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La insignia
4 de enero del 2007


Reflexiones peruanas

Paga más: paga lo justo


Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, enero del 2007.


Hace varios años que, para acelerar transacciones y evitar el agobiante regateo, decidí romper con las costumbres limeñas y ser yo quien plantea a los taxistas la tarifa en las rutas que más frecuento. Naturalmente, se trata de proponer una cantidad razonable, para que acepten.

Enterada de ello, una colega me decía: "Yo normalmente pago siete soles hasta mi trabajo, pero siempre regateo y así algún día consigo pagar seis". Ese comentario me hizo recordar lo sucedido el pasado junio, cuando, en Iquitos, los organizadores de un taller sobre derechos humanos que yo debía dirigir me indicaron: "Tomas cualquier mototaxi y en media hora llegas al local. Eso sí, no pagues más de 2,50". A mí me sorprendió que se preocuparan más por mis cincuenta céntimos que por los ingresos del mototaxista, pese a la labor incómoda y arriesgada que desempeña.

Sin embargo, se valoran tan poco determinados trabajos que parece socialmente aceptable pagarles el mínimo indispensable; y podríamos incorporar a la lista a las trabajadoras del hogar, los vigilantes de la cuadra, los empleados de limpieza y los cobradores de combi. La mayoría de las veces, no se trata de un problema de recursos, sino de prioridades: algunas noches he visto a personas que regatean diez céntimos con la señora que vende cigarrillos (y la califican de "aprovechada"), aunque pagaron 12 o 15 soles por cada pisco sour que tomaron. De hecho, peruanos que incurren en gastos suntuarios regatean luego con el taxista o la empleada doméstica como los tacaños más endurecidos.

Resulta interesante preguntarse por qué, en una sociedad donde es tan importante la exhibición de consumo, subsisten conductas que podrían ser calificadas como desconsideradas o mezquinas. En algunos casos, no sólo existe una desvalorización de ciertas actividades, sino de quienes las ejerce: por ejemplo, muchas familias consideran que, por motivos raciales, de sexo, edad u origen, las trabajadoras del hogar son indignas de recibir una remuneración adecuada. Otras veces, ignorar la realidad tranquiliza la conciencia: para muchos jóvenes desinhibidos, es un tabú averiguar si a la empleada se le paga gratificación o CTS. En algunas instituciones educativas, alumnos o profesores prefieren desconocer cuánto se paga a los trabajadores de limpieza.

A quienes deseen enterarse, les diré que ni siquiera reciben los 500 soles del sueldo mínimo porque existen diversos descuentos legales. Los trabajadores que gastan en movilidad y pagan un almuerzo de 4 soles, terminan con apenas 300 soles mensuales. Algunos universitarios y colegiales que gustan exhibir sus "pulseritas solidarias" deberían pensar que los necesitados están más cerca de lo que creen. En el caso de las trabajadoras del hogar o los huachimanes "informales", un argumento recurrente de algunas familias para no pagar un salario digno o beneficios sociales es que ellos tampoco reciben esos beneficios. "Entonces, no deberían tener trabajadoras del hogar", dice Elizabeth Valdeiglesias, de La Casa de Panchita, mientras prepara otra denuncia para un empleador díscolo.

Sin embargo, el argumento más común para justificar la explotación del prójimo es la ley de la oferta y la demanda: los demás taxistas, mototaxistas o empleadas del hogar cobran igual. "En el Perú, lo justo sería pagar por encima del mercado", dice un amigo economista, que explica que muchas personas perciben menos de lo que les correspondería. Un ejemplo es el transporte público: "Antes los pasajeros pagaban un sol sin reclamar -recuerda un chofer de combi-. Ahora cada vez es más larga la distancia por la que quieren pagar cincuenta céntimos".

Introducir el criterio de justicia respecto a las actividades cotidianas, termina siendo beneficioso. "Nosotros hemos evitado robos y descontento", me dice un empresario de Talara, que exigió a los services de vigilancia y limpieza pagar adecuadamente a sus trabajadores. "Rompí con una empresa que les obligaba a firmar una carta de renuncia, argumentando que todos lo hacían." No ser un explotador a veces implica resistir la presión social: el periodista Guillermo Giacosa decidió pagar lo que consideraba justo a la señora que limpiaba su casa una vez por semana, generando así las reclamaciones de los demás empleadores. "Después se va a acostumbrar", decían.

En realidad, lo que esas amables familias limeñas pretendían es que la señora se acostumbrara a vivir explotada. A veces, cuando algunos amigos me insisten en que regatee un sol a un taxista o un vendedor de artesanías, les digo: "En todo caso, ese dinero lo necesita más que yo". Y no me preocupa "malacostumbrarlos" a recibir lo que considero justo. Sería ideal, claro, que mototaxistas, taxistas y trabajadoras del hogar se organizaran para luchar contra la explotación. Como no sabemos, sin embargo, si esto sucederá, a las personas que tenemos más sensibilidad nos corresponde poner de nuestra parte para crear una sociedad más justa.



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