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La insignia
25 de abril del 2007


Guatemala

Memoria de un cadáver rentable


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, abril del 2007.


Mañana hará nueve años desde que la sangre del obispo Gerardi corriera abundante por la cochera de su casa. A golpes de piedra, patadas y mordidas de perro, el obispo moría lentamente. Sigue siendo un misterio si su acompañante el sacerdote Mario Orantes vio el crimen o si, como él afirma, no se percató de nada porque dormía el sueño de los justos. Tampoco se sabe si la cocinera de ambos supo lo que ocurría o si Orantes la despertó cuando encontró el cadáver del obispo, como asegura. Se desconoce también el papel que jugaron un indigente al que se atribuye ser agente de la inteligencia militar, un oficial del ejército, una hija del también obispo Efraín Hernández (enemigo de Gerardi), el novio de ella (un conocido cabecilla de una banda de delincuentes) y el propio obispo Hernández, quienes estuvieron en la escena del crimen antes de que Orantes llamara por fin a la policía.

Pero el misterio no para aquí. La versión que afirma que a Gerardi lo mataron los militares porque había publicado un informe sobre violaciones de derechos humanos durante el conflicto armado, resulta demasiado fácil como para cerrar el caso, ya que matar al obispo por eso hubiese constituido para los militares una aceptación burda de la veracidad de dicho informe, la cual ha sido puesta en duda por numerosas personas y entidades, debido a su notoria cuanto innecesaria parcialidad a favor de la guerrilla. No fue sino hasta que se publicó el informe de la Comisión para el esclarecimiento histórico cuando se tuvo la versión más ecuánime entonces posible de lo que había ocurrido en los años de la guerra sucia.

El enredado caso se complica aun más cuando se piensa que, como ha sido señalado, Gerardi valía más muerto que vivo no sólo para la derecha y los militares, sino también para sus asesores "de izquierda" en la organización de derechos humanos del arzobispado (ODHA), quienes fueron los autores del informe que supuestamente le costó la vida al obispo y quienes además tramitaron una millonada para investigar el asesinato de su mentor y llevar a los responsables a la justicia. A algunos de éstos activistas se les ha señalado la súbita obtención de propiedades inmuebles imposibles de adquirir si nos atenemos a su original condición económica. Pero la rentabilidad del cadáver del obispo no se agota en esto sino se amplía a sus enemigos derechistas dentro de la jerarquía eclesiástica, lo cual complica todavía más el oscuro enredo.

Como se sabe, para justificar cualquier proyecto ante la cooperación internacional, los gestores deben inventar logros obtenidos con los financiamientos otorgados. De esa cuenta hay varias personas purgando penas por complicidad en el asesinato del obispo, incluyendo al cura Orantes y a unos militares cuya vinculación con el crimen es, por decir lo menos, dudosa, lo que no implica que se trate de inocentes angelitos. Las condenas parecieran haber servido sólo para encubrir a los autores intelectuales del crimen, de seguro peces gordos del jetset local.

Lo cierto es que el asesinato del obispo frustró los planes que tenía entonces la oligarquía, consistentes en cogobernar de forma bipartidista con la inocua exguerrilla, para cuyo efecto había pactado con ésta una millonaria paz impuesta por la cooperación internacional. La muerte del obispo hizo que ganara las elecciones Ríos Montt y su testaferro Portillo, quien dio privilegios a los pupilos de Gerardi en la ODHA, todo en nombre de una postura dizque antioligárquica y "de izquierda" que se ahogó en la más escandalosa corrupción.

Lo único que se puede agregar a estas alturas es que los autores intelectuales del asesinato del obispo parecen haberse aliado con la oligarquía en su actual empresa de "limpieza social", pues el modus operandi es demasiado parecido como para no pensar que se trata de los mismos. Por su parte, el rentable cadáver de Gerardi sigue negándose a morir, a pesar de que tanto sus amigos de izquierda como sus enemigos de derecha insisten en enterrar también su pertinaz memoria.



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