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La insignia
3 de febrero del 2007


A fuego lento

De lo que pudo haber sido y no fue,
o la nostalgia indianista


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, febrero del 2007.


Creo que la posición de algunos intelectuales "mayas" como Demetrio Cojtí, en cuanto a la relación entre nación guatemalteca y "autonomías étnicas", así como a los criterios que a este respecto vertió la Asamblea de la Sociedad Civil (ASC) con ocasión de discutirse en la mesa de negociaciones entre gobierno y guerrilla el tema "Identidad y derechos de los pueblos indígenas", llevan la discusión de la multiculturalidad guatemalteca a un plano más profundo que el del ingenuo temor ladino del separatismo indianista. Solventadas las aprensiones ladinas sobre la creación de un Estado "maya" separado del Estado de Guatemala, creo que vale la pena entrar a discutir asuntos conceptuales que están en la base de los malentendidos y, por lo tanto, de los diálogos monologantes entre "mayas" y ladinos, que no conducen a ninguna parte.

En el primero de una serie de dos artículos publicados en Siglo Veintiuno los días 28 y 29 de agosto de 1994, titulados "Unidad del Estado mestizo y regiones autónomas mayas", Demetrio Cojtí escribe:

"En efecto, en Guatemala, desde la independencia de 1821 hasta las actuales experiencias de democracia representativa, el proyecto criollo-ladino de nación no se ha modificado para nada. Este proyecto establece que, para alcanzar, entre otros, la igualdad entre los guatemaltecos, los mayas deben convertirse en criollos o mestizos. Luego, y después que el mestizo se arrogara la representación de Guatemala, se procede de manera que el maya no pueda ser considerado guatemalteco sino hasta mostrar atributos de mestizo. Por eso, gran parte de los mestizos no consideran al indígena como guatemalteco".

No me interesa discutir aquí en qué de hecho sí ha cambiado "el proyecto criollo-ladino de nación" "desde la independencia de 1821 hasta las actuales experiencias de democracia representativa", porque creo que un rasgo característico del Estado burgués es su gran capacidad de mimesis ante las variaciones económicas del capitalismo que políticamente representa, y si Cojtí no quiere ver esta realidad es asunto de él. Tampoco quiero entrar a discutir el hecho de que ese mestizo de Cojtí, lejos de haberse "arrogado" la representación de Guatemala, la arrebató a los otros estratos étnicos mediante una praxis histórica que -buena y mala- es una realidad constante en todas las sociedades multiétnicas y que tiene que ver, antes que con la representación, con el poder económico y político que posibilita esa representación ilegítima o no. Más bien lo que me interesa destacar son las implicaciones nocivas del uso del término "mestizo" que hace Cojtí para referirse al "ladino", así como su uso del término"maya" e "indígena" para referirse a quien hasta hace poco tiempo se conocía con el nombre de "indio" y que en buena hora cambió su nombre.

Al adjudicar el apelativo de mestizo únicamente al ladino, Cojtí sitúa automáticamente al maya en un ámbito de abstracta pureza étnica incontaminada por cualesquiera formas de mestizaje. Si bien no vale la pena entrar a discutir los procesos de mestizaje que se habían operado en la población autóctona antes de la llegada de los españoles, ni los procesos de mestizaje que caracterizaron la Colonia, sí vale la pena poner en duda la existencia de una "mayanidad" pura, incontaminada por forma alguna de mestizaje. Otra cosa muy diferente sería que Cojtí aceptara que los "mayas" de hoy también son, a su manera, mestizos, aunque no ladinos. El mestizaje ladino y el mestizaje "maya" son diferentes, pero son, creo yo. Sería muy difícil decir que una viejita de los Cuchumatanes que no habla ni ha hablado castellano en su vida es una "maya" pura, si está vestida con un traje de esos llamados "típicos" y que son una invención española. Después de todo, la diferencia entre indios y ladinos es, sobre todo, cultural, ¿no? En la viejita más remota de los Cuchumatanes hay mestizaje cultural desde el momento en que se viste con traje "típico".

Yo acepto que el término "maya" sea asumido por el conglomerado antes llamado indio, porque aquél no tiene la carga colonial despectiva que tiene el término indio y, al contrario, se asocia con cierto pasado de esplendor precolombino que favorece el crecimiento de la conciencia "de sí". Lo que resulta discutible es que el término "maya" -que designa una realidad étnica de Guatemala- se oponga al término ladino mediante el dudoso mecanismo de equiparar al ladino con el mestizo, dejando fuera de la condición mestiza al "maya". Esto lo complica todo, no sólo por el purismo implícito (de suyo inexistente) que se adjudica a los "mayas" y que propicia mentalidades segregacionistas, sino porque mediante este purismo se pretenden deslegitimar, por la vía del sentimentalismo, realidades históricas que no por injustas, horrorosas y condenables dejan de ser reales y de estar ahí para ser cambiadas por medios políticos inteligentes. Pongo un ejemplo. Dice Cojtí:

"Como dijimos, no hay contradicción entre autonomía y unidad, puesto que unidad no significa uniformidad, homogeneidad o subordinación, y autonomía no significa separatismo. Con esta fórmula los mayas buscan satisfacer sus reivindicaciones mínimas en un marco plurinacional esperando que el Estado sea suficientemente sensible (sic) para reconocer esta nueva forma de gobierno descentralizado. Mas todavía, en Guatemala no se trata de reconocimiento sino de devolución, puesto que la soberanía de las nacionalidades mayas nunca debió ser manejada por el Estado mestizo".

No voy a entrar a discutir el hecho ya suficientemente probado de que no existe ningún marco plurinacional en Guatemala porque los pueblos "mayas" no son naciones, ni en el sentido premoderno de pueblos autónomos ni mucho menos en el sentido moderno de naciones-estados. Lo que quiero destacar es el brinco que de un pretendido purismo maya, afirmado sin decirlo al no adjudicarle mestizajes, Cojtí da hacia una supuesta pertenencia "natural" del territorio: habla de devolución, habla de soberanía de las nacionalidades mayas, y habla de que ésta "nunca debió ser manejada por el Estado mestizo". Nunca debió. Argumentación moralista. Debió. Lo que cuenta es que ocurrió, para bien y para mal, y ahí está esa realidad. ¿De qué sirve y a quién se apela cuando se argumenta que el Estado mestizo "no debió"? Y lo más grave: el término "Estado mestizo". ¿Se contrapone a Estado o Estados "mayas" incontaminados de mestizaje, puros? Estado mestizo. Si hay un Estado mestizo, debe haber (aunque sea como posibilidad) un Estado puro, ¿o no? Peligroso malabarismo conceptual. E insiste:

"¿No eran acaso pueblos independientes antes de la invasión española de 1524? ¿Acaso no debió devolvérseles el autogobierno a que tienen derecho cuando Guatemala se independizó de España en 1821?"

El argumento sentimental sólo frustra más. En el marco del poscolonialismo, los pueblos subalternos pueden apelar a criterios diversos como el del relativismo cultural, los derechos humanos y la democracia para hacer valer sus reivindicaciones específicas en un marco de multiculturalidad igualmente subalterna, como es la de Guatemala. Creo que el argumento sentimental y moralista sobre lo que debió haber sido y no fue, solamente confunde y no ayuda a salir del atolladero del etnicismo. Y, además, torna la nostalgia del pasado en ira inoperante, ciega.

La subalternidad "maya" es plural y ricamente contradictoria, tiene espacios de lucha intraculturales e interculturales. Parte de su intelectualidad se acerca a la academia estadounidense en su búsqueda de la enunciación y conformación de su propio sujeto, el cual quiere ser -a la vez- diferente e igual respecto del sujeto ladino. A veces, sin embargo, al proponer el mestizaje sólo como realidad adjudicable a una etnia, se fomentan etnicismos puristas y segregacionistas que no ayudan a crear el imprescindible marco democrático en el que las luchas por la igualdad y reivindicación de las diferencias puede realizarse con éxito.

El problema de la representatividad es objeto de airadas negociaciones dentro del movimiento "maya", cuya contradictoriedad y complejidad ha determinado que ni siquiera Rigoberta Menchú, con todo y el espacio internacional que le ha abierto el Premio Nóbel de la Paz, haya podido aún lograr que los "mayas" deleguen en ella plenamente la representación de sus aspiraciones políticas, económicas, culturales y "de género".

Con todo, el movimiento "maya" con sus debates internos y externos, acusa un dinamismo ideológico y un autonomismo creativo que no tenía antes del holocausto contrainsurgente de los años 80. Por esta y otras razones, este movimiento constituye hoy día una de las fuerzas humanas más interesantes de analizar en el panorama futuro de Guatemala. Por esta y otras razones, me permito participar en el debate sobre la multiculturalidad que, como parte del proceso de democratización ideológica, se realiza en las páginas de los medios de comunicación en Guatemala. Sobre todo ahora, cuando los "mayas" no están representados en la mesa de negociaciones de paz donde se decide su futuro, y cuando los negociadores parecieran ignorar no sólo la voz de la disuelta Asamblea de la Sociedad Civil, sino la voz de los pueblos indígenas y ladinos, que piden a gritos una paz a la que tienen pleno derecho y que los señores de la guerra no les quieren dar, so pretexto de pelear en su nombre.


Pittsburgh (EEUU), noviembre de 1994.



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