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La insignia
3 de marzo del 2005


La ciudad sin esquinas


Ricard González
La Insignia. España, marzo del 2005.


Una de las exposiciones permanentes del Fórum de las Culturas que tuvo un mayor éxito fue la de Ciutats, cantonades (Ciudades, esquinas). En ella se reivindicaba la ciudad como lugar de encuentro, intercambio, y creatividad. En definitiva, la ciudad como centro de cultura y civilización. Y las esquinas urbanas, puntos de convergencia entre calles y trayectorias con orígenes diversos, simbolizan mejor que nadie el espíritu mestizo de la urbe.

Irónicamente, a escasos metros del recinto del Fórum, y como resultado de la reforma urbanística impulsada por este acontecimiento, se ha levantado un nuevo y exclusivo barrio que presenta una singularidad respecto al trazado del resto de la ciudad: no tiene esquinas. Diagonal Mar es un complejo urbanístico formado más de 200.000 metros cuadrados de jardines y parques decorados con mosaicos de inspiración gaudiniana en los que crecen, como setas, cinco lujosas torres de viviendas. El barrio, situado en primera línea de mar, se encuentra flanqueado por hoteles, edificios de oficinas, un palacio de convenciones y un enorme centro comercial, con 18 salas de cine incluidas.

Además de constituir una flagrante contradicción más entre los principios y valores que decía promover el Fórum, y los que orientaban su desarrollo (por ejemplo, expandir la cultura de la paz gracias a la financiación de empresas del sector armamentístico), Diagonal Mar nos propone un nuevo modelo de ciudad que contrasta notablemente con el de la Barcelona tradicional. El nuevo barrio rompe con la estructura compacta de la ciudad a cambio de ganar metros de altura y zonas verdes de carácter público. Desaparecen las calles rectilíneas en favor de trazados serpenteantes circunscritos dentro una gran manzana. En esta nueva ciudad fragmentada no hay lugar para el pequeño comercio tradicional (en los bajos de las torres tan sólo encontramos oficinas bancarias y algún bar), absorbido por el gigantismo del centro comercial, convertido al mismo tiempo en centro lúdico y de consumo.

Este nuevo modelo de ciudad, precisamente, rompe con el espíritu urbano defendido en la exposición Ciutats, cantonades. Con las esquinas, Diagonal Mar pierde los "puntos de condensación de emociones y situaciones ciudadanas" que sirven para tejer el vínculo social, para construir la ciudad humana. Su gigantismo y fragmentación refuerzan algunos de los peores instintos y tendencias de la vida urbana, es decir, de la modernidad: la deshumanización, el individualismo, la soledad, o el consumismo. Sus espacios públicos están pensados para ser disfrutados de forma individual, o en familia, pero no para ser compartidos de forma comunitaria. Son puntos de encuentro, pero no de intercambio. El mastodóntico centro comercial, con su invitación al consumo desenfrenado, constituye el paradigma de este estilo de vida. Éste nos propone el anonimato, unas relaciones humanas despersonalizadas, que se complementan a la perfección con su amplia oferta de colores, sabores y sensaciones de disfrute inmediato.

Los defensores de Diagonal Mar argumentan que no se trata de un cambio de modelo, sino de completar una oferta residencial que no satisfacía las demandas de los ejecutivos de las empresas multinacionales que desean instalar (o lo han hecho ya) sus centros de operaciones en nuestra ciudad. Sería, pues, un barrio para esa nueva clase globalizada y cosmopolita habituada a un estilo de vida más cercano al norteamericano que al mediterráneo. Espero que así sea. Porque de lo contrario, si éste fuera el modelo de ciudad que nos tienen preparados nuestros políticos y burócratas, se confirmaría que la idea de progreso no fue más que un sueño de la razón ilustrada.



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