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La insignia
15 de julio del 2005


Reflexiones peruanas (LI)

Patriotismo y desfiles escolares


Wilfredo Ardito Vega.
La Insignia. Perú, julio del 2005.


Hace unos años, comenzaba en Iquitos el desfile escolar por Fiestas Patrias, cuando se desató una lluvia torrencial. Con un poco de sentido común y de humanidad, el desfile habría sido suspendido, pero en este caso, miles de escolares fueron obligados a marchar varias horas bajo la lluvia. No fueron pocos los que terminaron enfermos. Este hecho absurdo nos manifiesta los excesos a los que se pueden llegar quienes creen que la mejor forma que niños y adolescentes rindan homenaje a su país es desfilando marcialmente en la vía pública.

El aniversario de la independencia no es la única ocasión que genera estas prácticas. En Cajamarca, semanas atrás pude ver a algunos profesores compasivos alcanzar agua a unas alumnas a punto de desmayarse. Se trataba de las delegaciones de la policía escolar, obligadas a estar de pie cinco horas bajo el sol para desfilar ante las autoridades, que llegaron más de dos horas después de lo previsto. En Trujillo, la semana pasada, el gobierno regional dispuso que centenares de niños permanecieran de pie más de seis horas, para rendir homenaje a quienes intervinieron en la revolución aprista de 1932.

Este año, el Ministerio de Educación ha emitido un comunicado señalando que no avala los desfiles escolares, y que mas bien recomienda que se usen efectivamente las horas de clase, pero desde San Isidro hasta Puerto Maldonado, las autoridades locales desoyen este llamado a la cordura. Sin embargo, no se trata solamente del tiempo que se invierte en los ensayos (150 horas según los estudios del propio Ministerio), sino los desfiles escolares en sí mismos adolecen de varias concepciones cuestionables.

La obsesión por el "porte marcial" y la "gallardía" termina generando que los niños más gordos, bajos de estatura, discapacitados o con problemas de coordinación sean percibidos como un problema por maestros y directores. Los atributos físicos como la estatura (y muchas veces el color de la piel) determinan quienes desfilan primero o portan la bandera. Esta priorización en elementos externos olvida que un buen ciudadano es quien en su vida cotidiana actúa con rectitud, aunque no desfile con gallardía.

Los partidarios de los desfiles escolares suelen argumentar que enseñan a los alumnos a actuar con disciplina. Según esta percepción, una persona disciplinada es quien aprende a cumplir con una acción que uno no desea, bajo la amenaza de una sanción. Una concepción más madura de disciplina, en cambio, implicaría aprender a seguir imperativos morales en la vida cotidiana, partiendo de los propios valores y no del temor.

Personalmente, tengo además serias dudas sobre si es conveniente el estilo marcial de los desfiles escolares. En el Perú, como en casi toda América Latina, las principales víctimas de los ejércitos han sido los ciudadanos del propio país. Aquí, donde siguen libres la abrumadora mayoría de militares que asesinaron u ordenaron asesinar a millares de sus compatriotas indefensos, no me llenaría de tanto orgullo imitar a los militares en un desfile. "Desmarcializar" las actividades patrióticas haría mucho bien para que los alumnos conocieran otras manifestaciones de civismo en su vida cotidiana. Si alguien desea ejemplos pongamos al pueblo de Tambogrande en su lucha contra la empresa Manhattan, a la señora Elsa McKee y su valeroso trabajo por defender el Parque Castilla de Lince y tantos anónimos jueces de paz que administran justicia en las condiciones más precarias.

Siento el mayor respeto hacia las manifestaciones externas de patriotismo, como el canto del himno o la procesión de la bandera. He cantado el himno del Perú (y de Huaraz, Chachapoyas, Huancayo, Arequipa y otras muchas ciudades) en innumerables actos oficiales y realmente resulta emocionante, desde la primera vez, en un encuentro de comunidades yaguas. Me ha conmovido siempre que los más pobres, los más olvidados por las autoridades sean quienes cantan con más fervor. Sin embargo, el valor de estos rituales externos no está en sí mismos, sino en cuanto nos ayudan a tener una mejor conducta como ciudadanos.

La verdadera devoción por la patria consiste en procurar ser mejores ciudadanos y en ese sentido, todos los peruanos deberíamos reconocer que podemos hacer mucho más. Por eso, julio no sólo debería ser un mes de rituales externos, sino una oportunidad para hacernos algunas preguntas: ¿Le pago a mi empleada doméstica lo justo (gratificación de este mes incluida, claro está)? ¿Saludo a los vigilantes cuando camino por la calle o paso ante ellos como si fueran un árbol más que se moja con la llovizna invernal? ¿Intento regatear lo máximo posible al taxista o al cobrador de combi?

Entre todos los peruanos, aquellos que, sea por vivir en Lima o en la costa, por tener mejor educación o mejor posición económica, gozamos de oportunidades que nuestros compatriotas jamás pudieron disfrutar, deberíamos aprender que nuestros privilegios son una responsabilidad frente a los demás.

Si sobre esto se reflexionara con los más jóvenes en Fiestas Patrias, antes que obligarlos a desfilar, nuestro país sería mucho mejor.


* * *

Afrontando por fin la tendencia que analizamos en RP 37, la policía judicial ha detenido a Juan Carlos Dávila, acusado de participar en la masacre de Accomarca, Guillermo Gutiérrez y Elmer Torres, involucrados en el caso Cayara. ¿Ocurrirá lo mismo con quienes dieron las órdenes?

La empresa Yanacocha accedió a trasladar su maquinaria de la zona de lagunas de San Cirilo, con lo cual se evitó un enfrentamiento mortal (RP 50). Entretanto, sigue el conflicto entre la comunidad shipiba canaan de Cachiyacu y la empresa Maple Gas (RP 48). La empresa y la comunidad se acusan mutuamente de encontrarse en su terreno.



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