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La insignia
22 de marzo del 2007


Perú

La dignidad en el trabajo


Miguel Canessa Montejo
La Insignia. Perú, marzo del 2007.


Existe en el Perú un amplio consenso de que el problema más grave que sufrimos es la escasa generación de empleo. Cientos de miles de peruanos están sin trabajo o subempleados, y padecen graves problemas para satisfacer sus necesidades. Pero además de este problema, se ha introducido una idea perversa: "Sacrificar la dignidad en el trabajo puede contribuir a la generación de empleo".

Muchos peruanos aceptan la existencia de empleos que dañan la dignidad humana porque sus condiciones de salubridad ponen en peligro la vida o la integridad física de los trabajadores, porque las jornadas laborales se extienden más allá de lo humanamente aceptable o porque se cobran salarios que ni siquiera permiten acceder a los bienes más básicos. Incluso permitimos que nuestros niños y adolescentes abandonen los estudios -con lo que eso significa en su futuro- para que trabajen. En otras palabras, no existe el menor reparo social cuando decenas de miles de compatriotas sacrifican sus derechos fundamentales con tal de obtener un salario que les permita sobrevivir. La supervivencia física se ha convertido en una justificación fáctica que desvirtúa los argumentos morales que rechazan este tipo de trabajo. La miseria ha conseguido que lo injustificable moralmente tenga una justificación social: "resulta preferible trabajar así, que no trabajar".

Sin embargo, ese tipo de empleos también generan riqueza. No se crean puestos de trabajo sin la expectativa de obtener una ganancia. Y la justificación social de estos empleos envuelve de un barniz ético a la riqueza generada: Los empresarios que se aprovechan de la condición de sus trabajadores se transforman en "emprendedores" que permiten que los desposeídos tengan un salario. La pobreza de los trabajadores se convierte en el "pago" para que este tipo de actividades sean aceptadas por la sociedad. En vez de extender una sanción moral sobre ellos -por no mencionar la jurídica-, los consentimos. Así, se ensalza el lucro obtenido a partir de la explotación.

El gobierno actual afirma que una regulación con menos derechos laborales permitiría que los trabajadores informales y los desempleados pudiesen acceder a puestos de trabajos "decentes". La idea podría parecer plausible: "no hay empleo porque los derechos laborales son caros; si los reducimos, tendremos empleos". Pero nuestra Constitución no establece distingos en el disfrute de los derechos fundamentales. Y además, es falso que los derechos laborales sean caros.

Cuando se señala que los trabajadores tienen derecho a la salud y seguridad en el trabajo, afirmamos que deben gozar de protección para que su integridad física no corra peligro. Cuando se establece que la jornada laboral de trabajo es de 8 horas, y como máximo de 12, afirmamos que un ser humano tiene derecho a un descanso mínimo. El derecho laboral no debe ser visto como un costo, sino como una necesidad social. Incluso en el plano económico, el costo que representa el respeto de la dignidad humana en el trabajo es inferior a lo que muchos nos dicen y, sin duda, es inferior al valor de la vida humana. Debemos recordar que las personas somos el fin de la sociedad y no un medio.

Si aceptamos estas premisas en vez de seguir tolerando el sacrificio de la dignidad humana en el trabajo, debemos ponernos como objetivo la creación de empleos verdaderamente decentes. El Gobierno se equivoca al seguir el camino contrario.



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