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30 de junio del 2003 |
El sueño del efrit
José Marzo
«Apenas había transcurrido una hora del día cuando el mar empezó a agitarse y desde él se elevó hasta el cielo una columna negra que avanzó hacia aquella pradera.»
-Las mil y una noches- Cada noche, el rey Sahriyar se casaba con una doncella, la desfloraba y a la mañana siguiente la mataba. Pero durante mil y una noches, Sherezade salvó la propia vida contando un relato a su cruel esposo. Tras ser poseída por el rey, Sherezade concluía el relato de la noche anterior y comenzaba el de la noche siguiente. Todos conocemos este argumento, que forma parte del patrimonio cultural común. Las mil y una noches es una obra colectiva, levantada con la aportación de decenas, cientos o quizás miles de anónimos creadores de varias culturas, religiones e idiomas a lo largo de varios siglos. Bastaría la lectura de una sola página de esta obra labrada por el tiempo y la generosidad de tantas personas, para encontrar la respuesta a esa reiterada pregunta que se hace a los escritores: ¿por qué escribes? o ¿para qué seguir escribiendo? Si las grandes obras ya han sido hechas, si todo ya ha sido en definitiva, de alguna manera, contado, se puede pensar que el verdadero valor de la escritura no se halla en la creación de una gran obra, sino en el acto mismo de escribir, de contar, de comunicarse con el lector. Imagino a Sherezade hermosa e inteligente, de voz cálida y suave, y muy asustada. Pletórica de eficacia narrativa y de experiencia, ¿a qué obedece su imaginación desbordada, sino a la necesidad de prolongar un día más, otra noche, la vida? Acaba de ser poseída violentamente por su esposo el rey Sahriyar y ahora su vida pende del hilo de su voz. La narradora Sherezade está en manos de su oyente, un oyente que no la respeta, que la ha mancillado y que sólo aceptará posponer la ejecución si la narración mantiene el interés y lo desvela hasta el amanecer. A veces su mente se queda en blanco y nota una gota de sudor como una perla en la frente, ve la espada del verdugo y sonríe al arriesgar una nueva palabra como quien salta al vacío… Hoy día la relación del autor con los lectores se ha invertido: "¡Si te duermes es porque no me entiendes! ¡No estás a mi altura, estúpido lector! ¡Vuelve a leerme y te perdonaré la vida!" parecen pensar algunos. Otros incluso lo dicen. La sinceridad les honra como intelectuales, pero la sinceridad no basta para sostener una obra. ¿No has sentido el miedo al lector? ¿el profundo respeto que merecen quienes descifran tus palabras, quienes te escuchan? Quizá tu tribuna sea demasiado alta, está demasiado cerca del cielo, y ellos abajo, tan pequeños … Sherezade deja de narrar cuando se gana el respeto de su esposo y éste le perdona la vida: "Eres casta, pura, noble y digna". Muchas generaciones de lectores han extraído de Las mil y una noches la moraleja de la redención de un rey desconfiado y cruel mediante el ejemplo de una mujer que reúne y lleva a su más alta expresión las cualidades de una mujer inteligente, y que finalmente tiene tres hijos. El respeto del rey Sahriyar le salva la vida, pero mata su literatura. "¡Gloria a Quien no muere en el transcurso del tiempo, Aquel a quien no alteran los cambios, que no sufre vicisitudes y es único en los atributos de la perfección!" Terrible perfección que no se soporta a sí misma ni siente miedo y que acaba aniquilándolo todo. Pero Las mil y una noches no es sólo la historia de Sherezade ni todas las historias que Sherezade, la asustada, cuenta. En la primera página, el narrador colectivo, "pero Dios es más sabio", comienza contando la historia de los dos hermanos y reyes cornudos, Sahriyar y Sah Zamán, sin la cual no se entendería la decisión de Sahriyar de poseer cada noche a una virgen para matarla a la mañana siguiente. Tras haber constatado las infidelidades de sus respectivas esposas y haberles dado muerte, profundamente decepcionados emprenden un viaje sin rumbo fijo, renunciando en conciencia, secretamente, a los beneficios de la realeza y quién sabe si a la misma vida, carente ya para ellos de todo valor. Tras muchos días de camino, poco después del amanecer el mar empezó a agitarse y "desde él se elevó hasta el cielo una columna negra que avanzó hacia aquella pradera". Se trataba de un genio o efrit, que en un cofre llevaba raptada a una hermosa mujer. El efrit se acercó hasta el árbol en que los dos reyes se hallaban escondidos y luego se quedó dormido. Secuestrada en su noche de bodas, la mujer forzó a los dos reyes a poseerla, bajo amenaza de despertar al efrit para que los matara. "Alanceadme con un potente lanzazo; si no lo hacéis, despertaré al efrit y lo instigaré contra vosotros". Llevaba la mujer consigo un saquito con quinientos setenta anillos, uno por cada uno de los amantes con los que había puesto los cuernos al efrit. No hay en esta historia atisbo de la nobleza, la pureza, la castidad o la dignidad con cuya invocación se cerrará tantas páginas después el libro. Aún no ha hecho su aparición Sherezade, la encantadora y asustada narradora. Sin embargo, esta historia previa a las mil y una noches es una de las historias más poderosas de Las mil y una noches. En esta historia me gusta ver en estado puro la esencia misma de la literatura. Una literatura libre de prejuicios, que no reconoce nada más digno que la verdad ni más noble que la realidad. Dirigida de modo directo, sin intermediarios, al lector, y en la que el omnipotente efrit resulta ser el más burlado de los seres. A veces me pregunto si no será la mala literatura el sueño de un efrit que duerme mientras la vida, la realidad y la mujer coleccionan otro anillo. |
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