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La insignia
18 de enero del 2004


Elogio de los gordos


Rubén Darío
Nicaragua, 18 de enero de 1867 - 6 de febrero de 1916.


Viene a bordo un hombre de una gordura dominante y eminente. Este hombre gordo es comunicativo, conversador y ocurrente, amable y de humor risueño que no varía, ni aun con los calores ecuatoriales. Lo acompaña una dama grandiosa y capitosa, cuyos appas son de los que siempre alaban con preferencia los poetas que cita en sus narraciones la sutil Scheherezada de Las mil y una noches. El gran portugués Eça de Queiroz dice en alguna parte, hablando de no recuerdo cuál de sus personajes: Era un gordo, y portanto un prudente. Quizá la prudencia sea lo que falte a nuestro robusto compañero de navegación, pues a pesar de sus ciento cincuenta kilos, se atreve a danzar sobre cubierta, con su alegre dama y otras gentiles pasajeras.

Yo he de decir el elogio de los gordos, porque ellos no dan entrada a la mal aconsejadora melancolía. Casi siempre están de buen ánimo y saben el precio de la vida. Ríen de verdad,con la risa franca y sabrosa. Gozan de buen apetito y digieren en la paz de su completa satisfacción. Los favorece el sentido común, la tranquilidad y la feliz armonía con los demás hombres. Raro, rarísimo será el gordo suicida. Si Bruto hubiera sido gordo no habría asesinado a su bienhechor. No lo dice así propiamente Shakespeare, pero recordad los versos de Julio César.

Los sueños y las visiones que perturban el ánimo no frecuentan a los gordos. Ved el flaco Don Quijote, asaetado de penas y cuidados, y al gordo Sancho, que sabe aprovechar el paso de la hora y llena el bandullo. Todo flaco para en lívido y todo lívido maligno, por causa del mal funcionamiento corporal: la sana y bienhechora risa huye de los flacos, gentes a quien meser Goster no es procicio y cuyo hígado, órgano ilustre para los orientales, les hace malas bilis y peligrosas cóleras.

Rabelais sabía bien todo esto, y en ello pudo extenderse M. Bergeret, maestro de conferencias, cuando su visita a Buenos Aires. El gordo del barco es ameno y afectuoso. Cuenta cuentos picantes; trata a los amigos ocasionales con regocijada confianza; juega a los juegos ingleses; come sandwichs, ríe con convicción y salud. Es un ser feliz. Y por su causa he escrito estas líneas, recordando a los abades conventuales, al noble rey Gambrinus y a sir John Falstaff, todos ellos de opulenta y rozagante memoria.



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