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La insignia
27 de enero del 2007


A fuego lento

Sobre un «discurso indígena» confuso


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, enero del 2007.


Me referiré a un artículo de Estuardo Zapeta publicado en Siglo Veintiuno el 26 de agosto de 1994, titulado "El discurso indígena". En él, Zapeta ataca el concepto de mestizaje, haciéndolo formar parte de la ideología integracionista y provocando con ello mayor confusión de la que ya existe en la necesaria discusión sobre la multiculturalidad guatemalteca como problema político.

Zapeta abre su artículo diciendo que: "Habiendo criticado severamente el fondo populista en el que ha caído el discurso indígena contemporáneo, me corresponde ahora discutir una de las erróneas opciones que éste pudiese tomar: el mestizaje."

Luego dice que: "Si la ceguera populista de la que padece actualmente el Movimiento Indígena no ayuda a la formación y desarrollo de la nación guatemalteca, menos ayuda al proyecto de nación el impulso de un mestizaje y una integración de los nativos a una utópica cultura nacional" (las cursivas y mayúsculas son de Zapeta.

Hasta aquí son notorias dos cosas: primera, que, al parecer, la crítica antipopulista de Zapeta responde a la necesidad que él ve de ayudar "a la formación y desarrollo de la nación guatemalteca". Y, segundo, que Zapeta identifica el mestizaje con la integración (con cursivas) de los nativos a una utópica cultura nacional (también con cursivas)".

La ideología del "integracionismo", que presupone equivocadamente la existencia no de una utópica cultura nacional, sino de una cultura nacional de hecho existente y factual (nada utópica), ha sido criticada en extenso por mucha gente. Fue una de las ideologías de la revolución del 44, y las novelas de Monteforte Toledo son su mejor expresión literaria. El "indigenismo integracionista" ladino, que parte de dar por un hecho el que la cultura ladina -en este caso- es mejor, y que por ello la ladinidad debe integrar a la indianidad a su seno, quedó atrás como posibilidad de construir una nación, hace muchos años. Por todo esto, la crítica de Zapeta a esta ideología es del todo innecesaria, a no ser como recordatorio. Lo que sí sería útil es una discusión sobre el mestizaje como hibridación cultural, como hecho que conjunta múltiples procesos de hibridaciones culturales, los cuales, a su vez, condicionan múltiples formaciones de identidades híbridas en el marco histórico del desarrollo capitalista, desde la formación de sus basamentos durante la Colonia, hasta nuestros días de globalización, pasando por la revolución liberal y la del 44. Pero la confusión inicial de Zapeta, a saber: identificar mestizaje con integracionismo, y éstos dos conceptos con el de "cultura nacional" (además "utópica") nos sumerge en un caldo de cultivo que solamente podría engendrar indescriptibles íncubos seudotéoricos que profundizarían el bizantinismo ya exagerado de la discusión sobre la multietnicidad y la multiculturalidad guatemaltecas.

No voy a entrar -es obvio- a desconstruir la critica de Zapeta al indigenismo integracionista porque estoy de acuerdo con él en que esta ideología no sirve: es racista, discriminatoria, etnocéntrica. Pero sí creo que debo tratar de proponer una reubicación de la terminología que, a mi modo de ver, él sitúa desordenadamente.

Dice Zapeta: "...la vitalidad, la riqueza y las opciones de desarrollo para la nación guatemalteca están precisamente en su diversidad, no en su homgenización. Aquí argumento que las opciones para Guatemala son: o continúa siendo diversa, o continúa desangrándose en esos esfuerzos por eliminar su diversidad". Sin entrar a discutir el hecho de que, desde que este territorio se llama Guatemala (y antes de eso) ha sido diverso y se ha desangrado, y que estas dos situaciones lejos de ser disyuntivas han sido lamentablemente complementarias la una de la otra, me centraré en lo que creo poder leer en el argumento central de Zapeta.

Diversidad (y no homogenización cultural) como elemento eje de la nación: esto es lo que creo ver en su argumento. ¿Quién podría estar en desacuerdo con esto, lo cual -por otra parte- ha sido dicho tantas veces? El problema surge cuando él ve en el mestizaje un término aparejado al término ladino (entendido éste como mestizo) y como un proceso de ladinización y no de hibridaciones culturales.

Yo veo la cosa así: diversidad = hibridaciones culturales = mestizaje cultural. Porque la diversidad es mestiza, implica el mestizaje, es un movimiento multicultural, un proceso multiétnico: no es -no debe ser ni puede ser- concebida como un conjunto de guetos en los que por aquí está el gueto de "blancos" y por allá el gueto de indios. La ideología binaria (colonial, y no poscolonial) de los guetos indio-ladino se mantiene de varias formas en la actualidad, a saber: en el racismo ladinista y en el racismo indianista. Existe, claro, la separación real entre indios y ladinos, determinada por condicionamientos de clase y de etnia, de cultura e ideología. Pero el concepto de diversidad precisamente trata de desconstruir esta organización de apartheid, de compartimientos estancos del racismo en general. El concepto de diversidad implica el de convivencia multicultural y, por tanto, el de libre hibridación cultural o mestizaje cultural. No se trata de una convivencia en apartheids, en guetos, sino en intensa relación: la relación que implica el ejercicio igualitario de los derechos culturales y, en general, democráticos. Como vemos, la democratización es la premisa de la puesta en práctica de la diversidad cultural como forma de unidad nacional. El problema es, pues, básicamente político.

A estas alturas debo decir que entiendo, respeto y apoyo las reivindicaciones específicas o específicamente étnicas de los indígenas actuales y que la propuesta del mestizaje como hibridación y como eje de la futura nación, de la futura nacionalidad y de la futura cultura nacional, no debe -ni puede- anular las reivindicaciones específicas de los pueblos indígenas como pueblos multisubalternos (dentro de la subalternidad guatemalteca). Es más, esta reivindicación, con la lucha que implica, acelera el proceso de hibridaciones y mestizajes, y forma parte esencial de ese proceso.

La multiculturalidad, el respeto a la diferencia de la subalternidad (tal como lo entiende la academia estadounidense y también Zapeta) de ninguna manera tiende (al menos en sus desarrollos progresistas) a establecer compartimientos estancos entre la subalternidad y la centralidad de los sujetos y, mucho menos, entre las culturas que forman una identidad o varias que, aunque no sean todavía "nacionales", sí conforman un país que ambiciona ser una nación. Si Zapeta está a favor de la "nación guatemalteca", como parece estarlo, su crítica del populismo indígena me parecería útil, aunque no la he leído, e igualmente considero útil su crítica al integracionismo, aunque sea una crítica ya sabida. Le llamo la atención sobre su identificación inexplicable del concepto mestizaje con el de integracionismo, y lo invito a dialogar sobre el mestizaje como resultado y desarrollo de múltiples procesos históricos de hibridaciones culturales. En este sentido, pienso, sí, que Guatemala no será ni ladina ni maya en el futuro. Será mestiza. Lo que no quiere decir -insisto- ladina. ¿Guatemaya? Quién sabe.

Finaliza Zapeta diciendo que: "Desafortunadamente, lo que a los indígenas nos hace converger con la mayoría de mestizos (quiere decir, ladinos) es la pobreza, la desnutrición, el analfabetismo y la guerra, entre otros males. (...) Y son precisamente esos enemigos comunes los que deben unificarnos (no igualarnos) para buscar la construcción de una nación en la que el respeto a la libertad de ser diferente prevalezca".

No entraré a discutir la dudosa perspectiva de la "nación" burguesa como solución "moderna" a los problemas del "tercer mundo" y mucho menos el expediente del pluralismo como parte de la ideología dominante. Sólo quiero señalar que los elementos en los que Zapeta ve una convergencia entre indios y ladinos, son elementos de condición de clase (pobreza, etc.). Y que cuando dice que éstos deben unificarnos pero no igualarnos, está situando el elemento etnia por encima del elemento clase (y está bien). O sea: los problemas de clase nos unen, y los elementos de etnia y cultura nos diferencian. Y él está a favor del derecho a que prevalezca esa diferencia, a favor del ejercicio de la diferencia deliberada. Está bien. ¿Quién le podría regatear el derecho a defender ese derecho a la diferenciación si está hablando como "maya"? Pero esto de ninguna manera contradice la noción de mestizaje como hibridación cultural a largo plazo; es decir, del mestizaje (la hibridación) como eje de la futura nación diversa en la que el ejercicio de la diferencia (que no es un ejercicio de apartheid) sea un derecho garantizado y respetado. Nada que ver con el indigenismo integracionista porque, además, la noción de mestizaje entendido como hibridación, se ha propuesto como una política cultural democrática para una Guatemala que habrá de ser oficialmente multicultural y multiétnica, y en la que todas las culturas habrán de tener el respaldo de la institucionalidad básica para expresarse y desarrollarse en igualdad de condiciones. La participación política igualitaria (asunto de clase y de etnia) es, pues, una premisa democrática básica sobre la que descansa la propuesta del mestizaje como hibridación cultural y como eje de la nación y la cultura nacional.

Para finalizar, Zapeta se torna doctrinario "a la USA" cuando dice: "Además, esta es la era poscolonial, por lo que el esquema del mestizaje debe abandonarse por obsoleto e irreal." Apelando al dudoso principio de autoridad, simplemente esgrime un concepto (poscolonialidad) muy de moda en la academia euronorteamericana para estudiarnos a nosotros, los subalternos, y de ahí postula sin más la obsolescencia del mestizaje, malentendiéndolo como integracionismo indigenista ladino. Luego de un punto y aparte, Zapeta escribe un párrafo que ahora utilizo para desconstruir su aseveración anterior. Dice: "Este argumento por ser ciego y sordo a la diversidad cultural y lingüística de Guatemala, ha resultado ser peor que el mismo populismo".

Pero, desconstrucciones aparte, yo quisiera que juntos -aunque no revueltos, como Zapeta insiste en proponer- sigamos debatiendo esta crucial cuestión para Guatemala.

Creo que esta discusión debe hacerse entre indios y ladinos y que de ambos lados habrá que superar mentalidades etnicistas. Pongo un ejemplo. En un reportaje de Zapeta publicado en Siglo Veintiuno el 4 de septiembre de 1994, dice de César Montes: "Con prepotencia ladina me trata de vos. Yo insisto en tratarlo de usted (las cursivas son de Zapeta)." Conociendo bien a César, podría decirle a Zapeta que si lo trató de vos no lo hizo con prepotencia ladina. En todo caso lo haría con prepotencia militar (si es que hubo prepotencia), la cual es a menudo también indígena (o "maya"). Y le podría preguntar, ¿por qué insistió en tratar a César de usted, cuando César nunca marca ese tipo de distancias absurdas? ¿Sería útil calificar la actitud de Zapeta como de sumisión o acomplejamiento resentido indígena? Creo que no. No sirve para nada. Me refiero a esto porque el hecho de que las mentalidades indias y ladinas tiñan siempre nuestro discurso, es algo hasta cierto punto inevitable. Pero sólo hasta cierto punto. En esta discusión debemos tratar de remontar esas mentalidades y discutir con el objetivo de aportar al esclarecimiento de las cosas, aunque -como Zapeta bien sabe- en el ejercicio de la desconstrucción de discursos autoritarios debamos ser directos y no andarnos con ambigüedades ni eufemismos.


Pittsburgh (EEUU), noviembre de 1994.



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