Mapa del sitio | ![]() |
Portada | ![]() |
Redacción | ![]() |
Colabora | ![]() |
Enlaces | ![]() |
Buscador | ![]() |
Correo |
![]() |
![]() |
23 de agosto del 2004 |
Edipo rey Sófocles
(Se abren las puertas del palacio y aparece Edipo con la cara ensangrentada, andando a tientas.)
Coro: ¡Oh sufrimiento terrible de contemplar para los hombres! ¡Oh el más espantoso de todos cuantos yo me he encontrado! ¿Qué locura te ha acometido, oh infeliz? ¿Qué deidad es la que ha saltado, con salto mayor que los más largos, sobre su desgraciado destino? ¡Ay, ay, desdichado! Pero ni contemplarte puedo, a pesar de que quisiera hacerte muchas preguntas, enterarme de muchas cosas y observarte mucho tiempo. ¡Tal horror me inspiras! Edipo: ¡Ah, ah, desgraciado de mí! ¿A qué tierra seré arrastrado, infeliz? ¿Adónde se me irá volando, en un arrebato, mi voz? ¡Ay, destino! ¡Adónde te has marchado? Corifeo: A un desastre terrible que ni puede escucharse ni contemplarse. Edipo: ¡Oh nube de mi oscuridad, que me aíslas, sobrevenida de indecible manera, inflexible e irremediable! ¡Ay, ay de mí de nuevo! ¡Cómo me penetran, al mismo tiempo, los pinchazos de estos aguijones y el recuerdo de mis males! Corifeo: No tiene nada de extraño que en estos sufrimientos te lamentes y soportes males dobles. Edipo: ¡Oh amigo!, tú eres aún mi fiel servidor, pues todavía te encargas de cuidarme en mi ceguera. ¡Uy, uy!, No me pasas inadvertido, sino que, aunque estoy en tinieblas, reconozco, sin embargo, tu voz. Corifeo: ¡Ah, tú que has cometido acciones horribles! ¿Cómo te atreviste a extinguir así tu vista?, ¿qué dios te impulsó? Edipo: Apolo era, Apolo, amigos, quien cumplió en mí estos tremendos, sí, tremendos, infortunios míos. Pero nadie los hirió con su mano sino yo, desventurado. Pues ¿qué me quedaba por ver a mí, a quien, aunque viera, nada me sería agradable de contemplar? Coro: Eso es exactamente como dices. Edipo: ¿Qué es, pues, para mí digno de ver o de amar, o qué saludo es posible ya oír con agrado, amigos? Sáquenme fuera del país cuanto antes, saquen, oh amigos, al que es funesto en gran medida, al maldito sobre todas las cosas, al más odiado de los mortales incluso para los dioses. Corifeo: ¡Desdichado por tu clarividencia, así como por tus sufrimientos! ¡Cómo hubiera deseado no haberte conocido nunca! Edipo: ¡Así perezca aquel, sea el que sea, que me tomó en los pastos, desatando los crueles grilletes de mis pies, me liberó de la muerte y me salvó, porque no hizo nada de agradecer! Si hubiera muerto entonces, no habría dado lugar a semejante penalidad para mí y los míos. Coro: Incluso para mí hubiera sido mejor. Edipo: No hubiera llegado a ser asesino de mi padre, ni me habrían llamado los mortales esposo de la que nací. Ahora, en cambio, estoy desasistido de los dioses, soy hijo de impuros, tengo hijos comunes con aquella de la que yo mismo -¡desdichado!- nací. Y si hay un mal aún mayor que el mal, ése alcanzó a Edipo. Corifeo: No veo el modo de decir que hayas tomado una buena decisión. Sería preferible que ya no existieras a vivir ciego.
Edipo: No intentes decirme que esto no está así hecho de la mejor manera, ni me hagas ya recomendaciones. No sé con qué ojos, si tuviera vista, hubiera podido mirar a mi padre al llegar al Hades, ni tampoco a mi desventurada madre, porque para con ambos he cometido acciones que merecen algo peor que la horca. Pero, además, ¿acaso hubiera sido deseable para mí contemplar el espectáculo que me ofrecen mis hijos, nacidos como nacieron? No por cierto, al menos con mis ojos. Corifeo: A propósito de lo que pides, aquí se presenta Creonte para tomar iniciativas o decisiones, ya que se ha quedado como único custodio del país en tu lugar. Edipo: ¡Ay de mí! ¿Qué palabras le voy a dirigir? ¿Qué garantía justa de confianza podrá aparecer en mí? Pues de mi enfrentamiento anterior con él, en todo me descubro culpable. (Entra Creonte.) Creonte: No he venido a burlarme, Edipo, ni a echarte en cara ninguno de los ultrajes de antes. (Dirigiéndose al Coro.) Pero si no sienten respeto ya por la descendencia de los mortales, siéntanlo, al menos, por el resplandor del soberano Helios que todo lo nutre y no muestren así descubierta una mancilla tal, que ni la tierra ni la sagrada lluvia ni la luz acogerán. Antes bien, tan pronto como sea posible, métanlo en casa; porque lo más piadoso es que las deshonras familiares sólo las vean y escuchen los que forman la familia. Edipo: ¡Por los dioses!, ya que me has liberado de mi presentimiento al haber llegado con el mejor ánimo junto a mí, que soy el peor de los hombres, óyeme, pues a ti te interesa, que no a mí, lo que voy a decir. Creonte: ¿Y qué necesitas obtener para suplicármelo así? Edipo: Arrójame enseguida de esta tierra, donde no pueda ser abordado por ninguno de los mortales. Creonte: Hubiera hecho esto, sábelo bien, si no deseara, lo primero de todo, aprender del dios qué hay que hacer. Edipo: Pero la respuesta de aquél quedó bien evidente: que yo perezca, el parricida, el impío. Creonte: De este modo fue dicho; pero, sin embargo, en la necesidad en que nos encontramos es más conveniente saber qué debemos hacer. Edipo: ¿Es que van a pedir información sobre un hombre tan miserable? Creonte: Sí, y tú ahora sí que puedes creer en la divinidad.
Edipo: En ti también confío y te hago una petición: dispón tú, personalmente, el enterramiento que gustes de la que está en casa. Pues, con rectitud, cumplirás con los tuyos. En cuanto a mí, que esta ciudad paterna no consienta en tenerme como habitante mientras esté con vida, antes bien, déjame morar en los montes, en ese Citerón que es llamado mío, el que mi padre y mi madre, en vida, dispusieron que fuera legítima sepultura para mí, para que muera por obra de aquellos que tenían que haberme matado.
Creonte: La tienes. Yo soy quien lo ha ordenado, porque imaginé la satisfacción que ahora sientes, que desde hace rato te obsesionaba.
Edipo: ¡Ojalá seas feliz y que, por esta acción, consigas una divinidad que te proteja mejor que a mí! ¡Oh hijas! ¿Dónde están? Creonte: Basta ya de gemir. Entra en palacio. Edipo: Te obedeceré, aunque no me es agradable. Creonte: Todo está bien en su momento oportuno. Edipo: ¿Sabes bajo qué condiciones me iré? Creonte: Me lo dirás y, al oírlas, me enteraré. Edipo: Que me envíes desterrado del país. Creonte: Me pides un don que incumbe a la divinidad. Edipo: Pero yo he llegado a ser muy odiado por los dioses. Creonte: Pronto, en tal caso, lo alcanzarás. Edipo: ¿Lo aseguras? Creonte: Lo que no pienso, no suelo decirlo en vano. Edipo: Sácame ahora ya de aquí. Creonte: Márchate y suelta a tus hijas. Edipo: En modo alguno me las arrebates. Creonte: No quieras vencer en todo, cuando, incluso aquello en lo que triunfaste, no te ha aprovechado en la vida. (Entran todos en palacio.)
Corifeo: ¡Oh habitantes de mi patria, Tebas, miren: he aquí a Edipo, el que solucionó los famosos enigmas y fue hombre poderosísimo; aquel al que los ciudadanos miraban con envidia por su destino! ¡En qué cúmulo de terribles desgracias ha venido a parar! |
|