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La insignia
30 de marzo del 2007


Perú

Cuando la resignación se acaba


Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, marzo del 2007.


"Aquí hay un caballero que conoce bien mi país. Hasta lo asaltaron en él." Una abogada sudafricana me presentó de esa manera a su intelocutor, hace unos meses, durante una recepción en la embajada británica en Brasilia. La abogada llevaba un elegante sari: en Sudáfrica existe una importante comunidad india, sobretodo en Durban (la ciudad donde se produjo la agresión) y terminé participando en las opiniones sobre los asaltantes. Mi experiencia personal llevó la conversación hacia los orígenes de la delincuencia.

-En Sudáfrica -explicaba la abogada-, se insiste en afirmar que la pobreza es la causa de toda la delincuencia que vivimos, pero siempre digo que eso es falso, porque en la India existe mucha pobreza y es un país muy seguro.

Sus palabras fueron corroboradas por un catedrático de Calcuta:

-Es verdad, la gente pobre de mi país es muy pacífica y aunque pasen hambre no recurren a la violencia.

Cuando parecía que se había descubierto la fórmula para lograr la convivencia armoniosa en una sociedad desigual, se escuchó la voz de un peruano aguafiestas:

-A mí me parece -señalé -, que mientras en la India muchas personas creen que la pobreza y la injusticia son situaciones naturales, en Sudáfrica la gente no piensa así y mas bien siente rabia, que se deriva hacia la delincuencia.

Aunque normalmente soy reacio a criticar las creencias religiosas de otras personas, creo que una religión que predica resignación frente a la adversidad termina generando en los más afortunados insensibilidad frente al sufrimiento ajeno.

De hecho, cuando estudiaba en Inglaterra, me parecía chocante la opulencia de algunos estudiantes indios. "La gente rica de la India disfruta mucho haciéndoselo saber a todos", me explicaba mi amigo Sanjay, durante la suntuosa fiesta que una chica de Nueva Delhi organizó por su cumpleaños. Los manjares incluían unas galletas cubiertas de plata, enviadas desde la India por una tía.

-Sírvanse -insistía el padre de la cumpleañera y añadía-, la plata en la India es muy cara.

A veces, eran los indios quienes terminaban confundidos con las diferencias culturales. A la salida de una clase sobre tortura, Sanjay me confesó:

-Ustedes los occidentales tienen nociones muy extrañas sobre el sufrimiento. Para nosotros quien tortura a una persona, la está ayudando a purificarse.

En el Perú colonial, también se pensaba que las desigualdades sociales eran una situación natural, derivada de la voluntad de Dios, quien había dispuesto que los ricos se santificaran mediante actos benéficos, mientras a los pobres correspondía ser mansos y humildes, si querían obtener la felicidad eterna. Mientras en la India, la división de castas permitía determinar quién había nacido para mandar y quien para obedecer, en el Perú existía una diferencia de carácter racial.

En la actualidad, subsiste el racismo y la segregación evidente en playas y discotecas, pero los ricos de esta época ya no sienten las mismas exigencias morales o religiosas de actuar caritativamente hacia los más pobres, a quienes ahora perciben como seres viles y degradados.

El gran cambio de mentalidad se ha producido entre los pobres: a lo largo del siglo XX numerosos factores, desde la expansión de las vías de comunicación hasta la aparición de sindicatos, movimientos obreros y organizaciones campesinas, generaron que dejaran de percibir la injusticia social como un designio divino inmutable. Muchos buscaron, a través de la migración y la educación, mejorar su situación o la de sus hijos y también existían inquietudes por promover un cambio social, manifestadas en el respaldo a diversas alternativas políticas.

Actualmente, el escenario político muestra poco viable este cambio social, al menos a corto plazo, pero las alternativas individuales también parecen cerrarse. Por eso en los últimos cinco años ha emigrado una cantidad sin precedentes de peruanos. Quienes se quedan no parecen muy resignados al sufrimiento y las acciones de protesta se hacen frecuentes. Lamentablemente, el modelo económico agudiza los contrastes sociales, especialmente en aquellas regiones donde sólo una reducida minoría logra prosperar gracias a la agroexportación o la minería. No es casualidad que en esas mismas regiones también esté aumentando la delincuencia.

¿Será tan difícil que las autoridades y los grupos de poder comprendan que millones de ciudadanos desean ser tomados en cuenta y no ignorados como miembros de una casta inferior? Aunque puede que, en el fondo, prefieran que los pobres acepten la miseria y la injusticia como una bendición divina. Si eso es lo que desean, se han equivocado de época o de país.



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