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La insignia
7 de junio del 2007


Reflexiones peruanas

Las sirenas de Pimentel


Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, junio del 2007.


La mañana del pasado Día del Trabajo decidí ir a pie desde las pirámides de Túcume hasta el pueblo del mismo nombre. Siendo feriado, había aún más tranquilidad que de costumbre. Sólo una ligera brisa agitaba los arrozales, hasta que súbitamente apareció un perro sin pelo y por alguna razón decidió caminar a mi lado. Para mí, aficionado a visitar huacas y pirámides, era inevitable pensar que sus antepasados habían vivido siglos atrás en ese mismo valle y sin duda acompañaban también a los antiguos habitantes del reino de Túcume.

Cuando aparecieron las primeras casas del pueblo, el perro se marchó, como cerciorándose que yo estaba a salvo, y me tocó retomar el contacto con mis propios congéneres, dirigiéndome hacia la siguiente escala de mi viaje, el balneario de Pimentel.

En la primera combi, el chofer me contó que los pasajeros de Lambayeque eran más tranquilos que los limeños:

-Acá no protestan si uno hace carrera o se planta.

Estábamos en Mochumí, el siguiente pueblo, y precisamente, él se tomó su tiempo para terminar dos sándwiches de chorizo y un jarro de champús hasta que la combi se llenara.

En la segunda combi, un jubilado se sentó a mi lado y resultó que teníamos varios conocidos comunes en Chiclayo y Lima. Nos separamos afablemente al llegar a Pimentel, mientras él se dirigía al muelle a encontrarse con unos amigos para pescar un rato.

Bajé a la playa y me tendí en la arena. A pesar del sol y de ser las diez de la mañana, casi no había gente. Mientras leía la edición norteña de La República, la única irrupción era una mujer que recorría la playa en su cuadrimoto arenero, seguida por su hijo de ocho años, que maniobraba otro vehículo similar entre las columnas del muelle. Hay que explicar a quien no conoce Pimentel que allí viven bastantes personas adineradas y algunas algo ostentosas.

Una hora después, ya había más personas tomando sol y algunos niños jugaban acompañados por sus amas. A lo lejos, me llamó la atención el contraste entre la cabellera intensamente rubia de un niño y la mujer que lo tenía en brazos, vestida a la usanza andina.

Yo decidí caminar por la orilla del mar, porque el agua estaba mucho más fría que en otras ocasiones y mis planes de nadar se habían quedado congelados (sin embargo, vi que unos niños se bañaban en calzoncillos y jugaban con una pelota dentro del mar). Mientras avanzaba, me di cuenta de que eran del mismo grupo familiar de la mujer y el niño rubio y que el color del cabello de éste se debía a la desnutrición. Ella era probablemente la madre y no alcanzaría los dieciocho años.

Entre la chica y los niños había una mujer anciana, sentada en la parte húmeda de la arena, que se reía mientras las olas retornaban; para mi sorpresa, estaba con los senos desnudos, con tal naturalidad como si estuviera en algún balneario europeo.

Seguí mi camino, mientras la señora parecía feliz viendo jugar a sus hijos o nietos. Luego, el oleaje aumentó y también las carcajadas. Volví la mirada y he aquí que la chica también se había desvestido y con el pecho descubierto se metía en el mar corriendo y cargando al bebé. Todos los niños habían dejado de jugar para saltar a su lado.

Este verano hevisto a mucha gente divertirse en la playa, pero no había contemplado una expresión de tanta felicidad como la de esa chica recibiendo el oleaje. Acaso porque sólo pensaba en disfrutar con su familia, sin importarle tener el último modelo de ropa de baño o la opinión de los demás bañistas. Ella y su madre me parecían mucho más libres que cualquiera de las personas que consideran la playa un espacio para exhibirse.

Poco después, cuando me retiraba, pude ver desde el malecón que los niños y las dos mujeres salían del mar. No habían traído toallas y simplemente se pusieron encima la ropa. La señora llevaba el sombrero típico de las zonas rurales. Después comenzaron a caminar por la playa hacia el muelle.

Acaso las familias de Pimentel que a esa hora ya paseaban por el malecón habrán pensado, al ver la vestimenta de las mujeres, que eran dos campesinas asustadas ante un medio adverso como el mar. No habrían imaginado que momentos antes ellas me habían enseñado que es posible disfrutar la vida aun en medio de la adversidad; y que uno de los más importantes ingredientes para ser feliz es la libertad.


Además...

-Muchas personas que acusaban a los comerciantes de Santa Anita de pretender usar a sus hijos como escudos humanos, se mantienen totalmente indiferentes, ahora que esos mismos niños se encuentran a la intemperie, padeciendo hambre y frío. Parece que esta situación no vulnera ni el Estado de Derecho, ni el respeto por la legalidad.

-Hablando del frío, por primera vez en Cuzco y otros departamentos las autoridades vienen tomando medidas para evitar que las heladas cobren tantas víctimas humanas como en otras temporadas.

-Hablando del Cuzco, felicitamos a la Municipalidad Provincial por disponer que durante el mes de junio se atenderá en idioma quechua. Muchas otras oficinas públicas en la región andina deberían establecer el manejo del quechua como requisito para contratar personal. En el Cuzco también se viene discutiendo convertir en peatonales varias callejuelas, lo cual permitirá también una mejor conservación del patrimonio.

-Hablando de patrimonio, el incendio de una valiosa casona en Piura se suma al del Teatro Municipal de Lima, la iglesia de la Soledad y la Municipalidad de Chiclayo. La mayoría de iglesias coloniales y casonas republicanas no tiene ninguna protección frente a este tipo de siniestros.

-Hablando de daños irremediables, continúa la polémica en San Martín respecto a la explotación petrolera de la Cordillera La Escalera por parte de la empresa Occidental, que afectaría una zona protegida e importantes fuentes de agua. Se ha recurrido al Tribunal Constitucional.

-Lamentamos que la empresa de ropa para hombres Él haya escogido la frase "Buena presencia" para su campaña publicitaria, acompañada, por si quedara duda al respecto, por imágenes que no representan ni al 1% de los clientes de sus tiendas.



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