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La insignia
6 de enero del 2004


México: Revista de prensa (*)

García Ponce en la década de 1960


Carlos Monsiváis
El Universal. México, enero del 2004.


Para los jóvenes del mundo cultural, la década de 1960 es la etapa del descubrimiento incesante, entre la Revolución Cubana y los albores de la revolución sexual. Son años de exploración individual y de esplendor comunitario. No creo excesivo el término esplendor, porque con emoción simultánea y talento indudable un grupo de escritores, pintores, teatristas, cineastas, músicos, diseñadores gráficos, editores, politólogos, sociólogos y galeristas le imprimen un destino ni planeado ni fruto del azar a una etapa quizás equiparable a la de la década de 1920, cuando cambia radicalmente el sentido del país. A la etapa 1960-1968 le falta la densidad histórica que infunde la Revolución Mexicana, pero la desborda la gana de internacionalizar la cultura.

El propósito de estos jóvenes de los sesenta es, con distintos nombres, la modernización en órdenes muy distintos. En unos cuantos años se derrumban las trabas del nacionalismo (no sin una gran dosis de injusticia crítica), se divulgan autores y tendencias que habían sido meras referencias, surge una vanguardia que no presume de serlo, se lee y se escribe y se pinta y se dirige teatro, y se compone y se filma y se actúa con una desmesura siempre estimulante. Juan García Ponce (1932-2003) es uno de los grandes protagonistas de la etapa en donde también figuran Octavio Paz, Fernando Benítez, Carlos Fuentes, Jaime García Terrés, director de Difusión Cultural de la UNAM (un visionario en sentido estricto, que auspicia demasiadas renovaciones al mismo tiempo), Juan Soriano, Vicente Rojo (pintor extraordinario y promotor notable), Juan José Gurrola, José Luis Ibáñez, Héctor Mendoza.

No quiero recitar un catálogo, pero el grupo literario en muy buena medida galvanizado por García Ponce es hoy parte básica del canon contemporáneo de la literatura mexicana: Tomás Segovia, Juan Vicente Melo, Inés Arredondo, Sergio Pitol, Elena Poniatowska, Salvador Elizondo, Julieta Campos, José de la Colina, José Emilio Pacheco. En otros espacios, hay creadores muy destacados: Alexandro Jodorowsky, Vicente Leñero, Marco Antonio Montes de Oca.

Y el sitio de encuentro es la Casa del Lago, dirigida primero por Juan José Arreola y luego por Tomás Segovia, poeta y ensayista que invita a la Casa del Lago a los jóvenes escritores. Entre ellos, por la vehemencia, la curiosidad y la agresividad intelectual, destaca García Ponce, el gran animador de su generación, y el que con sus notas y ensayos sobre artes plásticas estimula al grupo que constituirá el Salón Independiente. A partir de su idea de "la aparición de la invisible" como lo propio de la pintura, analiza y promueve a un grupo valioso: Vicente Rojo, Lilia Carrillo, José Luis Cuevas, Fernando García Ponce, Manuel Felguérez, Alberto Gironella, y revalúa a pintores de generaciones anteriores: Rufino Tamayo, Leonora Carrington, Juan Soriano, Cordelia Urueta, Luis García Guerrero, Ricardo Martínez. A esta distancia es impresionante la tarea de García Ponce. Como ninguno, encarna el espíritu de ese momento cultural.

Dos figuras típicas y clásicas de la Casa del Lago: Juan Vicente Melo y Juan José Gurrola. Melo, de profesión dermatólogo, es cuentista, novelista y crítico de música. Sustituye a Tomás Segovia en la dirección de la Casa, y allí desarrolla una tarea notable: ciclos de conferencias que dan a conocer sistemáticamente autores, tendencias literarias compositores, tendencias musicales; pequeñas exposiciones de los artistas explicados y defendidos por Juan García Ponce; obras de teatro que expresan la actitud de los participantes de Poesía en Voz Alta, que renuevan su quehacer escénico; conciertos de música de vanguardia. Melo es un gran promotor, y su periodo es excepcional. Por desdicha, el resentimiento y la homofobia se encarniza en su contra, y en un episodio homofóbico, el director de Difusión Cultural, Gastón García Cantú, lo calumnia y lo cesa.

El otro personaje básico de esa etapa es Juan José Gurrola, que se inicia como actor en Poesía en Voz Alta, y lleva a la Casa del Lago su obsesión vanguardista, su sentido del humor y su don para el espectáculo. Gurrola es brillante y es audaz. Introduce técnicas del music-hall , llama a trabajar en Landoú, Alfonso Reyes, a un compositor talentoso, Rafael Elizondo, convierte sus puestas escénicas en obligaciones de la nueva sensibilidad, la de la ciudad anterior a 1968, la que se rebela desde el arte contra el autoritarismo.

En 1966, en el Premio Esso, que gana Fernando García Ponce, Juan da su gran batalla por las libertades formales. Por entonces escribe: "En este sentido, creo que todavía es necesario aclarar que desde mi punto de vista, el adjetivo `abstracto` hasta cierto punto sobra en el título de cualquier obra. Como veremos en seguida, no es la característica de abstracto o naturalista o figurativo, si preferimos llamarlo así, la que determina exclusivamente el juego de relaciones entre arte y público, sino algo mucho más importante, relativo a la esencia misma de la creación artística en general, y que está por encima de cualquier diferencia de estilos.

"Abstracto o figurativo, hemos dicho, ya que en el mundo contemporáneo el arte ha llegado a ser considerado como el medio que puede llevarnos a la "contemplación creadora de la verdad".

Al tiempo de esta actividad múltiple y, hay que decirlo, frenética, García Ponce participa en publicaciones: secretario de redacción de la Revista de la Universidad (1957-1967), director con Tomás Segovia de la Revista Mexicana de Literatura (segunda etapa, 1963-1965), director de Diagonales. Y es vasta su producción narrativa: La noche (1963), Imagen primera (1963) Figura de paja (1964), La casa en la playa (1966), La presencia lejana (1968), La cabaña (1969). En estos libros actúa siempre la ansiedad de la complementación física, del ir a fondo en el análisis de las relaciones de la pareja, de no detenerse ante ninguna consideración. En un relato, García Ponce escribe: "La visión que persigo, que he perseguido siempre, me ha llevado a muchos extremos, pero al fin he encontrado en Paloma el cuerpo que absorbe todas las perversidades, y a través de su absoluto poder muestra su verdadero carácter como indispensable elemento mediante el que, desprovista de todos sus disfraces, la realidad se abre y avanza hacia nosotros vestida con todo su esplendor y su inocencia. Mario terminó de montar hoy la escena del sueño en el que, en el vestíbulo de mi edificio, Paloma aparece primero desnuda sobre el antiguo sofá de terciopelo que estaba antes allí y luego el sofá desaparece, la figura de Paloma ocupa el lugar del mueble, entran unos cargadores, la ponen de pie y acarician su cuerpo. Ella no parece advertir nada, no está dormida ni despierta, no está viva ni muerta. Sólo está presente a través de su cuerpo. Es la belleza y la inocencia. La inocencia de la belleza. La tocan sin tocarla. Nada la mancilla ni la destruye. Es la vida que se ofrece a sí misma en espectáculo con todo el inagotable esplendor de la visibilidad, siempre palpable, siempre sensible y sin embargo, cerrada en su silencio: la verdad de la presencia."

En la evocación de la década de 1960 hace falta el relato de la actuación de García Ponce en el apoyo de los escritores, los artistas, los intelectuales al movimiento estudiantil de 1968.


(*) Artículo aparecido el domingo 4 de enero en El Universal, de México. La redacción de este diario recuerda a sus lectores que en nuestras páginas sólo tienen cabida los textos externos que cuenten con los debidos permisos de reproducción de autores y/o publicaciones. Cualquier excepción, como la actual, se hace siempre en virtud del carácter no lucrativo de La Insignia, ante situaciones de evidente interés informativo o social y a condición de no provocar perjuicio alguno a la fuente de origen.



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