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La insignia
4 de agosto del 2004


Mi homenaje a Pablo Neruda


Olga Manzano
La Insignia. España, agosto del 2004.


Fue ayer cuando Fulgor y muerte de Joaquín Murrieta salía a la luz, como nuestro primer disco en España, de la mano de este gran hombre que tanto tengo que agradecer, nuestro productor Gonzalo García Pelayo. Después vinieron varios más, siempre con la producción de Gonzalo Producciones.

Murrieta fue un poema adaptado y musicalizado por Manuel Picón, mi marido y compañero de tantos caminos. El 16 de septiembre se cumplen 10 años de su ausencia.

Las voces las pusimos junto a un puñado de amigos músicos: Indio Juan, Víctor Velázquez, Ricardo Steinberg, y tantos otros. La palabra de Pablo Neruda era el arma que traíamos junto a nuestra rebeldía y nuestro dolor.

En Chile, Pinochet se jactaba de sus trofeos, las manos de Victor Jara y de tantos intelectuales y artistas, y de tantos seres humanos. La masacre se instalaba junto al miedo en el trono de la barbarie: Videla en Argentina. Los militares de Sudamérica tomaban cuerpo junto al Premio Nobel de la Paz, Henry Kissinger, el instigador más criminal de la famosa Operación Cóndor, que consistía en hacer desaparecer todo vestigio de dignidad humana, libertades, ideas. Todo aquello fue lo que fue con el beneplácito de Estados Unidos, que sigue su locura planetaria.

Aquí llegábamos Manuel y yo, y nuestro pequeño hijo -del brazo de Pablo Neruda- el 17 de enero de 1974. En diciembre de ese mismo año, los escenarios de toda España recibían con ovaciones y mecheros prendidos nuestra cantata. La prensa, las radios, la televisión, los críticos, nos halagaron. El público se volcó con la poesía de Neruda y nuestras voces. ¡Todos queríamos gritar juntos! Y aún vivía Franco, y aún le quedaron fuerzas para firmar los últimos fusilamientos de Burgos.

Esa noche cantamos el Fulgor y muerte con un nudo en la garganta de impotencia y dolor. Esa noche Neruda levantó su voz con nosotros.

Luego nacería otro disco, Los versos del capitán. Y nuestras voces gritaron al amor, a la única verdad que mueve al hombre. Su risa fue el bálsamo de tantas injusticias y Pablo Neruda volvió a entrar en los corazones de todos.

Fueron años de canto y de lucha y de crearmos un espacio, un lugar.

Mi hija nació con Fulgor y muerte, y mi hijo menor con Los versos del capitán. Manuel me dejó su música, y Pablo Neruda su poesía, para seguir cantando. Yo sigo cantando. Fuimos los nerudianos de la transición.

El último recital que dimos, como dúo y como pareja, fue el 15 de septiembre de 1994 en el teatro Príncipe, con Los versos del capitán.

Me quedan en el corazón las últimas palabras de Manuel, la voz de Manuel con la unión de la palabra de Pablo Neruda:

«Adiós amor, me voy a mis combates, no pienses más en el tormento que pasó entre nosotros, como un rayo dejándonos tal vez su quemadura. La paz llegó también, y como tengo el corazón completo, con la parte de sangre que me diste para siempre, mírame por el mar que voy radiante, mírame por la noche que navego. Que mar y noche, amor, son tus ojos.»



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