Colabora Portada Directorio Buscador Redacción Correo
La insignia
20 de septiembre del 2003


Carta de amor a Daniel F.


Rocío Silva Santisteban
La Insignia. EEUU, septiembre del 2003.


Mientras el huracán Isabel destroza casas, muelles, puentes y arranca los árboles de raíz, la voz extrañamente gangosa de Daniel F. inunda mi cuarto y la lluvia de afuera, que deja una estela imborrable de soledad y sufrimiento, es sólo una excusa para que este verano maldito se convierta en el suave y plomizo invierno limeño. La música puede producir el milagro de la ubicuidad. Es extraña una voz dulce y absolutamente violenta a la vez; pero aún mucho más extraña una pluma que recoge, en las letras de las canciones, la rabia del colegial que sabe perfectamente de la mentira que es la educación en el Perú y la tristísima dulzura de la mujer que abandonada una y otra vez inútilmente suplica "no te vayas".

Nunca he visto a Daniel F. en toda mi vida. O quizá un par de veces. La primera caminando por el jirón Chota, cerca del No-Helden, una noche de hace demasiados años; escuálido y con el jean apretado, distraído y distante. Una amiga estiró el dedo en dirección a su larga figura y me dijo: ése es. Supongo que él no lo sabría pero en ese entonces Leusemia ya era un icono para cierto sector de sanmarquinos en busca de un espacio donde respirar un aire menos rancio y denso que el de nuestro pintarrajeado patio de letras, buscando un lugar en el centro de Lima donde aguantar las esquirlas de ese coche bomba que fueron los años 80 en el Perú. La segunda vez lo vi entrada la década del 90 en un concierto, gratuito, en La Noche. Los años habían pasado pero la magia no se había perdido, por el contrario, habría cobrado la solidez rotunda de una patada.

Supongo que frente a sus trabajos casi sinfónicos, como "Yasijah" o "Memorias desde Vesania", quizás algunos dirán que no ha sido consecuente con la onda subterránea, sobre todo ahora que sus discos se piratean por miles cada uno, que le rinden homenajes, que sale en periódicos como éste.

¿Pero qué es ser consecuente? ¿acaso mantener la misma actitud y continuar con los mismos odios durante veinte larguísimos años? ¿acaso utilizar la escritura, en todas sus variantes, para seguir lanzando diatribas a diestra y siniestra como si uno pudiera erigirse por sobre la moral del resto de sus contemporáneos, como si uno fuera el único dueño del pasado y de la memoria? La memoria es frágil y el pasado nos asalta en cualquier momento con esas sombras blanquecinas que pretenden ocultar nuestros errores pero que, en realidad, les dan más cuerpo.

Mientras algunos poetas y escritores de mi generación se siguen peleando, interpósita persona, por sus chacras ridículas en el campo simbólico de lo literario y llegan hasta extremos que rozan la delación, hay felizmente otros escribidores no oficiales, como Daniel F. o como tantos otros, que hacen lo suyo y se pelean con quienes se deben pelear.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto