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La insignia
31 de enero del 2004


Del dicho al hecho


Mario Roberto Morales
La Insignia*. Guatemala, enero del 2004.


En un escrito fechado en Berlín en 1934, titulado Las cinco dificultades para decir la verdad y publicado en La Insignia el 22 de enero pasado, Bertolt Brecht dice:

"El que quiera luchar hoy contra la mentira y la ignorancia y escribir la verdad tendrá que vencer por lo menos cinco dificultades. Tendrá que tener el valor de escribir la verdad aunque se la desfigure por doquier; la inteligencia necesaria para descubrirla; el arte de hacerla manejable como un arma; el discernimiento indispensable para difundirla".

Brecht no contó con que su compatriota Nietzsche fuera a ser tergiversado por los profesores universitarios "posmo" del actual entresiglo, interpretando su frase "no existen hechos, sólo interpretaciones" como una verdad absoluta y no como consecuentemente tendría que interpretarse: como una interpretación más. Al tomarla como verdad absoluta, los intelectuales "posmo" concluyen en que, por ser relativa, la verdad no existe como derivada del hecho sino sólo como interpretación, negando así la factualidad como base de la verdad (o interpretación) histórica. Esta percepción de la verdad como interpretacionismo antojadizo es, obviamente, una mentira. Es la mentira que "fundamenta" los alegatos en contra del libro de David Stoll, Rigoberta Menchú y la historia de todos los guatemaltecos pobres (disponible en español en la página electrónica del Middlebury College), y que anima las descalificaciones del libro de Maite Rico y Bertrand de la Grange, ¿Quién mató al obispo? Brecht tampoco pudo imaginar que esta mentira fuera enarbolada por "las izquierdas" posmodernizadas: es decir, las de campus estadounidense y las de oenegé latinoamericana, ambas financiadas por una cooperación internacional asistencialista, pater(mater)nalista y "políticamente correcta"; es decir, rigurosamente puritana y conductista.

Pareciera pues que existe un espacio de debate acerca de la existencia o inexistencia (validez o invalidez) de la veracidad factual como base de la verdad histórica. Lo cierto es que la afirmación de Brecht citada arriba resume de manera contundente lo que podría adoptarse como un código ético-moral del intelectual en estos dorados tiempos de conveniente relativismo a ultranza, en el que las verdades cambian de color según se presenten las conveniencias ocasionales de quienes han hecho del sentido de la oportunidad el eje de la acción moral y del ejercicio político.

De hecho, una de las armas más efectivas para lograr manipular a amplios conglomerados obedientes a los mandatos del mercadeo y la publicidad, es justamente la relativización sin más de la interpretación de los hechos. La afirmación de Nietzsche desconstruye la escala de valores occidental que arranca de la Ilustración y cuaja en el capitalismo y el socialismo, pero de ella no se sigue la negación de la existencia y la validez de los hechos a la hora de explicarse los rumbos de la historia que, de esta manera, quedaría reducida a la imaginación de los historiadores y, por tanto, a agotarse en la ficción. Cierto es que la historia es siempre interpretación. Pero interpretación de hechos. Cuando Nietzsche dice que "no hay hechos, sólo interpretaciones" está otorgándole a la interpretación del hecho un peso específico, ideológico, interesado, que condiciona la versión de lo ocurrido. Pero de ninguna manera está negando la existencia condicionante del hecho. Las interpretaciones sin hechos no serían posibles. Lo que Nietzche lanza al estrado intelectual es una verdad factual: que la realidad no tiene ideología, sólo la tienen sus interpretaciones. Lo cual no faculta a nadie para afirmar que se pueden falsear los hechos en aras de una interpretación moralista y "políticamente correcta" que se justifica porque en este caso mentir implica apoyar una "causa justa". Cuán cierto resulta aquí el viejo refrán: "Del dicho al hecho hay mucho trecho".

Y, a lo dicho, pecho: las cinco dificultades que Brecht plantea para escribir la verdad son un código ético-moral para los intelectuales que no piensan ni escriben para complacer a amos de un lado o el otro, y que todavía creen que la verdad no sólo existe sino que está ligada necesariamente al ejercicio inalienable de la libertad.


(*) También publicado en Siglo Veintiuno



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