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7 de diciembre del 2004 |
Sergio Ramírez
La Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde he venido a presentar mi novela Mil y una muertes, está dedicada esta vez a la cultura catalana, y ha sido de nuevo una fiesta que vale la pena vivir. Un gozo para los sentidos. Más de cuatrocientos mil libros expuestos, y sobre todo, los miles de visitantes, principalmente jóvenes, que con devota paciencia forman largas colas para entrar al recinto, y luego recorren en alegres bandadas los más de trescientos puestos de las editoriales, donde fulguran en mesas y estantes las coloridas portadas que las manos y los ojos del vicioso recorren con avidez. Una fiesta de la lectura.
Como en un circo de múltiples pistas, decenas de actos culturales ocurren a la vez en el recinto de la feria. Lecturas de poesía y de prosa, entrega de premios a escritores, editoriales y librerías, presentaciones de libros, diálogos entre autores, entrevistas en vivo por parte de las emisoras de radio y televisión que tienen instalados sus equipos dentro de los pabellones; la presentación de la edición conmemorativa del Quijote, a los cuatrocientos años de haber sido escrito, publicado por las academias de la lengua bajo el sello de Alfaguara, y que la gente se arrebata hasta agotar las existencias. Quinientos mil ejemplares impresos de esta edición popular barata, y una nueva tirada en marcha. Fiesta de toda la cultura. El vicio de leer. Entre mis comparecencias en la feria, me toca hablar en la Escuela Preparatoria No.12, que tiene sólo ella seis mil estudiantes, y donde se entrenan quienes competirán por los cupos de primer ingreso en la Universidad de Guadalajara; porque los escritores participantes salimos también del recinto, programados a llevar extramuros la buena nueva de los libros. Mi auditorio está formado por muchachos y muchachas que se acomodan entre risas y codazos hasta colmar los asientos, aunque se trata de tiempo de exámenes, porque la feria tiene una magia contagiante. Digo a mis oyentes que el único vicio legítimo, el único que soy capaz de recomendar a los jóvenes, es el de leer, porque es la sola droga cuyo hábito de consumo tiene un poder benéfico. El Quijote, por ejemplo, que a pesar de su voluminoso peso se puede comprar tan barato en la feria. Su grosor no debe asustar a nadie. Hay que dejarse conquistar por ese libro de los libros por la risa, por la diversión, por el humor, y no tratar de entrarle buscando lecciones morales, ni filosóficas, porque entonces va a aburrirnos la que es la novela más divertida del mundo. No hay que creer a quienes nos dicen que sólo debemos aceptar lecturas serias, porque entonces nunca vamos a ser lectores adictos. La lectura debe ser antes de nada, un gozo. Cuántos buenos lectores se han perdido por causa de las imposiciones escolares, que mandan leer por fuerza de los programas de estudio libros pesados e indigeribles. Y cuántos buenos lectores, y a lo mejor escritores, se han ganado gracias a los libros prohibidos por la escuela, por el hogar, por la religión, porque lo que la imposición no consigue, lo consigue la curiosidad por lo prohibido. Y los censores son, sin excepción, personas amargadas y hostiles al espíritu de libertad que campea siempre en los libros. Y quien no aprende nunca a leer, quien no se vuelve desde temprano un vicioso de los libros, no sabe de lo que se pierde. Se expondrá a llevar una vida mutilada y a lo mejor, amarga, igual que la de los censores, lejos de los espejismos y los fragores de la imaginación. Se perderá un amigo, consuelo de la soledad. "...Cervantes es buen amigo. Endulza mis instantes ásperos y reposa mi cabeza...", dice Darío, que supo lo que era la soledad, y supo a la vez lo que era el vicio irrefrenable de leer. ¿Cómo crearse ese vicio? Por el gusto, como antes dije a mis oyentes. Y yendo de lo simple a lo complejo, empezando por un cuento de Chejov, o de Rulfo, antes de llegar por fin a una novela de Faulkner, o al Ulises de Joyce, ya no se diga. O yendo primero a los capítulos y pasajes más divertidos del Quijote, libro voluminoso al que no hay que tener miedo, vuelvo a decir. En este punto, la directora de la editorial Siruela, Ofelia Grande, con quien participé en un programa de televisión, decía algo notable: si algo bueno ha tenido el éxito de Harry Poter, es que ha probado que millones de niños y adolescentes pueden leerse, sin pestañear, un libro de seiscientas páginas. Buena lección, y buen precedente. Pero por supuesto, para que los alumnos adquieran el vicio de la lectura, antes deben adquirirlo los maestros, lejos de la seriedad de quien encarga una tarea, y con espíritu de cómplice. Ser parte con ellos de la conspiración de leer, comportarse como cabecillas de una hermandad de iniciados. Abrirles una puerta al paraíso, donde espera la manzana dorada entre las frondas del árbol del bien y el mal. Guadalajara, diciembre del 2004. |
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