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La insignia
24 de abril del 2007


Avatares del socialismo democrático en Argentina

Cuestiones de método


Juan Carlos Torre
Club de Cultura Socialista / La Insignia. Argentina, abril del 2007.


Quisiera compartir hoy con ustedes los resultados de un ejercicio de introspección. Desde hace un tiempo me vengo preguntando por las razones, los motivos por los cuales yo y otros como yo hemos reaccionado ante el fenómeno político Kirchner de una manera diferente a como lo hacen otros amigos del universo, bastante etéreo, de la izquierda socialista democrática. La respuesta que me he dado es que nuestras discrepancias tienen que ver con cuestiones de método. Más concretamente, nuestras discrepancias remiten a valoraciones diferentes y contrastantes de las formas de hacer política. Así, para algunos de nosotros las práctica s políticas por medio de las que Kirchner ejecuta sus iniciativas nos parecen criticables y éstas son, a la vez, nuestro principal criterio para evaluar su experiencia de gobierno. Entre tanto para otros, el principal criterio para emitir un juicio está en otro lado, en la dirección ideal de las políticas que Kirchner impulsa, la cual, desde esta perspectiva, tiene un carácter tendencialmente progresivo.

Unos poniendo el acento sobre los medios de la política, otros subrayando las finalidades de la política, he ahí las cuestiones de método que delimitan nuestras discrepancias. Esta es la representación preliminar y esquemática que me he hecho de las posiciones en contraste frente al fenómeno político Kirchner. A continuación procuraré indagar cómo es que llegamos a ellas. Al hacerlo muy probablemente introduzca matices y haga aclaraciones. Por ahora basta para delinear el sendero por donde habré de encaminar este ejercicio de introspección.

Puesto a recorrerlo permítanme, sin embargo, recortar sus metas. En verdad lo que haré es exponer principalmente las razones, los motivos a través de los que yo y otros como yo sostenemos una postura crítica frente a Kirchner y su gestión. Creo conocer esas razones, esos motivos, pero no tengo la misma certeza con relación a las razones y los motivos de todos aquellos que tienen una posición distinta.

Dicho esto les comento que después de revisar retrospectivamente una trayectoria que estimo conocer mejor me encuentro frente a una conclusión. Y esta conclusión es la siguiente: uno no puede hablar durante años en favor de la democracia y el pluralismo político, en favor del Estado de derecho y de los controles constitucionales sin que, al final, termine tomando conciencia de las implicaciones de lo que dice. Esto es, sin que, al final, convierta a la democracia y al poder limitado en valores sustantivos y no instrumentales, y, en consecuencia, les asigne una centralidad equiparable a la solidaridad y la equidad social. A mi juicio esto es lo que ha ocurrido con muchos de nosotros desde que nos embarcamos hace más de 25 años en una re-examen de nuestras creencias políticas. Y esto es, agrego además, lo que está influyendo sobre nuestra postura en la coyuntura política actual.

Con el propósito de esclarecer esa influencia los invito a acompañarme ahora en un recorrido a vuelo de pájaro por sobre las principales estaciones a través de las cuales se desenvolvió ese re-examen de nuestras creencias políticas. Para hacerlo tenemos a mano la mejor hoja de ruta: estoy aludiendo a la obra de nuestro querido Juan Carlos Portantiero. El fue entre nosotros quien despejó con más lucidez los problemas, las perplejidades, las salidas que fuimos encontrando en esa travesía; una travesía de la que emergimos iguales y diferentes. Iguales porque mantenemos el compromiso original por una sociedad más justa; diferentes porque en la actualidad procuramos plasmar ese compromiso en el marco de una visión del orden político y de la acción que es distinta de la que fue la nuestra por mucho tiempo.

La primera estación de nuestra travesía fue un ajuste de cuentas que algunos hicimos en el exilio y otros en el país a la vista del desenlace catastrófico de la violencia política de los años setenta- A la hora de hacerlo las palabras importaron: ¿fue acaso una derrota o fue el fruto de un error? Esto es, ¿se trató del resultado contingente de una empresa liberadora que mejor concebida o en circunstancias más favorables valía la pena encarar y llevar adelante o, por el contrario, fue el resultado necesario de una aventura jacobina que sustituyó a la política por la guerra y entrañaba naturalmente una involución autoritaria? Quienes estábamos caminando en la dirección de una izquierda socialista democrática optamos por hablar de un error en lugar de una derrota. Y porque esa fue la conclusión del ajuste de cuentas se abrió ante nosotros el paso siguiente, valorizar las libertades democráticas como plataforma hacia adonde reorientar la realización de los ideales socialistas.

Vista en perspectiva, no fue una tarea simple; consistía nada menos que en despojar a la democracia formal, es decir, a las reglas para la formación de los gobiernos y la adopción de las decisiones públicas, del estigma que había merecido en los círculos de la izquierda. Tampoco fue una tarea exenta de equívocos como los que se desprendían del diagnóstico de la derrota que evocamos antes. Vista desde el diagnóstico de la derrota la opción por la democracia no era más que un expediente táctico, un espacio adonde a falta de una alternativa mejor, las fuerzas diezmadas podían reagruparse a fin de retomar sus objetivos de siempre.

En cambio, para los que suscribimos el diagnóstico del error, la opción por la democracia comportaba un replanteo más profundo. El que nos condujo a hacer nuestra la tesis de Eduard Bernstein, el político socialdemócrata alemán: "La democracia es a la vez un medio y un fin. Es un instrumento para instaurar el socialismo y la forma misma de su realización efectiva". En este espíritu, entendemos que los fundamentos y las reglas de la democracia otorgan a los sectores desprovistos de influencia en la alta política y de poder en el mercado los recursos para compensar esas desventajas extra institucionales. Con esos recursos, por medio del voto, de las libertades para organizarse y manifestar, del pluralismo político, la democracia potencia su cap acidad para intervenir en la gestación de un orden más igualitario. Y configura, por lo tanto, un patrimonio valioso en sí mismo que no puede ser archivado, sin grave riesgo, en nombre de fines últimos superiores.

La estación en donde descubrimos el valor de las libertades democráticas se articuló muy bien con una preocupación cara a la izquierda socialista: que cada persona cuente con los medios para usar esas libertades. Con frecuencia, cuando llega el momento de identificar cuáles son esos medios la mirada se dirige a los medios materiales. Y está bien que ello suceda, ¿cómo disfrutar de la libertad en una sociedad donde grandes sectores carecen de los medios para satisfacer sus necesidades más elementales? La respuesta a este interrogante ya lo conocemos. Basta para ello echar una ojeada a las prácticas clientelistas de los grandes y pequeños caudillos políticos que proliferan al abrigo de las libertades democráticas. De esta evidencia una conclusión se sigue y ésta es una que ya destaqué: la democracia debe ser, como lo es, el ámbito para dilatar el universo de la ciudadanía, bregando por asegurarle los medios materiales que fortalezcan su autonomía moral y política.

El proyecto democrático tal como hemos llegado a concebirlo sería incompleto si quedara limitado a lo que acabo de señalar. Más aún, no sólo sería incompleto. Tampoco haría justicia a uno de los descubrimientos más importantes de nuestra travesía: la dimensión propiamente liberal de la democracia. Esto es, el sistema de controles, equilibrios y contrapesos que preserva los derechos de las personas y pone frenos al ejercicio del poder estatal. Para decirlo con los términos que he venido empleando: se trata de los medios institucionales que garanticen el uso de las libertades democráticas.

Hablé de un descubrimiento. Este fue el resultado de una reflexión sobre la experiencia límite del arbitrio estatal: la violación de los derechos humanos. A través del sendero abierto por esa reflexión se fue alumbrando una esfera siempre ocluida en el pensamiento de izquierda, estoy hablando de la idea del poder limitado. Así, entonces, la crítica a la arbitrariedad absoluta del estado suministró el marco para una crítica más general a toda forma de autoritarismo de los poderes públicos, sea en la versión de la dictadura militar, sea en la versión del cesarismo democrático; como sabemos, una y otra figuras familiares de nuestra historia política.

Finalmente, en el trayecto de esta renovación de nuestras creencias políticas fue decantando una otra concepción de la acción política. Me refiero a la concepción de la acción política en la cual la ampliación de las fronteras de la democracia existente se produce con los métodos de la democracia misma: la discusión, la tolerancia a los disensos, el compromiso y las alianzas, una ingeniería gradualista que rechaza las alternativas globales, totalizadoras, para ubicarse en el plano más modesto de las reformas.

Me gustaría recordar que, a lo largo de este re-examen, también fuimos tirando lastre por la borda. No me refiero apenas al abandono de la revolución como estrategia del cambio político. Como dije antes, esta fue una operación temprana, que alumbró las nuevas credenciales democráticas de la izquierda socialista. Me refiero más bien al abandono de entusiasmos más recientes, como fue el que rodeó al concepto de hegemonía extraído de la lectura de Antonio Gramsci. Cuando se derrumban viejas certidumbres y uno se ve forzado a internarse en territorios desconocidos, suele ocurrir que busque en la propia familia la protección de alguna figura tutelar que garantice cierta continuidad en medio del cambio. En la emergencia, los escritos del fundador del Partido Comunista italiano fueron una tabla de salvación; sus Cuadernos de cárcel proveyeron oportunamente la luz para iluminar la travesía en pos de nuevas ideas, de nuevas guías para la acción.

Sabemos que un aporte capital de Gramsci fue señalar que la supremacía de una clase dominante no descansa principalmente en su control de los aparatos coercitivos del estado. La clave de esa supremacía, sostuvo, es de orden cultural y reside en la asimilación de la ideología hegemónica por parte de las clases subalternas. De este señalamiento se siguen dos corolarios. El primero es que en esas condiciones el asalto frontal y violento del poder es una empresa escasamente productiva y viable. El segundo es que para terminar con la dominación es preciso ganar el consenso de las masas con vistas a un cuestionamiento radical del statu quo. Se trata, en fin, de oponer a la hegemonía existente una hegemoní ;a alternativa. Para quienes venían de la terrible experiencia de los años setenta la obra de Gramsci ofreció un rumbo y un programa de acción, con fuerte impronta intelectual; de allí su popularidad.

Sin embargo, con el tiempo, a medida que avanzó el re-examen de las antiguas creencias políticas, el concepto de hegemonía fue perdiendo el atractivo inicial; lo perdió en razón de su sesgo en favor de una visión unificadora, lo perdió debido a su dificultad para coexistir con la concepción renovada de la política como un campo común de consensos y disensos, como un pluralismo conflictivo. Al no aprobar el test democrático también al concepto de hegemonía le llegó el turno de hacer mutis por el foro. Con la mochila más aligerada, la travesía ideológica prosiguió su c urso; en los últimos años vino a terminar en la presentación de la solicitud de ingreso al Club del Socialismo Liberal, a cuyas puertas nos esperaba Norberto Bobbio para darnos la bienvenida.

Esta imagen del puerto de llegada dice bastante sobre los alcances del camino recorrido. Cuando consideramos su contribución en materia de ideas los aportes fueron más bien limitados. Ni el descubrimiento de la democracia, ni la conciencia de que la libertad requiere de condiciones habilitantes -materiales e institucionales- para poder ser disfrutada, ni la opción por el gradualismo como estrategia de cambio constituyeron novedades de peso. En verdad, su significación principal tuvo por ámbito a nuestra experiencia personal al proveernos de un nuevo núcleo duro de creencias políticas qu e, podría decirse, nos blindó frente a los desencantos de las expectativas despertadas por el proceso político abierto en 1983.

Estoy seguro que Juan Carlos habría hecho mejor este repaso de nuestra trayectoria. No me caben dudas. Habría introducido precisiones, corregido omisiones, como son las relativas a la cuestión del estado y el desarrollo económico, pero sobre todo habría enfatizado mucho más " la dimensión proyectual" de nuestra idea del socialismo democrático, para decirlo en el vocabulario italianizante de nuestro recordado Pancho.

A lo dicho agrego una aclaración más, para entrar finalmente al tema que nos interesa hoy. Este re-examen de creencias políticas fue suscitando aquí y allá, en los bordes de la ruta por donde avanzaba, objeciones y reservas. Estas objeciones y reservas no llegaron, a mi juicio, a articularse en un libreto alternativo igualmente compacto. Se manifestaron sobre todo a través del comentario irónico, de las apelaciones al realismo político, de las acusaciones solapadas. Se comprende que fueran esas las reacciones. Dentro de la izquierda socialista se tornaba difícil digerir el talante cada vez más moderado de nuestras prefere ncias políticas, el tufillo socialdemócrata que se desprendía de nuestras ideas. A todo ello se sumaban los desencuentros provocados por las opciones concretas que nos colocaba la política del país.

Este estado de cosas experimentó un cambio cuando la historia argentina nos sorprendió, como habitualmente lo hace, con el viraje político del 2003: el surgimiento del fenómeno político Kirchner. Este se presentó como un fenómeno calidoscópico, complejo, con un perfil discordante en sus distintos planos. Como tal, el fenómeno político Kirchner tuvo una gran virtud, clarificar el panorama, al hacer aflorar ese malestar que había crecido en la periferia de nuestra reconversión ideológica, justificando sus razones y sus motivos, y al ponernos a nosotros, paralelamente, en estado de alerta.

Yo diría que el fenómeno político Kirchner ha operado como un test Rorschach. Me estoy refiriendo a un test proyectivo en el que se suministra a las personas una lámina llena de manchas y se les pide que digan qué es lo que ven allí, a los efectos de deducir de las respuestas sus inclinaciones más profundas. Recurriendo a esta referencia propongo que el fenómeno político Kirchner fue interpretado en clave distinta por las diferentes sensibilidades políticas de la izquierda socialista. Utilizo aquí la palabra "sensibilidades políticas" con el fin de capturar los reflejos más inmediatos, bajo la forma de aprobación y rechazo, que están en el patio trasero de las vis iones de la política.

Con el fenómeno Kirchner por delante algunos vimos en él una cosa y otros una cosa diferente. Estamos, de un lado, los que acompañamos con preocupación su política de crispación permanente, el discurso poco tolerante de los disensos, la concentración del poder político en su persona. Del otro lado, están los que subrayan, simétricamente, la confrontación con las grandes corporaciones de la política argentina, el cuestionamiento de la "vulgata" hecha de mercado e impunidad propia de los noventa, la retomada de la iniciativa política. Estas distintas maneras de interpretar el test de manchas bajo el que aparece del fenómeno político Kirchner remiten, creo, a sensibilidades políticas contrastantes.

Ahora bien, como tales, estas sensibilidades políticas contrastantes generan posturas que, en definitiva, no son argumentables. Así con frecuencia, luego de un intercambio de puntos de vista, unos y otros nos levantamos de la mesa y al despedirnos nos decimos, con algo de melancolía: "Lo siento, lo siento mucho, pero yo la veo así", parrafraseando una cita ilustre de la noche porteña.

En mi ejercicio de introspección me he preguntado si es posible avanzar un paso más allá de este contraste de temperamentos, y de su consecuencia: el diálogo imposible, me he preguntado si puedo dar razones a mis motivos, que son los que me dictan cierta inquietud frente a los riesgos de una regresión política, como sería el caso de una extrema polarización pautada por la dialéctica amigo/enemigo. De esa búsqueda he salido con un argumento. Para exponerlo haré una breve incursión en el pensamiento político ecologista de donde lo he extraído, con el auxilio de Michael Rocard, el socialdemócrata francés.

El teorema del pensamiento ecologista parte de una premisa y reconoce que es verdad, el progreso técnico es positivo ya que va eliminando carencias y miserias. Pero enseguida llama la atención a los costos del progreso. Las externalidades, como dicen los economistas para nombrar los efectos sobre un agente que produce la intervención de otro agente, pueden tornarse cada vez más negativas cuando aumenta la intensidad del progreso. Así por ejemplo se sostiene que si los perjuicios sobre la napa freática tienen un costo superior a los beneficios que reporta el uso masivo de los insecticidas, la cuestión del empleo de los insectidas se vuelve una cuestión a ser discutida. Cerrando el teorema, el pensamiento ecologista concluye que el "buen" progreso es un progreso sustentable desde el punto de vista del medio ambiente. Este razonamiento me parece pertinente para evaluar el fenómeno político Kirchner.

Para comenzar voy a dar por buenos los objetivos de sus políticas. Algunos lo son sin dudas, como la renegociación de la deuda externa, la redistribución de la renta extraordinaria del campo por medio de las retenciones; otros pueden ser materia de una discusión, pero en la que no entraré ahora para nos desviarme del punto que quiero hacer. Partiendo pues de que sus objetivos son buenos entiendo sin embargo que la forma como los encara, - una política que avanza a fuerza de mandobles e intemperancia,- está teniendo costos en términos de la convivencia y de las instituciones. Congruente con lo dicho antes, opino que el control de calida d de toda política de transformación es que ésta sea sustentable al ser juzgada desde el punto de vista del medio ambiente de la democracia, con sus reglas y su pluralismo. Al aplicarle este criterio estimo que el desempeño del fenómeno político Kirchner deja mucho que desear.

Los reparos puntuales que formulo están a la vista de todos, aunque puede haber diferencias al llegar la hora de hacer una evaluación de conjunto. Así no descarto que quienes tienen una postura más favorable estén listos para reconocer que entre las políticas de transformación y las prácticas propias de la institucionalidad democrática pueden existir tensiones. Una primera línea de defensa del fenómeno político Kirchner puede ser entonces discutir si las tensiones son permanentes u ocasionales, si son intensas o superficiales Estoy preparado entonces para que se me diga, admitiendo mis reparos puntuales, "Que no es para tanto", "Que no hay razones suficientes para estar preocupa do ". Como se ve, en este marco, la aspiración al diálogo desde nuestras posturas opuestas no podría avanzar demasiado, porque, otra vez, la cuestión queda planteada en el terreno de las sensibilidades políticas.

Una segunda línea de defensa consiste en poner en su contexto histórico el fenómeno político Kirchner y afirmar lo siguiente: lo que tenemos por delante es una fuerte y audaz tentativa por cambiar la correlación de fuerzas, buscando desplazar el punto de equilibrio desde el lugar en donde quedó ubicado en los años noventa,- en el polo de las derechas-, hacia el polo de los intereses y las fuerzas en sintonía con una transformación progresiva del país. Por lo tanto, a la vista de la magnitud de la empresa no hay que andar con vueltas: para hacer una tortilla hay que romper huevos. Y si estos huevos son los de las reglas institucionales y la convivencia pluralista ya llegará el momento de prestarles más atención Una vez alterada la correlación de fuerzas, pero por cierto no antes, se harán las enmiendas necesarias para dar una respuesta a las inquietudes por "el buen gobierno" democrático.

¿Qué decir de este argumento? Al respecto, tengo un comentario erudito y una observación empírica. El comentario erudito está fundado en el concepto de "path dependance", hoy en día muy popular en la ciencia política. Este concepto afirma que las decisiones de hoy condicionan las decisiones de mañana debido a que generan hábitos e intereses que restringen la libertad para, llegado el caso, cambiar de rumbo. Vistas desde este ángulo, las formas de hacer política que observamos en el fenómeno político Kirchner presentan un riesgo previsible. Me refiero al riesgo de su reproducción en el tiempo. Muy probablemente, entonces puede bloquearse la posibilidad futura de introducir correctivos como los que se prometen en el argumento que comentamos.

Entre tanto, la observación empírica a la que hacía alusión es un llamado de atención a tomar conciencia de los personajes de los que estamos hablando. Y cuando lo hago y miro hacia la cúpula del fenómeno político Kirchner con los elementos de juicio que tengo disponibles no puedo evitar esta conclusión: cuando "rompen huevos" parecen hacerlo más por la pulsión de una mentalidad consolidada que por un cálculo táctico adecuado a las circunstancias. Esta es una razón adicional por la que no termina de convencerme la justificación de las transgresiones de hoy en nombre de las enmiendas de mañana.

A manera de epílogo de este ejercicio de introspección diría lo siguiente. He sostenido que más allá del contraste de sensibilidades, lo que nos opone al contemplar el fenómeno político Kirchner son cuestiones de método, por ejemplo, el énfasis en los medios de la política versus el énfasis en los fines de la política; en el tramo final, he recubierto esas diferencias de método con conjeturas distintas sobre el tiempo en la política. Tengo la impresión que este debate que nos divide será zanjado en la historia por venir; hasta entonces, me parece que hacemos bien poniendo nuestras razones y nuestros motivos sobre la mesa para entendernos y preservar un marco de diálogo que parece achicarse en las alturas de la vida política nacional.



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