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La insignia
14 de enero del 2004


Acto tercero, escena IV

Ricardo III


William Shakespeare
Transcripción para La Insignia: C.B.


Acto tercero
Escena IV

(Londres. La Torre)

Entran Buckingham, Stanley, Hastings, el Obispo de Ely, Ratcliff, Lovel y otros, sentándose a una mesa, acompañados por Oficiales del Consejo.

Hastings: Bien, nobles Pares: la causa por la que nos reunimos es para decidir dobre la Coronación. En nombre de Dios, hablad, ¿cuándo es el día real?

Buckingham: ¿Está todo preparado para ese momento real?

Stanley: Lo está, y sólo falta la designación.

Ely: Mañana, entonces, me parece un día propicio.

Buckingham: ¿Quiñen sabe lo que piensa sobre ello el lord Protector? ¿Quién tiene más trato con el noble Duque?

Ely: Vuestra señoría, pensamos, debería ser quien mejor conociera su opinión.

Buckingham: Nos conocemos las caras; en cuanto a nuestros corazones, él no conoce el mío mejor que yo el vuestro; ni yo el suyo, señores, mejor que vosotros el mío... Lord Hastings, vos y él sois cercanos en afecto.

Hastings: Estoy agradecido a Su Alteza, porque sé que me quiere bien; pero, en cuanto a sus propósitos sobre la Coronación, no le he sondeado, ni él ha manifestado su augusta voluntad de ningún modo. Pero, nobles señores, podéis designar el momento, y yo daré mi voto en nombre del Duque, que supongo que lo aceptará bien.

(Entra Gloucester)

Ely: En hora dichosa viene el Duque en persona.

Gloucester: Nobles señores y primos todos; buenos días. He dormido demasiado, pero confío que mi ausencia no haya descuidado ningún propósito importante que se hubiera podido decidir con mi presencia.

Buckingham: Si no hubieras llegado cuando os nombré, señor, lord William Hastings, habría desempeñado vuestro papel -quiero decir, dando vuestro voto- para coronar al Rey.

Gloucester: Nadie se habría podido atrever mejor que lord Hastings; su señoría me conoce bien y me quiere. Lord Ely, la última vez que estuvo en Holborn, vi unas buenas fresas en vuestro jardín: os ruego que mandéis algunas.

Ely: Pardiez, sí que lo haré, señor, con todo mi corazón.

(Se va)

Gloucester: Primo Buckingham, una palabra con vos. (Lo toma aparte) Catesby ha sondeado a Hastings sobre nuestro asunto, y encuentra tan acalorado a ese testarudo caballero que prefiere perder la cabeza antes que consentir que el hijo de su señor, como le nombra con respeto, pierda la realeza del trono de Inglaterra.

Buckingham: Retiraos un rato; iré con vos.

(Se va Gloucester, seguido por Buckingham)

Stanley: Todavía no hemos fijado ese día de triunfo. Mañana, a mi juicio, es demasiado repentino; por mi parte, no estoy tan bien preparado como podría estarlo si se aplazara el día.

(Vuelve a entrar el Obispo de Ely)

Ely: ¿Dónde está mi señor, el duque de Gloucester? He mandado a buscar esas fresas.

Hastings: Su Alteza parece contento y afable hoy; tiene alguna idea que le place, cuando da los buenos días con tan buen humor. Creo que nunca habrá un hombre en toda la Cristiandad que pueda ocultar su cariño o su odio menos que él, pues por su cara se conoce enseguida su corazón.

Stanley: ¿Qué habéis percibido de su corazón en su cara, por algún aspecto que mostrara hoy?

Hastings: Pardiez, que no tiene nada contra nadie de los que hay aquí; pues, si lo tuviera, lo mostraría en su aspecto.

(Vuelven a entrar Gloucester y Buckingham)

Gloucester: Os ruego a todos, decidme, ¿qué merecen los que conspiran mi muerte con diabólicas conspiraciones, y han prevalecido contra mi persona con hechizos infernales?

Hastings: El cordial afecto que siento hacia Vuestra Alteza, señor, me hace el más dispuesto en esta noble reunión para sentenciar a los culpables: quienquiera que sean, digo, señor, que merecen la muerte.

Gloucester: Entonces, ¡sean testigos de su maldad vuestros ojos! ¡Mirad cómo estoy embrujado! ¡Fijaos! Se me ha desecado el brazo, como un vástago agostado; y esto es la mujer de Eduardo, esa monstruosa bruja, unida a esa ramera, la desvergonzada Shore, que me han marcado así con su brujería.

Hastings: Si ellas han hecho eso, mi noble señor...

Gloucester: ¡Sí! Tú, protector de esa maldita desvergonzada, ¿me hablas de "si"? Eres un traidor: ¡fuera la cabeza! Ahora, por San Pablo, juro que no comeré hasta que no la vea cortada. Lovel y Ratcliff, ved que se haga: los demás, los que me queráis, levantaos y seguidme.

(Salen todos, menos Hastings, Lovel y Ratcliff)

Hastings: ¡Ay, ay de Inglaterra! No me importa nada de mí, pues yo, demasiado necio, podría haberlo evitado. Stanley soñó que el jabalí le arrancaba el yelmo, pero lo desprecié y desdeñé huir: tres veces tropezó hoy mi caballo engualdrapado, y se sobresaltó al levantar los ojos hacia la Torre, como reacio a llevarme al matadero. Ah, ahora necesito al sacerdote que me habló; ahora, me arrepiento de lo que le dije al correo real triunfando en exceso, de cómo mis enemigos eran hoy sanguinariamente sacrificados en Pomfret, mientras que yo estaba seguro en gracia y favor. ¡Ah, Margaret, Margaret, ahora tu pesada maldición cae sobre la miserable cabeza del pobre Hastings!

Ratcliff: Apresuraos, señor: el Duque quiere comer; haced una breve confesión, porque desea ver vuestra cabeza.

Hastings: ¡Ah, favor efímero de los mortales, que buscamos más que la gracia de Dios! Quien edifica su esperanza en el aire de vuestras miradas benignas, vive como un marinero ebrio en un mástil, dispuesto, a cada cabezada, a desplomarse a las fatales entrañas de la profundidad.

Lovel: Vamos, vamos, apresuraos: es inútil gritar.

Hastings: ¡Ah, sanguinario Ricardo, miserable Inglaterra! Te profetizo los tiempos más terribles que ha visto jamás una época lamentable. Vamos, llevadme al tajo: presentadle mi cabeza: sonreirán de mí muchos que pronto estarán muertos.

(Se van)



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