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La insignia
18 de abril del 2007


España

Solidaridad con los trabajadores de Delphi


José Luis López Bulla
Metiendo Bulla. España, abril del 2007.


La situación de la empresa sigue siendo muy delicada, y como es natural las movilizaciones sindicales continúan: la más importante de ellas será, sin duda, la huelga general en los pueblos de la bahía gaditana dentro de unos días. Naturalmente se espera (esperamos todos) que sea un gran clamor no sólo del mundo del trabajo sino también de todos los sectores de la población.

En todo caso, me rondan por la cabeza unas preguntas que no tienen voluntad de impertinencia: ¿se puede hacer algo más? ¿es posible ensanchar la solidaridad más allá de los contornos de la bahía? Seguramente las organizaciones sindicales están en ello, conscientes como lo son de la gravísima situación que unilateralmente ha creado la dirección de la empresa.

Mantener la solidaridad y, también, procurar extenderla con naturalidad es necesario por, al menos, dos razones. La primera: porque es un derecho-deber en estos momentos ante la situación, colectiva y personal, de cada trabajador de Delphi. La segunda: para evitar que el conflicto entre en una situación anómica y exasperada. No me extenderé sobre la primera. Ahora bien, estimo que hay que razonar más el segundo motivo.

Hemos visto algunos reportajes televisivos que indican que empiezan a surgir algunas situaciones inquietantes. Lo diré sin rodeos: grupos de trabajadores con las caras tapadas y antifaces; gentes que empiezan a pegarle fuego a las llantas de los coches... Es decir, acciones que denotan la rabia y exasperación de un conjunto de personas que ven hasta qué punto se secuestra su presente y aniquila su futuro. Pero, no es descartable que por parte de algunos se pretenda conducir la difícil situación hacia unos derroteros tan inciertos como inútiles. Se trataría del aprovechamiento de 'focos' de acción colectiva para ensayar revueltas insurgentes. Y, al final de la historia, comoquiera que eso conduce a un callejón sin salida, los foquistas acaban echando la culpa al empedrao; perdón, a la traición de los dirigentes sindicales, que conscientemente -y no menos reformistamente- se venden a la multinacional.

La (no fácil) solución o viene de la unidad (y la capapcidad de proyecto) de los sindicatos o no viene. De manera que toda acción, consciente o inconsciente, que tienda a clandestinizar la acción colectiva en ejercicio del conflicto acaba siendo inútil, contraproducente. Más todavía, conduce a los trabajadores a la división y la derrota o a la derrota y a la división. Hay miles de ejemplos en la concreta historia, pasada y presente, de los movimientos sociales que lo explican y enseñan. Naturalmente tales experiencias nunca (o demasiado tarde) serán aceptadas por el foquismo irredento. Pero, sabemos de buena tinta, que de tales seudo-épicas vinieron miles de frustraciones. Eso sí, achacadas al revisionismo, reformismo y la traición de los sindicalistas: una excusa ideologizante, sabida ya de antemano, por grupos sagradamente redentoristas. Que sólo tienen responsabilidades ante la invención que ellos mismos hacen de los procesos de la historia.

Hay que hacer otro esfuerzo más para que el conflicto no quede aislado en la bahía. Repásense las (buenas) experiencias que hay en el mejor acervo de la historia, pasada y reciente, del sindicalismo confederal.



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