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La insignia
1 de enero del 2004


Las consecuencias de la inconsecuencia


Marta Caravantes
Agencia de Información Solidaria (AIS). España, enero del 2004.


Quizás sean los deseos de seguir reivindicando la utopía, pero uno siente que el paso de un año a otro arroja, aunque sólo sea de manera simbólica, la posibilidad de mirar el futuro con esperanza renovada. Y eso que siguen pululando por esos mundos inescrutables seres como Bush, Berlusconi, Aznar, Putin o Sharon.

No ha sido fácil este 2003, ni se hace fácil mirar con algún matiz de optimismo las perspectivas venideras. Los peores augurios se cumplieron y, en nombre de la paz y la seguridad, se hizo la guerra en Irak, sembrando en la ya precaria vida de los iraquíes, muerte, caos e incertidumbre. Se confirmó de nuevo la fragilidad de la memoria colectiva y se evaporaron del recuerdo las excusas falsas de aquellos que justificaron e hicieron la guerra en contra del clamor mundial y de la más precaria humanidad. No pudimos más que estremecernos y desesperarnos, al ver que aquella gente que había sufrido la tiranía tantos años, moría ahora bajo las bombas 'inteligentes' de aquellos demócratas del Norte que decían defenderlos. Con el paso de los meses, los motivos esgrimidos para hacer la guerra se hicieron olvidar con alevosía ante la evidencia de la farsa. Lo peor es que si el tema de las armas de destrucción masiva fue ya un episodio caducado, ahora también caducan en nuestro recuerdo las víctimas, los muertos, los que han desaparecido, opacados tras la euforia de la captura de Sadam Husein. No, no es fácil reivindicar la utopía. Sin embargo, también es inevitable.

El año 2003 nos ha dejado un clamor universal sin precedentes en contra de la guerra. Nunca como antes, se habían sincronizado manifestaciones mundiales con un mismo y contundente eslogan. Será difícil olvidar esos días en las calles de Madrid, Londres, Roma y tantas ciudades del mundo donde los ciudadanos inundaron plazas y avenidas para demostrar, como diría el poeta Claudio Rodríguez, que podemos estar en derrota, pero nunca en doma. Sin embargo, tampoco hay que magnificar lo sucedido. Si en un primer momento, políticos como Blair y Aznar tuvieron unos meses de muy difícil gobierno con la mayor parte de sus ciudadanos en contra de la guerra, tiempo después se ha comprobado que su bélico empeño premeditado no ha dañado ni a su gobierno, ni a su partido. En España se prevé que en las próximas elecciones generales de 2004 venza, incluso por mayoría absoluta, el candidato de Aznar, Mariano Rajoy. En Estados Unidos, Bush va ganando fuerza y, tras la captura de Sadam Husein, se ha rociado de un halo victorioso que será difícil borrar de las mentes de esa parte de la ciudadanía estadounidense que se traga la propaganda gubernamental con el mismo aplomo que la comida basura.

¿Qué ha quedado entonces de aquellas movilizaciones mundiales? Digamos que el compromiso alcanza ámbitos muy limitados, insuficientes para hacer mella en aspectos estructurales que condicionan un sistema de injusticia. Muchas personas sienten la conciencia removida por la palabra 'guerra' y más cuando son sus propios gobiernos los que la protagonizan. Pero sus protestas se fundamentan en una indignación que no aspira más que a participar de alguna manifestación de vez en cuando o a mostrar su rechazo ante amistades o compañeros de trabajo. No tiene voluntad de trascender. Lo mismo ocurre con otros temas relevantes. Podemos ayudar a recaudar fondos para un país del Tercer Mundo o ayudar a inmigrantes sin papeles o a echar una mano a las personas que viven en la calle pero, sin embargo, el compromiso real por cambiar esas situaciones de injusticia desde la raíz deja mucho que desear. También es muy insuficiente la dedicación que empleamos a defender nuestros propios derechos. Seguimos pensando que democracia es votar cada cuatro o seis años y, cuando lo hacemos, elegimos a políticos infames para que nos gobiernen; seguimos permitiendo que nuestros derechos laborales sean vulnerados día tras día; las televisiones esparcen propaganda y frivolidad por doquier, pero nosotros nos sentamos frente a ellas dispuestos a tragar lo que nos echen.

Las manifestaciones mundiales de 2003 indican que algo se ha sembrado y que en la conciencia colectiva la palabra 'guerra' ya no encaja. Ahora, movimientos sociales y ONG deben progresar en ese sentido para que no se cierre ese capítulo de la participación ciudadana en aspectos relevantes de la política que afectan a derechos esenciales. Si somos tan osados por brindar por un "Feliz 2004" algo de rebeldía debería adosarse a nuestros propósitos. No es posible desear un año próspero para todos y quedarse en el sillón esperando que los líderes mundiales tengan la varita mágica del milagro. Más bien al contrario. Hay que llegar mucho más a la raíz, lo que constituye -semánticamente- hacerse más 'radicales'. Y eso significa ser más consecuentes, en la actitud, en la conciencia, en la actividad diaria y en la participación política. La rebeldía y la protesta construyen futuro. No hay democracia más activa que la de una población inconformista que trabaja por recuperar cada derecho arrebatado, sea propio o ajeno.



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