Escena VII
Suena el esquilín de las Monjas. Por el fondo aparecen varias de ellas, que cruzan la escena y se santiguan al pasar ante una Virgen de los Dolores que, con el corazón atravesado de puñales, llora en el muro, cobijada por un inmenso arco de rosas amarillas y
plateadas de papel. Entre ellas se destacan las Novicias 1ª y 2ª Los cipreses comienzan a teñirse de luz dorada.
Novicia 1ª:
¡Qué gritos! ¿Tú los sentiste?
Novicia 2ª:
Desde el jardín; y sonaban
como si estuvieran lejos.
¡Inés, yo estoy asustada!
Novicia 1ª:
¿Dónde estará Marianita,
rosa y jazmín de Granada?
Novicia 2ª:
Está esperando a su novio.
Novicia 1ª:
Pero su novio ya tarda.
Novicia 2ª:
¡Si la vieras cómo mira
por una y otra ventana!
Dice: "Si no hubiera sierras
lo vería en la distancia".
Novicia 1ª:
Ella lo espera segura.
Novicia 2ª:
¡No vendrá por su desgracia!
Novicia 1ª:
¡Marianita va a morir!
¡Hay otra luz en la casa!
Novicia 2ª:
¡Y cuánto pájaro! ¿Has visto?
Ya no caben en las ramas
del jardín ni en los aleros;
nunca vi tantos, y al alba,
cuando se siente la Vela,
cantan y cantan y cantan...
Novicia 1ª:
... y al alba,
despiertan brisas y nubes
desde el frescor de las ramas.
Novicia 2ª:
... y al alba,
por cada estrella que muere
nace diminuta flauta.
Novicia 1ª:
Y ella... ¿Tú la has visto? Ella
me parece amortajada
cuando cruza el coro bajo
con esa ropa tan blanca.
Novicia 2ª:
¡Qué injusticia! Esta mujer
de seguro fue engañada.
Novicia 1ª:
¡Su cuello es maravilloso!
Novicia 2ª:
(Llevándose instintivamente las manos al cuello.)
Sí; pero...
Novicia 1ª:
Cuando lloraba
me pareció que se le iba
a deshojar en la falda.
(Se acercan dos Monjas.)
Monja 1ª:
¿Vamos a ensayar la Salve?
Novicia 1ª:
¡Muy bien!
Novicia 2ª:
Yo no tengo gana.
Monja 1ª:
Es muy bonita.
Novicia 1ª:
(Hace una seña a las demás y se dirigen rápidamente al foro.)
¡Y difícil!
(Aparece Mariana por la puerta de la izquierda, y al verla se retiran todas con disimulo.)
Mariana:
(Sonriendo.)
¿Huyen de mí?
Novicia 1ª:
(Temblorosa.)
¡Vamos a la...!
Novicia 2ª:
(Turbada.)
Nos íbamos... Yo decía...
Es muy tarde.
Mariana:
(Con bondad irónica.)
¿Soy tan mala?
Novicia 1ª:
(Exaltada.)
¡No, señora! ¿Quién lo dice?
Mariana:
¿Qué sabes tú, niña?
Novicia 2ª:
(Señalando a la primera.)
¡Nada!
Novicia 1ª:
¡Pero la queremos todas!
(Nerviosa.)
¿No lo está usted viendo?
Mariana:
(Con amargura.)
¡Gracias!
(Mariana se sienta en el barco, con las manos cruzadas y la cabeza caída, en una divina
actitud de tránsito.)
Novicia 1ª:
¡Vámonos!
Novicia 2ª:
¡Ay, Marianita,
rosa y jazmín de Granada,
que está esperando a su novio,
pero su novio se tarda!...
(Se van.)
Mariana:
¡Quién me hubiera dicho a mí!...
Pero... ¡paciencia!
Sor Carmen:
(Que entra.)
¡Mariana!
Un señor, que trae permiso
del juez, viene a visitarla.
Mariana:
(Levantándose, radiante.)
¡Que pase! ¡Por fin, Dios mío!
(Sale la Monja. Mariana se dirige a una cornucopia que hay en la pared y, llena de su delicado delirio, se arregla los bucles y el escote.)
Pronto... ¡qué segura estaba!
Tendré que cambiarme el traje:
me hace demasiado pálida.
Escena VIII
Se sienta en el banco, en actitud amorosa, vuelta al sitio donde tienen que entrar. Aparece la madre Carmen, y Mariana, no pudiendo resistir, se vuelve. En el silencio de la escena, entra Fernando, pálido. Mariana queda estupefacta.
Mariana:
(Desesperada, como no queriéndolo creer.)
¡No!
Fernando:
(Triste.)
¡Mariana! ¿No quieres que hable contigo? ¡Dime!
Mariana:
¡Pedro! ¿Dónde está Pedro?
¡Dejadlo entrar, por Dios!
¡Está abajo, en la puerta!
¡Tiene que estar! ¡Que suba!
Tú viniste con él,
¿verdad? Tú eres muy bueno.
Él vendrá muy cansado, pero entrará en seguida.
Fernando:
Vengo solo, Mariana. ¿Qué sé yo de don Pedro?
Mariana:
¡Todos deben saber, pero ninguno sabe!
Entonces, ¿cuándo viene para salvar mi vida?
¿Cuándo viene a morir, si la muerte me acecha?
¿Vendrá? Dime, Fernando.
¡Aún es hora!
Fernando:
(Enérgico y desesperado, al ver la actitud de Mariana.)
Don Pedro no vendrá,
porque nunca te quiso, Marianita.
Ya estará en Inglaterra,
con otros liberales.
Te abandonaron todos
tus antiguos amigos.
Solamente mi joven corazón te acompaña.
¡Mariana! ¡Aprende y mira cómo te estoy queriendo!
Mariana:
(Exaltada.)
¿Por qué me lo dijiste? Yo bien que lo sabía;
pero nunca te quise decir a mi esperanza.
Ahora ya no me importa. Mi esperanza lo ha oído
y se ha muerto mirando los ojos de mi Pedro.
Yo bordé la bandera por él. Yo he conspirado
para vivir y amar su pensamiento propio.
Más que a mis propios hijos y a mí misma le quise.
¿Amas la Libertad más que a tu Marianita?
¡Pues yo seré la misma Libertad que tú adoras!
Fernando:
¡Sé que vas a morir! Dentro de unos instantes
vendrán por ti, Mariana. ¡Sálvate y di los nombres!
¡Por tus hijos! ¡Por mí, que te ofrezco la vida!
Mariana:
¡No quiero que mis hijos me desprecien! ¡Mis hijos
tendrán un nombre claro como la luna llena!
¡Mis hijos llevarán resplandor en el rostro,
que no podrán borrar los años ni los aires!
Si delato, por todas las calles de Granada
este nombre sería pronunciado con miedo.
Fernando:
(Dramático.)
¡No puede ser! ¡No quiero que esto pase! ¡No quiero!
¡Tú tienes que vivir! ¡Mariana, por mi amor!
Mariana:
(Delirante.)
Y ¿qué es amor, Fernando?
¡Yo no sé qué es amor!
Fernando:
(Cerca.)
¡Pero nadie te quiso como yo, Marianita!
Mariana:
(Emocionada.)
¡A ti debí quererte más que a nadie en el mundo,
si el corazón no fuera nuestro gran enemigo.
Corazón, ¿por qué mandas en mí si yo no quiero?
Fernando:
¡Ay, te abandonan todos! ¡Habla, quiéreme y vive!
Mariana:
(Retirándolo.)
¡Ya estoy muerta, amiguito! Tus palabras me llegan
a través del gran río del mundo que abandono.
Ya soy como la estrella sobre el agua profunda,
última débil brisa que se pierde en los álamos.
(Por el fondo pasa una Monja, con las manos cruzadas, que mira llena de zozobra el grupo.)
Fernando:
¡No sé qué hacer! ¡Qué angustia! ¡Ya vendrán a buscarte!
¡Quién pudiera morir para que tú vivieras!
Mariana:
¡Morir! ¡Qué largo sueño sin ensueños ni sombra!
Pedro, quiero morir
por lo que tú no mueres,
por el puro ideal que iluminó tus ojos:
¡¡Libertad!! Porque nunca se apague tu alta lumbre,
me ofrezco toda entera.
¡¡Arriba, corazones!!
¡Pedro, mira tu amor
a lo que me ha llevado!
Me querrás, muerta, tanto, que no podrás vivir.
(Dos Monjas entran, con las manos cruzadas, en la misma expresión de angustia, y no se atreven a acercarse.)
Y ahora ya no te quiero,
¡sombra de mi locura!
Carmen:
(Entrando.)
¡Mariana!
(A Fernando.)
¡Caballero!
¡Salga pronto!
Fernando:
(Angustiado.)
¡Dejadme!
Mariana:
(Loca.)
¡Vete! ¿Quién eres tú?
¡Ya no conozco a nadie!
¡Voy a dormir tranquila!
(Entra otra Monja rápidamente, casi ahogada por el miedo y la emoción. Al fondo cruza otra con gran rapidez, con una mano sobre la frente.)
Fernando:
(Emocionadísimo.)
¡Adiós, Mariana!
Mariana:
¡Vete!
Ya vienen a buscarme.
(Sale Fernando, llevado por dos Monjas.)
Como un grano de arena
siento al mundo en los dedos.
(Viene otra Monja.)
¡Muerte! ¿Pero qué es muerte?
(A las Monjas.)
Y vosotras, ¿qué hacéis?
¡Qué lejanas os siento!
Carmen:
(Que llega llorando:)
¡Mariana!
Mariana:
¿Por qué llora?
Carmen:
¡Están abajo, niña!
Monja 1ª:
¡Ya suben la escalera!