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La insignia
25 de abril del 2007


Argentina

Contrato moral y necesidades políticas


Edgardo Mocca
Club de Cultura Socialista / La Insignia*. Argentina, abril del 2007.


La decisión asumida por Elisa Carrió de hacer una alianza táctica con Telerman para la próxima elección de Jefe de Gobierno en la ciudad de Buenos Aires parece insinuar un giro en la conducta política de la ex diputada. Acaso por primera vez Carrió abandona su retórica intransigente para ingresar en el terreno de las maniobras políticas sustentadas en cálculos fáciles de deducir. Para muchos será una desilusión: finalmente la dirigente de la Coalición Cívica claudica en su lucha contra la clase política y trama un acuerdo con un se ctor al que pocos días antes había considerado "parte de la interna peronista" en la que ella no pensaba participar.

Muchos interrogantes se desprenden de este cambio de rumbo. Conciernen a su consistencia política, a su credibilidad y particularmente al curioso hecho de que una alianza reúne a un candidato (Telerman) que sigue haciendo profesión de fe favorable al gobierno nacional con un sector político (el ARI, la Coalición Cívica) que caracteriza a ese mismo gobierno como autoritario y fascista. Para que Olivera -quien fuera vicejefe en la gestión De la Rúa y hoy milita con Carrió- vaya en la boleta con Telerman, alguno de los firmantes del acuerdo debe haber renunciado a algo de su repertorio.

¿Debe ser motivo de escándalo este acuerdo? Todo depende de la concepción que se tenga de la política.Habrá quien piense que en política "todo vale" porque se trata de una simple "competencia" por el poder, en la que todos luchan por ocupar un lugar al que el otro también aspira; es una idea que se apoya en lo que se llama "teoría económica" de la política. Según sus cultores, existe un mercado político; en su interior hay oferta y demanda políticas; cada partido y cada dirigente ocupa un lugar determinado en ese merc ado y sus pasos están excluyentemente dictados por el objetivo de maximizar beneficios en ese intercambio mercantil. Este enfoque pertenece a una tradición liberal-democrática, de sesgo fuertemente individualista, escéptica respecto de la importancia de los valores y las identificaciones colectivas en la lucha política. Para esta perspectiva, no hay alianzas legítimas o ilegítimas, sino lisa y llanamente conveniencias e inconveniencias que surgen de la posición de sus firmantes en el mercado político.

Otra es la posición que sostienen quienes, para decirlo resumida y esquemáticamente, sostienen la tesis de Weber de que la política combina dos racionalidades éticas: la de la convicción y la de la responsabilidad. El "político de convicción" guía sus acciones por sus ideales, aunque la consecuencia de estas acciones sea desastrosa para él o para la polis, mientras que el "político de responsabilidad" se orienta por la previsión de los resultados de su acción. Se trata, claro está, de "tipos ideales", es decir de formas de conducta que no se dan de manera pura en la vida política real . Al contrario de ciertas interpretaciones "cínicas", Weber no auspiciaba una política "responsable" al margen de las convicciones; más bien señalaba la tragedia del hombre de Estado que vivía la tensión y hasta la crisis de sus ideales confrontados con la realidad. Miradas las maniobras políticas desde este enfoque, pueden justificarse o no, según sean sus resultados, pero no desde un punto de vista mercantil, sino a partir de las convicciones que sus protagonistas pretendan defender.

Ahora bien, el hecho es que justamente una de las figuras centrales de este acuerdo ha hecho de la sujeción incondicional de la política a un rígido código moral el sentido mismo de su militancia. Carrió y sus seguidores han interpretado el drama argentino en la clave central de la inmoralidad de su clase dirigente. De ese diagnóstico se ha deducido una orientación hacia el llamado "contrato moral" al que se le asigna explícitamente una naturaleza "preideológica" o "prepolítica": las partes contratantes no son sujetos definibles en términos de proyectos políticos o ideológicos -de hec ho pueden provenir de los más variados y hasta contradictorios campos- sino sujetos morales; es decir personas o grupos que se definen por su condición moral. Son personas que no mienten, no roban y nunca van a votar "en contra de los intereses del pueblo".

Hay en esta formulación muchos problemas dignos de ser tratados. Todo un capítulo merecería, por ejemplo, la concepción antropológica que lo subyace: la idea de que las mujeres y los hombres pueden ser sistemáticamente clasificados entre buenos o malos, puros y cínicos y así de seguido. Sin embargo, como el "contrato moral" no es un emprendimiento religioso ni una ONG, sino el sustento de una candidatura presidencial, interesan principalmente sus implicancias políticas. Las identidades políticas presuponen siempre la construcción de un "nosotros", el trazado de un territorio de ideas, valores y creencias, más allá de cuyas fronteras están "ellos". La democracia requiere que "ellos", es decir los que no comparten nuestra identidad, sigan siendo actores políticos legítimos. Si, por caso, me defino como la derecha neoliberal, tengo enfrente a personas y grupos partidarios del involucramiento del Estado en la vida social, de la existencia de controles y regulaciones. Son personas que no creen en el mercado (o creen muy limitadamente) y puedo considerar que la puesta en práctica de sus proyectos llevarían al atraso competitivo y, en consecuencia, a la pobreza. Pero eso no impide que acepte su existencia en la polis, no me lleva a requerir su eliminación o su proscripción de la lucha política. La naturaleza de la discusión que sostengo es política: no necesariamente mis adversario s son malvados e irrecuperables. Estamos hablando de adversarios pol íticos y no de enemigos.

¿Qué pasa, en cambio, cuando la línea demarcatoria pasa entre el "bien" y el "mal"; cuando no son proyectos ni valores políticos los que luchan sino cualidades existenciales? En ese caso estamos cruzando una frontera que la política democrática no debería cruzar. Digamos al pasar que en la Argentina esa frontera se cruzó muchas veces, en múltiples direcciones y con consecuencias muy graves. Leo en la declaración liminar de la "Coalición cívica" la siguiente frase "No nos preocupa el poder corporativo ni sus ataques y am enazas sino el cinismo y el escepticismo de muchas de sus víctimas" y no puedo evitar la inquietud. ¿Cómo haré para saber si no soy yo uno de esos "cínicos" o uno de esos "escépticos"? ¿Existe la posibilidad de que haya personas no del todo disconformes con el curso político del país y que seamos por lo menos recuperables para esta cruzada moral? La retórica moralizante no deja lugar para la legitimidad del adversario; convierte a la lucha política en un conflicto amigo-enemigo. El "mal" no es reintegrable a la polis; debe ser eliminado.

De todas maneras, visto en esta perspectiva, el "giro táctico" de Carrió tranquiliza un poco. Está indicando que considera posible las zonas grises. Es difícil creer que haya encontrado en todos sus compañeros de la Coalición Cívica y en todos los seguidores de Telerman a modelos de moralidad política intachable. Más bien hay que pensar que son los avatares de la política -el propósito de acumular poder, la voluntad de no quedar aislada, la necesidad de juntar fuerzas todos los días- los que han conducido a la ex dirigente del ARI a estos puertos. Es ni más ni menos que el reconocimiento del carácter contingente de los agrupamientos y alianzas políticas, la legitimación de los pactos y las maniobras tácticas que hasta aquí eran considerados expresión de la decadencia del régimen. Si esa actitud persevera, no importa demasiado que se sazone de invectivas contra oportunistas y hegemonistas: sabremos que estamos ante un rumbo político previsible y lealmente democrático.


(*) Publicado originalmente en la revista Debate, de Argentina.



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