Mapa del sitio Portada Redacción Colabora Enlaces Buscador Correo
La insignia
12 de agosto del 2004


Parte VIII

Edipo rey


Sófocles


Coro:
(Estrofa I)
Si yo soy adivino y conocedor de entendimiento, ¡por el Olimpo!, no quedarás, ¡oh Citerón!, sin saber que desde el plenilunio de mañana yo te ensalzaré como región de Edipo, al tiempo que nodriza y madre, y serás celebrado con coros por nosotros como quien se hace protector de mis reyes. ¡Oh Febo, que esto te sirva de satisfacción!

(Antistrofa I)
¿Cuál a ti, hijo, cuál de las ninfas inmortales te engendró, acercándose al padre Pan que vaga por los montes? ¿O fue una amante de Loxias, pues a él le son queridas todas las agrestes planicies?
El soberano de Cilene o el dios báquico que habita en lo más alto de los montes te recibió como un hallazgo de alguna de las ninfas del Helicón con las que juguetea la mayor parte del tiempo

(Entra el anciano pastor acompañado de dos esclavos.)

Edipo: Si he de hacer yo conjeturas, ancianos, creo estar viendo al pastor que desde hace rato buscamos, aunque nunca he tenido relación con él. Pues en su acusada edad coincide por completo con este hombre y, además, reconozco a los que lo conducen como servidores míos. Pero tú, tal vez, podrías superarme en conocimientos por haber visto antes al pastor.

Corifeo: Lo conozco, ten la certeza. Era un pastor de Layo, fiel cual ninguno.

Edipo: A ti te pregunto en primer lugar, al extranjero corintio: ¿es de ése de quien hablabas?

Mensajero: De éste que contemplas.

Edipo: Eh, tú, anciano, acércate y, mirándome, contesta a cuanto te pregunte. ¿Perteneciste, en otro tiempo, al servicio de Layo?

Servidor: Sí, como esclavo no comprado, sino criado en la casa.

Edipo: ¿En qué clase de trabajo te ocupabas o en qué tipo de vida?

Servidor: La mayor parte de mi vida conduje rebaños.

Edipo: ¿En qué lugares habitabas sobre todo?

Servidor: Unas veces, en el Citerón; otras, en lugares colindantes.

Edipo: ¿Eres consciente de haber conocido allí a este hombre en alguna parte?

Servidor: ¿En qué se ocupaba? ¿A qué hombre te refieres?

Edipo: Al que está aquí presente. ¿Tuviste relación con él alguna vez?

Servidor: No como para poder responder rápidamente de memoria.

Mensajero: No es nada extraño, señor. Pero yo refrescaré claramente la memoria del que no me reconoce. Estoy bien seguro de que se acuerda cuando, en el monte Citerón, él con doble rebaño y yo con uno, convivimos durante tres períodos enteros de seis meses, desde la primavera hasta Arturo. Ya en el invierno yo llevaba mis rebaños a los establos, y él, a los apriscos de Layo. ¿Cuento lo que ha sucedido o no?

Servidor: Dices la verdad, pero ha pasado un largo tiempo.

Mensajero: ¡Ea! Dime, ahora, ¿recuerdas que entonces me diste un niño para que yo lo criara como un retoño mío?

Servidor: ¿Qué ocurre? ¿Por qué te informas de esta cuestión?

Mensajero: Éste es, querido amigo, el que entonces era un niño.

Servidor: ¡Así te pierdas! ¿No callarás?

Edipo: ¡Ah! No lo reprendas, anciano, ya que son tus palabras, más que las de éste, las que requieren un reprensor.

Servidor: ¿En qué he fallado, oh el mejor de los amos?

Edipo: No hablando del niño por el que éste pide información.

Servidor: Habla, y no sabe nada, sino que se esfuerza en vano.

Edipo: Tú no hablarás por tu gusto, y tendrás que hacerlo llorando.

Servidor: ¡Por los dioses, no maltrates a un anciano como yo!

Edipo: ¿No le atará alguien las manos a la espalda cuanto antes?

Servidor: ¡Desdichado! ¿Por qué? ¿De qué más deseas enterarte?

Edipo: ¿Le entregaste al niño por el que pregunta?

Servidor: Lo hice y ¡ojalá hubiera muerto ese día!

Edipo: Pero a esto llegarás, si no dices lo que corresponde.

Servidor: Me pierdo mucho más aún si hablo.

Edipo: Este hombre, según parece, se dispone a dar rodeos.

Servidor: No, yo no, pues ya he dicho que se lo entregué.

Edipo: ¿De dónde lo habías tomado? ¿Era de tu familia o de algún otro?

Servidor: Mío no. Lo recibí de uno.

Edipo: ¿De cuál de estos ciudadanos y de qué casa?

Servidor: ¡No, por los dioses, no me preguntes más, mi señor!

Edipo: Estás muerto, si te lo tengo que preguntar de nuevo.

Servidor: Pues bien, era uno de los vástagos de la casa de Layo.

Edipo: ¿Un esclavo, o uno que pertenecía a su linaje?

Servidor: ¡Ay de mí! Estoy ante lo verdaderamente terrible de decir.

Edipo: Y yo de escuchar; pero, sin embargo, hay que oírlo.

Servidor: Era tenido por hijo de aquél. Pero la que está dentro, tu mujer, es la que mejor podría decir cómo fue.

Edipo: ¿Ella te lo entregó?

Servidor: Sí, en efecto, señor.

Edipo: ¿Con qué fin?

Servidor: Para que lo matara.

Edipo: ¿Habiéndolo engendrado ella, desdichada?

Servidor: Por temor a funestos oráculos.

Edipo: ¿A cuáles?

Servidor: Se decía que él mataría a sus padres.

Edipo: Y ¿cómo, en ese caso, tú lo entregaste a este anciano?

Servidor: Por compasión, oh señor, pensando que se lo llevaría a otra tierra de donde él era. Y éste lo salvó para los peores males. Pues si eres tú, en verdad, quien él asegura, sábete que has nacido con funesto destino.

Edipo: ¡Ay, ay! Todo se cumple con certeza. ¡Oh luz del día, que te vea ahora por última vez! ¡Yo que he resultado nacido de los que no debía, teniendo relaciones con los que no podía y habiendo dado muerte a quienes no tenía que hacerlo!

(Entra en palacio.)



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto