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2 de diciembre del 2003 |
Mario Roberto Morales
Cómo lamento no estar en Guatemala para poder vivenciar el revuelo que está causando el libro de Maite Rico y Bertrand de la Grange, ¿Quién mató al obispo? Más lamento no conocer el libro. De ellos leí hace unos años Marcos, la genial impostura, el cual me pareció interesantísimo y revelador de la personalidad de quien muchos en México llaman "el subcomediante Marcos", así como de las mentalidades y agonías ideológicas de muchos de sus "fans". Del enfoque de este libro me gustó que simplemente trata de establecer hechos veraces, a menudo en contra de arraigadas preconcepciones "de izquierda" que hoy por hoy son patrimonio de una amplia marea de individuos entre los 28 y los 40 años, que no militaron en la izquierda pero que asumen una postura moralista "políticamente correcta" como sustituto del vaciamiento de vocación heroica que el Mercado perpetró en sus conciencias. No olvidemos que la "political correctness" empezó siendo un dispositivo conductista y puritano de la derecha republicana estadounidense, que luego fue adoptado por profesores ex jipis de la izquierda demócrata de campus universitario.
Todo esto viene a cuento porque he logrado leer algunos artículos sobre el libro de Rico y De la Grange acerca del asesinato del obispo Juan Gerardi, y he podido ver, por un lado, un regocijo derechista por parte de quienes defienden por principio a los militares y, por otro, una descalificación principista de quienes lo único que buscan son culpables entre los "usual suspects", aunque en ello vaya la negación de la verdad histórica y la veracidad factual. Lo mismo ocurrió con el famoso libro de David Stoll sobre Menchú, a pesar de que ésta admitió haber construido su testimonio con experiencias ajenas ("Rigoberta Menchú admite que usó testimonios ajenos en su libro", Fundación Rigoberta Menchú, Guatemala, febrero 12, 1999) y de que, según sus propias palabras, "ni siquiera el libro del señor Stoll dice que sea una mentirosa" (J. J. Aznarez, "Los que me atacan humillan a las víctimas", entrevista a Rigoberta Menchú, El País, enero 24, 1999: 6-7). En efecto, la derecha y la izquierda dogmáticas llevan agua a su molino cuando de lo que se trata es de establecer la verdad histórica por medio de la veracidad factual. Esto le hace muchísima falta a Guatemala en su lucha por hacer justicia como primer paso para hacer democracia. A propósito, vuelvo a repetir aquí que la acción jurídica de Menchú en España contra militares genocidas es un acierto político de larga duración. No he leído todo lo que se ha publicado en Guatemala sobre el nuevo libro de los autores mencionados, pero el domingo 30 de noviembre ví que José Eduardo Zarco se refiere a ellos en su columna como "comunicadores sociales de derecha", con lo que sitúa su libro en un nicho ideológico que los autores deberían confirmar, rechazar o explicar. Lo digo porque, si esto es cierto, quizá la lectura de Marcos, la genial impostura debiera ser más cautelosa y tal vez no interese mucho leer ¿Quién mató al obispo?, pues esa supuesta filiación ideológica ubicaría el texto del lado del Ejército, con lo que el anunciado hecho de que el libro no señala a los verdaderos culpables podría interpretarse como un expediente para salvar a quienes han sido enjuiciados y condenados por el asesinato. Es una verdadera lástima que deba reflexionar sobre esto sin tener el libro en mis manos. Lo hago porque mi interés, al igual que en el caso del debate sobre Stoll y Menchú, gira en torno a la necesidad de establecer la verdad histórica a partir de la veracidad factual, aunque en ello vayan las ilusiones "políticamente correctas" de tantas "buenas conciencias" que moralizan desde las columnas de opinión y el correo electrónico, y, claro, también los imposibles sueños de inocencia de la derecha autoritaria que usa los intentos de puntualización de la veracidad factual no para establecer la verdad histórica sino para encubrirla tratando de exculpar los crímenes de sus asesinos a sueldo. La verdad histórica nunca se halla en los extremos ideológicos sino en la zona gris intermedia en donde ocurren los hechos. El develamiento y la explicación de éstos es la tarea de los intelectuales. Su encubrimiento -de derecha o de izquierda- no es más (ni menos) que una cínica estafa moral de oportunistas. |
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