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La insignia
21 de enero del 2004


Alba y ocaso de la URSS


Marcos Winocur
La Insignia. México, enero del 2003.


Introducción

«Parecía imposible, ¡pero sucedió! De repente el sol dejó de salir sobre el horizonte». Fue un comentario público de Fidel Castro a propósito de la caída de la URSS. Y bien, sol, adiós, los tercermundistas hemos quedado a oscuras. Con infinita paciencia buscamos velas y cerillos, a ver si algo podíamos iluminar. Pero no estábamos preparados y nos pusimos nerviosos, abrimos la cajita al revés y los cerillos fueron a parar al suelo.

Pues sí, la URSS podía estar llena de defectos y contradicciones -y lo estaba: más de lo que se creía-, pero funcionaba como contrapeso frente a Estados Unidos. Y un día se acabó la bipolaridad y desde entonces una pregunta ha quedado flotando en el aire: ¿Hemos vivido un sueño, una utopía?

Veamos si se puede aproximar una respuesta.

En sentido estricto, utopía es la propuesta de un nuevo modelo de realidad, que ésta rechaza. «Tercos son los hechos», dijo alguien apodado El Moro. Precisamente, por realidad o por hechos, me refiero a los obstáculos de todo tipo que impiden en definitiva la aplicación de una propuesta a futuro, y la convierten en utópica. Obstáculos puestos tanto por la naturaleza física o biológica como por la sociedad vigente. Si se propone contradecir la ley de gravedad, irnos de viaje a las estrellas, o volvernos inmortales, Mamacita Naturaleza dice "no" y rotula: "ciencia ficción". Si se propone contradecir el sistema social, los mayores obstáculos provienen de la resistencia ofrecida por las estructuras mentales dominantes, que dicen "no" y rotulan: "somos las guardianas de la identidad".

Por el momento, así están las cosas.

Hubo un tiempo en que las estructuras mentales se acompasaban a la realidad que les había dado origen; me refiero al feudalismo en el Oriente de Europa, como Rusia durante siglos: el zarismo gobernaba, los campesinos trabajaban y las estructuras mentales se transmitían de generación en generación. Eran poderosas, más, mucho más de lo que después se pensó. Habían adquirido el don de la autonomía, nada de pedir permiso a la realidad para existir, no era su preocupación averiguar cuán feudal se conservaba Rusia y cuán capitalista había pasado a ser con los años. A las estructuras mentales dominantes una cosa les importaba: que el orden social y político se perpetuara, enunciado que muchos reducían a "la policía, los servicios de inteligencia y el ejército cuidan de nosotros".

Hay que recordar que en la Rusia zarista, la servidumbre recién fue abolida en el último tercio del siglo XIX, y muchos ni se dieron por enterados. El país había ganado un sólido prestigio en Occidente como el más atrasado de Europa. Así, en 1917 la realidad hacía agua por los cuatro costados y las estructuras mentales dominantes tomaban sol en las playas, nada les preocupaba. Fue entonces la revolución. Era el momento de proponer un modelo social alternativo.

Pero dejemos mejor la palabra a Marx y a Fernand Braudel. El primero dijo: "El peso de las generaciones muertas oprime el cerebro de las vivas", o bien repetía el viejo dicho: El muerto atrapa al vivo. Y Braudel: "Las ideas son cárceles de larga duración." Esa pervivencia pudo constatarse al cierre de la experiencia soviética. Si en 1917 la utopía pasó al primer plano, en 1991 las estructuras mentales del ayer, anteriores a 1917, hicieron espectacular reaparición. Dejaron el desván de las neuronas, donde habían hibernado por tres cuartos de siglo, y se cobraron revancha borrando del mapa a la URSS.


No pude resistir mi naturaleza

Creo que aquí podría terminar este artículo. Pero un maligno afán perfeccionista me lleva a continuarlo. Cabría entonces examinar el cierre de la experiencia soviética, en fin, una preguntita rondando las cabezas. ¿Por qué cayó la URSS? ¿Fue en verdad una utopía? Tras la prolongada experiencia socialista, la URSS se vino abajo como castillo de naipes, por no decir "más rápido que calzón de puta". Las estructuras tradicionales, incluso de la época zarista, mezcladas con mentalidad de empresario barato y mafia al más puro estilo occidental, se hacían dueños de la Plaza Roja, resucitaban San Petersburgo en lugar de Leningrado. ¡Increíble! Y bien, a más de una década de haber ocurrido, la pregunta continúa pareciendo endemoniadamente difícil cuando a mi criterio la respuesta es endemoniadamente fácil: hubo un "no" masivo de repudio al socialismo, tanto en la URSS como en otros países, que sin falta debió ser atendido. Pero, "fácil" y todo, la cuestión desde luego no queda agotada. Es un tipo de respuesta que despierta otras preguntas. ¿Y por qué hubo ese rechazo del conjunto de la sociedad civil hacia el socialismo sin distinguir a su seno entre malo y bueno, sin tratar de perfeccionar el sistema?

Aquí debemos recurrir a la "larga duración" de Fernand Braudel. La naturaleza humana está sentada en el banquillo de los acusados. Se le brindó una serie de opciones de socialismos de filiación marxista, y a todas dijo "no". Desde la genocida de Pol Pot y su Jemer rojo en Camboya, hasta la autogestionaria, antiestalinista, permisiva y de rostro humano de Tito en Yugoslavia. Y a todas dijo "no". ¿Es abusivo concluir que la naturaleza humana optó contra la cooperación mutua y prefirió la competencia capitalista donde vale la ley ciega del mercado, esto es, de la selva?

Pero no podemos echarle las culpas a la naturaleza humana cuando ésta no es fruto del pecado original sino resultado de la historia misma del hombre. La naturaleza humana es un relato de violencia, poder y explotación, actuante durante milenios al seno de sociedades fracturadas cuya lección invariable es así resumida: "el hombre es el lobo del hombre", como decía Plauto hace siglos y repitieron después Bacon y Hobbes, que glosó Gracián. Ahora bien, esa constatación escéptica es resultado del acto reiterativo. Éste va creando las costumbres como identidad de la especie, que se vuelve naturaleza aprisionando al individuo. Fue Aristóteles quien señaló en frase no del todo comprendida: "La costumbre es una segunda naturaleza".

De modo que llevamos puesta una doble naturaleza: la biológica y la costumbre. Heredamos la primera, adquirimos la segunda y luego también la heredamos por generaciones con tanto imperio como la biológica.

Y bien, a medida que las tecnologías se fueron desarrollando, la selva y su león dejaron de ser problema y el hombre descubrió que su peor enemigo era... ¡el hombre mismo! "Homo ominis lupo", para decirlo en latín. Y desterrar esa condición milenaria, no se logra de la noche a la mañana ni, al parecer, de unos siglos a otros. Hubo gran confianza en el fervor revolucionario, se vio a la gente, al gris y rutinario "hombre de la calle" de pronto transfigurarse, encontrar energías y capacidad de sacrificio, el gran ejemplo fue la gesta de los franceses del 89. Así, Marx pudo escribir: "la revolución es la locomotora de la historia, en días se condensan años". La euforia sin embargo fue perdiendo fuerza, y al tribuno fogoso de Dantón sucedió la espada de Bonaparte. Y con frecuencia se constata cómo las ancestrales estructuras mentales, que se creían barridas para siempre, sólo lo han sido de la superficie: vestidas de racismo y genocidio, esperaban su oportunidad. Ocurrió en la tierra del socialismo marxista "más bueno", en Yugoslavia.

Cuéntase que una vez vino una terrible inundación y la única manera de salvarse era cruzar de inmediato un río y arribar a la otra orilla. Una ranita se disponía a hacerlo cuando un escorpión le rogó que lo llevara montado a sus espaldas. Accedió finalmente la ranita y, a medio cruzar, el escorpión la picó. "¿Por qué lo has hecho? Ahora moriremos los dos", alcanzó a decir la ranita. "No pude resistir mi naturaleza", contestó el escorpión.

Así, esta otra especie animal, el hombre. O, al menos, este hombre a medio hacer, este producto histórico que se vuelve contra sí mismo para apropiarse más rápidamente del entorno.


¿Salta Lenin el atlas?

Había una vez un señor chaparrito, pelón, colmilludo él, que aspiraba a convertirse en abogado y dio en líder revolucionario allá por 1917. Un señor que todo el tiempo daba lata con eso del imperialismo y la lucha de clases, un señor muy bueno y amigo de los pobres, según unos, y muy malo y enemigo de la humanidad, según otros. Un señor llamado Lenin.

Sé de alguien que coleccionaba frases palindrómicas, es decir, que se leen igual de izquierda a derecha, como al revés, de derecha a izquierda. En estas épocas de transfiguraciones políticas, donde hay que mantenerse actualizado para saber donde está parado cada uno, si a la izquierda o a la derecha, si al centro o al centro izquierda, etcétera, en épocas así se hace necesario encontrar una palindrómica para Lenin.

Y ya la hay. Es más, se atribuye a Julio Cortázar. Pero equivocadamente. La confusión surge de que el autor de la frase era su amigo, también escritor y argentino: Juan Filloy, de la ciudad de Río Cuarto, quien escribió siete libros cuyos títulos están formados por siete letras ("Caterva", y no me acuerdo de los otros). Y entre sus actividades intelectuales, se contaba la búsqueda de frases palindrómicas, su colección contiene varios miles. Cortázar menciona su nombre en "Rayuela". ¿Y cuál es la palindrómica hallada por Juan Filloy? La siguiente: "Salta Lenin el atlas".

Y la verdad es que últimamente lo salta más bien poco; citas su nombre y te das la gran quemada...

Por ejemplo, el caso del imperialismo. ¿Sirve para algo lo que Lenin escribió? Veamos. Él habló de la tendencia dominante en los mercados, favorable a constituir monopolios... ¿tendrá algo que ver con esta fiebre de fusiones vivida en los últimos años? Así, consignaba Lenin, el imperialismo es la fase superior del capitalismo (los monopolios son los peces gordos que se comen a los peces chicos) y antesala del socialismo. Lo primero, puede ser. Lo segundo, fíjense: me asomé a la antesala y todos se habían retirado porque nadie los atendió... se cansaron de esperar. Luego, Lenin habló del capital financiero... la verdad, los bancos se hacen cada vez más antipáticos. Y luego, escribió que se incrementa la exportación de capitales en detrimento de la exportación de mercancías, puede ser, vea usted las maquilas, no sólo en México sino en muchos otros lados del Tercer Mundo. Y finalmente las guerras, decía Lenin, son inevitables en esta época de disputa de los mercados.

Ahora bien, si se quiere ir más allá de las consignas, es indispensable situar a Lenin en un contexto más amplio, la ardua polémica sobre el tema, entablada entre quienes se reclamaban continuadores del pensamiento de Marx. Todo, con el telón de fondo de una guerra mundial a desatarse en 1914. Hobson, Hilferding, Kautsky, Rosa de Luxemburgo y otros, se ven involucrados en la polémica. Por su parte, Lenin escribe su libro titulado "El imperialismo, fase superior del capitalismo", al cual presenta como "ensayo popular".

Entonces, de este variado escaparate usted puede escoger lo que le guste, y dejar lo que no. O bien remitirse a los hechos. Veamos. Las naciones del occidente europeo, a la cabeza Inglaterra, la reina de los mares, se repartían o se disputaban entre sí las colonias. En 1917, con la revolución rusa, cambió el panorama. La URSS sin embargo quedó aislada hasta ocurrir la II Guerra Mundial (1939-1945), ocasión para crear un campo de naciones socialistas y hacer viable un Tercer Mundo. El globo se vio ante una bipolaridad donde sobresalían Estados Unidos y la URSS. Con esa división vino la guerra fría aproximadamente a partir de 1947. Las armas atómicas nos quitaron el sueño, en particular a los pueblos ruso y norteamericano, rehenes de la guerra fría.

Un poco más tranquilos pudimos dormir cuando la URSS renunció al comunismo, allá por 1991. Al parecer, se había acabado la guerra fría con su equilibrio del terror atómico. Pasamos a vivir en un mundo unipolar. No obstante, la nueva Rusia heredó las armas nucleares de la URSS, sin contar otros países que también las poseen, como India, Pakistán, Israel, Francia, Inglaterra, China. Hace más de medio siglo, EEUU arrojó dos bombas atómicas, una en Hiroshima, otra en Nagasaki y con ello puso fin a la II Guerra Mundial. Le fue relativamente fácil tomar la decisión: nadie iba a darle una cucharada de su mismo chocolate, EEUU detentaba entonces el monopolio mundial del holocausto, hoy ya no. Y finalmente, el terrorismo poniendo a prueba al Unipolar, a ver qué tan invulnerable es.

Tal puede ser el recuento de un mundo donde todos hemos acabado siendo más o menos capitalistas, no faltaba más. ¿Sigue Lenin saltando el atlas? Veamos. Él no niega que pueda existir en el futuro (en su futuro) un ultraimperialismo único, más: reconoce que tal es la tendencia al presente (en su presente). Y esto resulta muy a lo unipolar que estamos viviendo. Pero el tema en aquel entonces no se debate, Lenin rehusa discutir un posible futuro cuando el presente acucia y el fenómeno se da de manera múltiple: imperialismos que entran en contradicción al límite, estalla entre ellos la I Guerra Mundial (1914/1918). No haber valorado suficientemente esa realidad, es una de las críticas de Lenin contra un teórico socialista de la época, Karl Kautsky, ya mencionado, y a quien, años después, dedicará un libro cuyo título lo dice todo: "El renegado Kautsky". Y bien, ya no podemos pedirles su opinión y difícilmente alguno de ellos saltaría hoy el atlas. Pues... ¡a arreglárselas los huérfanos como mejor puedan! A contestar solitos, sin ayuda, a preguntas como ésta: ¿qué onda con la lucha de clases?

Y bien, Marx y Engels hace siglo y medio la llamaron el "motor de la historia". "Ya no lo es más", se corrió la voz entre los partidos comunistas, al final de la II Guerra Mundial, saliendo el chisme por boca de Earl Browder, secretario general de los comunistas estadounidenses, siendo refutado por el francés Jacques Duclos. Años después, en los setenta, con una idea similar, apareció el llamado eurocomunismo y finalmente en los noventa, antes de desaparecer de escena, el PCUS decretó el final de la lucha de clases, ya en tiempos de Gorbachov. ¿Qué hay entonces en su lugar, cuál es ahora el motor de la historia, o es que ya no lo tiene o nunca lo tuvo? Buena pregunta, pero los hechos no dieron tiempo a pensar en la respuesta. Vino el derrumbe: la URSS borrada del mapa, en su lugar, Rusia, Ucrania, Letonia, Lituania, Estonia, Bielorrusia, etcétera. Y como dijo Yeltsin a Gorbachov, quien hasta la víspera era el premier: "lo siento, se ha quedado sin país". Y bien, la lucha de clases... siempre hay quien la despide de su casa, pero da la impresión que no acaba de irse, como esas visitas molestas que se vuelven desde la puerta: ¿no te conté de fulana? Está buenísimo, resulta que en Seattle... Y nuevos chismes de esta señora que, claro, ya no rotula lucha de clases, sino problemas sociales, protagonistas históricos, etcétera.

En fin, la vida, armada de la "astucia de la historia", contradiciendo las mejores cabezas, se abre camino en ellas mismas si están dotadas de voluntad crítica y autocrítica. Así, junto al Lenin de "no hay práctica revolucionaria sin teoría revolucionaria" se sienta el Lenin que cita a Goethe: "gris es la teoría pero verde es el árbol de la vida". Como se ve, en estas palabras que hace suyas, no excluye la teoría marxista, tan gris como cualquier otra. Pero no será óbice para declarar el mismo Lenin: "el marxismo es todopoderoso porque es cierto". De modo que se ha encontrado "La Verdad", y ésta otorga al marxismo el carácter de todopoderoso. ¿Qué tal? No tiene nada que envidiar a las religiones.


¿Por qué cayó la URSS?

Así, pues, la teoría, muy útil si puede recoger la experiencia del pasado, generalizándola. Y muy dañina si se resiste a un futuro que la pone a prueba una y otra vez bajo el fuego cruzado de una nueva empiria, es decir, de la mutante vida. Otro ejemplo. Por un lado, Lenin insiste en la necesidad de contar, en vísperas de movimientos revolucionarios, con un partido de hierro, de militantes probados, de disciplina casi militar. Por el otro lado, Lenin insiste en el poder creativo de las masas, especialmente en el curso de los movimientos revolucionarios.

Tal -ejemplifica con el caso ruso- la formación de los soviets, integrados por campesinos, obreros y soldados, que ya son operativos en 1905 y que, agrega Lenin, fueron el modelo que resistió las pruebas del futuro cuando lo adoptamos los bolcheviques en 1917 a la hora de hacernos del Estado. Desde luego, ambas situaciones -poder creativo de las masas y partido de hierro- pueden coexistir. ¿Pero no se da también el primero al seno del partido? Creo que Lenin tenía una cierta aprehensión respecto de la democracia interna -presupuesto para el desarrollo del poder creativo-, que la lucha de tendencias fuera a degenerar en escisiones y finalmente en atomización, en particular al faltar el líder, es decir, él. Y es aquí cuando, desde las últimas neuronas, adonde ha sido relegada por los mortales, la señora NOOjos -que así yo llamo a la muerte-, irrumpe y su proximidad lleva a un cambio de perspectiva. Lenin, ya muy enfermo, deja su testamento político con un mensaje entrelíneas:

-Soy irremplazable.

El líder soviético entra a considerar uno por uno a sus compañeros en la gesta de la revolución, los "bolcheviques históricos", y a todos encontrarles un "pero": uno por no ser dialéctico, otro por no saber tratar a la gente, un tercero por su pasado menchevique, cuando en realidad el motivo para vetar a este último era otro y saltaba a la vista: un judío difícilmente pudiera gobernar un país tradicionalmente antisemita, a pesar de su brillante actuación en los decisivos días de la toma del poder. Me estoy refiriendo naturalmente a Trotski, quien es el primero en reconocer ese handicap político. En fin, el testamento de Lenin es uno de los documentos más pobres de su carrera y termina por proponer una ampliación de la base del colegio electoral, medida interesante por lo democrática, pero que no resolvía el problema. No tiene a quien recomendar, la autocracia será su sucesor.

Sin embargo, tenía razón: Lenin era irremplazable. En cuanto a nombres, no cabía buscar el mejor, apenas si el menos malo, tomando en cuenta no sólo sus capacidades individuales y sus relevantes aptitudes para equivocarse, sino la lucha de tendencias que se daba al seno del Comité Central, y que sólo un Lenin había podido conjurar para no acabar en escisión. Bien podría haber afirmado:

-Puede ser que los motivos esgrimidos en mi testamento político no fueran los mejores pero de todos modos se llegaba a igual situación sin salida. Además, quiero recordar que aconsejé el relevo de Stalin, quien había sido nombrado interinamente, recomendación que no se tuvo en cuenta con los resultados conocidos. ¿Otro en su lugar lo hubiera hecho mejor? A saber...

Así, su batalla personal contra el olvido se confundía con la realidad misma de aquellos años del poder soviético. Tanto no había digno sucesor como la figura de Lenin, por contraste, se levantaba. Una cosa suponía la otra. Como escribió un historiador occidental, desde la inauguración de su mausoleo se ha formado una fila inacabable de visitantes, tanto de día como de noche. Y estoy hablando de Lenin, quien, en definitiva, en los hechos, en su obrar, conjuntó fervor con razón, no permitiendo que el primero cayera en el fanatismo ni que la segunda perdiera sus luces en cada una de las batallas parciales que se fueron presentando antes y después de 1917. Lenin, a la vez, el más grande constructor de utopías de la historia: quiso levantar el socialismo apoyándose en los contingentes obreros de las ciudades pero el océano campesino, ferozmente individualista, le recordó las palabras de Calderón de la Barca: "los sueños, sueños son". Y las utopías, sueños organizados... utopías son.

¿Salta Lenin el atlas? ¿Lo saltó alguna vez? ¿Lo saltará? El tiempo, y la contingencia a su seno, tienen la palabra. Dirán de la proyección a futuro, si la hay, dirán de los hechos del pasado con mayor ecuanimidad que hoy... si alguien llega a ocuparse del tema.

Desde luego, no se trata de ignorar la convergencia de factores de orden coyuntural. Me refiero al rezagarse de la URSS en la carrera con EEUU, y especialmente en el rubro más sensible, el de los armamentos. Son patéticos los esfuerzos de los gobernantes soviéticos para disuadir a EEUU de su proyecto "Guerra de las Galaxias", idea que se agita cuando el reinado de Ronald Reagan. La razón está clara, la URSS no tenía -ni tiene hoy Rusia- capacidad tecnológica para poner en marcha su réplica ni para financiarla. Finalmente, Bush hijo ha puesto manos a la obra en EEUU. Pero, desde mucho antes, la impotencia de la URSS en este rubro que -nada menos- hace a la correlación de fuerzas, llevó a los líderes soviéticos a una especie de parálisis. El Breznev de los años setenta y el Gorbachov de los ochenta no pudieron viajar a la Luna después que los estadounidenses lo hicieran en el 69, ni en definitiva frenar la carrera en los armamentos. Y es curioso: mientras ésta pesa sobre los hombros del Estado socialista como recursos que no irán a los bolsillos del pueblo, para el Estado capitalista significa un elemento al cual echar mano cuando se trate de paliar las crisis de sobreproducción, siempre divisadas en el horizonte.

La debilidad de la URSS prohijó una correspondiente mentalidad de derrota ratificada patéticamente en el campo diplomático. Ofrezco, proclamó unilateralmente Gorby -es decir, llevó el juego en esa dirección- reunificar las dos Alemanias a cambio del olvido del proyecto "Guerra de las Galaxias". Silencio en la Casa Blanca. Propongo, levantó Gorby la oferta, además, incluir en el paquete la disolución unilateral del Pacto de Varsovia. Silencio en la Casa Blanca. Ofrezco, subió Gorby todavía más la oferta, dejar en libertad de acción a los llamados países satélites de Europa del Este. Más bien digan -aquí la Casa Blanca rompió su silencio- que ya no los pueden controlar.

Finalmente, se pagaron todos esos precios, uno sobre el otro, a cambio de... nada. Por otra parte, ligado a esto, se iba abriendo paso la idea de que podía canjearse la renuncia al socialismo por paz, es decir, el cese de la amenaza nuclear sobre las cabezas, el poder dormir sin la amenaza constante del holocausto, propia de los años de guerra fría. En fin, todo se fue sumando en la coyuntura de los años ochenta dando por resultado el colapso de 1991, cuando quedó claro que el perder los países aliados de Europa del Este no era suficiente. Es aquí donde entra a jugar Yeltsin, llevando los "vientos de libertad" mucho más lejos: los pueblos integrantes de la URSS que no quisieran continuar perteneciendo a ella, podían irse. Así, la URSS se desintegró y en su lugar quedó Rusia rodeada de nuevos países soberanos.

Una resbaladilla política que se fundaba en una correlación de fuerzas desfavorable. La URSS no tenía con qué negociar. Y sin embargo, a mi entender, los estudios no pueden limitarse al nivel coyuntural, barajando factores que hacen al "cuándo" pero no al "porqué". Éste, insisto, se encuentra en otro lado y lo hemos adelantado: los ciudadanos soviéticos y de otros países dijeron: "no". Ellos constituyeron la debilidad de la URSS. Parte de la mística revolucionaria consideraba que el espíritu proletario podía evitar la burocratización, el autoritarismo, la quiebra de la legalidad y otros vicios a partir del cambio en las relaciones sociales de producción. La experiencia ha demostrado que no. Es cierto que el desaire a las utopías socialistas fue de inmediato reemplazado por la adhesión a la utopía capitalista, y aquí los medios, la CIA y el Papa jugaron su papel. Pero ese "no" pronunciado cada vez más fuerte, partió de la gente que, después de décadas de vivir el socialismo de raíz marxista, lejos de convencerse, se había puesto en contra.

¿Por qué cayó la URSS? Intentar una respuesta nos lleva luego a interrogarnos sobre una cuestión paralela: ¿cómo es posible que nadie se diera cuenta de lo que se venía? Si esta pregunta se dirige a la CIA, la respuesta será la de un funcionario: nuestros informes fueron incompletos, luego los procesamos mal, nos faltó "feeling". Si esta pregunta se dirige a los marxistas, la respuesta más sincera es ésta: teníamos mierda en la cabeza, todo iba a terminar bien, a la manera del "happy end" del cine de los cuarenta. Nadie asumía los riesgos. Y se decía: la URSS se acabará cuando ella quiera, es decir, en un mundo comunista, sin fronteras, no antes. Ya ven, la soberbia, los agentes de la CIA deben ser reciclados mentalmente, los marxistas ídem.

Y bien, estamos hablando ya no de la coyuntura que precipitó el colapso, sino de la condición necesaria para que éste sucediera. Puedo proponer los planes más perfectos para la vida futura pero si en definitiva la gente -supuestamente beneficiaria- dice "no", por los motivos que sean, la idea queda en utopía, no se realiza a pesar de ser factible. No es que no se pueda, no se quiere. Esa negativa generalizada fue a nuestro entender condición necesaria para el derrumbe, aunque no condición suficiente. Esto último quedó a cargo de los factores de orden coyuntural, algunos de los cuales hemos rápidamente mencionado, que apuraron y dieron remate al proceso.

Ahí se inscriben los "aportes" estalinistas, pero tampoco convenció el modelo antiestalinista de Gorby en los años ochenta. Su intención manifiesta fue un socialismo antiautoritario pero la situación se le fue de las manos, al punto que Reagan, de visita a la URSS, pudo declarar: "yo no lo hubiera hecho mejor". En suma, de parte del pueblo ruso fue un repudio tanto a la línea dura de Stalin como a la línea blanda de Gorby. Así, la sonrisa se dibujó para los ciudadanos del Este cuando el sucesor Yeltsin abrió oficialmente las compuertas al capitalismo en los años noventa... satisfacción que poco duró: los exsoviéticos pudieron advertir hasta qué punto el modelo capitalista había sido maquillado por la propaganda occidental. Pero ya era tarde.


Conclusiones

Y bien, tan fuerte es la necesidad de autoengaño frente a la adversidad, que la gente está dispuesta a creer en las utopías, reemplazando unas por otras, las que considera fallidas por las nuevecitas y relumbrantes, aun cuando sepa que nada las garantiza. En ese sentido, tanto puede serlo una religión como una propuesta política. Tanto el cristianismo como el comunismo. La sociedad de las almas virtuosas alcanzadas por la salvación es tan igualitaria como la sociedad donde todo mundo es proletario, una en el Cielo y la otra en la Tierra, ambas nadando en la felicidad. En diferentes épocas y ciclos de la historia, las utopías cristiana y comunista tuvieron la virtud de arrastrar tras de sí a las masas. Éstas marcharon a la reconquista del Santo Sepulcro y se llamaron Cruzadas, o bien, más modestamente, van hoy a rendir tributo pacífico y multitudinario a la virgen de Guadalupe todos los doce de diciembre en México. Así, la utopía religiosa en Occidente.

Los cristianos tuvieron sus catacumbas y sus mártires y llegaron al poder en la misma Roma que tanto los combatiera. Desde entonces y por dos mil años, la influencia del Vaticano ha tenido sus oscilaciones, tendiendo hoy a una declinación (no confundir con el carisma personal de Juan Pablo II). Pero su ciclo milenario no se ha cerrado. En cambio, para el comunismo se cuenta una escasa centuria y media a partir, digamos, del "Manifiesto" de Marx y Engels al promediar el siglo XIX, hasta la caída de la URSS a fines del XX. Los mártires del comunismo fueron también incontables, hombres y mujeres que no vacilaron en dar lo mejor de sus vidas y luego sus vidas mismas en el mundo entero, en guerras, revoluciones y protesta social. Y que también conquistaron el poder. Frente a Roma, sin embargo, Moscú fue apenas un suspiro, si de duración se trata. De todos modos, la fe de un marxista no le ha ido en zaga a la de un cristiano, pagando cada una su precio.

Esa creencia absoluta, en unos casos fe, en otros fanatismo, a veces sin poder distinguir una de otro, ha ido acompañada por razonamiento. Éste, bien que a la zaga de la fe, no por eso inútil. El marxismo recoge la idea de que los grandes ciclos históricos van marcando un desarrollo progresivo. Se pasa de las llamadas sociedades del tributo (modo de producción asiático) y del esclavismo a la organización feudal y de ésta a la sociedad capitalista. El progreso se marca naturalmente en el desarrollo de las tecnologías y en cómo la situación del explotado va mejorando. Esto último interesa especialmente al marxismo. Los subalternos no desaparecen del cuadro social pero cada vez la distribución de los bienes en general resulta más equitativa y también evolucionan los derechos que la sociedad reconoce a los subalternos. Y esto ocurre porque, de época en época, hay un mayor fondo de bienes producidos aun cuando nunca lo suficientemente grande para beneficiar a todos. Y bien, dice Marx, con la revolución industrial del capitalismo ese paso se ha dado, en adelante nadie debe sufrir hambre, nadie debe continuar explotado, hay suficiente para todos por primera vez en la historia.

El cristianismo también recurre al razonamiento, plantea el paraíso como la justa recompensa a las acciones y pensamientos del hombre, cada uno juzgado individualmente. El ser humano está dotado del libre albedrío, el cual lo hace responsable, sus actos e intenciones se definen por el bien o el mal, y según ellos responde. El juez supremo de los creyentes es Dios, para los comunistas es la historia. Ya influido por un pensamiento de izquierda, es lo que proclama Fidel Castro ante el tribunal que lo juzga por el asalto al cuartel Moncada en Cuba: "La historia me absolverá".

De modo que el hombre está inmerso en la realidad, la hace objeto de conocimiento interesado y la transforma a su medida, la cual varía con el transcurso del tiempo si éste implica el desarrollo de las fuerzas de producción. Marx llegó a escribir que "la humanidad en rigor sólo aspira a aquellas metas que puede alcanzar". Y bien visto, la humanidad lo hace con ésas, las realistas, y con las otras, las metas utópicas, ambas son sus amores y, si fallan, sus odios.

Claro, siempre se podrá discutir: las cosas salieron mal, cometimos errores graves, todavía no estaban dadas las condiciones, etcétera. Es inevitable: para mantenerse firme en la larga, larguísima batalla por las metas que cree poder alcanzar y en cuyo camino es derrotado una y otra vez, el hombre sueña y sólo acaba de deslindar las metas posibles de las utópicas cuando las primeras se realizan y las segundas no. Es decir, en los hechos, en la vida misma, se ponen a prueba las empresas ideológicas. Las religiones, utopías con creyentes en un más allá. El comunismo, utopía con creyentes en el más acá. Por su cuenta, el hombre, blindado ante las ideologías y muy atento a sus conveniencias como especie, ha acertado en apostar a la revolución industrial, cuyas condiciones favorables fueron madurando con los siglos, hasta encontrar el mejor lugar para eclosionar en Inglaterra, abriendo de par en par las puertas al capitalismo. Ya en el siglo XX o, si se quiere, desde el último tercio del XIX, este hombre apuesta al boom tecnológico más que a la revolución social, esto es, se mantiene fiel y apegado al marco capitalista. Y así ha entrado al siglo XXI.

Y bien, el siglo XXI con su cofre de maravillas. Lo abrimos y el sistema solar se nos ofrece a las expediciones como antes, en el siglo XV, el planeta se brindó a Cristóbal Colón, Vasco da Gama, Magallanes, Juan Sebastián el Cano. Vendrá entonces la subsecuente colonización del sistema solar, como ocurriera con el planeta. Y tantos otros pasos de gigante. El hombre hacedor de hombres u otros seres vivos. Las fuentes de energía renovables, tal la nuclear. El viaje a la Luna. Así ha caminado el mundo en estos tres últimos siglos, a ritmo acelerado, más en función de la empiria que de las ideologías.

Utopía, te odio y te quiero. Te odio porque sólo has existido en la cabeza de los hombres, no en sus manos. Te quiero porque permaneces en la esperanza de una segunda oportunidad. Utopía, te odio y te quiero.



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