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30 de junio del 2005 |
Rafael Poch de Feliu
El hijo
Kim il Sung murió en 1994, cuando Corea del Norte atravesaba su peor año desde la terrible y cruel guerra de 1950-1953. La muerte del líder que era piedra angular del sistema, en un momento de hambruna, con el bloque del este desaparecido en Europa, con todo el sistema de exportaciones de este país, que era eminentemente industrial, desmantelado, sin petróleo ni energía, y en vísperas de sequías e inundaciones sin precedentes, significó algo cercano al colapso. Se dice que centenares de miles, sino más de un millón, de norcoreanos murieron de hambre a partir de 1994, sobre la cifra exacta solo caben especulaciones. En ese contexto, Estados Unidos, reforzó a su propósito, tan antiguo como la propia República del Norte, de derribar el régimen por medios militares, sanciones y bloqueo. Cualquier otro país habría sucumbido, Corea resistió en condiciones dantescas. El precio pagado en vidas y derechos humanos está siendo enorme, mucha gente padece malnutrición, pero el país sigue ahí. La nación y su régimen, están exhaustos pero con la sensación de que lo peor, seguramente, ha sido superado. Tres son las claves de este milagro: la bomba atómica, una transferencia gradual de poder, del padre al hijo que se inició en 1980, y la mentalidad de la población norcoreana. De todos los misterios que Corea del Norte contiene, el de su bomba atómica, es el menos misterioso: el programa nuclear, sobre el que cabe poco más que conjeturas, fue diseñado para complicar e impedir el clásico escenario bélico ensayado por EE.UU. tras el fin de la guerra fría en Irak, Yugoslavia y Afganistán, y, por el momento, ha dado resultado. Gracias a la bomba el mundo se toma en serio a Corea del Norte, el régimen se ha vacunado contra una invasión y se ha dotado de una carta con la que negociar su supervivencia y reconocimiento. El traspaso de poder se inició en octubre de 1980, cuando el hijo fue nombrado oficialmente "número dos" del régimen. Desde entonces, el hijo fue consolidando posiciones y en mayo de 1990 ascendió a jefe de las fuerzas armadas. Kim Jong il sustituyó a más de 1.000 generales y oficiales y se rodeó de una nueva generación de militares leales a su persona. El siguiente paso fue la institucionalización -sin precedentes en el mundo comunista- de la primacía del ejército sobre el partido, y de la Comisión de Defensa Nacional sobre el Comité Central. La Constitución de 1998 da a la Comisión de Defensa Nacional el poder supremo. Desde 1998, el hijo ha sentado las bases para la reforma y la apertura, ha establecido relaciones diplomáticas con 24 de los 25 miembros de la Unión Europea, más Canadá, Australia, Nueva Zelanda y otros. Kim Jong il celebró la primera cumbre con su homólogo de Corea del Sur en medio siglo en junio del 2000, y ha visitado en varias ocasiones China y Rusia interesándose por los cambios, especialmente por los de China. "Observamos", dice lacónico un académico de Pyongyang sobre ese tema. "Hay claros indicios de que Kim Jong il está planeando la apertura de Corea del Norte al mundo para recibir inversiones extranjeras y reestructurar su obsoleto sistema económico", dice Kim il Pyong, uno de los más conocidos especialistas surcoreanos. En una analogía bastante tópica en asuntos norcoreanos, se compara el reinado de Kim il Sung (el padre) con los diez años de gobierno del regente Taewongun 1864-1873, cuando el reino de Choson practicó un extremo aislacionismo que hizo que se le conociera como el "reino eremita". Al acceder a la mayoría de edad, el heredero, el rey Kojong, abrió el país al mundo e inició una modernización. Kim Jong Il, el hijo de Kim il Sung, podría ser ahora un nuevo rey Kojong, pero todo esto viene bastante complicado por la política de Washington, que es a la vez un obstáculo innegable a la apertura y el gran argumento del régimen para no mover ficha. Con su diplomacia no agresiva y su paciencia, la Unión Europea podría contribuir a dinamizar las cosas. En los últimos años, el régimen norcoreano no ha ignorado la aparición de la UE como nuevo factor internacional en creciente desacuerdo con el unilateralismo y la política de fuerza de Washington. La mayoría del más de centenar de artículos relacionados con la UE publicados en los últimos cuatro años en el diario del Comité Central del Partido de los Trabajadores Coreanos, "Rodong Sinmun", contienen menciones elogiosas hacia el papel de contrapeso ante Estados Unidos desempeñado por Europa. "Europa enérgicamente opuesta al juego de poder unilateral de Estados Unidos", o "La Unión Europea, se convierte en un nuevo obstáculo al unilateralismo americano", han sido titulares aquí, y el régimen quiere desarrollar las relaciones con Europa que se iniciaron en el año 2000, inmediatamente después de la histórica cumbre presidencial intercoreana. Desde entonces, Pyongyang ha establecido relaciones diplomáticas con 24 de los 25 países miembros de la Unión y mantiene embajadas en seis países miembros (Alemania, Suecia, Chequia, Polonia Italia e Inglaterra), representaciones económicas en otros dos (Francia y Austria), y sede diplomática en un noveno país, Suiza, que no es miembro de la UE. El desarrollo de las relaciones europeas es una de las prioridades actuales de Pyongyang, naturalmente por detrás de las relaciones con China y Rusia, los dos grandes vecinos y aliados históricos de Corea del Norte, que continúan en primer lugar, por razones obvias, dio a entender el jefe del departamento europeo del ministerio de exteriores norcoreano, Ri Kwang Hyok en conversación con nuestro diario. Washington concibió inicialmente las conversaciones a seis bandas de Pekín como una operación previa hacia una "receta iraquí", en la que la ausencia de resultados del proceso debía justificar sanciones contra Pyongyang respaldadas por la ONU. Las sanciones habrían incrementado la asfixia y el aislamiento del país, y acercado un escenario de intervención militar. Ese cálculo resultó erróneo, porque China, que se juega mucho con una nueva guerra de Corea, asumió la dirección arbitral del proceso negociador, y, junto con Rusia, ha dejado clara su firme oposición a llevar el tema de Corea del Norte a la ONU. Las conversaciones mostraron el desinterés de Washington en una solución diplomática y han dividido a los seis en dos grupos; el de quienes "comprenden" lo que Pekín llama "preocupaciones de seguridad" de Corea del Norte, es decir la exigencia de unas garantías jurídicas razonables de que no va a ser atacada militarmente como condición a una desnuclearización, y el de quienes afirman que todo el problema se reduce a la intransigencia de Pyongyang. Entre los "comprensivos" figuran la propia China, Corea del Sur y Rusia, mientras que en el otro grupo sólo Japón se alinea con Estados Unidos. La Unión Europea se alinea en el grupo de los tres, por lo que su eventual participación en las negociaciones aun haría más desfavorable para Washington la correlación de fuerzas. Esa es la razón por la que la administración Bush no quiere ver a la UE metida en el proceso bajo ningún concepto. Respecto al Caudillo Kim Jong Il, en una rara entrevista de prensa declaró su preferencia por el "modelo sueco"... ¿Qué decir de la población? Sus espaldas, aguantan, sufren y mantienen la situación. La lógica patrimonial del régimen, su extrema disciplina y rigidez, aun encuentran una amplia legitimación, sobre cuya fragilidad o solidez, podría discutirse mucho. La impresión central que uno se lleva de aquí es la de un enorme desfase entre un sistema económico de tipo estalinista arruinado o semiarruinado, y un régimen ideológico prácticamente intacto, que goza de una aparente aquiescencia de parte de la población. La gran pregunta es cómo se resolverá este desfase. Una educación particular En el aparente respaldo "cultural" de la población al líder, la educación parece jugar un papel importante. La guardería Kim Jong Suk, de Pyongyang lleva el nombre de "la madre", primera esposa del "Gran líder". Enseñan al visitante un aula llena de niños de tres a cuatro años, con una gran maqueta de la casa en la que nació el "gran líder", Mangyongdae, y otra con el lugar natal de la madre, Hyeryong en el centro. -Profesora: "¿Cómo se llama la casa en la que nació el Presidente Kim il Sung? - Niños (a coro): "Mang-yong-dae". -¿Quien nació en la casa Mangyongdae? -El gran líder amado, Presidente Kim il Sung. -¿Cuando nació el Presidente Kim il Sung? -Nació el 15 de abril de 1912 -Profesora: "He aquí la casa de la madre Kim Jong Suk, que hizo feliz al Presidente Kim il Sung. Cuando era pequeñita, la madre Kim Jong Suk, trabajaba en el campo de Hyeryong, ayudando a su madre a recoger los granos de maíz y de soja. Así pues; ¿cómo se llama ese lugar? - (a coro): Hy-er-yong. La madre Kim nació en esa casa y paso su infancia (aplausos). (Comienzan a cantar, con acompañamiento de acordeón) "Cuando regreso a casa con mi mochila/ mi perro me sale al encuentro contento/ el sol brilla y me dice buenos días/ El vestido que llevo es muy bonito/ me lo ha dado el camarada Kim Jong Il. Clase de español en la Escuela de lenguas extranjeras de Pyongyang. Alumnos adolescentes de segundo y tercer curso. Su acento y nivel son impecables: Profesora: ¿Cómo cuidamos el cuerpo? (Se levanta un alumno, camisa blanca, pañuelo rojo, y recita de corrido con voz enérgica): "Creo que la alimentación es lo principal para la salud. Los hombres destruyen la salud por no alimentarse adecuadamente. Unos comen demasiado mucho (sic) y otros solo carne con mucha grasa. Para no caer enfermos, no hay que comer demasiado y masticar mucho. Luego hay que comer tres veces al día, cada seis horas. Además, hay que comer verdura y pescado. Si comemos solo la carne, nosotros engordamos y el corazón también. Por eso en Europa, según lo que vi en la televisión, hacen una campaña de comer verduras (sic). Las frutas, las algas marinas y los mariscos son muy buenos para la salud." (Se levanta otro): "Para la salud no hay que beber. Un amigo de mi padre bebía cada día más de una botella. Mi padre le aconsejaba, pero el no dejó de beber. Este año cumplió 44 años, pero está muy grave y ya perdió la capacidad de trabajar. Yo juro que en toda mi vida no voy a beber ni una gota de licor para no vivir como el". (Se levanta una chica, de ojos brillantes, 12 años): "Es cierto que la salud depende del esfuerzo de si mismo, pero a mi parecer, tener o no tener buena salud depende de la política del país. En los países capitalistas los niños pobres no pueden crecer sanos y fuertes. Sus padres, aunque les quieren mucho no los pueden alimentar y atender bien, porque no tienen dinero. Algunos hombres usan drogas para olvidar problemas y se convierten en alcohólicos y drogadictos, pero en nuestro país todos los hombres son iguales. Todos nosotros recibimos la asistencia medica gratuita en los hospitales por eso decimos que vivimos en el mejor régimen del mundo". Una vida dura "Una sola mente", el mensaje del rótulo luminoso brilla en la vacía noche de Pyongyang, flanqueando la "Torre de la idea juche", el colosal monumento a la ideología de estado. A la mañana siguiente, varias columnas de miles de adolescentes se dirigen cantando en ordenada formación por el puente Yanggak hacia el gran estadio "Primero de Mayo". Acuden a ensayar un espectáculo de gimnasia colectiva que representarán en agosto, con motivo de los actos de conmemoración del sesenta aniversario del fin de la ocupación japonesa. La acumulación de este tipo de imágenes en la retina del visitante puede hacerle llegar a olvidar lo más banal: detrás de los decorados de ese supuesto pensamiento único, de ese "hombre de hierro", de los monumentos y consignas que hablan de luchas y semidioses, la nación norcoreana está compuesta por seres humanos de carne y hueso. Una población exhausta, que, pese al tremendo estrés y las privaciones alimentarias, logra proyectar sus innegables cualidades e incluso parece que está empezando a salir del agujero negro de los últimos años. En éste país no hay certezas. Todo puede ser completamente diferente a lo que parece. Lo máximo que se retiene tras una visita de una semana son impresiones... y conjeturas. Pyongyang, con su firme y tronada arquitectura, sus espléndidas y amplias avenidas arboladas, sus grandes parques y grandes infraestructuras colectivas, no parece muy diferente del Minsk de mediados de los ochenta. Una ciudad de kilométricas caminatas cotidianas, con la mochila a la espalda, en bici, en la que la gente aguarda en cuclillas la llegada de un trolebús con una sucesión de estrellas dibujadas en el chasis. Cada estrella representanta 50.000 kilómetros recorridos y algunos vehículos contabilizan millones de kilómetros: decenas de estrellas. Las tiendas no están vacías ni se ven colas, como ocurría en la capital de Bielorrusia, pero los precios son muy altos y la sospecha de una enorme penuria es grande. Cualquier cálculo sobre precios, salarios y el sistema de racionamiento, desemboca en un misterio imposible de cuadrar, algo familiar para quien haya conocido el mundo del Este en Europa. El salario puede ser tan bajo como 2000 wons, el kilo de arroz a "precio libre" puede ser tan alto como 1000 wons. Es un ejemplo, quizá extremo, pero incluso calculando en "precios subvencionados" (8 huevos por 200 wons, un kilo de azúcar por 180 wons) y salarios altos, o muy altos, de 9.000 o 15.000 wons, no se llega a cubrir lo más esencial. La moneda nacional tiene dos cambios, en el oficial el euro se cambia a 170 wons, en el liberalizado a 3.300, pero el estado controla ambas cotizaciones. La economía informal, que resuelve muchos de estos misterios, es un tabú manifiesto. Esa es la impresión. La vida es dura, muy dura, incluso en las ciudades, donde todo se mantiene mejor, incluso en la capital, donde todo es más suave. El corte de agua corriente es crónico en Pyongyang. Hay agua, un rato al día. Fuera de Pyongyang hay electricidad algunas horas. En el campo se trabaja duro, casi siempre a mano, con un día libre cada diez y una dieta que, frecuentemente, consiste en un bol de maíz molido y sopa con verduras, o arroz mezclado con maíz. La falta de energía y abonos preside la vida. Esa vida dura y esas carencias, aun resaltan más las virtudes; la dignidad y limpieza que demuestra la gente, en su vestimenta (aquí se lava a mano, muchas veces en el río) en el mantenimiento de servicios e instalaciones. En las guarderías y escuelas, el suelo de las aulas puede estar helado en invierno, pero hay clase. Las bibliotecas y universidades están al día en conocimientos técnicos, los hospitales funcionan, incluso si carecen de medicinas. Todo el mundo intenta hacer su trabajo lo mejor posible, incluso si no ha desayunado como es debido. Incluso en los años en los que centenares de miles murieron de hambre (1994-1997) se siguió construyendo. Hay en esta sociedad un genio y una fuerza asiáticas, sin parangón en Occidente. La misma fuerza que la generación anterior demostró en la atroz guerra de 1950-1953, la tenacidad de los vietnamitas, la misma lucha de David contra Goliath. La proeza que Corea del Sur realizó a partir de los setenta, al pasar del tercer mundo al primero ser en treinta años. Todo eso viene unido por la misma fuerza y en Corea del Norte esa fuerza se manifiesta como un ejercicio de épica resistencia. Incluso si solo la décima parte de lo que cuentan los siempre fragmentarios informes de derechos humanos es verdad, la dureza del sistema sería de una crueldad inimaginable. Al mismo tiempo, la impresión es que el fervor popular hacia el caudillo y a la doctrina nacional es genuino, incluso si hay que dividir de nuevo entre diez... Corea del Norte alcanzó su "época dorada" a finales de los setenta. Su renta per cápita era entonces superior a la de Corea del Sur, no hablemos ya de China o del arrasado Vietnam. La República era entonces una nación donante de ayuda al desarrollo. "Los campesinos no iban sobrados, pero se mostraban optimistas y satisfechos", recuerda un periodista chino. La diferencia fundamental de Corea del Norte con China y Vietnam era su condición de país mayormente industrial. El colapso soviético y la amenaza del imperio determinaron una "reagrarización" y una sangría militar que desvía los principales recursos a la defensa, bajo el puño de hierro de un régimen implacable. Siendo dura, muy dura, dura hasta lo inimaginable, la vida está mejorando. El cultivo de la patata, la doble cosecha, la introducción del ganado cabrío, un mayor tráfico de camiones y de bicicletas en las carreteras, nuevas pequeñas centrales hidroeléctricas, ingeniosos sistemas de regadío sin energía, son los indicios de esta mejora de los últimos años, pero la gente lleva en la cara y en el cuerpo el sello de una ascética austeridad: a nadie le sobra un gramo. Decir que en el mundo oficial hay un exceso de desconfianza es decir poco. Este es un país cerrado, el más cerrado del mundo. Aquí todo el mundo se vigila. Incluso los vigilantes son vigilados. Stanislav Variboda, el único periodista europeo en Pyongyang, corresponsal de la agencia Tass, confiesa que ignora el aspecto interior de un apartamento de Pyongyang: en el año y medio que lleva aquí no ha tenido ocasión de entrar nunca, aunque está casado con una coreana soviética que estudia en la Universidad local. Al mismo tiempo, hay un claro esfuerzo por abrirse. En algunos casos, la sorpresa del visitante, es, precisamente, la franqueza de algunos responsables y funcionarios. El sistema económico está semiarruinado, pero el ideológico está intacto, y no solo a causa de la cerrazón del régimen. Si la conciencia social se puede comparar con algo, podría corresponderse con la de la URSS de Malenkov (1953-1955), entre la muerte de Stalin y el XX Congreso de Jrushov. Los domingos, la televisión pasa películas soviéticas de los años sesenta. Son muy populares. Uno de los últimos éxitos ha sido una coproducción reciente ucraniano-coreana de "Así se templó el acero" de Nikolai Ostrovski, la novela de 1934, quintaesencia del realismo socialista, ambientada en los medios de los jóvenes comunistas rusos de la época de la guerra civil, jóvenes entregados en cuerpo y alma al partido. Por otro lado, aunque no lo expresen hablando, la impresión es que todos están agotados por el agobio de la permanente movilización. Los vaivenes de las conversaciones a seis bandas sobre la crisis nuclear se siguen aquí con extraordinaria ansiedad, porque todo el mundo sabe que solo una distensión cambiará y mejorará las cosas. Yongcheon, el pulso de la vida en provincias En un viaje de más de 1.200 kilómetros por carretera a través de las provincias de Phyongan del norte y del sur, llego a Yongcheon. El 22 de abril del año pasado esta ciudad fue titular global, porque en ella se registró el peor accidente de la historia reciente de Corea del Norte. Un tren cargado de fertilizantes químicos se incendió por un contacto eléctrico y voló por los aires todo un barrio, destruyendo viviendas, escuelas, 27 fábricas, matando a 161 personas e hiriendo a otras 3000. Atrás quedan las imágenes de un trayecto por una de las principales carreteras del país, la que une la capital, Pyongyang, con la frontera china. La carretera incluye tramos de autopista y tramos sin asfaltar. Hay poco tráfico, pero, de vez en cuando, se ven algunos camiones con mercancía de China, que son novedad de los últimos años. En dos días de carretera, frecuentemente a vista de vía férrea, solo he visto una decena de trenes, la mitad de ellos de pasajeros. En Corea del Norte es necesario un permiso para viajar de un lugar a otro, y el tráfico ferroviario puede ser muy lento. El cónsul ruso en Chongin, una ciudad portuaria del noreste, explica que tardó dos días en recorrer en tren los 500 kilómetros que hay hasta Pyongyang. Circulando a 20 kilómetros por hora, su tren se atascó en un puerto de montaña que no lograba rebasar por falta de potencia. El convoy ascendía y retrocedía marcha atrás, hasta que consiguió superar la montaña con una locomotora suplementaria... Aquí las cosas están mejor, pero el tráfico es lento, También el de autobuses es lento y escaso. Desde la frontera china hasta Pyongsong (200 kilómetros) se tardan seis horas, pero la verdadera noticia parece ser la existencia de líneas regulares. Desde la carretera se ve a centenares de personas cruzando un río, caminando confiadas por un puente ferroviario sin tráfico. En los ríos siempre hay pescadores. Un grupo de obreros y estudiantes voluntarios transplanta arroz con el agua del arrozal hasta el tobillo, mientras desde una camioneta con altavoces se les recuerdan las prioridades del "frente agrario". Un camión que arroja un humo de mil demonios, no por que carbure mal, sino porque funciona a carbón (los hay también a leña), lleva en su caja a tres hombres que van alimentando la caldera como si se tratara de una locomotora. La falta de combustible convierte el transporte en un lujo. Las provincias y distritos intentan practicar la autosuficiencia. En el trayecto se ven también bonitas aldeas de nueva construcción formadas por casas con huerto de buen aspecto, alternadas por otras de aspecto más decrépito. Las ciudades también reflejan distintos niveles de crisis a juzgar por su estado. De vez en cuando, pasa algún tractor cargado de campesinos, y muchas bicicletas y aun más gente a pie. El ejército está a cargo de los controles de carretera. Frecuentemente, los soldados que no pueden tener menos de 18 años, parecen adolescentes de 15. Seguramente los céntimos que cobran a los viajeros bajo mano sirven (a juzgar por su aspecto y pobre vestimenta) para cubrir sus necesidades mas básicas. En las cunetas se venden algunos alimentos. La dependienta de un kiosko de carretera dice trabajar para una red de distribución estatal, pero cuanto más vende, más gana. El traductor dice que la chica del kiosko ha respondido, "de 6.000 a 9.000 wons", a mi pregunta sobre cuanto gana un buen mes. Es un buen sueldo. Por fin aparece Yongcheon. La ciudad es una capital de distrito de 125.000 habitantes, situada a 230 kilómetros al noroeste de Pyongyang, a unos 20 kilómetros de la frontera china. Es una ciudad en obras, que está patas arriba. En abril del año pasado, el gobierno norcoreano informó al mundo del tremendo accidente, que había sido detectado por los satélites espías, y permitió una visita de diplomáticos y cooperantes. Catorce meses después, la administración del distrito, autoriza la primera visita de un periodista occidental al lugar. Un modo de apreciar la vida en una ciudad de provincias, lejos de la mimada capital. Jang Song Nun, 46 años, vice jefe de la administración local de Yongcheon, parece un hombre enérgico, austero y directo. "Nuestro distrito está por debajo de la media nacional, la situación con la energía es difícil", explica. La prioridad la tiene la industria, las fábricas reciben electricidad "por turnos", luego viene la población, también por turnos. La prioridad está clara, "son las fábricas las que más contribuyen a mejorar el nivel de vida". La zona produce mucho arroz y se beneficia algo del creciente comercio interfronterizo con China, pero las carencias más importantes son esenciales, "alimentos y combustible", responde Jang sin tapujos. "No puedo decir que tengamos suficientes alimentos, pero le aseguro que su distribución es equitativa", dice. Los chinos compran mariscos y venden todo tipo de artículos de consumo. El 22 de abril del año pasado, Jang observó una llamarada en la estación de ferrocarril. "Inmediatamente pensé que la escuela, situada a 300 metros, corría peligro, me dirigí allá, pero antes de llegar, sobrevino la explosión". "Se produjo a las 12,10, con los niños en clase, fue pavorosa, había fuego y polvo por todas partes, las paredes reventaron, yo mismo estaba herido en la cabeza", recuerda el director de la escuela. De sus 1.350 alumnos, 54 murieron, además de dos profesores y 300 resultaron heridos. La escuela se reconstruyó en tres meses y abrió el pasado septiembre. Corea del Sur, Japón y la Unicef enviaron ayuda. Desde el accidente se ha construido un barrio en el que viven 2000 familias, 8.000 personas, dos mil más que antes. A la Señora Ri Kum Sun, vecina del nuevo barrio, se le hace un nudo en la garganta al recordar aquel funesto día. Su hijo de dos años estaba en casa con su marido. El techo se hundió y el niño murió, pero el marido, mecánico de relojes, se salvó porque estaba debajo de una viga que no cedió. "Solo quedaron las paredes", dice. Ella se encontraba en el mercado y un segundo hijo lactante se salvó porque estaba en la guardería. Su nueva casa, de tres habitaciones y vacía de muebles, como muchas casas en este país, fue construida por los habitantes del vecino distrito de Pak Chon de forma gratuita y solidaria. La habitación en la que me recibe no tiene más objeto que un televisor conectado a tres baterías. "Solo tenemos electricidad durante las horas más necesarias", explica. Falta comida… y confianza La granja cooperativa de Taekam, a unos 40 kilómetros de Pyongyang, es un "koljoz" soviético en estado puro que funciona bien, una clara "granja modelo" de las que da gusto enseñar al extranjero. Sus 557 hectáreas alimentan a su población de 2.800 personas y sostienen tres escuelas un parvulario y un hospital en condiciones muy dignas, claramente superiores a la media. En China, donde la mayoría de campesinos pobres han sido abandonados por el Estado, todo esto causaría envidia. Lo que supera la cuota de producción que se entrega al estado, se distribuye entre los miembros. Cada familia tiene, además, un lote de 50 metros cuadrados y algunos animales que dispone como quiere, incluso comercialmente. Esos lotes pueden generar hasta el 10% de la renta familiar. El ingeniero jefe Ri Jong Jik, 42 años, responde que incluso aquí, junto a la capital, en los noventa "pasamos hambre durante dos años". Su principal motivo de orgullo, que la granja sea autosuficiente y que en los años más duros, lo que aquí se conoce como "la marcha ardua", "ni un solo trabajador abandonó la granja". Ri explica con detalle cómo han luchado aquí contra la crisis definida por la falta de combustible y de abonos; doble cosecha, nuevos cultivos, más trabajo manual y máximo aprovechamiento de la tierra. El 85% del territorio de Corea del Norte es montañoso, solo hay 180 metros cuadrados de superficie agraria por persona. Todo se aprovecha; se cultiva hasta en los arcenes de la vía férrea y dentro del recinto de seguridad del aeropuerto de Pyongyang, junto a las pistas. A pesar de ello, en Taekam se produce un 20% menos que antes. El rendimiento por hectárea, antes de 6 a 6,6 toneladas, ha pasado a 4 o 4,5 toneladas. Para comprender la situación de Corea del Norte, hay que practicar un ejercicio muy simple: imaginar lo que habría ocurrido en cualquiera de nuestras sociedades industriales si se hubiera cortado, de repente, el suministro de petróleo y secado, por completo, todo el flujo comercial de importaciones y exportaciones. El resultado es un colapso. Si a eso se le añade una seria amenaza militar exterior que incluye bloqueo y sanciones, la supervivencia se convierte en numantina. Si, además, se tiene en cuenta que el sistema económico colapsado ya estaba estructuralmente enfermo desde mucho antes, y que, en el peor momento del colapso (a partir de 1994), se murió el indiscutible líder supremo y se sucedieron sequías e inundaciones, las consecuencias son claras; hambre, militarización, miedo y dictadura aun más férrea. Nuevas semillas mas perfeccionadas, las dos cosechas anuales y la masiva introducción de la patata, han paliado, pero no solucionado, en absoluto, el problema alimentario en Corea del Norte. La economía ha crecido por sexto año consecutivo (1,8% en el 2003, 2,2% en el 2004), pero la caída de los últimos quince años fue del orden del 20%. El actual nivel comercial representa el 40% del nivel de 1990, y se estima que la industria funciona al 30%. La capacidad generadora de electricidad en el 2003 estaba al 33% del nivel de 1989, y solo la mitad de los 60.000 tractores funcionan, por lo que el actual crecimiento económico sólo refleja una situación dramática. También la producción agrícola ha crecido (un 4%), pero continua sin alcanzar el mínimo de cinco a seis millones de toneladas de grano necesario para alimentar a una población de 24 millones. Se producen 4,3 millones de toneladas, la ayuda y las exiguas compras exteriores reducen alrededor de la mitad del agujero, pero aun queda un déficit de grano de casi medio millón de toneladas, explica el profesor Ri Ki Song de la Academia de Ciencias Sociales norcoreana. Sus cifras coinciden con las del Programa Alimentario de la ONU, lo que resulta tranquilizador. Sin embargo, él mismo explica que, por razones de seguridad, las cifras oficiales pueden ser alteradas. Algunos expertos extranjeros ponen en duda hasta la cifra oficial de habitantes del país, 24 millones. Podrían ser entre 5 y 3 millones menos, dicen. El secretismo y la cerrazón alimentan todos los escepticismos. La desconfianza es de ida y vuelta. "La meta de este año es cubrir toda la demanda alimentaria, pero aun no está confirmado que lo vayamos a conseguir", dice Ri. De momento la asistencia del Programa Alimentario de la ONU se encarga de que 6 millones de coreanos particularmente expuestos (niños, ancianos, huérfanos y madres con niños lactantes) alcancen el mínimo vital de 2300 calorías. En 1995, el 16% de los niños sufrían malnutrición aguda. Desde 1998, los estudios informan de una mejora de la situación, pero una encuesta del año pasado mostró un 23% de niños por debajo del peso, y un 37% por debajo de la talla, que les corresponde por edad. La situación alimentaria está a un nivel parecido al de Laos, dicen los expertos, aunque en el subtropical Laos no hay un crudo invierno como el de aquí. La vida parece allá mucho más soleada, en todos los sentidos... Para que todo esto cambie, es fundamental un ambiente político internacional sosegado, pero Estados Unidos utiliza su vieja receta, la misma fórmula de embargos y sanciones que en su día arrinconaron a China, Vietnam y Camboya y que hoy se mantiene contra Cuba. Esa política, "inflama el nacionalismo, endurece las dictaduras y estimula el radicalismo", dice Laurence Brahm, un conocido observador basado en Pekín. "Si en lugar de azuzar, Washington hubiera comerciado con China a partir de 1949, seguramente se habrían evitado el Gran Salto Adelante y la Revolución Cultural", dice Brahm. "Al hablar de derechos humanos en Corea, el derecho a la paz en la península debe ser la premisa", dice el embajador surcoreano para derechos humanos, Park Kyung Seo. "Es fundamental que el régimen cambie de actitud, pero para ello necesita un ambiente internacional menos hostil", afirma la Directora de "Caritas" responsable de Corea del Norte, Kathi Zellweger. La organizaciones de ayuda creen que ha llegado el momento de pasar de la mera acción humanitaria puntual, a la ayuda al desarrollo, con perspectivas de sostenibilidad a largo plazo, pero eso requiere, mayor transparencia, apertura y una relación de confianza. |
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