego lento

Usos y abusos del huipil


Mario Roberto Morales
La Insignia*. Costa Rica, octubre del 2005.


Los huipiles -esas prendas indígenas que usan las mujeres, en forma de blusón- forman parte de las vestimentas impuestas por la Corona española durante el régimen colonial; un régimen basado en la encomienda (tierras e indios en propiedad), el repartimiento (rotación de la mano de obra indígena de una encomienda a otra) y pueblos de indios (confinamientos regidos por la nobleza indígena a base de jerarquías político-religiosas encargadas de organizar festividades católicas durante todo el año).

Cuando en los años setenta nos invadió la "moda étnica", las chicas liberadas solían vestir esas prendas y usar sandalias de cuero para no desentonar con los jóvenes rebeldes que invariablemente vestían pantalones de mezclilla, zapatones de esos que llamaban comandos, y bolsón de cartero en el que llevaban fotocopias de libros considerados peligrosos, como los versos de Benedetti. Las chicas de los setenta también usaban perrajes, esas prendas que en México se llaman rebozos y que tienen un colorido alegre que suele contrastar con la pesadumbre de las mujeres indígenas que se los ponen sobre la cabeza para entrar a la iglesia.

Como la "moda étnica" nos llegó a la América Latina desde Europa y Estados Unidos, el extraordinario pintor y agudo humorista guatemalteco, Marco Augusto Quiroa, definió el perraje con estas palabras: "Prenda indígena que usa la ladina para parecer gringa". Con lo que describió magistralmente las funciones identitarias que la prenda desempeñaba según fueran las necesidades autoidentificatorias de las usuarias. La función cultural de toda la vestimenta indígena -llamada "típica" en Guatemala- por parte de ladinos o extranjeros fue y sigue siendo la misma. Su usuario busca diferenciarse de los mestizos locales encasquetándose un marcador identitario que lo caracteriza como muy "in" porque "valora" la cultura de los desposeídos. Las prendas indígenas son un marcador de identidad "progre"; más occidental que Cristóbal Colón, pero "progre".

Después, en los años noventa, esas vestimentas fueron objeto de reivindicación identitaria por parte de los "mayas" -esa elite de indígenas ligados a los financiamientos internacionales y el oenegismo "políticamente correcto"- y la asumieron como parte de un orgullo identitario ancestral e invariable, brincándose el hecho histórico de que constituían uniformes impuestos por los españoles en los pueblos de indios. Está bien: la gente tiene derecho a resignificar sus marcadores identitarios. Queda pendiente, claro, la responsabilidad histórica de semejante acto.

Ahora, cuando en Guatemala han prosperado las leyes "políticamente correctas" en contra del racismo, está ocurriendo lo que ha ocurrido en Estados Unidos desde que el multiculturalismo, la acción afirmativa y la "corrección política" se pusieron de moda: ante cualquier desavenencia de orden político o lucha de poder, las víctimas que se victimizan echan mano del racismo para neutralizar a sus oponentes, contrincantes o enemigos. Y no es que no deban existir leyes que castiguen el racismo. Es que esas leyes no pueden tener un carácter culturalista, porque el culturalismo es tan elástico que se presta para convertir a ciertos consumos culturales en ejercicios de discriminación y falta de respeto a la cultura del "otro". De ahí que haya mentes calenturientas que pretenden prohibirle a los ladinos guatemaltecos apropiarse del Popol Vuh por ser éste (dicen) un libro exclusivamente para los "mayas". ¿A dónde iríamos a parar si los ladinos les prohibieran a los "mayas" apropiarse del Quijote?

Traigo esto a cuento porque una conocida dirigente indígena está cursando una acusación legal de racismo en contra de un señora ladina por el motivo de que ésta usa huipiles desde hace muchos años. El trasfondo del asunto tiene que ver en realidad con una lucha de poder que la dirigente indígena perdió en una de esas organizaciones llamadas "de la sociedad civil" y que son el exclusivo producto de los financiamientos internacionales.

Sería interesante preguntarles a los fabricantes de ropa "típica" si están de acuerdo en que sólo los "mayas" usen esas prendas. Pero aparte de la inviabilidad concreta de tal pretensión, lo triste de este asunto es que la ridiculez de la mencionada acusación no habrá de ser obstáculo para que "la ley"-que es ciega, especialmente en Guatemala- condene a la señora del huipil por ser racista, lo cual hará de este caso algo tan pintoresco y doloroso como el paisaje guatemalteco, con sus casitas, sus milpitas y su lacerante miseria envuelta para colmo en el ridículo.

Tendré que darle seguimiento a este simpático caso de intolerancia y censura contra la libre expresión de una ladina que decidió seguir usando huipiles después de pasada la "moda étnica" (una actitud, por otra parte, muy generalizada entre los setenteros "retro" de hueso colorado). Al hacerlo, corro el riesgo de ganarme una acusación y una condena legales por racismo. Pero nada de esto es extraño en la "políticamente correcta" Guatemala, llamada ahora "Guatemaya" por el etnicismo bienpensante, y "Guateámala" por la oligarquía que pretende, a punta de cursilería, elevar la autoestima de un pueblo al que casi ha dejado sin sangre en las venas.


Heredia (Costa Rica), 30 de septiembre del 2005.


(*) También publicado en A fuego lento



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