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La insignia
8 de febrero del 2005


Un mundo sin drogas*


Heriberto Yépez
La Insignia. México, febrero del 2005.


-Bueno, cabrón, no tengo por qué aguantar tu mal humor. Ya sé a qué vienes, pero de una vez te digo que todavía no sale nada. Pero ya mero, ya mero -a cada uno de Los Usuales, les decía algo distinto, dependiendo de cómo los había semblanteado antes.
-Pues sí venía a eso. A eso. A eso vine. Pero yo también te dire una cosa: más vale que te consigas otro trabajo, para que te alivianes. Mira cómo estás y cómo está tu casa. Además, ya me di cuenta de que vendiste tu último carro. No, Manzano, más vale que consigas trabajo porque la droga ya no va a regresar nunca, pero nunca de los nunca, ya se acabó para siempre. Eso ya se terminó -le dijo, fingiendo crueldad, pero en verdad suspirando él mismo por dentro.
-No, esto es temporal. La droga nunca puede acabarse -sentenció. Sonaba como un demagogo.

Ya habían pasado cuatro años desde que se hizo oficial el fin de las drogas de plantío.

No quisiera repetir la historia. Una historia o una serie de historias que relatan muchos libros baratujos o exagerados, buenos y malos, igual que en demasiados periódicos y canales (todavía se siguen haciendo reportajes). Ésta es una historia que saben hasta los niños. Las plantas base, especialmente la mariguana y la coca, fueron atacadas por una plaga. Un gusano que devora las plantas apenas crecen, y que se reproduce con mucha facilidad. El gusano apareció en Perú y en Colombia; luego alcanzó a México. De aquí se introdujo a todo el mundo. Otras muchas especies de plantas fueron atacadas, ¿pero esas a quién le importan. Lo esencial fue que se acabó el cultivo de la droga y, en resumidas cuentas, en cosa de dos años los carteles quebraron y todos los que las usábamos quedamos arruinados por un buen tiempo. Un comentarista suertudo, en un alarde de ignorancia atinada, bautizó a la plaga como el "sida de las drogas". Con esa frasecita ya se hizo inmortal, según cree él.

Ni modo. Yo fumaba mariguana todos los días. Antes de salir y después de regresar. Tuve que dejarla no porque quisiera sino porque ya no hubo qué fumar. Al principio, cuando la escasez, fue subiendo de precio. Luego desapareció por completo. De ahí pasamos a una etapa de supuesta resurrección que nunca se cumplió.

Se dice que tendrán que pasar algunas décadas para que se puedan volver a tener especies sin la plaga. Se dice que la CIA la regó desde el aire, y que sigue haciéndolo. No creo. ¿De dónde entonces iba a hacer dinero la CIA si echa a perder su negocio predilecto? Pero la verdad es que es cierto: apenas se consigue alguna semilla (a un precio desorbitado), y la siembras y cuidas tal como indican los manuales que aparecieron al respecto, se muere. En cuanto crecen las primeras hojitas, se manchan de negro y la planta se pudre, por más que la laves. El microscópico gusano devora las raíces y se introduce al tallo. En fin, un desastre.

Bueno, en realidad yo nunca he tenido una semilla de las nuevas, pero eso dicen.

Después de los primeros meses sin droga (no había ninguna por ningún lado, pero siempre escuchabas rumores) tuve, como muchos otros, ataques de nervios, crisis y fiebres. Pero a mí no me fue tan mal. Los que sí sufrieron bastante fueron los de coca o heroína. Esos sí tuvieron una gran malilla. Esos sí vieron su vida echada a perder junto con el fin de las drogas.

-¿Y qué vas a hacer?
-Pues nada, hoy empiezo mi nuevo trabajo.
-¿Trabajo? Caray, de veras que el mundo ha cambiado. ¿De qué?
-Mensajero en una oficina.
-Pues buena suerte.
-Gracias. Oye, pero otra cosa.
-¿Qué?
-Pues que si sabes de alguna mejoría me avisas.
-Mira, precisamente me dijeron que la semana que entra llega una avioneta y que aquí nos va a llegar mercancía muy pronto.
-¿De verdad?
-Fíjate que sí. Así que no te acostumbres mucho a tu trabajito de mensajero, mejor síguele en lo tuyo, aunque sea esperando, porque en cuestión de días va a haber para todo mundo nuevamente.

Ya se habían dado casos de esos brotes. Pero no duraban mucho, y a lo mejor eran míticos. En alguna ciudad aparecía una poca de mercancía, poquísima, en realidad, pero que levantaba los rumores y hacía que los consumidores de todas partes del mundo fueran a esa última Meca. Casi siempre se sabía de esto por las redes que se hicieron, en el Internet sobre todo. Pero el usuario normal nunca veía nada. Duraba poco, si es que en verdad hubo alguna vez algo.

-Entonces qué, ¿sigues con la idea de hacerte mensajerito?
-Pues por mientras, ¿no? No vaya a ser.
-¿Y mensajero de quién o qué?
-Una oficina.
-Una oficina. Vaya. Qué patético.
-Más patético tú. A mí se me hace que nunca más va a volver a haber drogas. Parece burócrata de tanta promesa, de tanto venir contigo y nada. Puras vueltas. Las drogas no van a volver. Bueno, a excepción de esas pastillitas para niños que ya aburrieron a todos. Pero drogas de verdad, lo que se dicen drogas, ya no, ya nunca.
-Ya vete.
-Ya me voy.

La puerta se cerró y Manzano siguió sentado con las piernas sobre su escritorio. Esperando al siguiente cliente.

A los dos minutos volvieron a tocar.

-¿Qué te trae por acá? -le dijo, en un acento indiferente, casi hostil, como en los viejos tiempos.
-Venía a ver si había, no sé, cualquier cosa. Me dijeron que tú tenías información.
-Sí, sí tengo. La vendo.
-¿Cuánto?
-Veinte dólares. Por cuarenta te aparto un lugar, pero no te garantizo que llegue el cargamento.
-¿Cuarenta?
-Cuarenta. Si quieres, carnal. Si no, pues no me quites mi tiempo.
-¿No podrías hacerme una rebajita? El Javier de la Segunda tiene una lista. Él aparta lugares por treinta y si no llega o te rajas, te devuelve la mitad. Dicen que él sí ha conseguido de vez en cuando.
-Ese hijo de su chingada nunca ha conseguido nada. Yo sí. Pregúntale al Gordinflas.
-¿Cuál Gordinflas?
-¿No lo conoces?
-No.
-Bueno, si quieres apuntarte dime y deja un teléfono.
-Mejor me doy una vuelta otro día.
-Como quieras. Pero cuando llegue los que van a alcanzar son los de la lista. ¿Estás seguro de que no quieres apuntarte?, ¿o no quieres que te pase la información?
-Otro día. Hasta pronto.

La puerta se cerró. Manzano volvió a subir las piernas. Bueno, lo que quedaba de aquel díler que todo mundo llamaba Manzano, desde sus mujeres hasta la gente de la calle. Manzano. Manzano. Manzano. Manzano en otro tiempo.

Al rato llegó otro clientecito. Pero tampoco pudo convencerlo de apuntarse. Era la esposa de un antiguo clientazo. Se marchó rápido. El cuarto olía a patas. En realidad, muy pocos caían. Pero de que caía algún pendejo, caía. Adolescentes que nunca las habían probado, casi siempre. De eso vivía el Manzano. Todos los narcotraficantes se habían convertido en especuladores, en mistagogos, inventaban leyendas sobre distribución clandestina, cobro de derechos, llegadas sorpresivas de mercancía limpia, hacían promesas fabulosas, de eso dependía que conservaran algo de su antiguo prestigio, algo de sus privilegios anteriores a la llegada del maldito gusano, en fin, los ex narquillos se habían convertido en los políticos del bajo mundo. Era una pena, pero era verdad: las drogas se habían acabado. Quizá no para siempre, pero por lo menos Manzano nunca volvió a ver una sola.

"No cabe duda de que estás acabado, Manzanito", pensó el hombre al marcharse.

Unos años después, alguien que se hartó de estar en su eterna lista llegó a su lugarcito y le disparó a Manzano varias veces. Alguien escuchó los tiros y los patrulleros llegaron pronto, pues desde que se vivía en un mundo sin drogas, la policía ahora sí era la hambrienta dueña de las calles.


(*) Texto tomado del libro del autor Cuentos para oír y huir al Otro Lado. México, Universidad Autónoma de Baja California, Plaza y Valdés, 2002. 228 p. Reproducido con permiso de la editorial.



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