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La insignia
21 de enero del 2004


Un límite en el sol


Albert Camus
Fragmentos de Moral y política


«El revolucionario es al mismo tiempo rebelde o ya no es revolucionario, sino policía y funcionario que se vuelve contra la rebelión. Pero si es rebelde, termina alzándose contra la revolución. Por lo tanto, no hay progreso de una actitud a otra, sino simultaneidad y contradicción que crece sin cesar. Todo revolucionario termina siendo opresor o hereje. En el universo puramente histórico que han elegido, rebelión y revolución van a parar al mismo dilema: o la policía o la locura [ ...] En Europa, el espíritu revolucionario puede también, por primera y última vez, reflexionar sobre sus principios, preguntarse cuál es la desviación que lo extravía en el terror y en la guerra, y volver a encontrar, con las razones de su rebelión, su fidelidad.» (1951)

«Hay dos clases de eficacia: la del tifón y la de savia. El absolutismo histórico no es eficaz, es eficiente; ha tomado y conservado el poder. Una vez que dispone del poder, destruye la única realidad creadora. La acción intransigente y limitada, nacida de la rebelión, mantiene esta realidad y trata solamente de extenderla cada vez más. No está dicho que esta acción no pueda vencer. Sí está dicho que corre el riesgo de no vencer y morir. Pero la revolución correrá ese riesgo o bien confesará que no es sino la empresa de nuevos amos, que merecen el mismo desprecio.» (1951)

«Elegimos Itca, la tierra fiel, el pensamiento audaz y frugal, la acción lúcida, la generosidad del hombre que sabe. En la luz, el mundo sigue siendo nuestro primer y último amor [...] Reconstruiremos el alma de una época y una Europa que no excluirá nada: ni el fantasma de Nietzsche, que durante doce años después de su hundimiento, iba a visitar Occidente como la imagen fulminada de su conciencia más alta y de su nihilismo; ni a ese profeta de la justicia sin ternura (Marx), que descansa, por error, en el sector de los no creyentes, en el cementerio de Highgate; ni a la momia deificada del hombre de acción en su ataúd de cristal (Lenin); ni nada de lo que la inteligencia y energía de Europa han proporcionado sin tregua al orgullo de una época miserable. Todos pueden revivir, en efecto, junto a los sacrificados de 1905, pero con la condición de que comprendan que se corrigen mutuamente y que les detiene a todos un límite en el sol. Cada uno dice al otro que él no es Dios, y aquí termina el romanticismo.» (1951)



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